LITURGIA
La narración más completa del hecho de la
ascensión del Señor es la que San Lucas cuenta en los Hechos de los Apóstoles
(1,1-11) en la 1ª lectura de este domingo. Jesús cita a sus discípulos en el
monte de los Olivos y allí se despide de ellos, recomendándoles no alejarse de
Jerusalén, porque allí han de recibir la fuerza de lo alto, que enviará el
Padre, y de la que ya les había hablado.
Los discípulos lo rodean y le preguntan si es ahora cuando
va a restaurar la soberanía de Israel, pensando siempre ellos en un reino de
poder humano que expulse a los romanos de su territorio. Jesús les dice que no
se preocupen ahora de eso y que es un tema que resolverá cuando sea el Padre
del Cielo: No os toca a vosotros conocer
los tiempos y fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el
Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis la fuerza para ser mis
testigos en Jerusalén, en Judea y Samaria y hasta los confines del mundo.
Ese es realmente el Reino que Cristo viene a establecer.
Y dicho eso, Jesús comenzó a elevarse y ellos lo vieron
levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista. Aquella elevación que
ellos vieron era una señal de algo mucho más grande. La nube ya lo ocultaba. Y
sobre todo, el mensaje que dan a los discípulos aquellos varones que se les
presentan para decirles que no se queden mirando al cielo, porque ese Jesús que han visto irse, de la misma manera volverá.
Jesús no se ha alejado de los hombres. En su ascensión, en realidad, lo que se
ha puesto es mucho más cercano a la humanidad entera, porque y no tenemos que
verlo centrado en Jerusalén sino que todos lo tenemos a la misma distancia y en
la misma cercanía en todas las partes
del mundo. Y tenemos la seguridad de que volverá a nosotros, y de que ya está
actuando en la realidad de cada día.
En el evangelio (Lc.24,46-53) se abre el abanico de la
ascensión a una realidad práctica en la que quedamos implicados todos, porque
todos debemos “ascender”. Y se concreta en ese comienzo en que se dice que Así estaba escrito: el Mesías padecerá y
resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a
todos los pueblos. De modo que la ascensión de Jesús no se queda en el
hecho de la ascensión del Señor sino que repercute en nuestra conversión y
perdón de nuestros pecados como manera de ascender nosotros juntamente con
Jesús. Es la lección que nos deja la liturgia. Por eso vosotros sois testigos de esto, y Yo os enviaré lo que mi Padre ha
prometido.
Nos dice el evangelista que cuando Jesús ha sido elevado y
de hecho ellos se han quedado sin su compañía, no se quedan tristes sino que se
vuelven con gran gozo a Jerusalén. Es el gozo por el triunfo del amigo que ha
triunfado. Y ellos se dedican a orar en el templo bendiciendo a Dios.
La 2ª lectura (Ef.1,17-23) es un himno de alabanza que
concluye con la afirmación de la resurrección y la ascensión al Cielo, donde
Cristo es sentado a la derecha de Dios, por encima de todos los ángeles, y no
sólo de lo existente en ese momento sino de lo que vendrá en el tiempo futuro.
Y queda proyectado en LA IGLESIA, a la que le da todo el
poder, siendo él la Cabeza y nosotros su cuerpo, y teniendo él la plenitud del
que es principio y fin de todos y sobre todos.
Hemos llegado a una culminación del período pascual con el
triunfo definitivo de Jesús, que ya ha llegado al Cielo, cerrando el círculo de
su misión al venir a la tierra: no vino para quedarse en ella sino para liberar
al hombre caído. Una vez que ha quedado redimido por la muerte y la
resurrección, y Jesús ha instruido a sus apóstoles apareciéndoseles y llevada a
plenitud su obra, Jesús vuelve al Cielo de donde salió, al mismo trono de Dios,
colocando su humanidad a la derecha del poder de Dios y con ello el presagio del
destino de toda la humanidad que sea fiel a los designios de Dios.
Todo esto lo celebramos en la EUCARISTÍA dándole actualidad
y haciendo que la obra de Jesus no se quede en historia de hecho ocurrido sino
en la actualización repetida de la historia de la salvación, que llega a
nosotros con la misma lozanía con la que lo vivieron sus inmediatos
protagonistas.
Al Dios supremo, que ha sentado a Jesús a su derecha, dirigimos
nuestras peticiones.
-
Por la Iglesia, actualización de la historia de la salvación, Roguemos al Señor.
-
Por nosotros para que la ascensión de Jesús provoque actitudes de
conversión, Roguemos al Señor.
-
Para que en nuestra experiencia personal nos gocemos del triunfo de
Jesucristo. Roguemos al Señor.
-
Para que seamos testigos de este triunfo de Cristo en la vida ejemplar
que vivamos cada uno. Roguemos al Señor.
Señor Dios, que por la ascensión de tu Hijo nos abres la
esperanza a una vida nueva, concédenos revestirnos de una inmortalidad
gloriosa.
Por Jesucristo N.S.
La fiesta,de la Ascensión es una fiesta de alegría, pero también de cierta tristeza, pero está tristeza se fundamenta en el inmenso amor que sentimos por Jesús.
ResponderEliminarAunque Él se queda muy cerca de nosotros , en la Eucaristía pero nos deja un encargo: Hacer de esta mundo un lugar donde se valore y respete la dignidad humana, donde se pueda vivir en paz, con la verdadera paz que está tan ligada a la Unión con Dios.
Recordándole hoy, día de la Ascensión. Ruegue por nosotros desde el cielo.
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