09 de noviembre de 2014 (Zenit.org) - El papa Francisco, como cada
domingo, se ha asomado a la ventana del Palacio Apostólico para rezar la
oración del ángelus. Antes de la oración mariana, dirigió estas palabras a los
presentes.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días:
Hoy la liturgia recuerda la dedicación de la Basílica de Letrán,
catedral de Roma, que la tradición define "madre de todas las iglesia del
Urbe e del Orbe". Con el término "madre" se refiere no tanto al
edificio sagrado de la Basílica, sino a la obra del Espíritu Santo que en este
edificio se manifiesta, fructificando mediante el ministerio del Obispo de
Roma, en todas las comunidades que permanecen en la unidad con la Iglesia que
él preside. Esta unidad presenta el carácter de una familia universal, y como
en la familia está la madre, así también la venerada catedral de Letrán hace de
"madre" a la iglesia de todas las comunidades del mundo católico. Con
esta fiesta, por tanto, profesamos, en la unidad de la fe, el vínculo de
comunión que todas las Iglesias locales, repartidas por el mundo, tienen con la
Iglesia de Roma y con su Obispo, sucesor de Pedro.
Cada vez que celebramos la dedicación de una iglesia, se llama a
una verdad esencial: el templo material hecho de ladrillos es signo de la
Iglesia viva y operante en la historia, es decir, de este "templo
espiritual", como dice el apóstol Pedro, del que Cristo mismo es
"piedra viva, descartada por los hombres pero elegida y preciosa delante
de Dios". Jesús, en el Evangelio de la liturgia de hoy, hablando del
templo ha revelado una realidad impresionante. Es decir, el templo de Dios no
es solamente un edificio hecho de ladrillos, es su cuerpo hecho de piedras
vivas. En la fuerza del Bautismo, cada cristiano, forma parte del
"edificio de Dios". Es más, se convierte en la Iglesia de Dios. El
edificio espiritual, la Iglesia comunidad de los hombres santificados por la
sangre de Cristo y del Espíritu del Señor resucitado, pide a cada uno de
nosotros ser coherente con el don de la fe y cumplir un camino de testimonio
cristiano. Y no es fácil, lo sabemos todos. La coherencia en la vida, entre la
fe y el testimonio. Aquí debemos ir adelante y realizar en nuestra vida esta
coherencia cotidiana. Este es un cristiano, no tanto por lo que dice, sino por
lo que hace. Por la forma en la que se comporta, esta coherencia que nos da
vida. Y es una gracia del Espíritu Santo que debemos pedir.
La Iglesia, al origen de su vida y de su misión en el mundo, no ha
sido otra cosa que una comunidad constituida para confesar la fe en Jesucristo
Hijo de Dios y Redentor del hombre, una fe que obra a través de la caridad. Van
juntas ¿eh? También hoy la Iglesia es llamada a ser en el mundo la comunidad
que, arraigada en Cristo por medio del Bautismo, profesa con humildad y
valentía la fe en Él, testimoniándola en la caridad. Con esta finalidad
esencial deben ser ordenados también los elementos institucionales, las
estructuras y los organismos pastorales. Pero, para esta finalidad esencial,
testimoniar la fe en la caridad. La caridad es la expresión de la fe. Y también
la fe es la explicación y fundamento de la caridad.
La fiesta de hoy nos invita a meditar sobre la comunión de todas las Iglesias, es decir, esta comunidad cristiana, por analogía nos estimula a comprometernos para que la humanidad pueda superar las fronteras de la enemistad y de la indiferencia, a construir puentes de comprensión y de diálogo, para hacer del mundo entero una familia de pueblos reconciliados entre ellos, fraternos y solidarios. De esta nueva humanidad, la Iglesia misma es signo de anticipación, cuando vive y difunde con su testimonio el Evangelio, mensaje de esperanza y de reconciliación para todos los hombres.
La fiesta de hoy nos invita a meditar sobre la comunión de todas las Iglesias, es decir, esta comunidad cristiana, por analogía nos estimula a comprometernos para que la humanidad pueda superar las fronteras de la enemistad y de la indiferencia, a construir puentes de comprensión y de diálogo, para hacer del mundo entero una familia de pueblos reconciliados entre ellos, fraternos y solidarios. De esta nueva humanidad, la Iglesia misma es signo de anticipación, cuando vive y difunde con su testimonio el Evangelio, mensaje de esperanza y de reconciliación para todos los hombres.
Invocamos la intercesión de María Santísima, para que nos ayude a
convertirnos, como ella, en "casa de Dios", templo vivo de su amor.
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