LITURGIA
Estamos ante el Domingo 13-C del T.O., que invita claramente al desprendimiento.
Desde la 1ª lectura (1Reg.19.16.19-21), el Señor le dice a Elías que unja a
Eliseo, y Elías extiende su manto sobre Eliseo (que se hallaba arando), en
señal de llamada. Eliseo sólo pide ir a despedirse de su familia, y barrena las
naves sacrificando a los bueyes y quemando el arado. No hay vuelta atrás. Que
es lo que quiere dejar dicho esta lectura y esta lección de este domingo.
Pero todavía no se ha dicho la última palabra, que llega
con Jesús en el evangelio, en dos formas muy claras (Lc.9,51-62): de una parte
corrige severamente a Juan que está tan celoso de la causa de Cristo que
pretende arrasar una aldea de samaritanos por el hecho de que no les dejan
pasar en el tránsito de Galilea a Judea, porque hay una lucha abierta de los
samaritanos contra los judíos. Juan pretende pedir que caiga fuego del cielo
que los arrase. Jesus se volvió y les regañó, y sencillamente optó por tomar
otro camino. El desprendimiento de “mi derecho”, del celo de lo propio. Se
puede solucionar de otra manera, y Jesús opta por la otra manera no belicosa.
Pero hay una segunda lección mucho más clara de
desprendimiento en las 3 personas que pueden llegar a formar parte del grupo de
discípulos de Jesús. Uno primero que se ofrece a seguir a Jesús dondequiera que vaya. Y Jesús le planta por delante
la exigencia. El “adondequiera que vayas” tiene su contenido: Las zorras tienen madrigueras y los pájaros
nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza. Ahí, a
eso, va Jesús. Ahí, a eso, debe ir quien quiera estar con él.
Un segundo personaje es llamado directamente por Jesús con
su consabido: Sígueme. Y el individuo
pide una cosa que estaba en la ley: el hijo soltero debía quedarse al cuidado
de su padre hasta que el padre muriera. Y es la dificultad que expone este
sujeto: Déjame primero enterrar a mi
padre (que no es que ha muerto, sino hasta que muera). Y Jesús le responde
que deje a sus hermanos (“los muertos”, es decir, los no llamados) al cuidado
de su padre. Se pide un desprendimiento muy fuerte, incluso contra las
costumbres del pueblo. Pero si es llamado, ha de responder para estar en la
línea de discípulo de Jesús.
En el tercer caso hay un matiz que añadir a la primera lectura.
Allí Elías dejaba a Eliseo ir a despedirse de su familia, porque no había
inconveniente para ello. En cambio ahora Jesús le hace saber al muchacho, a
quien ha llamado, y le ha pedido ir a despedirse de sus allegados, que quien pone la mano en el arado y mira atrás,
no es apto para el Reino de los Cielos. Es evidente que Jesús exige más. Y
que la lección de desprendimiento queda patente en esta liturgia.
Al encontrarnos con la EUCARISTÍA bien podemos sentirnos
ante el espejo de Jesús, que es el mismo que ha hablado en el evangelio, y cuya
lección ha de aplicarse HOY (que éste es el sentido de la homilía)
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Podrían haberlo hecho así aquellos
discípulos de Juan, pero no lo hicieron: allí se olvidaron de modos y gustos
personales, de comparaciones y de preferencias.
No se miraron a sí mismos. No se endiosaron en el propio planteamiento,
Miraron HACIA AFUERA, pusieron sus ojos en aquel Cordero de Dios, que les señalaba su maestro, el Bautista. Y
puestos los ojos en Él, ya no pueden perderse en minucias: ¿Dónde vives? Ni importan detalles para lanzarse… Tienen
delante a Jesús y eso ya lo abarca todo.
Por tanto, lo que hoy les coge a ellos no son “cosas”. Ni siquiera entenderíamos bien la
pregunta. Porque no es ya el espacio,
casa, choza en que viva Jesús… Están peguntando mucho más. Les interesa
mucho más: ¡Les interesa Jesús! Más aun si cabe: no es el atractivo de
Jesús, no es la devoción que les levante… ¡Es
lo que hay en las entrañas de Jesús!, lo que implica llegar a descubrir
DÓNDE VIVE, donde se alberga lo profundo de Jesús, cuáles son las condiciones
en que Él se muestra, lo que Él exige
para abrir las puertas de su sancta
santorum.
Es fácil decirlo y gozoso entenderlo. Pero yo no me quedaría satisfecho
si no le encontrara un entronque directo
con lo reflexionado ayer, Pienso que una parte indispensable de ese saber dónde
vive Jesús, depende mucho de estar avanzando en esa CONVERSIÓN que
supone una clara salida del YO y las PROPIAS MANERAS, para que no se dé el
doloroso estado de luchar contra Dios los
años enteros…, viviendo así displicentemente y –en el fondo- “desgraciados”. [sin estar movidos por la Gracia de Dios].
Me
invita Jesús a IR Y VER. No sólo
“saber”. VER con el alma: en oración. Y
que esa oración sea una exigencia concreta de soluciones concretas. Cada cual ha de saber buscar LAS SUYAS. Ese es el VENID Y LO VERÉIS al que invita Jesús tan elegantemente. ¡Tan
exigentemente!
• "Y no lo recibieron en una de las aldeas de samaritanos"
ResponderEliminarY dice el Evangelio de hoy que lo hicieron porque lo identificaron por su aspecto.
Claramente esto me dice lo TRISTE que resulta catalogar a las personas sin más. Hacer un juicio de valor sobre alguien sin conocerle, simplemente por "lo que me parece", sin más profundidad. A veces tenemos hecho un criterio preconcebido sobre las "cosas" y es como una regla que aplicamos por sistema a todo el que se salga de nuestro criterio preconcebido o arraigado durante tantos años en nosotros.
Eso entronca con la CONVERSIÓN, en mi opinión. Sin CONVERSIÓN no hay cambio, y sin cambio seguimos instalados día tras día en lo mismo que nos hace tropezar. Nuestro criterio preconcebido de las cosas, por el cual podemos poner piedras de tropiezo a los demás.
Ayer me decía una persona sabia, que a veces las personas ponen piedras en el camino para impedir avanzar, y que el problema no lo tiene el que no puede avanzar por la piedra, sino el que la pone para obstaculizar, porque al final de la vida, todos tendremos que dar cuenta a Dios de si fuimos piedra de tropiezo o quisimos avanzar y ayudar a avanzar y no nos dejaron.
La reflexión que propongo es esta: ¿Eres piedra de tropiezo para los demás, o eres de los que buscan avanzar y construir?