LITURGIA
Se reanuda el TIEMPO ORDINARIO en la semana X,
pero coincidiendo con una celebración nueva de María, Madre de la Iglesia. A ella dedicamos nuestro recuerdo y
atención cordial, como hijos de esa Iglesia, y por tanto sintiéndonos acogidos
por la Madre común.
Sin embargo vamos a seguir las lecturas que corresponden al
lunes de la semana X, que comienza con la 2Co.1,1-7. Lo primero que llama la
atención es la presentación que hace de sí el propio Pablo: apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios.
Es su tarjeta de presentación al escribir por segunda vez a los fieles de la Iglesia de Corinto, y a todo el
pueblo santo que reside en Grecia.
La carta comienza con unos deseos de gracia y paz de Dios, nuestro Padre y del Señor Jesucristo,
Padre de misericordia y Dios del consuelo. Y se continúa con la acción de
Dios, que nos alienta en todas nuestras
luchas, hasta el punto en que nosotros podamos alentar a los demás en sus propias dificultades, repartiendo con ellos
el ánimo que nosotros recibimos de Dios.
Los sufrimientos de Cristo han sido muchos. Así es el ánimo
con que el apóstol se dirige a aquella comunidad, sabiendo que si le toca
luchar, es para bien de ellos y comunicarles aliento con el que puedan
sobrellevar sus propias cargas. En eso, comienza Pablo diciendo: nos dais firmes motivos de esperanza, porque
si sois compañeros en el sufrir, también lo sois en el ánimo.
El evangelio es la quintaesencia del Reino: la Constitución
por la que se ha de dirigir el Reino que Cristo trae: las Bienaventuranzas. Se
dan en un monte, como el decálogo se dio en un monte. Pero cuando el decálogo,
el pueblo no podía acercarse; en el monte de las bienaventuranzas el gentío
sube con Jesús. En el Sinaí sonó la voz como un trueno y se escribía el
decálogo con rayos provenientes del cielo. Aquí Jesús despliega sus labios y
habla al pueblo con lenguaje sencillo. Hay un paralelismo a la vez que una
contraposición: el Reino de Dios está puesto al alcance de la mano, en
expresiones que la gente puede entender, y hasta que admirar.
Dichosos los que
eligen ser pobres, porque Dios es su Rey. El que ahí se designa como “pobre
de espíritu” es el que ha elegido libremente ser pobre, o ha acogido su pobreza
con humildad. A esos tales les llega el reinado de Dios: Dios es su Rey. Se
abandonan a la mano de Dios, y en él ponen toda su confianza.
El “pobre de espíritu” o pobre verdadero es un sujeto que
se acepta a sí mismo tal como es, sin pelearse con sus propias deficiencias ni
pretendiendo ser más. Aunque con el corazón puesto en poder crecer en el
servicio de Dios y de los hermanos.
Es un sujeto que acepta a los demás tales como son, y no
pretende que cambien para poner en ellos su confianza. Sabe muy bien lo difícil
que le es a él modificar situaciones defectuosas de su vida, y no va a
exigirles a los demás que cambien de la noche
a la mañana. Pero es que los acepta aunque no cambien. Los acepta tales
como son, aunque sin dejar de intentar ayudarles para que puedan ser mejores.
Es, finalmente, el sujeto que acepta a Dios tal como Dios
se manifiesta. Y Dios se manifiesta a su manera, que no es siempre la que la
persona desearía. Pero vive de la fe absoluta en ese Dios que actúa a su modo y
que lleva la vida de las personas en las palmas de sus manos, aunque dentro del
misterio de su voluntad, que no coincide con los deseos y voluntad del
individuo.
POBRES EVANGÉLICOS son los sufridos y los que lloran,
personas a quienes la vida no les es propicia, unas veces por las
circunstancias y otras por la actitud de terceros. Acabarán siendo dueños de la
situación (heredarán la tierra) y serán consolados con consuelos de Dios.
Son los que tienen ansias de santidad, los que
tienen un corazón misericordioso y son limpios de corazón. Serán
saciados, disfrutaran de la misericordia de Dios, al que descubrirán mucho más
pronto cuanto que su corazón es desprendido.
Son los pacíficos y pacificadores, que
viven en paz interior y llevan paz por donde pisan. Son ángeles de paz y tienen
el instinto de trasmitir espíritu de comprensión, de serenidad, de acogida, de
perdón.
En una palabra, son los que sufren incluso incomprensión por
razón de su bondad. De ellos ES
el Reino de los Cielos. Ya poseen el Reino. Ya se han identificado con el
estilo de Jesús.
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