LITURGIA
.David ha quedado doblemente agradecido al Señor (2Sam.7, 18-19.24-29) por
las bendiciones que él personalmente ha recibido y por la promesa de una casa
que no tendrá fin, y hace una larga oración, empezando por sentirse tan poca
cosa él, pero tan bendecido por el Señor: «¿Quién
soy yo, mi Dueño y Señor, y quién la casa de mi padre, para que me hayas
engrandecido hasta tal punto? Y, por si esto fuera poco a los ojos de mi Dueño
y Señor, has hecho también a la casa de tu siervo una promesa para el futuro.
De lo personal, pasa a lo general, porque la promesa no
sólo le toca a él sino a su pueblo: Constituiste
a tu pueblo Israel pueblo tuyo para siempre, y tú, Señor, eres su Dios.
Ahora, pues, Señor Dios, confirma la
palabra que has pronunciado acerca de tu siervo y de tu casa y cumple tu promesa.
Tu nombre sea ensalzado por siempre de este modo: “El Señor del universo es el
Dios de Israel y la casa de tu siervo David permanezca estable en tu
presencia”.
Y al llegar aquí, recuerda la promesa recibida de Dios de
una “casa” estable y duradera por los siglos: Pues tú, Señor del universo, Dios de Israel, has manifestado a tu
siervo: “Yo te construiré una casa”. Por eso, tu siervo ha tenido ánimo para
dirigirte esta oración. Tú, mi Dueño y Señor, eres Dios, tus palabras son
verdad y has prometido a tu siervo este bien.
Dígnate, pues, bendecir la casa de tu
siervo, para que permanezca para siempre ante ti. Pues tú, mi Dueño y Señor,
has hablado, sea bendita la casa de tu siervo para siempre».
En
el evangelio de Marcos (4,21-25) advierte que la Palabra de Dios tiene que
lucir. No se trae el candil para meterlo
debajo del celemín o debajo de la cama sino para ponerlo en el candelero.
Lo mismo ocurre con las obras de cada uno, que por mucho que pretendieran
esconderse, al final salen a la luz.
Nada queda oculto.
Y
con ese toque de atención típico de Jesús, advierte que el que tenga oídos para oír, que oiga. No es la primera vez que lo
dice.
Sigue
advirtiendo que la medida que usemos
nosotros con los demás, con esa medida vamos a ser medidos. Ya en el mismo
orden humano, porque cada uno cosecha lo que ha sembrado, y tal como uno ha
sido con otros, así van a responder los otros. Es el caso del cuentecillo de la
casa de los mil espejos: entra un perro retozón y alegre y disfruta con los
“mil perros” que le hacen fiesta, todo igual que la que él hace y que se
refleja en cada espejo. Y sale de allí con la sensación de una casa tan
agradable.
Entra
un perro gruñón y se encuentra con “mil perros gruñones”: él les ladra y los
“mil perros” le ladran a él. Y sale pensando que aquella casa es muy
desagradable.
Es
lo que Jesús ha explicado: cada uno encuentra en los otros el espejo en que se
refleja la propia actitud. Y somos medidos con la misma medida que nosotros
usamos.
De
ahí que al que tiene se le dará y al que
no tiene se le quitará hasta lo que tiene. El que tiene buen carácter,
buenos modales, recibirá buenas respuestas. El que tiene malos modales, y por
mucho que pretenda justificarse, perderá hasta lo que cree tener.
Lo
que pasado todo esto al ámbito espiritual, tiene más profundas consecuencias,
porque uno recibe conforme da. Y el que poco da, poco recibe, y su vida
espiritual va quedando enclenque, y la medida que él usa es la que se le
devuelve. Y acabará perdiendo hasta lo que cree tener. La fe es como una planta
que hay que regar y que cuidar para que aquello se mantenga; hay que podar y
hay que limpiar… Hay que fomentar todo lo que ha de conducir a que la fe sea
viva: los sacramentos, la Oración, la fidelidad a los Mandamientos… Muchos se
quejan de que está perdiendo la fe, y en realidad lo que están es perdiendo es
todo lo que rodea el mundo espiritual de la persona.
¿Seré yo?
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