LITURGIA
Hoy toca el profeta Joel, que es todo lo
contrario de Zacarías, porque así como Zacarías mostraba una visión optimista
de Dios y del pueblo religioso, Joel va por la línea más penitencial. Y ya sus
primeras palabras lo muestran: 1,13-15; 2,1-2: Vestíos de luto y haced duelo, sacerdotes; llorad, ministros del altar;
venid a dormir en esteras, ministros de Dios, porque faltan en el templo del
Señor ofrenda y libación. Proclamad el ayuno, congregad la asamblea, reunid a
los ancianos, a todos los habitantes de la tierra, en el templo de nuestro
Dios, y clamad al Señor.
Es claro que el profeta va
por una línea más dolorida y una visión más negativa de la vida. La solución
que propone es la de clamar a Dios. Lo cual vale igualmente en caso de gozo y
prosperidad. Clamar a Dios debe ser el estilo del hombre religioso, que sabe
que él no puede nada y clama a Dios, que es poderoso y misericordioso. No deja
de ser significativo el caso de algunos sacerdotes que han sustituido de las oraciones las palabras “omnipotente”,
“todopoderoso”…, por la de “misericordioso”. A él claman y en él se apoyan por
esa su misericordia, que al fin y al cabo manifiestan la omnipotencia de Dios.
Sigue diciendo el profeta: ¡Ay de este día! Que está cerca el día del Señor, que vendrá como azote
del Dios de las montañas. [Es el nombre de Dios: El Sadday, que se usa
algunas veces en la Biblia]. En consecuencia, tocad la trompeta en Sión, gritad en mi monte santo, que el día del
Señor está cerca. El profeta lo concibe como “día de nubarrones, oscuridad
y tiniebla, negrura extendida sobre los montes”. Personalmente no es la manera
que me subyugue ni que me haga ser mejor. Me llega más al corazón esperar el
día del Señor como lo presenta Jesucristo en sus parábolas: salir al encuentro del Señor, del Esposo,
con un lenguaje que atrae al alma porque la mueve hacia ese día del Señor sin
las angustias con que la concibe Joel. Yo no espero encontrar a un Dios airado,
tremendo. Yo espero encontrarme con un Padre que sale a mi encuentro y me abraza
y me besa, que es la descripción suprema de Jesús en esa maravilla de parábola
del PADRE BUENO. (Lc.15)
Llegamos en el evangelio (Lc.11,15-26) al ataque “de
algunos de entre la multitud” (que lo más seguro es que eran fariseos), a Jesús, a propósito de haber
echado un demonio, porque dicen que si
echa los demonios es por arte de Belzebú, el príncipe de los demonios. La
verdad es que es un absurdo total que cae por su peso, tal como les arguyó
Jesús: sería como un reino en guerra civil, donde unos se matan a los otros y
acaban creando una ruina. Y eso equivaldría a considerar a Satanás contra
Satanás, lo que sería su propio desastre.
Otros pedían un signo. La cantaleta repetitiva de aquellos,
a quien no les ha bastado un signo tan elocuente como la expulsión de un
demonio, y ahora vienen a pedir un signo. ¿Qué signo se le puede dar que les
valga, si ya no les vale la liberación del poder del demonio a quien estaba
poseído y esclavizado por el demonio?
Jesús entonces afirma lo más evidente: que él echa los demonios con el dedo de Dios. Eso sí es lógico. El
enemigo de Dios es Satanás. Sólo Dios puede salir por encima de Satanás. “El
dedo de Dios” es el poder de Dios, y Jesús –revestido del poder de Dios- es el
que echa los demonios porque es más fuerte que ellos. Él lo vence y le quita
las armas, y pone de manifiesto que ha
llegado a vosotros el reino de Dios. Y concluye con esa afirmación básica: El que no está conmigo, está contra mí, y el
que no recoge conmigo, desparrama.
Pero advierte Jesús de algo muy serio: el demonio no ceja y
busca a siete espíritus peores que él. Es una referencia a quienes echan marcha
atrás de un proceso de conversión ya iniciado y a veces aparentemente
consolidado, pero con el que se flirtea superficialmente. Y se va perdiendo
fuste, se van haciendo concesiones y, cuando se quiere acordar, la acción
diabólica ha ganado terreno. Y el final
de aquel hombre resulta ser peor que el principio. Es algo que San Pablo
advirtió a los fieles de Galacia: si os he dado comida sólida y no la habéis
asimilado, ¿qué os puedo dar ahora ya? Os he trasmitido a Cristo. Os habéis
doblegado ante los que predican otro evangelio. ¿Qué puedo daros nuevo que no
conozcáis? ¿Cómo podéis reaccionar ahora cuando habéis perdido la lozanía de la
sana doctrina y la fuerza de la fe? Perfectamente aplicable a realidades del
momento presente, que ha dejado de acoger el dedo de Dios.
Buen momento para rogar al Señor para que nos libre de dar pasos hacia atrás en nuestro proceso iniciado, no hacer concesiones al diablo, seas seglar o religioso, no arrojar la bandera de la fe y la sana doctrina al suelo por la presión de un mundo tomado por esos 7 espíritus peores que el primero, y que nos amenaza a todos.
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