Los
interesados corran la voz de que la Escuela de Oracion de enero –en Málaga- es
el 4º viernes, día 24
LITURGIA
. Dejábamos ayer a Ana, la esposa de Elcaná, sumida en su
aflicción: su marido no la comprendía aunque la amaba; Fenina, la otra mujer,
que tenía hijos, la humillaba… Y Ana, hecha polvo se dirigió al templo y allí
se puso a rezar en voz baja, moviendo los labios pero sin pronunciar palabras,
en una oración confiada en la que le expresaba a Dios su sufrimiento, a la vez
que le hacía una promesa: si me das un hijo, lo ofreceré al Señor para toda la
vida. (1Sam.1,9-20)
Acostumbrados los israelitas a orar en voz alta, el
sacerdote Elí se extraña de que aquella mujer mueve los labios pero no
pronuncia palabras, y llega a creer que está ebria y se lo reprocha.
Ana le muestra que está en sus luces y que lo que le pasa
es que tiene una desazón y pesadumbre muy fuertes y le ha pedido al Señor. El
sacerdote la acoge, le desea que se haga conforme a su petición y la despide.
Ana regresa a su casa y junto a su esposo oran al Señor.
Después Elcaná se llega a su mujer y ella concibe un hijo, al que le pondrá el
nombre de Samuel, que significa: A Dios se lo pedí.
En el evangelio de San Marcos (1,21-28) tenemos a Jesús en
Cafarnaúm, haciendo su obra de curación de los enfermos y de enseñanza. Una
enseñanza, por cierto, que no se parecía a la de los doctores de la ley, porque
ellos repetían sin más, mientras que Jesús comentaba y ampliaba y mostraba una
autoridad en lo que decía. Eso asombraba a las gentes.
Pero además sucedió que había un hombre poseído por un mal
espíritu, que se puso a gritar contra Jesús: Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con
nosotros? Sé quién eres, el Santo de Dios. Pretendía el espíritu inmundo
apabullar a Jesús e incluso poseerlo (que por eso lo nombra y lo identifica).
Pero Jesús le increpa: Cállate y sal de
él. Lo primero es “cállate”. No se entra en conversación con el espíritu
inmundo. Con el demonio no se puede dialogar ni siquiera discutir.
Sencillamente es silenciarlo. ¡Cállate!..., dejarlo sin palabras.
A mi me resulta doloroso la facilidad con que la gente se
da por movida por el demonio, como medio de explicar las propias faltas y
tendencias pecaminosas. Lo primer es que es una falsa coartada para
justificarse uno a sí mismo, echando las culpas a un supuesto demonio. Y
segundo, porque con ese demonio hay que no transigir, que no entrar en internas
conversaciones, porque siempre resultará que se acaba cediendo. El ejemplo de
Jesús es muy claro: al demonio hay que silenciarlo: no dar dos vueltas sobre
“la tentación” sino cortar a la primera de cambio. Y se ahorrarían muchas
situaciones.
En aquel caso de Jesús, el espíritu inmundo no tiene más
salida que la pataleta: Lo retorció y dio
un grito muy fuerte, y salió. No le quedaba otra. No se le había dado
opción. Y esta lección hay que aplicarla a la vida diaria, y se comprobará qué
poca fuerza tienen esos “demonios” de los que la gente se queja.
El resultado fue la liberación del poseso y la admiración
de las gentes, que no sólo habían visto un caso excepcional sino que habían
visto la autoridad de Jesús, que no sólo estaba en sus palabras sino hasta en
expulsar a los malos espíritus: Hasta a
los espíritus les manda y le obedecen.
Ni que decir tiene cómo se propagó la noticia por el
contorno, y como creció la fama de Jesús.
Lo que importa ahora, cuando lo vemos en la historia
evangélica, es no dejarlo en historia sino sentirlo presente y dejar que nos
impacte esa acción de Jesús, que sigue siendo acción actual en nosotros, bajo el
doble prisma de su palabra, que hemos de acoger con verdadera fruición para
meditarla y asimilarla, y porque nos da pauta de actuación ante los “diversos
espíritus” que llegan a nosotros, unos para rechazarlos y otros –los buenos
espíritus- para acogerlos.
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