”Se supo que estaba en casa”
La expresión
que utiliza el evangelista nos deja ver que Jesús –que no tiene donde reclinar su cabeza, ha establecido “su casa”…,
su punto de referencia, en la casa de Simón, pegada a la sinagoga de
Cafarnaúm. Allí fue donde todo el mundo lo buscaba cuando Jesús
hubo de dejar ese mundo propicio para ir
a otros ligares, porque para eso había sido enviado. Ahora regresa allí tras su periplo por
lugares de Galilea. Y, como es natural, las gentes que se quedaron entonces sin
disfrutarlo, en cuanto que se supo que
estaba en casa, allí se vinieron, allí se agolparon, y mucho más numerosas
que antes porque la fama de Jesús había corrido como la pólvora.
Un paralítico ha sabido que Jesús
estaba allí y piensa que es llegada su oportunidad. Claro: ni él puede ir, por
su parálisis, ni pueden cargar con él dos personas solo, llevando sus
parihuelas o camilla. Pero sí hay amigos
capaces de tomarse a pecho aquella situación del amigo y se deciden a llevarlo
adonde Jesús. Lo que pasa es que al
llegar se encuentran que no tienen por dónde entrar, dado el gentío que se
agolpa al a puerta. Eso causa
desasosiego al enfermo, que ve la imposibilidad de llegar hasta Jesús. Pero
aquí entra la imaginación y la constancia de quienes empiezan una obra con
cariño y deseo de llevarla a buen fin. Investigan la manera y descubren el
portón trasero de la vivienda, seguramente el espacio de huerto, típico de las
casas judías, con su higuera en medio. Y
por allí rodean con el enfermo, y a la manera que fuera, hablando con quien
fuera, se toman el trabajo de subir con la camilla hasta el terrado, que caía
exactamente sobre el porche desde el que hablaba Jesús.
Los terrados –a lo que puede deducirse-
tenían el piso de lascas de cierto tamaño.
Y no cortos ni perezosos empezaron a quitar las que calcularon
acertadamente que estaban sobre el lugar que ocupaba Jesús. Jesús seguía hablando
a las gentes, una veces más en directo y otras con sus parábolas, muchas de
esas que los evangelistas agrupan en capítulos expresos, pero que evidentemente
las fue pronunciando a través de sus diversas enseñanzas y lugares. Jesús notó claramente que le caía tierra
encima. Miró y observó aquella operación de unos hombres llenos de fe y buena
amistad. Y expresamente se admiró de la
fe de ellos. Sería fe la del
paralítico (que por eso quiso ser traído), pero hay esa otra fe operativa, la
que se toma los trabajos para que la fe no se quede en ideas ni sólo esperanzas
de sacar algo, sino la fe que actúa y –actuando- da concreción a la fe. A mí me suele causar cierta pena la persona
que no da un paso…, pero espera que Dios le solucione… No hace por corregir,
pero aguarda que Dios la corrija por arte de milagro.
Jesús se admiró de la fe de ellos.
Dejó su enseñanza a la gente de fuera y se quedó observando aquella
cuidadosa y delicada operación. Porque ahora había que bajar al lisiado con
cuerdas, y había que mantener tal equilibrio en los cuatro extremos que no se
fuera a volcar la camilla y que diera con el pobre amigo en el suelo de manera
violenta, cuando él no hubiera podido valerse para nada.
Por eso el enfermo bajó con una
cara de hombre asustado, con los ojos muy abiertos, fijos en Jesús, como quien
ya está suplicando antes de llegar…, porque en ese momento era primordial
llegar sano y salvo. Y esos ojos muy abiertos también, fijos en Jesús, porque
tampoco le podía constar si su osadía y la de sus amigos, interrumpiendo lo que
Jesús hacía, podía ser bien acogido por Jesús.
Para Jesús la urgencia es siempre
la que tiene inmediata, y para Él no hay en un determinado instante más que la
necesidad que tiene delante. Eso no significa que los procedimientos de Jesús
coincidan con los nuestros, y que entendamos nosotros a la primera el proceso
mucho más completo que Jesús quiere llevar en nosotros. ¿Qué buscaba el
enfermo? Evidentemente su curación. Era
su idea primordial y directa. Pero Jesús
va a cambiar el chip, y en vez de decirle que lo cura le sale por donde menos
esperaban él y sus amigos: Hijo; tus
pecados están perdonados. De hecho
aquel perdón tenía un recorrido mucho más largo en una mentalidad judía en la
que la enfermedad es consecuencia de haber pecado. Si se le perdonaban los
pecados es que se le estaba curando. Pero el paralítico no debió quedarse muy
satisfecho porque él necesitaba oír otra cosa…, y Jesús se le había ido por las
nubes…
Jesús “mataba dos pájaros de un
tiro”. Porque alí estaban los fariseos, los doctores de la ley, los puritanos,
los cerrados de mollera, los enemigos directos de Jesús. Y lógicamente cogen el rábano por las hojas,
y sin más, piensan: Éste blasfema, porque
sólo Dios puede perdonar pecados.
Jesús se
dirige a ellos con pena: ¿Por qué pensáis
así? ¿Qué os convence más: si digo “perdonados son tus pecados” o si le digo al
enfermo” Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa? El paralítico estaba en ascuas. Aquello ya le
sonaba a él de otra manera… Y Jesús pasa del dicho al hecho y les dice a los
fariseos: Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder para perdonar
pecados –otra vez, “dos pájaros de un tito”- se dirige al enfermo y le dice
esas palabras maravillosas. El lisiado hace por ponerse de pie, aún dudando de
poder… Pero sus pies responden… Sus músculos responden… Se pone en pie… Asienta
los pies, como asegurándose… Pega un salto de admiración, coge su camilla a
cuestas y sale por entre la gente entre gritos de alegría. Y no menos los cuatro “observadores” del
tejado, que por más que lo llaman para que los espere, no logran hacerse oír.
En parte por los mismos gritos de alegría del que ha sido curado. Y en parte
porque la gente está pasmada y también grita, fuera de sí, por la doble
realidad que acababa de presenciar. De
los fariseos no se dice ni palabra. La imagen del perro con el rabo entre las
patas, me hace pensar en ellos en este momento.
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