LITURGIA
Sant.3,13-18: La
verdad es que tiene poco que explicar porque está expuesto en un lenguaje llano
y muy fácil de comprender. ¿Quién de
vosotros es sabio y experto? Que muestre sus obras como fruto de la buena
conducta, con la delicadeza propia de la sabiduría. La verdad de cada uno
se muestra por su modo de obrar. Si tiene buen corazón, obrará buenas acciones. Pero si en vuestro corazón tenéis envidia
amarga y rivalidad, no presumáis, mintiendo contra la verdad. Esa no es la
sabiduría que baja de lo alto, sino la terrena, animal y diabólica. Pues donde
hay envidia y rivalidad, hay turbulencia y todo tipo de malas acciones.
En cambio, la sabiduría que viene de
lo alto es, en primer lugar intachable, y además es apacible, comprensiva,
conciliadora, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial y sincera. El
fruto de la justicia se siembra en la paz para quienes trabajan por la paz.
En
la falda del monte Tabor habían quedado los 9 apóstoles, y se encontraron con
un suceso al que no pudieron darle solución, pese a que ellos habían echado
demonios en otras ocasiones. Se trataba de un niño epiléptico –todos los datos
que da el evangelio muestran a las claras que se trata de esa enfermedad-, una
enfermedad que se escapaba de la ciencia médica y que por sus características
llamativas se atribuía a posesión diabólica. El padre del enfermo recurre a los
apóstoles, que no pueden hacer nada por el niño.
En
esto Jesús baja del Monte y se encuentra con la situación. La gente se va hacia
él cuando lo ven aparecer por allí, y Jesús advierte que hay discusión con sus
discípulos, y pregunta de qué discutís.
Y el padre del niño le presenta el caso. Te
he traído a mi hijo que tiene un espíritu muy malo que no lo deja hablar, y
cuando lo agarra, lo tira al suelo, echa espumarajos y rechina los dientes y se
queda tieso (descripción perfecta de un ataque epiléptico). El padre se
queja de alguna manera de que se lo ha presentado a los discípulos y no han
podido hacer nada.
Jesús
se acerca al niño, que en ese momento tiene un ataque, y se retuerce y cae al
suelo y se revolcaba, echando espumarajos, tal como el padre lo había descrito.
Jesús se inclinó al suelo para atender al muchacho, junto al padre, y en aquel
momento de impasse le pregunta al padre desde
cuando le ocurre esto. Y la respuesta es de mucho desánimo: Desde pequeño. Y unas veces lo ha echado al
fuego y otras al agua para acabar con él. Es lo propio de esa enfermedad.
Y
el padre le dice a Jesús: si algo puedes,
ten lástima de nosotros y ayúdanos. Es la oración angustiosa y casi
desesperada de aquel padre, a la que Jesús responde: ¿Si puedo? Y le lleva al terreno en el que Jesús realiza sus
milagros: Todo es posible al que cree.
El “poder” de Jesús no se duda, pero el de la fe sí puede ser dudoso:
¿realmente aquel hombre cree que Jesús puede hacer algo por su hijo? Confiesa
el hombre que cree pero que su fe es débil. Pero pide a Jesús que le aumente la
fe…, que actúe de manera que él pueda creer en profundidad.
La
gente se ha arremolinado y Jesús utiliza el lenguaje de la gente: increpó al espíritu inmundo: Espíritu mudo y
sordo, yo te lo mando: Vete y no vuelvas a entrar en él. El niño dio un
enorme grito y quedó sacudido violentamente de tal manera que la gente pensó
que había muerto. Pero Jesús lo tomó de la
mano, lo levantó y el niño se puso en pie. Realmente Jesús podía. Y la fe
del padre fue suficiente en principio, y luego ya no tuvo más remedio que creer
en plenitud, cuando vio a su hijo de pie y en salud.
A
los apóstoles que se habían quedado en el llano les picó no haber podido hacer
nada en aquella ocasión, cuando ellos –en otros momentos- habían curado
enfermos y expulsado demonios. Y cuando estuvieron solos en casa, preguntaron a
Jesús por qué ellos no habían podido curar a aquel niño. A lo que Jesús
respondió que hay un género de demonios a
los que sólo se les puede echar con oración. Los códices antiguos añadían
también el ayuno pero eso ha desaparecido de las traducciones actuales. Pero
debe quedar claro que a la oración, a la que Jesús hace referencia, hay que
acompañar el régimen de vida, que debe ser austero y admitiendo el sacrificio
como parte que potencia la oración. Sólo así se puede dominar a los “espíritus
inmundos” de cualquier tipo. Porque lo que no cabe duda es que no basta con
orar. A Dios hay que estar rogando, ciertamente, pero el mazo tiene que estar
actuando constantemente…, machaconeando sobre el dominio de sí mismo.
No entiendo porqué si los códices antiguos dicen ayuno, ya no lo citan.
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