LITURGIA DEL DÍA
Avanzando con las lecturas, por su orden, lo primero que
encontramos como base de arranque y fundamento de todo lo demás es la repetida
esencia del cristianismo: que Jesús, el
que fue muerto por las autoridades judías, y la implicación de un pueblo, ha
resucitado, y su Nombre, su obra, su Persona, quedan constituidos base y punto
de arranque para una novedad definitiva.
Y el lisiado del Templo ha recobrado su vigor y se ha puesto en pie,
quede bien claro, dice Pedro, que ha sido por el Nombre de ese Jesús al que
vosotros despreciasteis, y al que Dios ha exaltado sobre todo. El mundo pretenderá una y otra vez anular la
Persona de Jesús; intentará por mil medios anular su Nombre, apartarlo de la
mente de todos. Y sin embargo ese
Nombre, ese Jesús muerto y resucitado seguirá siendo la fuerza y el motor de
una vida que no puede acabar nunca.
Ese Jesús no ha elevado a la inmnsa grandeza de ser Hijos de Dios. Y no es una palabra, un dicho, una ficción. Es que realmente lo somos, porque el día que
Jesús se hizo un hombre entre nosotros, nos metió tan dentro de Él que –junto a
él, el Hijo- nos ha constituido hijos
a nosotros, que no sólo tenemos ya eso, sino que aún nos queda la impensable
maravilla de poder ver a Dios y mirarle y conocerlo cara a cara.
Mientras tanto, Él Jesús se nos hace BUEN PASTOR para conducirnos
por buenos pastos hasta ese encuentro con Dios.
Para nosotros puede decirnos menos esa imagen, pero para aquel pueblo al
que Jesús le hablaba, era toda una gran alegría. Dios fue conocido y sentido como Pastor de su
rebaño: El Señor es mi Pastor; nada me
falta. Pero los pastores que Dios
puso para ser en la tierra sus brazos para conducir a rebaño, se aprovecharon
de sus ovejas, esquilmando su lana, y comiéndose su carne. Y Dios –entonces- prometió un pastor bueno
que llevara a sus ovejas a buenos pastos, ls defendiera del lobo y las
protegiera a buen recaudo.
Llega Jesús ahora, y dice: Yo soy el buen Pastor; Yo entrego mi vida por las ovejas, Yo las
conduzco y defiendo; yo las alimento y guardo. Los pastores mercenarios huyen cuando ven
venir al lobo. Yo me adelanto y las
defiendo. Y mi sueño es recoger también
en mi aprisco a esas otras ovejas –que también son mías- pero que aún no están
en mi rebaño. Pero lo estarán.
Jesús se marchó un día al Cielo. En su lugar puso buenos pastores con el
encargo: Apacienta mis corderos,
apacienta mis ovejas. Ellos seguirían poniendo a otros que les sustituyeran… Y así llegamos a este momento en que la
Iglesia celebra el día del BUEN PASTOR, poniendo su mirada en cada uno de los
Pastores que hoy conducen a su grey. Y
es obra de todos los cristianos pedir insistentemente por esos Pastores –Sacerdotes,
Religiosos, Religiosas, laicos consagrados…, y yo diría también: padres de
familia, educadores, Maestros…, para que sintámosla gran responsabilidad de
hacer vivo al PASTOR BUENO, Jesucristo, en el momento presente. Y que sepamos ir –y conducir a otros- al
pasto esencial de la Eucaristía, sin la cual no puede alimentarse la fe ni la
vida cristiana.
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