ESCUELA DE ORACIÓN.- 5’30.-
Málaga
LITURGIA
Día de San Lucas evangelista. Fiesta litúrgica,
lo que supone seguir las lecturas de la fiesta. Y la verdad es que no son muy
ricas para un comentario. De la 1ª (2Tim.4,9-17) sólo interesa una frase: Tan solo Lucas está conmigo, que dice
Pablo. Lo demás son actos meramente externos que se encomiendan o comunican a
Timoteo pero que tienen poco para aplicar a la vida, a no ser la atención a los
pequeños detalles de la vida común, que llegan a tener su valor, el valor de lo
cotidiano.
Acaba con una afirmación ejemplar. Pablo ha sido llevado al
tribunal. Nadie le ha acompañado. Pero él ha aprovechado la circunstancia para anunciar íntegro el mensaje del evangelio,
de modo que lo oyeran los gentiles. Preso y solo, lo que no desaprovecha es
la ocasión para llevar el evangelio ante los mismos que lo juzgan.
El evangelio (Lc.10,1-12.17-20) hace poco que lo hemos
comentado en la lectura continua. Hoy tiene el sabor de aplicarlo a Lucas como
uno de los discípulos enviados. Y no porque lo fuera sino como una manera de
centrar el pensamiento sobre el propio envío de Cristo.
Digo que no era del grupo de los 72 porque el propio Lucas
confiesa en el prólogo que él había venido después de los hechos y se dedicó a
investigarlos sobre lo acaecido en la vida de Jesús. No había sido discípulo
directo.
La liturgia se lo aplica y así Lucas aparece como un
enviado del Señor a ir delante de él, a lanzar a los cuatro vientos la vida de
Jesús y la obra de paz que él traía. La
mies es abundante y los obreros son pocos. Lucas llega a ser un obrero que
sigue sembrando la obra de Jesús. Su misión no es aún la de recoger sino la de
sembrar. Y Lucas escribe su evangelio en el que de modo magistral muestra la
misericordia de Dios, como uno de los temas recurrentes que aparecen en
diversos momentos de su descripción. Si es el relato del samaritano bueno que
acude en ayuda del caído en manos de ladrones, o si es el capítulo 15 con la
culminación de la parábola del padre bueno, Lucas ha sido el evangelista que
nos ha dejado mayor demostración de que Jesucristo es el enviado de Dios para
salvar. Lo que concreta perfectamente en el caso del buen ladrón que suplica
desde la cruz, y al que acoge sobre la marcha esa misma tarde en el Paraíso.
El mensaje de este evangelio es un mensaje de austeridad y
de paz. Austeridad en el enviado de Jesús, que debe ir desprovisto de apoyos
humanos, para que quede constancia de que la conversión de las gentes no viene
de los argumentos humanos, sino de la gracia de Dios: de ir en nombre de Dios.
Por eso va en aras
de la paz: a llevar la paz por dondequiera que vaya, y a dejar asentada la paz
y de asentarse el propio mensajero en la paz de Cristo, porque eso será lo que
deje constancia de que está cerca de vosotros el Reino de Dios.
En la lectura continua, Rom.4,1-8, dice Pablo: Si la
salvación se tratara de un jornal debido, no habría gracia. Era la paga que se
merece por haber trabajado. Pero aquí se trata de que obtenemos la salvación no
como un jornal que nos toca por derecho sino gracia por pura donación de la
generosidad de Dios. Si por cumplir la ley correspondiera la salvación, no
hubiera sido necesaria la venida de Jesucristo. Pero el cumplimiento de la ley,
las obras, no tienen poder por sí mismas para salvar. Sino que dichoso el hombre que está absuelto de su
culpa, a quien le han sepultado su pecado, a quien no se le cuenta su pecado, y
todo en función de que hemos sido salvados gratuitamente por la justicia de
Dios que nos es otorgada por los méritos de Jesucristo.
En el evangelio (Lc.12,1-7) Jesús advierte de precaverse de
la levadura de los fariseos, o sea de su hipocresía. Ellos buscaban apoyarse en
sus obras y en sus méritos, pero esas obras no salvaban. Y eso queda al
descubierto y llega a saberse. Por eso no se queda en lo oculto nada de lo que
se vive, sino que se pregonará desde la azotea.
Concluye la lectura diciendo por boca de Jesús: Hay que
tener miedo a quien puede dañar el alma. No a Dios, que se ocupa de los mismos
gorriones y de los pelos de la cabeza de cada uno, que no cae sin su permiso. Y
nosotros somos más que los gorriones.
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