LITURGIA
Seguimos en la 2Cor.3,4-11. No es un texto de
fácil comentario, por lo que elijo el sistema de copiar el texto e irle
haciendo algunas acotaciones. Ha acabado la lectura anterior, diciendo que Dios es quien nos confirma en Cristo a
nosotros junto con vosotros…, y ha puesto en nuestros corazones, como prenda
suya, el Espíritu. El texto de hoy arranca desde ahí y Pablo habla en
primera persona, aunque se exprese en plural: Esta confianza la tenemos
ante Dios por Cristo; no es que por nosotros mismos seamos capaces de
atribuirnos nada como realización nuestra; nuestra capacidad nos viene de Dios,
el cual nos capacitó para ser ministros de una alianza nueva: no de la letra
sino del Espíritu; pues la letra mata, mientras que el Espíritu da vida. Ahí Pablo entra en su materia
preferida: la ley frente al Espíritu, o quizás esté mejor dicho al revés,
porque es el Espíritu el que se sobrepone a la ley.
Pues si el ministerio de la muerte,
grabado en letras sobre piedra, se realizó con tanta gloria que los hijos de
Israel no podían fijar la vista en el rostro de Moisés, por el resplandor de su
cara, pese a ser un resplandor pasajero, ¡cuánto más glorioso no será el
ministerio del Espíritu!
Y la misma idea, en un paralelismo muy bíblico, la expresa en el renglón siguiente:
Pues si el ministerio de la condena era
glorioso, ¿no será mucho más glorioso el ministerio de la justicia?
Un paso más: la contraposición abierta entre esos dos
planos: Más todavía, en este aspecto, lo
que era glorioso ya no lo es, comparado con esta gloria sobreeminente.
Y si lo que era pasajero tuvo su
gloria, ¡cuánto más glorioso no será lo que permanece!
En
evangelio continúa el Sermón del Monte, o la explicitación de las
Bienaventuranzas, o de la Constitución del reino de Dios. En Mt.5,17-19 Jesús
afirma que él no viene a abolir la ley y los profetas, porque la historia de
Dios en la historia de los hombres no se va a hacer de mosaicos distintos, como
si el Antiguo Testamento hubiera de ser abolido para instaurar el nuevo. Lo que
Jesús afirma es que va a purificar lo que no expresaba los caminos de Dios, y
que va a llevar a plenitud –a su expresión más perfecta- todo aquello que ha
sido anunciado en los tiempos anteriores. No
he venido a abolir la ley y los profetas; no he venido a abolir sino a dar
plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que el que deje de
cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
La
ley de Dios siempre es de Dios, y por tanto siempre es válida. Pero allí donde
Moisés había formulado principios escuetos, Jesús los va a rellenar de detalle.
Va a hacer que lo que era mera materialidad de cumplimiento, ahora se convierta
en un compromiso de vida, nacido del interior mismo de la persona, iluminada
por el Espíritu de Dios.
Así
el que se salte uno de los preceptos
menos importantes, y lo enseñe así a los hombres, será el menos importante en
el Reino de los Cielos. Por el contrario, quien los cumpla y enseñe será grande
en el Reino de los Cielos.
Yo
reconozco que no me siento identificado con esas pseudo-homilías de tipo
“exegético” que van más a destruir la letra de la ley en vez de rellenarla al
modo de Jesús. No se edifica nada con esas notas “científicas” en las que se va
destruyendo la palabra revelada a base de datos de la ciencia y que no encajan precisamente
con el fondo de la fe.
Yo
pienso que la palabra de Jesús en este texto que tenemos delante es muy
elocuente para hacernos respetar hasta la
tilde (el punto de la i) de la ley,
que luego deberemos comprender y completar desde la palabra y la obra misma de
Jesús, que es la que nos dará el sentido auténtico de la Palabra de Dios. Y que
nos hará “grandes en el Reino” a los que sin aquellas otras elucubraciones, nos
vamos adaptando a la sencillez de la Palabra de Dios, sin esos añadidos de una
“ciencia” que, por una parte, no ayuda a la fe del pueblo, y de otra puede ser
hasta “ciencia dudosa” de personas más hinchadas de sus conocimientos que de la
ida de corazón sencillo a los entresijos con que nos toca el alma a cada uno
esa Palabra de Dios.
Ayer
explicaba uno la bienaventuranza: los
limpios de corazón, y liberándola de sentidos piadosos, decía que se trata
de la limpieza de pensamientos y palabras y sentimientos por la que hemos de
tener el corazón más virgen para acoger al prójimo. Yo añado que también el que
se deja tocar virginalmente por esa Palabra de Dios.
Mi observación acerca de ciertas homilías de sacerdotes diversos a lo largo de los años, me llevan a coincidir con lo que afirma el padre Cantero. Me da la sensación de que algunas veces algunos sacerdotes se pierden demasiado en hablar en plan catedrático o profesor de ciencias aunque sean religiosas. A veces he observado hasta bordear la herejía si no a yo creer que la ha alcanzado, cuando el sacerdote se pierde en explicación demasiado técnica y catedrática. A veces algunos optan por no hablar ni de las lecturas de la Misa, y en otras, el enfoque es totalmente alejado del corazón de Cristo, el Evangelio o la Palabra de Dios en general y va más enfocado al buenismo más típico de una O.N.G. y al humanismo sin Cristo. No critico a los sacerdotes, simplemente advierto y exhorto a que si alguno tiene la tentación, desista de ella, porque el pueblo de Dios es más sabio a veces de lo que parece, y enseguida nota si lo que habla el sacerdote es más suyo que de Dios. Enhorabuena padre Cantero, por su exposición.
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