DESPUÉS DE LA ASCENSIÓN (Hechos
1, 12-14)
Han terminado los textos que se refieren a la VIDA
GLORIOSA, ese “tiempo” que Jesús estuvo en el mundo nuestro desde su
Resurrección hasta su Ascensión a los Cielos.
Comparo siempre la vida de Jesús en nuestro mundo a un gran “gran viaje espacial”. El Verbo de Dios, el Hijo, eterno como el
Padre y Dios con el Padre y el Espíritu Santo del Amor, inició un día el vuelo
más infinito que pensarse pudiera el guionista más aventurado de la ciencia
ficción: un viaje desde los Cielos –mirada del Altísimo- a la tierra
embadurnada por la suciedad humana. La misión espacial consistía en girar en
ese mundo y hacer las reparaciones pertinentes en el módulo humano, que se
había desconfigurado absolutamente. Y no
había más técnico especialista que el propio Hijo de Dios.
Por eso se vino al mundo con su herramental pertinente: vaciarse, ponerse el mono de hombre, pero
no solo por fuera como el que “se hace pasar por…”, sino tomando la condición humana,
haciéndose un hombre como otro cualquier, para poder llegar a morir en la Cruz
Desde ese fango humano, Él empujaría a esa humanidad sumergida en el
pantano del mal, y –sepultado- resucitaría por la fuerza de Dios. Fue levantando a esa humanidad, atornilló sus
tuercas con Alianza irrompible y –acabada su misión- emprendió el regreso a su Base Espacial. He ahí la Ascensión que meditábamos ayer.
Voy a confesar una experiencia personal. Cundo yo hice por primera vez el MES de
Ejercicios Espirituales, esa fragua maravillosa que con la que fue inspirado
San Ignacio de Loyola- “conviví” 21
días con Jesús, a base de 4 o más horas diarias en íntima compañía, en silencio
total, y el alma puesta en Él desde levantarme hasta el momento de quedar dormido. Eso da una intimidad inenarrable. Sufrí con
Él aquellos 7 días –más de 29 horas de oración- en su Pasión, buscando sentir el dolor junto a Cristo dolorido y
quebrantado. Cuando entramos en la
Resurrección, Jesucristo era ya cosa mía.
Gocé hasta la médula por su propio gozo, sentí que ya estaba con Él y no se
separaría más. Y cuando llegó la oración
sobre la Ascensión, ¡me resistía a que se fuera!... ¡Era
mío!, pero “se iba”… Y yo pensé
entonces que María, su Madre, los Apóstoles, María Magdalena, los otros y otras,
debían regresar a Jerusalén como la novia que despide en la estación –sabe Dios
hasta cuando- al hombre en quien tiene depositado el amor de su vida…
Y me topo con los Hechos de los Apóstoles que me desvela
el regreso a Jerusalén sin ningún aspaviento. Ellos amaban mucho y ahora se alegraban intensamente del triunfo del
Señor. Se volvieron, se fueron al
piso de arriba, y María, los Once, las mujeres, y algún familiar de Jesús, se
metieron en una oración muy sentida… En
realidad sabían que Jesús no se había ido… Había dejado Palestina, pero era para estar
ahora mucho más cerca de cada hombre y mujer del mundo entero. Y oraron, porque les quedaban puntos muy
importantes que resolver. Y eso sólo se
alcanza con la oración.
Junto a ellos, y en medio de
todos, la Maestra de oración, María, la que siempre supo guardar en su corazón
el tesoro de los misterios que no se pueden comprender a la vuelta de la
esquina.
SIGUEN:
- Liturgia del día.
- Una reflexión personal sobre la marcha del BLOG
DEBO HABER COMETIDO UN ERROR AL SUBIR mi reflexión sobre la marcha del Blog, porque no aparece. Lo demás sí. Ya lo pondré, si me es posible.
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