MES DEL SAGRADO CORAZÓN
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El Corazón de Jesús es fuente de toda santidad
(dicen las letanías del Sagrado Corazón). O sea: manantial de bondad, la que un
día nos enseñó, no sólo con palabras, ejemplos y llamadas…, sino con su propia
vida.
El día que se le presentó aquel joven que parecía
querer seguirlo, le puso delante el único camino para poseer la vida eterna: dejar, ceder, abandonar…, todo eso que
va contra la terrible suficiencia que atesora el YO. Porque el gran enemigo de la voluntad de Dios
es la voluntad propia, el amor propio, el juicio propio, el egoísmo, el
egocentrismo, la manipulación de todo para sacar la propia cresta adelante.
Por eso pedimos al Sagrado Corazón que nos conceda
tener una verdadera ilusión por conocer su Corazón…, el que tanto HA AMADO, que
llegó a dar la vida por amor. Y como ya
se dice en San Pablo: lo grande es que
nos amó, no cuando éramos buenos sino cuando éramos pecadores, no por vivir
como amigos de Jesús y amigos de Dios, sino cuando éramos enemigos.
Haz, Jesús, que vivamos el gusto por tu Evangelio, y
que así produzcamos frutos de santidad que tanto necesita tu Iglesia.
LITURGIA
Nos apremia el amor de Cristo,
ha comenzado diciendo Pablo en la lectura 1ª de este sábado: 2Co.5,14-21, y eso
nace de mirar que si uno murió por todos,
todos murieron. Todos hemos muerto en la muerte de Cristo. Hemos muerto al
pecado. Cristo murió por todos para que
los que viven, ya no vivan para sí sino para el que murió y resucitó por ellos.
La consecuencia que saca Pablo es que no podemos valorar ya la vida con
criterios humanos y valores humanos, puesto que el gran valor que tenemos es el
de la vida nueva que Cristo nos ha alcanzado. El que es de Cristo es una criatura nueva: lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado Todo esto viene de
Dios que nos ha reconciliado en Cristo y nos ha encargado, en consecuencia, el
oficio de reconciliar. Y Pablo se ve
como enviado de Cristo para mostrar al mundo el perdón de Dios. Empecemos por
nosotros mismos: En nombre de Cristo os
pedimos que os reconciliéis con Dios. Lo cual tiene su gran fuerza en que
Jesús ya ha padecido por nosotros, para que recibamos así la salvación de Dios.
Al que no había pecado, Dios lo hizo
expiar nuestros pecados, para que nosotros, unidos a él, recibamos la salvación
de Dios.
Sigue el evangelio
del sermón del monte en el capítulo 5 de San Mateo (33-37). Hoy toca Jesús el
tema del jurar. Lo que se dijo a los antiguos –en la ley y los profetas- era: No jurarás en falso y Cumplirás tus votos al
Señor. Digamos que es lo mínimo que se puede pedir: no jurar en falso es
algo que cae de su propio peso, porque el juramento pone a Dios por testigo y
no puede el hombre poner a Dios por testigo de una falsedad.
Pero Yo os digo… No va a cambiar
Jesús lo que está dicho; no va a decir que eso no es así. Lo que lo va a llevar
es a un sentido más pleno y más acorde con el sentido mismo del juramento: No
juréis en absoluto, ni por el
cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies;
ni por Jerusalén, que es la ciudad del gran Rey. Pero Jesús va todavía más
a fondo para que el jurar sea algo que se evite a toda costa, pues, entre todas
cosas, la persona ha de ser tan de fiar que su palabra basta para que las cosas
que se afirman o niegan valgan por su mismo peso. No jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo
pelo. A vosotros os basta decir SÍ o NO.
Lo que pasa e ahí, viene del maligno.
Está bastante
claro y hay que vivirlo en el lenguaje ordinario. Es muy frecuente el dicho: por mi hijo que tal cosa es así. Con no
ser un verdadero juramento, es cierto que se pasa del SÍ o del NO. Y por tanto
no es acorde con este pensamiento de Cristo, que ha querido dejar claro que en
nuestro modo de afirmar o negar debe bastar nuestra palabra. Lo que indica que
hemos de ser personas que hablan siempre la verdad y por tanto podrán creernos
por nuestra propia palabra.
Ser buena persona. A la mala se la conoce también por sus frutos. Ser misericordioso, compadecerse del dolor y el sufrimiento y la debilidad del amigo o del que se cruza en nuestra vida, deseo de ayudarlo. La dureza de corazón de los otros puede afectar al nuestro. Como las espinas de la cabeza de Jesús en su hora. Ser buena persona, no buscar hacer daño a nadie. No maquinar venganzas. Sufrir en silencio el desprecio de los demás o la ausencia de cariño y calor de nuestro prójimo o quejarse solo con la finalidad de hacer ver al otro su error.
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