LITURGIA
. Comienza el Tiempo Ordinario en la parte que corresponde a
año par (2020). Y lo hace con el primer libro de Samuel (1,1-8), con la
historia de Elcaná, marido de dos mujeres: Ana y Fenina. Ana era estéril y no
tenía hijos, lo que motivaba una cierta discriminación. Por parte del marido
porque a Fenina le daba las raciones que le correspondían a ella y a sus hijos;
por parte de Fenina porque torturaba con su desprecio a Ana por eso de ser
estéril.
Elcaná era hombre religioso y a lo que se ve, justo. El no
pretendía humillar a Ana sino atender las necesidades de los hijos que Fenina
le había dado.
Pero Ana sufría mucho, y en una ocasión la halló llorando.
Elcaná, que era bueno con su esposa Ana, llega a preguntarle por qué llora. ¿Acaso no te valgo yo más que diez hijos?
La verdad que Elcaná no entendía mucho de la psicología de una mujer, y una
mujer humillada con la peor humillación de aquel momento que era su
esterilidad. Y porque el amor maternal no entra en parangón con el de esposa,
porque en el corazón de una mujer son dos categorías que no se comparan. Y no porque
una sea más que la otra sino porque son diferentes.
Con este episodio, aquí cortado, se prepara una situación
que irá desarrollándose en días sucesivos.
También iniciamos el evangelio de Marcos (por los
versículos 14 al 20). Hago esta salvedad porque ha saltado la presentación
solemne que hace Marcos al comienzo mismo de su evangelio, y que yo recomiendo
buscar y meditar.
Comienza este párrafo por el arresto de Juan Bautista. Jesús
entonces se quita de en medio y se marcha a Galilea, lugar más seguro, y donde
va a empezar proclamando el Evangelio de Dios. Y lo hace anunciando que se ha cumplió el plazo (mesiánico); está cerca el reino de Dios: convertíos y
creed la buena noticia. Es la síntesis de toda su obra. Tan cerca está
el Reino de Dios que Jesús ya está en acción y él trae ese reino. Lo que ahora
hace falta, de la parte de los otros, es una actitud de conversión (de cambio
interior) que se concreta en creer la
Buena Noticia o Evangelio que Jesús trae y que Jesús enseña.
Como indiqué hace poco, éste es el tercer misterio luminoso
del Rosario, que puso Juan Pablo II. Es decir: un momento solemne de la vida de
Jesús, el inicio de su labor, y por decirlo así, la síntesis de todo lo que va
a venir después.
Y como esa labor no quiere hacerla él solo, empieza por
llamar discípulos. Pasando junto al mar
de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban
echando el copo en el Lago. Si recordamos, el evangelio de San Juan en un
texto de hace pocos días, Andrés Y Simón eran conocidos de Jesús desde los
primeros momentos de su entrada en la vida pública. Ahora se los encuentra en
el Lago en sus faenas de pescadores, y se dirige a ellos y les dice: Venid conmigo y os haré pescadores de
hombres. Lo que ellos entendieran de aquella afirmación, no lo sabemos. Sí
sabemos que inmediatamente dejaron las
redes y lo siguieron. Se lanzan a la aventura, fiados en la atracción que
ejerce Jesús.
Y caminando los tres por la playa, encuentran más adelante
a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que estaban en la barca repasando las
redes, y a ellos también los llama. Y nuevamente, como quien cierra los ojos y
se lanza a lo desconocido, dejan a su padre en la barca con los jornaleros y se
marchan con él.
Se está formando el grupo de seguidores de Jesús, que
acabarán por ser los apóstoles inseparables del Maestro.
¿Por qué hoy no hay vocaciones? Son diversas las causas.
Una es “natural”: el mundo de hoy vive una vida acomodada en demasía, y ahí es
muy difícil que encaje una vocación. Las familias han reducido el número de
hijos y se ha perdido “elemento humano”, tanto más cuanto que se vive con todos
los caprichos y en plan ricachón sin que falte de nada. Y como digo, ahí no puede
alimentarse una vocación.
Pero hay una causa principal y básica: no se conoce a
Jesús. No se siente el atractivo por Jesús. Jesús pasa y llama más de lo que
parece, pero no se oye su voz. O se rechaza. Porque había que dejar padre, barca y redes…, y a eso no
se está dispuesto. Una sociedad “rica”, a la que no le falta de nada y llena
todos sus caprichos, no puede atender las llamadas de Jesús.
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