Persecución por la Palabra
El domingo
pasado LA PALABRA DE DOPS ocupó el centro y el mensaje concreto que nos
trasmitía la pedagogía litúrgica. Por eso la lectura del Evangelio se detuvo en
la frase con ie hoy comienza de nuevo. Entonces se trató de poner acento en esa
admiración que provoca la Palabra de Dios.
Pero no estaba todo completado.
Queda para hoy la realidad fehaciente de que es un riesgo ser fieles a la
Palabra de Dios, porque tenemos la tendencia
a dulcificarla, a parcializarla, a tomarla en lo que nos va, y a dejarla
un poco al lado en lo que no nos agrada.
Cuando Jesús, uno más de aquellos nazaretanos, vuelve a su tierra hecho un
personaje de fama, admirado ya por las gentes de otros pueblos vecinos, los paisanos
de Jesús se sienten y cuando Jesús habla y en lo que expone provoca la reacción favorable, admirados de las palabras de gracia que salían de su boca,
con las que estaba trasmitiendo que la promesa mesiánica se había cumplido en
Él.
Pero surge el “reventado” de turno.
El que intenta desprestigiar de balde al mensajero, y así se acaba con su influencia.
“Persecución por la Palaba”. Salió uno e hizo allí en medio una pregunta,
intencionada: ¿no es Éste el hijo del carpintero? Si prosperaba su pregunta, había acallado el “efecto
Jesús”. ¡Y prendió el fuego!, y la gente
se alteró y Jesús echó mano de la historia sagrada para mostrar que el mundo no se cierra
en Israel, y que también fuera de Israel, entre paganos, Dios había encontrado
eco, el que no había encontrado en su pueblo de Israel.
Esto les exacerbó y se levantaron
todos amenazantes; Jesús no había hecho sino expresar lo que dice la Palabra de
Dios. Pero allí les dolía, y entonces la
solución muy judía, fue querer acabar con Jesús. Jesús sabía que no cabían las palabras, y
tuvo que tomar la solución más expeditiva, salirse corriendo del tumulto a
campo través, y establecer una distancia con aquella turba enfurecida. Ellos lo
perseguían con todas las malas intenciones de despeñarlo por el barranco. Pero también es verdad que en el transcurso
de aquella persecución, más de uno se dio cuenta de lo ridículo que era lo que
estaba haciendo. Y al final acabaron de correr y se fue quedando el grueso en
el camino.
Jesús se apercibió de la situación
y se dio media vuelta y se quedó mirando al pequeño grupo que seguía tras de Él.
Miró Jesús con tal fijeza, con tal profundidad, con tal autoridad, que el grupo
se detuvo. Se dieron cuenta que aquello
era absurdo. Jesús los miraba y podía llamarles a cada uno por su nombre. Habían sido amigos desde la niñez. Y con la fuerza que tenía su mirada, pero sin
desafiarles, pasó entre ellos y se alejaba. Todos vieron la escena y
acabaron sin moverse de donde estaban.
Jeremías cuenta en la primera lectura
que Dios encarga predicar su Palabra y que no se puede tener miedo en hacerlo. Le provocaría más miedo el dejar de hacerlo
por temor o respeto humano. Y que acabaría sufriendo él mismo las consecuencias
de su falta de fidelidad a la Palabra de Dios.
Es de una actualidad rabiosa todo
esto, porque los católicos estamos llamados a ir al mundo y proclamar el Evangelio a toda criatura. Que no podemos
vivir achicados ante las persecuciones que –abiertas o solapadas- se hacen
contra los mensajeros de la Palabra, para callarnos. Porque esa sería nuestra
vergüenza y nuestro fracaso.
Pero LA PALABRA no sólo se expresa… La Palabra se vive. La palabra no es un
sermón. La Palabra es un modo de vivir y de contrarrestar la confusión reinante.
Y concreto a un caso que, por
flagrante, debe ser un muestra de la infección que nos han inoculado los medios
de comunicación. Hoy es fácil encontrar
al creyente que se proclama católico y practicante por los cuatro costados, que
no está dispuesto a unirse en matrimonio con otra persona que está casada.
Hasta ahí estamos dentro de lo que son principios esenciales de la fe. Pero darían por bueno unirse a ese casado o
casada si se separara. Y estamos asistiendo a ese carrusel llamativo de personas que –por vivir
solas-buscan pareja, que ponen unas condiciones absolutamente rectas para que
alguien se dirija a ellas, porque son personas que frecuentan los sacramentos; y que –a la vuelta de una llamada telefónica-
aceptan tranquilamente al divorciado o divorciada, separado o separada que se
les ofrece.
O están las familias condescendiendo,
aprobando y aconsejando a sus hijos/as jóvenes que primer se junten y convivan
antes de dar el paso definitivo sacramental.
¡Esto es la manipulación soez de la fe que dicen profesar! Y malo es que se haya medito la práctica
entre los jóvenes, más atentos a los seriales televisivos que a la Palabra de
Dios y las exigencias de su fe. Pero cuando son los padres “católicos,
apostólicos, romanos” (según ellos se definen) quienes aprueban o aconsejan o
se quedan tan panchos, quiere decir que estamos mandando a Jesús a la montaña
para despeñarlo. Y acabado el principio básico evangélico de la verdad, ya
estamos todos más tranquilos.
Imagino la mirada fija en el hondón
de nuestras almas, que nos va a dirigir Jesús en la Eucaristía de hoy… Pienso en ese paso que hace ahora entre tales
personas…, y ese espantoso: se alejaba, que en el original
griego expresa un irse para no regresar
allí más.
Es evidente que existe un ambiente que tilda de "anticuado", "retrógrado", "obsoloteo"... a todo aquello que defendemos y proclamamos desde nuestros valores evangélicos, pero no es menos cierto que por sentirnos "integrados" en esa supuesta modernidad social del mundo, podemos descafeinar nuestra fe, nuestros valores y nuestro plan de vida evangélico. Sin duda, las ambigüedades de nuestra fe, la laxitud de nuestras creencias sustentadas en la Iglesia, es peor que la indifirencia o ataque de aquellos que no creen. Lejos de la intolerancia, hemos de ser firmes en nuestra fe, y vivir acordes a la doctrina de la Iglesia (una fe que de nada sirve si el AMOR no está presente como muy bien hoy Pablo nos recuerda), sin miedos al qué dirán o diluyendo nuestra fe dependiendo del ambiente en que nos encontremos (no podemos vivir distintas personalidades según donde nos encontremos y con quien nos encontremos). Vivir desde nuestra fe evangélica compromete, pero o se vive en su plenitud (con fallos, errores,..) o caemos en la tibieza del que cercena su fe a momentos puntuales, a hechos puntuales o a personas concretas. Que el Señor nos ayude a seguirle SIEMPRE.
ResponderEliminarEl Evangelio proclamado hoy muestra el daño que hace la difamación, y como las lenguas están a veces prestas a criticar al otro. La Palabra dice que "todos" le expresaban a Jesús su aprobación y le admiraban.
ResponderEliminarPero entre esos "todos" alguien que no conocía a Jesús, lanzó públicamente una crítica. ¿No es ese el hijo del carpintero? (despreciando, diciendo que ese Jesús no podía ser bueno, saliendo de donde salía).
Muchas veces criticamos sin conocer. Y lo que es peor, lo hacemos público. Lo contamos a otras personas. No debiera ser así.
Por ahí entra el mal, que se contagia a los mismos que antes le aprobaban y le admiraban, y al final tratan de despeñarlo por el barranco, aunque Jesús es más listo, y se marcha antes de acabar en el fondo del barranco.