Viernes
21.- ESCUELA DE ORACIÓN.- Málaga
LITURGIA
Santiago va bajando a realidades, como es su estilo. En 1,19-27 toca
varios puntos: uno es la prudencia en el escuchar y en el hablar. Prontos para
escuchar, lentos para hablar. La escucha es una de las características que se
han perdido más en nuestra civilización. Encontrar personas que son capaces de
escuchar sin prisas, sin impaciencias, ¡qué difícil es!, y sin embargo cuánto
se agradece.
Encontramos mucho más fácilmente a los que hablan y hablan
y siempre están hablando de sus cosas, como si fueran lo único que hay
importante en la vida. O como esa realidad de que “el que mucho habla, suena a
hueco”. Y peor, cuando lo que se habla va cargado de amargura, de ira, de
crítica…
Santiago nos exhorta a escuchar más y hablar menos. Y por
supuesto de evitar todo lo que es hablar al margen de la prudencia y la bondad
de Dios
Y nos dice: Por lo
tanto, eliminad toda suciedad y maldad que sobra y aceptar la Palabra que os ha
sido plantada para salvaros. Y no sólo para recibir la Palabra que viene de
Dios sino llevarla a la práctica, y no os
limitéis a escucharla, porque eso sería como mirarse al espejo y olvidarse
luego de la propia figura.
Hay que concentrarse en la ley perfecta de la libertad,
para poner por obra el bien y construir felicidad. Que hay quien se cree religioso pero no
mantiene a raya su lengua. Se engaña, pues. Su religión no tiene contenido.
Seguir la Palabra, la Ley, la sinceridad de la religión, se ha de concretar en
hechos. Que él explicita en visitar viudas y huérfanos en sus tribulaciones y
no mancharse las manos con los vicios de este mundo.
Mc.8,22-26. Le traen de la mano a Jesús a un ciego. Y le
piden que lo toque. Una vez más dos elementos clave: una forma de fe que
requiere de unas condiciones. Y una condición concreta que es “tocar”.
Jesús no se limita a lo que le han pedido. Quiere enseñar
más que el hecho en sí. Lo saca de la aldea, llevándolo de la mano, y le untó
saliva en los ojos. Le impuso las manos en signo de bendición, y le preguntó si
veía algo. El ciego ha mejorado un poquito nada más y ve hombres, pero le parecen árboles, pero andan. Jesús está
haciendo un ejercicio de fe. La fe al principio no es clara. De no ver nada a
ver un poquito en el terreno de la fe, ya hay un paso. Pero la fe no se
completa así a la primera de cambio. Los hombres parecen aún solamente
árboles…, pero hay una lucecita: aquellos “árboles” andan. Ya se ha conseguido
algo.
Le pone Jesús nuevamente la mano en los ojos y los sostiene
un pequeño rato. Y entonces el ciego empieza a ver con claridad. Estaba curado.
De aquellos dedos de Jesús sobre los ojos del ciego se ha seguido claridad.
Aquel “tocar” intenso del Señor ha hecho que quien no veía, ve. La fe va
también así: el día que nos hemos puesto a disposición de “los dedos de Jesus”,
ese día la fe se ilumina y se empieza a ver con claridad lo que antes eran
“árboles que se mueven”.
Tenemos que pedir mucho a Jesús que ponga sus dedos en
nuestros ojos. Que trasmita esa energía que sale de su ser y que nos haga VER
con la luz diáfana de la fe. Pero no es sólo pedirlo para nosotros. ¡Qué falta
hace que Jesús vaya poniendo sus dedos sobre los ojos ciegos de la humanidad,
hasta que se vaya haciendo luz donde ahora hay tanta tiniebla! Que ponga luz en
los responsables de la vida pública de los políticos, de la fuerzas sociales,
del pueblo, y que lo que hoy es ceguera total se vaya haciendo un poco de
visión hasta que se produzca la claridad que tanta falta esta haciendo para que
el mundo corra por otros derroteros.
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