la Iglesia jerárquica y
el ministerio episcopal
Por Redacción
CIUDAD DEL VATICANO, 05 de noviembre de 2014 (Zenit.org) - Publicamos a continuación el
texto completo de la catequesis del Santo Padre durante la audiencia general:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hemos escuchado las cosas que el apóstol Pablo dice al obispo
Tito. Pero, ¿cuántas virtudes debemos tener los obispos? ¿Hemos escuchado todos
no? Y no es fácil, no es fácil porque nosotros somos pecadores pero nos
confiamos en vuestra oración para que al menos nos acerquemos a estas cosas que
el apóstol Pablo aconseja a todos los obispos. ¿De acuerdo? ¿Rezareis por
nosotros?
Ya hemos tenido forma de subrayar, en las catequesis precedentes,
como el Espíritu Santo colma siempre la Iglesia de sus dones, con abundancia.
Ahora, en la potencia y en la gracia de su Espíritu, Cristo no deja de suscitar
ministerios, para edificar las comunidades cristianas como su cuerpo. Entre
estos ministerios, se distingue el episcopal. En el obispo, asistido por
presbíteros y diáconos, está Cristo mismo que se hace presente y que continúa
cuidando de su Iglesia, asegurando su protección y su guía.
En la presencia y en el ministerio de los obispos, de los
presbíteros y de los diáconos podemos reconocer el verdadero rostro de la
Iglesia: es la Santa Madre Iglesia Jerárquica. Y realmente, a través de estos
hermanos elegidos por el Señor y consagrados con el sacramento del Orden, la
Iglesia ejercita su maternidad: nos genera en el Bautismo como cristianos,
haciéndonos renacer en Cristo; vigilia en nuestro crecimiento en la fe; nos
acompaña a los brazos del Padre, para recibir su perdón; prepara para nosotros
la mesa eucarística, donde nos nutre con la Palabra de Dios y el Cuerpo y la
Sangre de Jesús; invoca sobre nosotros la bendición de Dios y la fuerza de su
Espíritu, sosteniéndonos durante toda nuestra vida y envolviéndonos con su
ternura y su calor, sobre todo en los momentos más delicados de la prueba, del
sufrimiento y de la muerte.
Esta maternidad de la Iglesia se expresa en particular en la
persona del obispo y en su ministerio. De hecho, como Jesús ha elegido los
apóstoles y los ha enviado a anunciar el Evangelio y a pastar su rebaño, así
los obispos, sus sucesores, son puestos a la cabeza de las comunidades
cristianas, como garantes de su fe y como signo vivo de la presencia del Señor
en medio de ellos. Comprendemos, por tanto, que no se trata de una posición de
prestigio, de una carga honorífica. El episcopado no es un honor, es un
servicio y esto Jesús lo ha querido así. No debe haber sitio en la Iglesia para
la mentalidad mundana. La mentalidad mundana habla de 'este hombre ha hecho la
carrera eclesiástica y se ha hecho obispo'. En la Iglesia no debe haber sitio
para esta mentalidad. El episcopado es un servicio no un honor para presumir.
Ser obispos quiere decir tener siempre delante de los ojos el ejemplo de Jesús
que, como Buen Pastor, ha venido no para ser servido sino para servir y para
dar su vida por sus ovejas. Los santos obispos -y hay muchas en la historia de
la Iglesia, tantos obispos santos- nos muestran que este ministerio no se
busca, no se pide, no se compra, sino que se acoge en obediencia, no para
elevarse, sino para abajarse, como Jesús que "se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz". Es triste
cuando se ve un hombre que busca este oficio, y que hace tantas cosas para
llegar allí, y cuando llega allí no sirve, se pavonea, vive solamente por su
vanidad.
Hay otro elemente precioso, que merece ser destacado. Cuando Jesús
eligió y llamó a los apóstoles, los ha pensado no separados uno del otro, cada
uno por cuenta propia, sino juntos, para que estuvieran con Él, unidos, como
una sola familia. También los obispos constituyen un único colegio, recogido
entorno al Papa, el cual es guardián y garante de esta profunda comunión, que
estaba tanto en el corazón de Jesús y en el de sus mismos apóstoles. ¡Qué
bonito es cuando los obispos, con el Papa, expresan esta colegialidad! Y buscan
ser más, más, más servidores de los fieles, más servidores en la Iglesia. Lo
hemos experimentado recientemente en la Asamblea del Sínodo sobre la familia.
Pero pensemos en todos los obispos dispersos en el mundo que, aún viviendo en
localidades, culturas, sensibilidades y tradiciones diferentes y lejanas entre
ellos, de una parte a la otra. Un obispo me decía el otro día que para
llegar a Roma eran necesarias, desde donde él estaba, más de 30 horas de
avión. Tan lejano uno de otro se convierten en expresión de una unión íntima en
Cristo, y entre sus comunidades. Y en la oración común eclesial todos los
obispos se ponen juntos a la escucha del Señor y del Espíritu, siendo así capaz
de prestar atención más profundamente al hombre y los signos de los tiempos.
Queridos hermanos, todo esto nos hace comprender porqué las
comunidades cristianas reconocen en el obispo un don grande, y están llamadas a
alimentar una sincera y profunda comunión con él, a partir de los presbíteros y
los diáconos. No hay una Iglesia sana si los fieles, los diáconos y los
presbíteros no están unidos al obispos. Esta Iglesia no unida al obispo es una
Iglesia enferma. Jesús ha querido esta unión de todos los fieles con el
obispos, también de los diáconos y los presbíteros. Y esto lo hacen en la
conciencia que es precisamente en el obispo que se hace visible la unión de
cada Iglesia con los apóstoles y con todas las otras comunidades unidas con su
obispo y el Papa en la única Iglesia del Señor Jesús, que es nuestra Santa
Madre Iglesia Jerárquica.
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