LITURGIA
. Lo que hoy nos trae la 1ª lectura (1Jn.5,5-6.8-13) es una
especie de resumen de lo que venía diciendo en días anteriores, con leves
matices distintos. Hoy se fija en el modo de vencer al mundo, y es creer que Jesús es Hijo de Dios, que es
lo mismo que nos ha dicho anteriormente para conocer que vivimos en la verdad y
que cumplimos el mandamiento de Dios.
Añade hoy que Cristo se ha manifestado en el agua, la
sangre y el Espíritu. El agua, que hará referencia al Bautismo. La Sangre, a la
Eucaristía. El Espíritu, el que da sentido y vida a todo eso anterior. El Espíritu es el que da testimonio porque
el Espíritu es la verdad. Puede verse una alusión al costado abierto, donde
el agua y la sangre fueron el testimonio del amor de Dios, que nos daba, en la
muerte del Hijo, el testimonio supremo del amor.
Añade después que quien no cree en Dios, lo hace mentiroso
porque no ha creído en el testimonio de Dios que nos ha enviado a su Hijo, y
con él la vida eterna que está en el Hijo. Quien
tiene al Hijo, tiene la vida; quien no tiene al Hijo, no tiene la vida.
Y acaba afirmando el evangelista que nos ha dejado todo
esto escrito a los que creemos en el Hijo, para que nos demos cuenta de que
tenemos vida eterna.
Es todo un razonamiento muy al estilo de Juan, que así deja
constancia de lo que él quiere dejar claro a los creyentes.
El evangelio es de San Lucas (5,2-16) y nos enseña un modo
de oración simple y confiado: el de aquel leproso que se presenta ante Jesús y
le dice, rostro en tierra: Señor, si
quieres, puedes limpiarme. No pedía expresamente nada y lo estaba pidiendo
todo, porque dejaba toda su situación en la voluntad de Jesús. “Si quieres”.
Ahora todo depende de que quiera el Señor. Porque el leproso da por supuesto
que puede limpiarlo. “Si quieres, puedes”.
Había tocado el corazón de Cristo, y la respuesta no se
hizo esperar, en los mismos términos de la oración. Ahora ya no es “si quieres”
sino: Quiero, queda limpio. Y no de
cualquier manera sino con una cercanía fuera de la misma ley, porque nos dice
el evangelista que “extendió la mano y
tocó al leproso” mientras afirmaba que quería… Y la consecuencia inmediata
es que el leproso queda limpio. No sólo no se ha manchado Jesús tocando al
enfermo de lepra, sino que con su cercanía física lo ha curado de la terrible
enfermedad. Enseguida lo dejó la lepra.
Jesús es original. Ha hecho una obra que tiene
repercusiones sociales y humanas, porque aquel hombre vuelve a ser persona y
vuelve a poder estar como parte de la sociedad, y todavía Jesús pretende que no
diga nada a nadie. Sólo al sacerdote que tiene que certificar la curación. Pero
¿cómo iba a callarse después del gran favor recibido? Bien podemos pensar que
aquel hombre proclama a los cuatro vientos que Jesús le ha curado.
Y lógicamente aquello se comunica de unos en otros y acaba
produciendo el efecto llamada porque los que tenían enfermos, los llevaban a
Jesús: acudía a él mucha gente para que
los curara de sus enfermedades.
Por su parte, Jesús pretendía hacer el bien sin que apenas
se difundiera, porque él también quería tener sus tiempos recogidos de oración.
Y así se retiraba a despoblado para quedarse a solas con Dios y orar en su
presencia.
Me sugiere la reflexión de cuantos se parapetan en sus
muchas ocupaciones para decir que no tienen tiempo para practicar su vida
espiritual. Jesús era muy activo, pero encontraba sus tiempos de oración como
necesidad de su misma vida. Porque Jesús no podría ser quien era y hacer lo que
hacía, si no se apoyaba fuertemente en Dios. Y eso lo da la oración, los ratos
retirados para estar a solas con Dios. Por eso pienso que podría haber muchos
más fieles orantes si llegaran a convencerse de que la oración no ocupa lugar;
es decir: el tiempo que se dedica a la oración, potencia el ritmo de la vida
diaria. Ahora sería el mismo Jesús quien se dirigiría a nosotros para decirnos
también: Si quieres, puedes. La gran mayoría de los “imposibles” humanos, se
vencería con un “Quiero”. Porque si quiero, puedo.
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