LITURGIA
. Tal como Ana había
prometido, cuando nació Samuel y creció, lo entregó al templo para el servicio
del Señor. (1Sam.3,1-10. 19-20). Estaba acostado en el templo cuando oyó una
voz que le llamaba: Samuel, Samuel… Samuel se fue a Elí el sacerdote y se
presentó a ver qué quería: Vengo porque
me has llamado. Elí le dijo que no lo había llamado y que fuera a
acostarse. Se repitió la voz por segunda y tercera vez, y Samuel fue cada vez a
Elí a ver qué quería. La segunda vez Elí lo volvió a despedir para que se fuera
a acostar. Pero la tercera vez el sacerdote cae en la cuenta de que realmente
Samuel oye una voz, pero que esa voz puede ser la de Dios. Y le dice a Samuel
que vaya a acostarse, pero que si escucha la voz, responda: Habla, Señor, que tu siervo te escucha.
Hay un salto en el texto que se ha
escogido para la lectura, y se concluye ya con el servicio de Samuel a Dios. Samuel creció y Dios estaba con él, y
ninguna de sus palabras dejó de cumplirse. Lo que le da fama a Samuel en todo el territorio, y Samuel queda
acreditado como profeta ante el Señor.
El SALMO que se ha escogido para el
momento es el de la vocación (39): Aquí
estoy, Señor, para hacer tu voluntad. Se trata de poner la música de fondo
de la actitud que hay que tener ante la vocación: la de oír la voz de Dios y
darle respuesta decidida: Aquí estoy.
Se trata de plantear ante la conciencia de
cada uno la llamada de que es objeto por parte de Dios. Y se trata de plantear
que el Señor espera una respuesta. Pero que cada persona no tiene los elementos
necesarios para discernir. Una tercera persona ha de orientar para que se vea
que la voz que se oye es la voz de Dios. Por lo general las llamadas de Dios se
presentan inicialmente nebulosas. Tendrá que intervenir el “Elí de turno” para
orientar a la persona a ponerse en manos de Dios.
Las vocaciones no siempre se presentan en
la línea del servicio directo “en el templo”. Las llamadas de Dios son muy
variadas. Pero hay que reconocerlas, y ponerse a la disposición de Dios: Habla, Señor, que tu siervo te escucha.
En el evangelio (Mc.1,29-39) tenemos la
continuación del día que ha comenzado en la sinagoga de Cafarnaúm (que veíamos
ayer). Cuando se retira Jesús, lo hace a la casa de Simón, y viene a suceder
que lo que era una visita normal, se altera por la enfermedad de la suegra de
Simón, que estaba en la cama con fiebre alta, y que no puede atender al
visitante. Simón se lo comunica a Jesús, quizás queriendo disculparse de no
poder atenderlo debidamente.
Jesús entra a ver a la enferma, habla con
ella y le anima; ella le cuenta su situación…, y Jesús la toma de la mano y se
le pasa la fiebre y se encuentra de pronto tan normal. Jesús se sale de la
habitación y ella se levanta y se pone a servirles.
El caso no pasaba desapercibido porque las
vecinas –que sabían que estaba con gripe-, se extrañan de verla trajinar, y
ella les cuenta lo que ha sucedido.
La voz se corre. Las gentes se lo piensan
y deciden ir a Jesús con sus enfermos. No pueden de momento porque es sábado,
pero aguardan a la caída de la tarde, a la puesta del sol, cuando ya se ha
acabado el descanso obligado del día, y vienen con sus enfermos en camillas o
de cualquier otra manera, y con los posesos, y se plantan a la puerta de la
casa. Dice el texto que “la población
entera se agolpaba a la puerta”. Y Jesús sale, se encuentra con aquel
espectáculo, y se lanza a hacer su obra: Curó
a muchos enfermos de diversos males, y expulsó muchos demonios, y como los
demonios lo conocían, no les permitía hablar. Tenemos nuevamente la misma
lección de la mañana: con los demonios, ni dejarles hablar. Luego habló de la
llegada del Reino, y los despidió. Se retiró al interior de la casa.
Tras el descanso de las primeras horas de
la noche, ya de madrugada, se salió sin ser notado, y se fue a las afueras, a
lugar solitario, y allí se puso a orar.
Cuando amaneció, las gentes volvían a
querer tenerlo con ellas, y Simón fue a buscarlo, y a decirle que lo estaban
buscando: Todo el mundo te busca.
Jesús renunció a aquel triunfo y fama y
declaró que tenía que ir a otros sitios, porque para eso –para extender el
Reino por todas partes- para eso había venido. Fue por las sinagogas predicando
y expulsando demonios. Hay en estos relatos un especial empeño en presentar a
Jesús expulsando demonios. Y es que era ese un signo especialmente definitivo
en la lucha del bien contra el mal, y por tanto de la victoria de Jesús sobre
los malos espíritus.
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