Por circunstancias diversas, se
retrasa mi ingreso.
Por ello suplo de forma breve la
liturgia, continuando la labor habitual
PRIMER
VIERNES día 7, 5’30 tarde. Málaga
LITURGIA
1Reg.2,1-4.10: Se acercaban los días de la muerte de
David y éste aconsejo a su hijo Salomón: «Yo emprendo el camino de todos. Ten
valor y sé hombre. Guarda lo que el Señor tu Dios, manda guardar siguiendo sus
caminos, observando sus preceptos, órdenes, instrucciones y sentencias, como
está escrito en la ley de Moisés, para que tengas éxito en todo lo que hagas y
adondequiera que vayas. El Señor cumplirá así la promesa que hizo diciendo: “Si
tus hijos vigilan sus pasos, caminando fielmente ante mí, con todo su corazón y
toda su alma, no te faltará uno de los tuyos sobre el trono de Israel"».
Es
el testamento espiritual del hombre de Dios, que traspasa a su hijo el reino e
incluso el encargo de construir un Templo al Señor en Jerusalén, para lo que le
ha dejado preparado un ingente material, y especialistas de la construcción.
Esa parte no está recogida en este texto, pero así lo explica en otro lugar.
David se durmió con sus padres y lo
sepultaron en la Ciudad de David. Cuarenta años reinó David sobre Israel: siete
en Hebrón y treinta y tres en Jerusalén.
Salomón se sentó en el trono, de David
su padre y el reino quedo establecido sólidamente en su mano.
En
Mc.6,7-13 tenemos el envío de Jesús a sus Doce a la misión apostólica. Habían
de ir de dos en dos porque el testimonio de lo que habían de trasmitir tiene
que ir sobre la fuerza de dos testigos. Y habían de ir a echar de los posesos a
los espíritus inmundos, con ese poder que es sólo poder de Dios, y que se les
trasmite a estos hombres pobres y rudos, para que quede claro que no son ellos
los que realizan aquella obra, sino el poder de Jesucristo que se les trasmite
en misión.
Han
de ir muy desprovistos de apoyos humanos, aun en lo meramente material para que
quede claro que no son artes humanas las que ellos pueden usar. Deben ayudarse
de un bastón, y llevar sandalias para sus caminatas en las que han de recorrer
muchos caminos. Pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja. Y no
llevar túnica de repuesto. Es decir: ir con lo necesario y nada más.
Y
les advierte que en la casa en la que entren y sean acogidos, allí establezcan
su cuartel general.
Donde
no los acojan, no porfiar sino marcharse a otro sitio, sacudiéndose hasta el
polvo de los pies para no llevarse nada de aquel lugar, y como una manera de
hacer presente la culpa de aquellos que no los habían acogido.
Los
apóstoles salieron a predicar la conversión, echaron demonios, y ungían con
aceite a muchos enfermos, y los curaban. Hay quien ve en esta unción un
presagio de la unción de enfermos, aunque no parece que sea, porque el sacramento supone sacerdotes y aquellos hombres no lo
eran. El hecho es que era un signo exterior y que los enfermos curaban.
Cuando
menos es una llamada de atención para muchos enfermos actuales y sus familias,
que parecen recelar de ese sacramento, cuando en la realidad está instituido
para sanación. Otra cosa es que administrado en circunstancias extremas venga a
coincidir algunas veces con la muerte del enfermo. Que aún entonces deben
llamar al sacerdote para que ayude al enfermo grave con un subsidio como ese
que instituyó el mismo Señor, aunque no nos conste en el momento que lo hizo.
Pero es lógico que quien instituyo el sacramento de entrada, en el Bautismo, el
del alimento en la Eucaristía, el del matrimonio para la mayoría de los
mortales y el del sacerdocio para perpetuar su obra –es decir: llenó todos los
espacios vitales del ser humano- también le dejara el de la despedida en ese
momento tan importante de enfrentarse a la enfermedad o incluso a la muerte, el
paso definitivo del fiel creyente.
¿Seré yo de esas personas que acogen a los que vienen a mi con la misión de echar a los espíritus inmundos? Tal vez recelo, y me creo que no tengo necesidad de recibirlos porque me creo limpio de ellos. Y entonces voy y con mi forma de actuar, los alejo de mi, cuando vinieron a mi para ayudarme. Serán mis prejuicios seguramente, que hacen que no soporte que otro me ayude a crecer o sepa mejor que yo algunas cosas, porque quiero seguir teniendo la cresta más alta que la de otros. Pero entonces, llega el corte, y se marchan lejos de mi, y sacuden el polvo de sus pies. Que desgracia. Misericordia Señor.
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