LITURGIA
2Sam.12,1-7.10-17: El profeta Natán se presentó a David de parte de
Dios, y le contó un cuento como una realidad que hubiera sucedido en los
dominios de David: El hombre rico que teniendo todo en su mano, ovejas y
bueyes, coge la oveja del pobre para invitar a sus huéspedes.
David se enciende en cólera y muy justiciero determina la
muerte del rico por el abuso de poder que había realizado. Ese hombre tiene que morir.
Y Natán le dice entonces: Pues ese hombre eres tú. Y le hace las cuentas de lo que ha hecho matando a Urías a espada. Materialmente
David no lo había hecho así, pero lo que hizo equivalía a esa realidad. Y Natán
le anuncia desastres y sufrimientos y vejaciones.
David cae entonces en un verdadero dolor de corazón y
arrepentimiento y reconoce que ha pecado
contra el Señor, porque todo pecado es una ofensa a Dios, aunque se haya
cometido contra un semejante.
Y Natán le pone la penitencia: Dios te perdona pero el hijo
que te va a nacer morirá. David hace penitencias añadidas, no queriendo
acostarse y prolongando ayunos, pidiendo por la vida del niño.
Pasó Jesús a la otra orilla del Lago (Mc.4,35-40), dejando
a la gente. Los discípulos lo tomaron consigo y subieron a la barca. Realmente
Jesús estaba rendido y se quedó dormido en popa. En esto se levanta una gran
tormenta en el Lago, que pone en peligro
la barca. Las olas saltaban por encima de la barca, lo que quiere decir
que empaparon a Jesús, que siguió dormido. Y yo me pregunto: ¿podía dormir
Jesús en aquellas circunstancias o se hizo el dormido a partir de un
determinado momento para ver actuar a sus discípulos?
Porque aquellos hombres, tras usar de todas sus artes para
achicar agua y para mantener la barca a flote, acabaron por venir a Jesús y
despertarlo y preguntarle con cierto disgusto: Maestro, ¿no se te da nada que nos vamos a pique? Pregunta que es
oración. También Jesús se iría a pique. ¿Cómo no le iba a ocupar aquella
situación? Pero quiso aguantar hasta que los hombres vinieran a presentarle el
problema.
Y en medio del fragor de la tormenta, Jesús se pone en pie
en la barca –lo que ya era impensable humanamente- y mandó al mar y al viento: -Silencio, cállate. El viento cesó y
vino una gran bonanza. Y con cierta ironía y buen humor, les pregunta: ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Qué iban ellos a hacer en aquellas
circunstancias? No era cobardía. Era pánico ante una fuerza mayor que se les
imponía con la violencia de las cosas de la naturaleza. La siguiente pregunta
va más al fondo: ¿Aún no tenéis fe?
¿Aún no os habéis fiado de mí? ¿Aun no os habéis percatado que yo estoy con
vosotros?
La verdad es que se quedaron espantados, doblemente
espantados. Primero porque aun llevaban en sus cuerpos el terror de lo pasado,
y porque todavía les había llamado más la atención la autoridad con que había
procedido el Señor. Y se decían unos a otros: ¿Quién es este? Es que todavía no se habían enterado quién era
Jesús, aunque le habían visto actuar en casos tan múltiples en que aparecía
evidente el poder de su mano. Pero no se habían percatado a fondo, y su
pregunta es admirativa. Porque hasta el
viento y el mar le obedecen… Ahí podemos dar respuesta nosotros: el que
manda sobre los elementos de la naturaleza y los hace enmudecer, no puede ser
otra cosa que Dios mismo.
Ten compasión de mi que me creo con suficiente fuerza y poder, y cuando viene lo inexplicable, te creo dormido o simplemente no te creo.
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