A la caída de la tarde (Mc 1, 32)
La sobremesa
se prolongó familiarmente, y tan a gusto, tan interesante, tan espontánea, que
se echó la tarde encima. La mujer, con
su perspicacia natural, había tenido la sensación de que algo se cocía fuera de
la casa. Acostumbrada al silencio o el ruido normal de alguien que pasa, había
advertido que había murmullo, y no pequeño. Se asomó a la puerta de la casa y
se admiró de la cantidad de personas que había allí. Y ella que conocía muchos
y sus penurias y sus enfermos, pronto divisó a Fulanito el de Menganita; a
Zutanita la de Perenganito…, y muchos más, en sus catres o camillas, o como
quiera que padeciera cada cual. Entornó el portal y advirtió a Jesús lo que le
esperaba fuera.
Jesús salió rápidamente y se encontró con el espectáculo. ¡Tantas
ovejas que buscan pastor; tantas mieses necesitando cultivo y siega! Y salió directamente hacia los enfermos, a
interesarse por ellos, uno por uno, a imponer sus manos sobra cada cual (que así encontraba su salud o la liberación
de aquellos malos espíritus o humores que les tenían maltrechos. Luego se fijó
en los otros, los sanos, los que venían esperando una palabra, y se puso a
hablarles de ese reino de Dios que estaba ya tan cerca que lo estaban palpando
ellos de una forma tan directa. Porque
el que Dios reina no es algo que llega con esplendores de relámpagos ni
revoloteo de ángeles, sino en cuanto surge el ansia de encontrar a Dios y se
tiene el corazón abierto para recibir sus manifestaciones. Y ¡qué mayor
manifestación que eso que estaban experimentando…, aquellos gritos tan propios
de la emoción hebrea, ante cada lisiado que se ponía de pie.
Yo estuve en
la Misa de enfermos que se tuvo con la Virgen de Fátima peregrina que recorrió
España hace ya muchos años. Y recuerdo los gritos de las gentes cuando el
sacerdote pasaba dando a cada enfermo la bendición con el Santísimo, y había
enfermos que se ponían de pie en sus camas o sillas de ruedas. De hecho hubo un
sonoro milagro en una monja, a la que le llamaron siempre la monja del milagro, y que fue constatado por la ciencia.
Entonces imagino, sin necesidad de mucha fantasía aquel
momento de Jesús pasando por entre los enfermos y sintiendo el calor de la mano
de Jesús, de la que salía aquella fuerza
que sanaba a todos.
Jesús se estuvo con
aquellas gentes un buen rato, en el que aquellos sus propios cuatro discípulos
recién llamados, se quedaban sin habla ante cada momento que vivían allí. Se habían ido tras Jesús, casi sin saber ni
adónde iban…, y cada momento de los que habían vivido ese día, les era un
atractivo más para acentuar la decisión con la que habían dado, casi a ciegas,
el primer paso. ¿y no estaban más que empezando!
Jesús despidió a la gente, quedándose un rato en el portón
de la casa, para dar ese sentido de familiaridad con el que había querido
comunicarse con ellos. Luego se adentró,
y poco más o menos que se dispusieron a retirarse a descansar. Ignoro si la cena era parte de la vida judía.
Alguna cosa tomarían, pero no habría muchas cosas de qué disponer esa noche.
La suegra de Pedro
había dispuesto una habitación más grande para que allí se quedaran los 5
hombres, aunque podría ser normal que Simón tenía su habitación. ¿O fue esa
habitación la que la mujer dispuso de manera que fuera el lugar de descanso de
ellos? Porque las mujeres se las pintan
solas para eso, con esa disposición e imaginación con que las dotó el Señor. Y
si, además, hablamos de una casa judía, siempre abierta a la hospitalidad, y donde
tantas veces había que haber hecho sitio a un huésped no esperado.
Y allí se retiraron, se arrebujaron en sus mantos y –aunque
algunos comentarios salieron en unos primeros momentos, pronto se fueron
apagando porque el sueño les fue venciendo.
Jesús se había reservado el lugar más próximo a la puerta. Uno podría
hasta pensar que era la forma típica del pastor que dormía atravesado en la
entrada del redil, como vigía que advierte antes que nadie cualquier
movimiento. Luego, leyendo lo que sigue
en el Evangelio, ve uno que la razón había sido mucho más simple.
Pero eso será otro
capítulo, si el Señor nos da salud y vida.
¿Quién ha tocado mi túnica?.Pregunta Jesús a lo que lo rodean."Yo sé que una fuerza ha salido de mí".Nosotros necesitamos cada día el contacto con Cristo.Cuando lo recibimos en la Comunión sacramental,se realiza este encuentro con Él,oculto en las espocies sacramentales.Y son tantos los bienes que recibimos en cada Comunión que el Señor nos mira y puede decir:"Yo sé que una fuerza ha salido de mí".Un torrente de gracias que nos inunda de alegría,nos da la fuerza necesaria para seguir adelante.
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