LITURGIA: Jesucristo sumo y eterno
sacerdote
Quiere decir que San Antonio cae hoy de la
celebración litúrgica, porque coincide este año con la fiesta de Jesucristo
Sacerdote, que es de rango superior.
En la carta a los Hebreos, (10,12-23), se insiste en ese
sacerdote que ofrece de una vez por todas y no tiene que ofrecer cada vez, como
los sacerdotes de la antigua alianza. Aquí el sumo sacerdote Jesús ha ofrecido por los pecados un solo
sacrificio, y se ha sentado a la derecha de Dios para siempre. Una sola
oblación ha llevado a la perfección para siempre.
Una Alianza que pone las leyes en los corazones y en la
mente, y que no se vuelve a acordar de los pecados, porque Jesús ha traído la
remisión total.
Para concluir solemnemente con un párrafo que quiero dejar
copiado tal cual por su sonoridad y fuerza: Teniendo,
pues, hermanos, plena seguridad para entrar en el santuario en virtud de la
sangre de Cristo, por este camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros a través del velo (es
decir, de su propia carne) y un gran sacerdote al frente de la casa de Dios, acerquémonos con sincero corazón, en
plenitud de fe, purificados los corazones de conciencia mala… Mantengamos firme
la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la Promesa.
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Adonde no llega la oración de Jesús es al “mundo”, a ese
mundo que se ha situado como enemigo de Cristo y del evangelio de Cristo. Por
ellos no ruega. Se hace inútil la oración porque ese “mundo” ofrece una
resistencia total a la acción vivificadora de Jesucristo. De suyo, Jesús
querría poder ofrecer su vida por todos, puesto que su redención es universal.
Pero luego se topa con ese conjunto de personas que viven los principios
contrarios a las bienaventuranzas y por
tanto se alejan del Reino de los Cielos. El sacerdote quiere llegar hasta el
último extremo, pero la realidad es que le cierran las puertas y que lo que
tenía vocación universal, queda truncado en una parte y queda entonces reducido
a los “muchos” que sí aceptan la salvación que les ha ganado Jesucristo.
Juan 17, 1-2.9. 14-26 En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos
al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu
Hijo te glorifique a ti y, por el poder que tú has dado sobre toda la carne, dé
la vida eterna a todos los que le ha dado. Te ruego por ellos; no ruego por el
mundo, sino por estos que tú me diste, porque son tuyos. Yo les he dado tu
palabra, y el mundo los ha odiado porque son del mundo, como tampoco yo soy del
mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. No
son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu
palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al
mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean
santificados en la verdad. No solo por ellos ruego, sino también por los que
crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre,
en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo
crea que tú me has enviado. Yo le he dado la gloria que tú me diste, para que
sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean
completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los
has amado a ellos como me has amado a mí. Padre, este es mi deseo: que los que
me has dado estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me
diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo. Padre justo, si el
mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y estos han conocido que tú me
enviaste. Les de dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el
amor que me tenías esté en ellos, y yo en ellos».
Esa foto...
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