Con las
ilusiones intactas
De
nuevo con todos vosotros. Se ha roto algo del proceso que llevaba, con ese
intento de sumergiros conmigo en los misterios de la Pasión. Y sin embargo hay
algo que gana en cada recodo de este camino de la vida en el que siempre está
el Señor. Y es que resulta muy distinta
la Pasión meditándola desde “observador contemplativo” a verse uno mismo
sumergido en alguna forma de Cristo paciente. Y ya imagina uno menos, y
experimenta dentro más. Es la realidad
de la vivencia, que no dice lo que ve
sino que está más medular, como en propias carnes.
Y
lo sublime es que basta la media vuelta en el lecho para descubrir que el sol
sigue saliendo cada mañana y que vuelve a poner brillante el horizonte que
parecía fantasmagórico diez minutos antes.
Yo
sí he seguido en mi oración personal con el paso a paso de los misterios de
Pasión. Prácticamente no he podido dejar de agarrarme a mi oración diaria, ni
siquiera el día que hubo su conato de crisis, y aunque más garabateé mi agenda
que lo que se llama escribir, no había ningún garabato como tal. Detrás estaba
el misterio que contemplaba y vivía desde ese núcleo más íntimo del que “no ve
la Pasión” sino que “siente en sí al Cristo del Huerto”. Por eso, hoy enchufaría esta reflexión del
blog con el momento en que estoy ante Jesús en la espantosa noche del jueves al
viernes santo. Entrecruzadas las miradas
de Simón, jurando no conocer a ESE HOMBRE, y Jesús conducido exactamente en ese
instante desde el patio de guardia donde ha sido maltratado, hasta la mazmorra
en que lo van a dejar cerca de dos horas, hasta que llegue la madrugada y se
pueda celebrar el falso juicio religioso.
Un
Jesús que casi lo veo hecho un ovillo, echado allí como un bicho al que se le
deja a buen recaudo, y queda solo, bajo las mil ideas terribles y dolorosas que
le embargan: ese pobre discípulo y amigo
Simón, que se ha topado de bruces, en plena negación, y la puñalada en el alma
de Maestro que lo ha escuchado…, mientras el gallo cantaba como un despertador
para la conciencia de Simón…, y como compuerta de llanto que se abre en cascada
en ese instante… Y Jesús, en su soledad,
pensando adónde iría ahora ese pobre hombre derrotado.
¿Y
los otros? ¿Dónde estarían los otros que huyeron ya del Huerto? ¿Adónde habrán
ido? ¿Dónde estarán? ¿Qué estarán
haciendo? Y quedaba al más trágico
recuerdo: ¿Y Judas? ¿Qué habrá hecho Judas, que despreció hasta el último
instante la mano tendida que Jesús le ofreció?
La soledad de la mazmorra es un bullidero en el pensamiento. Lo que ya
no hay en Jesus es el agobiante pavor del Huerto. Cuando las cosas se ven de lejos y hasta la
imaginación pone su propio fantasma, causan mucho más terror y angustia. Ahora
Jesús ve muy claro que su suerte está echada; que ya rueda ese espantoso carrusel
en una dirección tan evidente que sencillamente no queda sino la aceptación y
entereza del que se sabe abocado a la muerte, y no da coces contra el aguijón.
Jesús no
piensa ya en sí ni en lo que va a venirle, ni en lo que le ha ocurrido a manos
de aquella chusma de criados. Su
pensamiento y su sentir está mucho más hacia fuera. ¡Su Madre! ¡Aquellas mujeres fieles! Tantos
discípulos de lo que pudiéramos llamar de “segundo rango” (que se habían
confiado a Él)… Todos esos son los que
pasan ahora en una película dolorosa ante el pensamiento de Jesús, aunque
sabiendo que no puede hacer nada por cada cual, aunque poniendo a todos ante el
Corazón de Dios. Por eso es dolor sereno,
aunque muy vivo.
Por todo esto
me han impactado hoy los textos litúrgicos de la Misa. Los enemigos, jugando
con todo lo más sagrado… Ni ley, ni
sacerdote, ni consejo del “sabio”, ni oráculo de “profeta”…, les va a
cambiar su determinación de acabar con el Justo, de zaherirlo y
humillarlo. El Justo se acoge a Dios, y
recurre a su protección, porque Dios sabe la verdad de todo.
