La
ESCUELA DE ORACIÓN (Málaga) pasa al cuarto viernes, día 24.
LITURGIA
. El pueblo tiene sus modos de pensar. Ante el fracaso de
las batallas con los filisteos, acaban por pedirle a Samuel que les nombre un
rey. Aquello no gustó a Samuel, que sabía que no era voluntad de Dios que
tuvieran un rey, porque sólo Dios es el rey de Israel. Y Samuel les intentó
hacerles reflexionar poniéndoles delante las obligaciones que iban a contraer
con el rey, y como un rey humano les iba a exigir una serie de servicios que
les iban a dominar e incluso humillar.
Pero ya sabemos cómo es el pueblo, que procede más por lo
visceral que por lo razonable. De eso tenemos buena constancia nosotros en el
plano político. Y el pueblo no quiso hacerse cargo de las advertencias del profeta
y quiso tener un rey para asemejarse a los pueblos vecinos, y que ese rey
saliera al frente de sus tropas cuando hubiera que librar las batallas.
Samuel escuchó lo que decía el pueblo y se lo comunicó al
Señor. El Señor le dijo: Hazles caso y
nómbrales un rey.
No es que el Señor estaba de acuerdo. Lo que pasa es que él
no interfiere en las decisiones de los pueblos, y si los israelitas se habían
empeñado en tener un rey humano, no sería Dios el que les cortara su libertad.
Luego los pueblos tienen que lamentar su error y vienen las protestas, que se
habrían ahorrado si hubieran procedido razonablemente.
¿Acaso no lo tenemos comprobado en nuestros tiempos? La
gente vota con el corazón; no con la razón. Se empeña en sacar adelante lo que
puede ser su propio desastre, pero es el capricho visceral el que acaba
mandando. Luego vendrá el rasgar de las vestiduras cuando ya no hay remedio. Y
muchos recurrirán entonces a Dios, a quien despreciaron a la hora de tomar
postura.
Jesús caminaba en triunfo, admirado por las gentes por las
cosas que hacía. Y cuando a los pocos
días volvió a Cafarnaúm, se supo que estaba en casa. (Mc.2,1-12). Y acudieron a él tantos, que no quedaba sitio
ni a la puerta. Él les proponía la palabra. Ya es esto llamativo: de
momento no ha habido ningún hecho especial. Es la fama que le acompaña, que lo
pone en candelero y las gentes se embelesan con su enseñanza.
En esto se produce un suceso: cuatro hombres traen a un
paralítico para presentárselo al Señor. Y se encuentran que no pueden pasar por
causa del gentío aquel. Se las tienen que ingeniar para que el enfermo venga a
estar delante de Jesús, y como quiera que fuese –entrando por detrás de la
casa- acabaron por introducir al lisiado. Ahora había que ponerlo delante de
Jesús.
Y perseverantes ellos en hacer el servicio completo al
hombre de la camilla, se suben con ella al piso alto, a la azotea que estaba
encima del porche en donde estaba sentado Jesús, y retirando tejas (que debían
ser lascas de mayor tamaño), acaban consiguiendo su objetivo de descender con
cuerdas al paralítico y situarlo exactamente en medio, entre Jesús y la gente.
Jesús se admiró de la fe de aquellos hombres, que se
tomaban aquel trabajo para hacer posible que el enfermo esté a la vista de
Jesús. Y lo primero que se le ocurre decir a Jesús, hablando con el tullido,
es: Hijo, tus pecados quedan perdonados.
Para una cultura en la que la enfermedad es consecuencia del pecado, perdonar
el pecado era devolver la salud al enfermo.
Había presentes unos fariseos. Cuando oyeron decir aquello,
se escandalizan porque sólo Dios puede
perdonar pecados, y lo que ellos estaban viendo era un hombre, con todas
las especiales características de Jesús, pero al fin y al cabo un hombre.
Jesús les sale al paso: ¿Qué
es más hacedero: decirle a este hombre: “perdonados son tus pecados” o decirle:
“levántate, toma tu camilla y echa a andar”? Y dice: Para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad para perdonar
pecados, se dirige al paralítico y le dice: Levántate, toma tu camilla y vete a
tu casa.
Y entre el asombro de todos, el enfermo se pone en pie,
consolida su nueva postura, toma su camilla y se va entre la gente, que le abre
paso, admirada.
Todos se quedaron atónitos porque nunca habían visto una cosa igual.
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