Día 10.- Apostolado de la Oración.- Málaga
LITURGIA
. La primera lectura de hoy es una repetición de lo que ha
escrito ya San Juan en su 1ª carta. Hoy (4,19 a 5,4) recuerda que Dios nos amó
primero y que la respuesta que nosotros hemos de dar al amor de Dios es el amor
a los hermanos. Porque si no amamos a los hermanos a quien vemos y tratamos, no
amamos a Dios a quien no vemos.
El amor a Dios se manifiesta en reconocer a Jesucristo como
el Hijo de Dios, y en cumplir los mandamientos. En eso consiste el amor a Dios:
en que cumplimos los mandamientos. Los mandamientos completos tienen 3
preceptos que se refieren directamente a Dios y 7 que se refieren a las
relaciones humanas de cualquier tipo. Y por tanto “los mandamientos” se reducen
a un mandamiento doble: el del amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo
como a nosotros mismos, o –nos dirá el Señor- como él nos ha amado, que es el
grado supremo del amor porque es dar la vida por la persona amada.
Todo el que ha nacido
de Dios, vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es
nuestra fe.
Marcos nos cuenta la visita de Jesús a su pueblo de Nazaret
con menos dramatismo que lo que cuenta Lucas, pero coincidiendo en lo
principal. (4,14-22). Jesús ha vuelto a Galilea. Lo lleva el Espíritu de Dios.
Y con ese mismo Espíritu va a Nazaret, donde se había criado, cuando ya su fama
se ha extendido por toda la comarca, y cuando sus paisanos pueden saber que
Jesús, el que camina por aquellas tierras, es el mismo que salió de Nazaret
pero de muy distinta manera.
Por eso cuando el sábado entra en la sinagoga, el encargado
le da a él la oportunidad de leer las Escrituras. Y le entrega el rollo del
profeta Isaías que decía: El Espíritu del
Señor está sobre mí. Jesús en pie lee aquella palabra revelada al profeta: Es espíritu del Señor está sobre mí porque
él me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para
anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad
a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor.
Y enrollando el libro, lo
devolvió al encargado. Se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él.
Era llamativo que aquel paisano con el que habían convivido tantos años como
uno más del pueblo, estuviese ahora ocupando la cátedra. Y más aún cuando
comenzó a hablar y se puso a decirles: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de
oír.
Era apropiarse la profecía mesiánica, y decir a las gentes
del pueblo: Yo soy ese que está ahí anunciado. No lo dijo tan claramente pero
se deduce del “Hoy se cumple”. Y lo que llama la atención es que todos le expresaban su aprobación, y se
admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Eran todas
palabras optimistas, consoladoras. Incluso había omitido un versículo que
hablaba de la “venganza de Dios”. Y eso mismo llamaba más la atención porque no
era normal que nadie se atreviera a mutilar un texto de la Sagrada Escritura.
Por todo esto la gente escuchaba con más admiración y atención.
Se considera esta exposición como un ejemplo de lo que
tiene que ser una homilía en una Misa: se lee la palabra de Dios y se explica
brevemente con un aterrizaje concreto: esa Palabra tiene su realización plena
en la Eucaristía. La Eucaristía es la que hace realidad lo que sólo sería
Palabra. En la Eucaristía se hace presente Jesucristo y así “en ese hoy” se
realiza de nuevo el texto que se ha explicado. Es el mismo Jesús y el Jesús
vivo, ante quien hay que estar admirados y expresándole la aprobación, como
aquellos paisanos de Nazaret.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡GRACIAS POR COMENTAR!