Escuela
de Oración, Málaga.- Viernes 21
LITURGIA
Sant.2,1-9: No juntéis la fe en Nuestro Señor Jesucristo glorioso con la acepción de
personas. Por ejemplo: llegan dos hombres a la reunión litúrgica. Uno va bien
vestido y hasta con anillos en los dedos; el otro es un pobre andrajoso. Veis
al bien vestido y le decís: Por favor, siéntate aquí, en el puesto reservado.
Al otro, en cambio: Estate ahí de pie o siéntate en el suelo. Si hacéis eso ¿no
sois inconsecuentes y juzgáis con criterios malos?
Queridos
hermanos, escuchad: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para
hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que prometió a los que le aman?
Vosotros, en cambio, habéis afrentado al pobre. Y sin embargo, ¿no son los
ricos los que os tratan con despotismo y los que os arrastran a los tribunales?
¿No son ellos los que denigran ese nombre tan hermoso que lleváis como
apellido?
¿Cumplís
la ley soberana que enuncia la Escritura: «Amarás a tu prójimo como a ti
mismo?» Perfectamente. Pero si mostráis favoritismos, cometéis un pecado y la
Escritura prueba vuestro delito.
Llegamos en el evangelio
(Mc.8,27-33) al muy conocido diálogo de Jesús con sus apóstoles, mientras se
dirigían a Cesarea de Filipo, y Jesús pedagógicamente pregunta, así en impersonal,
quién dicen las gentes que es el Hijo del
hombre. Aquella pregunta no comprometía a nadie y sólo se trataba de saber
lo que se comentaba entre las gentes acerca de Jesús.
Y fueron respondiendo
unos y otros lo que habían ido oyendo: Unos
que Juan Bautista, otros que Elías, y otros que alguno de los profetas. En
un ambiente evidentemente religioso, todas las respuestas van en la línea de lo
religioso. Jesús prestó mucha atención a cada una de aquellas respuestas que le
trasmitían sus discípulos.
Pero evidentemente, roto
el primer fuego, lo que más le interesaba a Jesús era el pensamiento de sus
propios apóstoles. Y deteniéndose en la marcha para dar más fuerza a su
pregunta, se les quedó mirando y les preguntó en profundidad: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Cabían muchas respuestas,
desde las más íntimas y personales a las más altas. Podían considerarlo el
mejor amigo, el Maestro, el taumaturgo que iba curando enfermedades, el hombre
sencillo que se relacionaba tan fácilmente con sus cuentecillos con los que
deleitaba a las gentes… Todas eran respuestas válidas y que hubieran sido del
agrado de Jesús.
Podríamos hacer el
ejercicio personal de pensar la respuesta que cada uno de nosotros daría, desde
su experiencia espiritual, a esa pregunta que el Señor nos hace en oración
íntima en la que nos explayamos con él: Tú eres mi vida, mi razón de ser, mi
atracción, la plenitud de mi corazón, el centro de mis pensamientos. También
cabe que alguno le dijera tú eres mi gran desconocido, mi misterio, mi ilusión
por llegar a conocerte… ¡Vaya Vd a saber los muchos posibles modos de concebir
a Jesús que cabe en la variedad de las mentes y los sentimientos humanos!
¿Qué hubieran respondido
Tomás o Juan o Simón el Cananeo, o Judas
Tadeo, o el Iscariote, o Bartolomé y Felipe…? No hay que tener mucha
imaginación para pensar que cada uno de aquellos hombres hubiera tenido una
repuesta diferente, de distinto calibre y profundidad.
Pero Pedro respondió como
un cohete lo que Dios le puso en la boca: Tú eres el Mesías. En una palabra
resumió y sintetizó todo. Para Pedro era un título de honor, un título de
triunfo. Estaba resumida la vida del prometido de Dios.
Y Jesús aceptó la
respuesta pero la matizó con la realidad que suponía aquella confesión: empezó
por prohibirles decirlo a nadie. Y luego comenzó a instruirlos: El Hijo del hombre tiene que padecer mucho,
tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y doctores de la
ley, ser ejecutado y resucitar a los tres días.
A Pedro no le encajaba
aquello. Mesías, sí, pero un mesías triunfador. Y se lo llevó aparte y le
recriminó.
Jesús se volvió serio, y
de cara a los Doce, le dijo a Pedro: ¡Quítate
de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres; no como Dios!
Nos queda que pensar a
cada uno qué modo de Jesús entendemos en nuestra vida diaria, en nuestra
oración y en nuestra devoción. El peligro es pensar en un Jesús de dulce…
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡GRACIAS POR COMENTAR!