Hoy
21, ESCUELA DE ORACIÓN.- Málaga.-5’30
LITURGIA
Santiago toca hoy un tema importante: la fe como soporte de la vida y
tal fe que tiene que expresarse en obras. San Pablo insiste expresamente en el
valor de la fe, entendiendo que toda obra de la persona adquiere su valor por
los méritos de Jesucristo. En este sentido contrapone la observancia de los
preceptos de la ley (como medios de salvación) con los méritos de Cristo, que
son independientes de nuestras obras. Lo que Cristo ha hecho por nosotros es gracia,
es don gratuito, y es lo que realmente nos salva. A nosotros nos toca aceptar
esos méritos de Jesucristo, por cuyo poder somos salvados.
Santiago también lo sabe pero advierte: no podemos
quedarnos a la sopa boba, contentándonos con que Jesús ya lo ha hecho: nos toca
hacer de nuestra parte lo que es acorde con esa obra de Jesús: nuestra fe
necesita plasmarse en realidades, que vendrán a ser la práctica del sermón del
Monte por las que nos corresponde un modo de proceder. Y advierte con
comparaciones que la sola fe sin esas obras del día a día, es una fe muerta, es
un cadáver. Y pone un ejemplo concreto: una persona que tiene hambre y frio y
viene a mí y yo le digo: hermano, caliéntate y come…, pero no le doy la manta y
la comida. ¿De qué le vale el consejo? Así es la fe sin obras.
Y desafía: muéstrame tu fe sin obras; yo te mostraré por
mis obras la realidad de mi fe. Fe sin obras es la que tienen los demonios que
creen en Dios pero no lo adoran, sino que se llenan de temblor.
Otro caso: Abrahán: lo que le vale a Abrahán es que de tal
manera creyó en Dios que estuvo dispuesto –por obediencia- a sacrificar a su
propio hijo. Y esa fe con esa actitud es la que le valió ser justo ante Dios.
La fe, pues, para que sea verdadera, tiene que expresarse en obras.
Mc.8,34-39 es continuación del evangelio de ayer. Jesús
había manifestado que su mesianismo estaba expresado en su padecer, cosa que
escandalizó a Pedro y en realidad a todos los apóstoles. Sin embargo Jesús no
se desdijo e increpó a Pedro que no aceptaba esa realidad.
Pues bien: por si había duda, Jesús ahora se dirige a las
gentes en general y a sus propios discípulos para afirmarles que quien quiera venir conmigo, tiene que
negarse a sí mismo, cargar con la cruz, y sí seguirlo. No había duda. El
programa de vida de Jesús-Mesías lleva consigo el control de cada persona sobre
sí misma, en actitud de negación de las tendencias e instintos humanos, para
acabar cargando la cruz propia. No vale la vida sin abnegación, sin austeridad,
sin dominio de uno mismo. Hace falta acoger la cruz diaria, real, para con ella
seguir a Jesús. Y sólo así se le sigue.
Mirad: el que quiera
salvar su vida, la perderá, pero el que la pierda por mí y por el evangelio, la
salvará. La vida cómoda, placentera, hace perder la Vida verdadera. Saber
perder de uno mismo tantas tendencias humanas por el amor a Jesucristo y la
fidelidad al evangelio, es ganar la vida, es tener vida verdadera.
Porque ¿de qué le
vale a uno ganar el mundo entero si con eso arruina su vida? Yo me pregunto
hoy –y no excluyo a nadie- si estamos convencidos de que “vivir la vida”,
“gozar de la vida”, es arruinar la vida. Vamos alejándonos -a todos los
niveles- de la austeridad en vestido, comida, objetos, desenvolvimiento de la
vida de cada día…, y así está luciendo la vida de la Iglesia (que al fin y al
cabo somos nosotros). ¿Cómo van a surgir vocaciones de un mundo al que no le
falta el último detalle? Y si no hay vocaciones, ¿cómo se va a sostener la vida
sacramental y eucarística?
¿Qué podrá dar el hombre
a cambio de su vida? ¿Cómo sustituir los valores sobrenaturales por todas
las tecnologías y disfrutes modernos? Quien
se avergüence de mí y de mis palabras en esta época descreída y malvada,
también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de
su Padre entre los santos ángeles.
Concluía yo ayer preguntando qué idea tenemos realmente del
Jesús en quien creemos. Y decía: no vale un Jesús de dulce. Hoy tenemos razones
más que sobradas para repetirnos la pregunta de qué imagen interior de Jesús
tenemos hecha, y hasta dónde se parece a ésta que ha dado Jesús de sí mismo en
el evangelio de hoy.
Dicho de otro modo: el que cede ante las sugerencias del mundo que vive de espaldas a Dios, y no quiere renunciar a ninguno de los placeres temporales y en muchos casos pecaminosos, porque piensa que "a vivir que son dos días", y se agarra a todo lo que le sugiere su concuspicencia y no se resiste ante las tentaciones del culto a su propia persona, tiene un problema. Pensemos si hay algo de esto en nosotros, y en donde deberíamos renunciar para salvar la vida.
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