Primer
Viernes, día 7
LITURGIA
El servicio de la causa del Señor debe ser siempre a fondo perdido y no
bajo los cálculos humanos. Ese fue el fallo de David (2Sam.24,9-17)
pretendiendo el censo de sus siervos disponibles. Y tan reconoció David que se
había equivocado que, después de hecho el censo, sintió remordimiento de conciencia.
El profeta Gad se presenta ante David y le propone tres
penitencias posibles. David ha de elegir una. Y opta por echarse más en manos
de Dios que depender de los hombres. Y escoge tres días de peste en su
territorio, confiando en la misericordia de Dios. Por eso, en medio de la plaga
que mató a miles de israelitas, David ruega a Dios misericordia, porque el que
ha pecado ha sido él y no aquellos que son inocentes. Y cesó la plaga,
extendiendo el Señor su mano para que cesara aquel mal.
Como ya he comentado en otro momento, la narración que hace
Marcos (6,1-6) sobre la ida de Jesús a Nazaret, es mucho menos dramatizada que
la que nos narra San Lucas. Presentan el mismo fondo pero su desarrollo es
diverso.
Jesús llega a Nazaret, rodeado de la fama de sus obras en
todos los lugares y pueblo cercanos. Departe con las gentes del pueblo, que han
sido sus compañeros de trabajo durante tantos años, y el sábado es invitado a
hablar al pueblo desde la cátedra. Y Jesús expone la Palabra de Dios con toda
su fuerza y una originalidad que llama la atención, tanto más cuanto que lo
conocían de la vida diaria de muchos años.
Y se preguntaba la gente de dónde saca todo eso y que sabiduría es esa que le han enseñado.
Porque Jesús, realmente, habla con una nueva profundidad, que no es lo que
ellos conocían de otros momentos de conversación con el hijo de María y de
José. Y la gente se pregunta: ¿No es este
el hijo del carpintero, el hijo de María y el pariente de todos los hermanos y
hermanas que conocemos y viven entre nosotros? Esa era la realidad de la
historia pasada y conocida. Lo que no saben es todo el cambio que se ha
producido en la misión de Jesús desde que salió de Nazaret. Ya no es sólo
“Jesús de Nazaret”; ya es el Mesías enviado por Dios, el mensajero de la nueva
alianza. Es aquel que conocen de la vida de 30 años, pero es otro que trae una
misión.
Jesús se lo decía: Un
profeta es despreciado en su tierra, entre sus parientes y en su casa.
Llevaba toda la razón. Y es un hecho que podemos tener comprobado, cada cual en
su dimensión de mayor o menor envergadura, que es allí donde somos más
familiarmente conocidos donde tenemos menos ascendencia. Siempre se acepta con
más facilidad al que viene de fuera que al que es “de casa”. Y con Jesús no fue
distinto.
Las consecuencias sí fueron distintas: Jesús, que se
volcaba haciendo sus milagros en otras partes, allí en Nazaret no pudo hacerlos
porque no tenían fe en él. Impuso las manos a algunos enfermos y los curó. Y se extrañó de su falta de fe.
Precisamente Jesús “montaba” siempre sus milagros en la fe de las gentes: “Tu
fe te ha curado”; “Grande es tu fe”; “que se haga conforme has creído”. En
Nazaret no hubo esa fe. Se quedaron en la visión del Jesús que conocieron
tantos años y no avanzaron en su conocimiento, ni siquiera valiéndose de la
fama que traía por sus actuaciones en otros lugares.
De hecho Jesús salió de Nazaret y se fue recorriendo otros
lugares enseñando, y siendo acogido por las gentes.
Si no tengo una fe verdadera en ti, no podré ver tus milagros en mi vida. Si no tengo fe y te trato como si fueras uno más del pueblo, tu te marcharás a darte a aquellos que si te buscan con la sencillez de los niños, que no te cuestionan, y te reconocen como quien eres. Si me creo que ya te conozco, puede ocurrir que me acostumbre tanto a la rutina de actos religiosos y piadosos, reuniones y compromisos, que llegue a desfigurar mi conocimiento de ti, o que no llegue a conocerte del todo y me engañe pensando que ya lo tengo todo.
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