Y mientras
Jesús toma aparte a sus Doce para centrarles ya en la realidad de su muerte
inminente y humillante, Juan, Santiago y la madre, ignoran claramente todo eso,
y van a lo suyo…, a asegurar los privilegios. Todo, fuera de contexto. La clara
expresión del egoísta, del que sólo piensa con “su idea”, su única idea…, y lo
demás es como si no existiera. Era casi como una bofetada en rostro, pero Jesús
tiene otro modo de reconducir las cosas y se limitó a cambiarles el carril, con
una misteriosa pregunta: ¿Podéis beber el
cáliz que YO voy a beber? No
entenderían mucho aquellos hombres (la madre ya queda en otro plano) del “enigma”
que Jesús les planteaba. No obstante, en su sincera amistad, lo que entienden
es que lo que el Maestro les propone es algo que Él mismo va a hacer yendo por
delante. Y aunque entender, no
entienden el fondo, sí les es clara la realidad: CON ÉL, adonde Él… Y el amor suple la torpeza y lo impertinente
anterior, y acaban pronunciando la frase decisiva: PODEMOS.
Ahí queda
nuestra reflexión de hoy. Aunque deberemos saber pensar y tomar nota, porque los
impulsos del espíritu son fáciles…, pero la carne es débil. Y con eso hay que contar siempre.
Jesús hoy hace mención del SERVICIO. Cuántas veces anteponemos cosas, criterios, circunstancias... a la servicialidad hacia los demás. E incluso cuando "servimos" es a regañadientes, cuestionando... Qué hermosa lección la del Evangelio de hoy, y qué choque más frontal con esta sociedad que nos incita a ser los "primeros" en todo, a conseguir lo máximo aún careciendo de criterios morales y de un mínimo de respeto a la dignidad humana. Que el Señor nos aumente en Gracia de espíritu de Servicio.
ResponderEliminarTambién a nosotros nos llama Jesús y nos pregunta:¿Podeis beber el cáliz que yo he de beber?¿Estáis dispuestos a beber el cáliz de la entrega completa al cumplimiento de la voluntad del Padre?.¿Hemos dado al Señor nuestro corazón entero,o seguimos apegados a nosotros mismos,a nuestros intereses,a nuestra comodidad,a nuestro amor propio?.¿Hay algo que no responde a nuestra condición de cristianos,y que hace que no queramos purificarnos?.Hoy se nos presenta la ocasión de rectificar.
ResponderEliminarNos alegramos de que esté otra vez con nosotros al pie del cañon, pero cuídese, por favor, que nos hace mucho bien con sus escritos y su presencia. Un abrazo.
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ResponderEliminar¿Por que Jesús sufre tanto por la crucifriccion y hay tantos
martires como san pablo o san pedro que creo fue crucificado
al reves que van deseosos de tener tal muerte ?.
Querida Lola:
ResponderEliminarSufrir por sufri sería enfermizo, patológico, masoquista.
Sufrir cuando lo que lleva ese sufrimiento es un motor de AMOR y por amor, es ya nobleza, grandeza.
JESÚS SUFRIÓ por dos razones que nos llevarían mucho explicar detalladamente. Sufre porque su rectitud ante la Ley de Dios, no le permitió vivir el cambalache de los fariseos. Y los fariseos -dueños del cotarro- no aceptaron que viniera alguien a cambiarle sus "normas" cómodas y humanas, con las que encendían a una vela a Dios y otra a los propios intereses. Y lo quitaron de en medio porque les estorbaba.
Pero Jesús no moría por "heroe nacional", por iluminado que se cree llevar Él la razón frente a todos..., sino porque Jesús -desde su comienzo- buscó cuál era el deseo de dios, el profecto de Dios, la voluntad salvadora de Dios. Y en aras de esa honradez espiritual, SOPORTÓ HASTA LA MUERTE SIN CLAUDICAR A LA MENTIRA, Y SIENDO FIEL A DIOS HASTA LA ÚLTIMA GOTA.
Pero eso cuesta sudor, lágrims, sangre, terror ante lo que se le viene encima, que lo arrostra porque ama. Y ABRE EL CAMINO DEL SINCERO AMOR: "Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por la persona que ama". Y Él amó tanto a la humanidad que echó el todo por el todo.
Ahora vienen -venimos- los que nos sentimos objeto de ese amor sin límites. Y a sabiendas de que somos pecadores que hemos sido parte activa de aquellos que mataron a Jesús (cada uno a su modo). Y surge en la nobleza de las almas grandes un deseo de CORRESPONDER AL AMOR CON EL AMOR, y con la pueba más grande del amor: PARECERSE A JESÚS, EL AMIGO QUE LO DIO TODO POR MÍ. Ofrecerle hasta la última gota de la propia sangre porque Él la dio así por nosotros. y SURGE ESE VOLCÁN DE AMOR DE LOS SANTOS QUE ANSÍAN COMO UN REGALO PODER DÁRSELO TODO A ÉL.
Bajo la fuerza del amor, todo lo demás ya cabe.
¿No le ocurre a una madre, que es capaz de querer morir ella por tal de que su hijo viva? Si eso se da en lo humano...