LITURGIA Domingo 20-C. T.O.
Hay una 1ª lectura (Ecclo.35,15-17.20-22) que
más que explicaciones, hay que leerla despacio. Y prefiero copiarla a
parafrasearla: El Señor es juez, y para él no cuenta el
prestigio de las personas. Para él no hay acepción de personas en perjuicio del
pobre, sino que escucha la oración del oprimido. No desdeña la súplica del
huérfano, ni a la viuda cuando se desahoga en su lamento. Quien sirve de buena
gana, es bien aceptado, y su plegaria sube hasta las nubes. Hasta aquí la forma de proceder de Dios.
Dios tiene predilección por el pobre, en sus diversas modalidades de pobreza:
el huérfano, la viuda, el que está oprimido. Todas son formas de pobreza, no
sólo por su propia situación de desvalimiento sino porque son realidades de
pobreza económica en la gran mayoría de los casos.
Sigue ahora la realidad del pobre y su actitud: La oración del humilde atraviesa las nubes,
y no se detiene hasta que alcanza su destino. No desiste hasta que el Altísimo
lo atiende, juzga a los justos y les hace justicia. Lo que tiene que
prevalecer es la seguridad de que El
Señor no tardará. Cierto que a veces espera hasta el límite, y que el pobre
–cualquier realidad de pobreza- empieza a sentir que se debilita su fe. Pero
hay que pensar que en ese punto límite, Dios sale al paso Dios no abandona.
El
evangelio (Lc.18,9-14) nos presenta dos casos de pobreza, muy dispares; una
pobreza que mata y otra que salva. Porque el fariseo orgulloso, en el fondo es
el más peyorativamente pobre, de puro rico que se cree. Es que resulta hasta
ridículo en su oración (si a sus palabras se les puede catalogar como oración).
Oraba erguido. Mala postura para
orar, porque “erguido” deja la impresión de decir: “aquí estoy yo”. Y de hecho
así resultan sus palabras: Oh Dios, te
doy gracias porque no soy como los demás. Mala postura interior. Para el
fariseo la vida se divide en dos grupos: en uno, está él, el cumplidor; en el
otro, “todos los demás”, a los que cataloga como ladrones, injustos, adúlteros, o –como ese publicano- pecadores. Y
viene el panegírico de sí mismo: Yo ayuno
dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo. Ya está hecho
el “carné de identidad” del fariseo.
Por
lo que toca al juicio de Jesús sobre ese hombre, es muy claro: salió de allí lo
mismo que había entrado. No había orado de verdad, no había sido una persona
que se humilla ante Dios para suplicar como pobre.
A
la otra parte está el publicano. Se quedó
atrás y no se atrevía ni a levantar sus ojos al cielo, al contrario del
fariseo erguido y fanfarrón. El publicano
se daba golpes de pecho y oraba así: Oh
Dios, ten misericordia de este pecador. Eso sí era oración. Eso sí era
postura de hombre suplicante, humilde. Naturalmente aquel hombre tendría
también sus buenas cosas. Pero esas buenas cosas no las saca a relucir ni son
factura que se le pasa a Dios para que pague. A Dios se llega desde la realidad
de pobre, y su grito alcanza las nubes,
como decía la 1ª lectura.
De
hecho, Jesús da su juicio sobre el publicano y dice que bajó a su casa justificado (=justo, perdonado, escuchado por el
Señor). Porque todo el que se enaltece
será humillado y el que se humilla será enaltecido.
Es
la gran lección de este domingo, la pauta de acción que tenemos que tener. No
sólo al orar sino en la actitud habitual de la persona.
Así
nos hemos de acercar a la EUCARISTÍA. El que se presenta ante Dios con la
actitud de “yo no tengo pecados”, y desdeña el Sacramento de la Penitencia como
práctica habitual, puede estar cayendo en la postura del fariseo, “erguido y
mejor que todos los demás”. Ante la Eucaristía nos hemos de presentar con la
humildad del publicano, sabiéndonos pecadores y buscando la misericordia de
Dios. Que en muchos casos ha de venir por esa humilde actitud del penitente que
se acerca al confesionario a buscar allí la absolución de sus pecados, porque
sólo por el sacramento del perdón se puede alcanzar esa misericordia.
Sin atrevernos a mirar al cielo, nos ponemos
humildemente ante Dios con nuestras peticiones.
-
Por los pastores y responsables de la Iglesia para que
vivan su misión con humildad. Roguemos
al Señor.
-
Por nosotros para que nos presentemos con sencillez ante
Dios y ante los demás. Roguemos al Señor.
-
Por los pobres, en cualquier realidad de pobreza, para que no pierdan
su confianza. Roguemos al Señor.
-
Para que vivamos la eucaristía desde la humildad del pecador
arrepentido y admirado de la misericordia de Dios. Roguemos al Señor.
Como el publicano del templo te decimos: Oh Dios, ten
misericordia de este pobre pecador, para salir justificados en tu presencia.
Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén
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