Liturgia
Hasta dónde lleva Pablo su dolor por lo recalcitrante que es su pueblo –el
judío- para no aceptar la salvación gratuita que Jesús le trae, lo expresa hoy
en la carta a los romanos (9, 1-5) en la que llega a desear el imposible de
quedar él proscrito (excomulgado, anatematizado), si con ello alcanzase la
conversión de su raza. Lo siente en el fondo de su espíritu, iluminado por el
Espíritu de Dios, que le asegura que no miente…, que no es una retórica decir
eso. Es que ese su pueblo judío es el descendiente de los Patriarcas, y el
depositario de la Alianza de Dios…, el pueblo en el que se hizo hombre y nació
el Mesías Salvador, el que está por encima de todo. Y concluye en la emoción de
proclamar al Dios bendito por los siglos.
No sé si llegamos a entrar en la médula de esos
sentimientos de Pablo. Porque nosotros nos metemos pronto dentro de nosotros
mismos y, de una u otra manera, experimentamos el oculto sentir del “ande yo caliente y ríase la gente”…,
referido al que “yo me salve” y los demás que lo busquen para ellos. Algo que
está lejano del sentir profundo de un apóstol, de un cristiano, al que debiera
quemarle la realidad de hermanos suyos que pueden perderse en el naufragio de
sus ideas y modos de vivir. Pablo desearía morir él mismo, ser proscrito él si
con ello se salvaran otros. En realidad Pablo está sintiendo en su vida los mismos
sentimientos de Jesús que se ofreció a la muerte por salvar a sus hermanos. Y
el misterioso deseo de tantos mártires que no concibieron su vida más que
deseando el martirio por el ansia de parecerse a Jesús, que dio la vida para la
salvación de todos.
En realidad Jesús mismo deseó ser “proscrito” y lo fue en
medio de su pueblo y –sobre todo- ante los dirigentes de su pueblo. Cuando el
evangelio de hoy nos presenta a Jesús como invitado un sábado a una comida con
fariseos (Lc. 14, 1-6), Jesús quiere ser fiel en toda la línea: fiel a sus
anfitriones, fiel a la verdad, fiel a su labor liberadora. Cosa nada fácil
cuando el mundo farisaico está tan lejos del pensamiento y vivencia de Jesús.
Y la ocasión se ofrece cuando irrumpe en el banquete un
enfermo de hidropesía. Jesús lo ve y sus entrañas se conmueven: por su parte ya
estaría él haciendo su obra. Pero por deferencia con quienes le han invitado,
se dirige a ello con una pregunta que bien quisiera él que fuera bien
respondida desde la sensatez y el sentimiento de humanidad: ¿Esa lícito curar en sábado o no?
La pregunta es muy profunda. ¿Pueden decirle que no? Sería
absurdo. Pero les deja a ellos la respuesta. Respuesta que no llega porque era
un dilema para el mundo fariseo: si decían que sí, estaban negando sus
principios. Si decían que no, estaban negando la actitud de humanidad. Y
optaron por el silencio. Ellos se
quedaron callados. Y Jesús tomó la iniciativa: tocó al enfermo y lo curó y
lo despidió. Todo se había reducido a “tocar”; ni un “trabajo” más. Poco podían
reprocharle… Aunque en el sentir de los doctores de la ley ya había habido una
material violación de la ley.
Jesús pretendió todavía liberarles las conciencias y se
dirigió a ellos para que vieran que todo había sido lo más natural y lógico que
podía hacerse. Y les dijo: Si a uno de
vosotros se le car al poco el buey o el burro, ¿no lo saca aunque sea sábado?
¡Era evidente que sí! Pero decirlo expresamente era para ellos como
traicionarse a sí mismos. Y se quedaron
sin respuesta.
El proceso del Papa en este momento está siendo muy
paralelo con estas situaciones. Ahí están los esclavos de las leyes y las
tradiciones (y en el fondo, los defensores de sí mismos más que de la verdad
que está en el evangelio), que van dejando caer su oposición al Papa. “No me gusta”; “aunque lo diga el Papa”,
son expresiones que se van haciendo más frecuentes entre los “más religiosos”.
Al final, la “verdad de la Iglesia” la determinan ellos, aferrados a lo que un
día captaron. Y “aquello” (que al fin y al cabo se lo trasmitía la fe de la
Iglesia), lo anteponen hoy a lo que esa misma Iglesia se renueva de día en día
bajo “los signos de los tiempos” y la ampliación de los conceptos que va
proponiendo el Papa, muy acorde con la línea del evangelio. Si el Papa
preguntara a esos “católicos-apostólicos-romanos” si es lícito “curar en sábado”
(sanar heridas), ¿quedarían callados porque no tienen más argumentos que ellos
mismos? ¿No es cierto que “quedarían sin respuesta”. Ante Jesús les pasó lo
mismo a los “letrados” (doctores), y los fariseos. Era evidente que no había
más razones que las que ellos albergaban en su mente, pero que había por
delante un horizonte mucho más amplio y más propio de la acción de Jesús en el
Evangelio.
Era la costumbre, entre los judíos, invitar a comer al que había dirigido la Oración en la Sinagoga. Un sábado fue invitado Jesús a la casa de un fariseo; el Señor conocía las intenciones de aquellos judíos, que no podían ser más innobles: lo controlaban para poder acusarlo de algo. Jesús que leía sus intenciones, acudía para aprovechar la ocasión de hablar del Reino delos Cielos.Ante el sufrimiento humano, Jesús se acerca a nuestro dolor y es el primero en ayudarnos. con su ejemplo, con su actitud; curando en sábado nos enseña que la caridad pasa por encima de la ley, que es preferible la misericordia con el que lo necesita que el cumplimiento de un precepto. Es esencial que practiquemos el amor que Cristo nos enseña, el amor fraterno, la solidaridad, el respeto, la comprensión.. Entre curar a un hidrópico y descansar en sábado, la elección es bastante lógica y evidente.
ResponderEliminarDurante los tres años de su vida pública, Jesús curò a muchos, librò a endemoniados, resucitò muertos.....
ResponderEliminarPero no curò a todos los enfermos del mundo, ni suprimió todas las penalidades de esta vida, porque el dolor, no es un mal absoluto, como es el pecado y puede tener un incomparable valor redentor ,si los unimos a los sufrimientos de Cristo.
Jesús antes de su Ascensión al Cielo nos dejó el tesoro de su doctrina y los sacramentos para que nos acerquemos a ellos en busca de la vida sobrenatural.
Las muchedumbres de hoy andan tan necesitadas como las de entonces ;desorientadas sin saber a donde dirigir sus vidas.Las palabras de Jesús ,siguen siendo palabras de vida eterna, que enseñan a huir del pecado, a santificar la vida ordinaria, las alegrìas , las penas, la tristeza,la enfermedad y abren el camino de la salvaciónEn nuestras manos està este tesoro de doctrina, y es necesario tenerla en el entendimiento y en el corazón, meditarla y amarla.
Ahora cuando en tantos lugares y en tantos medios se ataca la doctrina de la Iglesia ,es necesario que nosotros, los cristianos nos decidamos a poner los medios para adquirir un conocimiento hondo de la doctrina de Jesucristo y de las implicaciones de esta doctrina en los hombres y en la sociedad.
Nadie da lo que no tiene y para dar doctrina hay que tenerla.
Ante las barreras que encontramos en ambientes difíciles y ante obstáculos que parecen insuperables, nos llenarà de optimismo, recordar que la gracia de Señor puede mover los corazones ´màs duros y que es mayor la ayuda sobrenatural,cuanto mayores sean las dificultades.