15ª.- LOS
SIGNOS DEL QUE CREE (Mc 16,
17-18)
San
Mateo nos ponía por delante el envío. Un bautizado no puede quedarse parado cuando
ha recibido en sí una fuente a aguas
vivas. Tiene que salir a dar, regar, fecundar, hacer discípulos, hacer evangelios vivientes a todas las personas
que encuentre a su paso. Tiene que
contagiar. No puede guardarse el tesoro para sí; su talento tiene que producir otro tanto.
Marcos
lo concreta: el que crea y se bautice,
tiene la salvación de Dios; el que no
crea, encuentra daño. [dannum=condena].
Pero al que cree se le nota por UNAS SEÑALES.
Primera
señal: expulsarán demonios
Demonio del egoísmo, del pesimismo, de la negatividad, del hozar en la
porquería, de revolcarse en los fangos de lo feo (o de lo que mira con ojos
sucios). Cuentan de un monje de una
extraña Congregación que sólo podían decir dos palabras al año un día
determinado. La primera ocasión fue para decir: “cama dura”. Al año siguiente: “Comida nala”. Al tercero: “mucho
frío”. Y el pobre escarabajo pelotero
sólo le quedó por decir una cosa al cuarto año: “Me voy”. Y abandonó el Monasterio. Chiste es, pero los hay de “cama dura”. Y lo que sigue será
igual. Cusan pesar, Dan lástima. Llegan a
provocar vómito.
La
segunda señal: hablarán lenguas nuevas. ¡Dichoso el hombre de ojos limpios!,
decía Balán, el profeta. El que cree
cambia el chip y, aunque haya demonios y bolas de estiércol en su camino, se
hacen mariposas que vuelan y siembran colores. “Lenguas nuevas”: la vida mirada
con alegría, desde la vertiente luminosa. Silenciando la sombra y absortos en
el rayo de luz. “Lenguas nuevas” para comentar, para expresar opinión, para
juzgar alguna cosa. “Lenguas nuevas que trasmitan paz, optimismo, ilusiones.
Que se viva a gusto con ese CREYENTE, porque realmente trasmite el gozo del
Resucitado.
Y
la tercera señal, completa lo anterior:
no es que no haya pócimas mortíferos ni serpientes venenosas Las hay.
Pero cuando hay uno que cree,
puede coger la serpiente en sus manos, o beber el veneno, y no le hace daño.
Naturalmente llevan ya inoculado el antídoto que les libera de tal veneno,
venga de donde venga. Sea de su propio entorno cercano, y aun de su mismo
interior (siempre viciado por el pecado original). Venga de la política, venga
de lo que sea. ¡No le hará daño! Vive
por encima de todo eso. Los “venenos” pueden
estar. El que cree, no se envenena.
Al
final, como definitivo: impondrán las manos en los enfermos y los sanarán. Ahí está la consecuencia y la relevancia del que
verdaderamente cree y es testigo de la Resurrección. Así concluye Marcos su BUENA NOTICIA, la
descripción de JESUCRISTO, EL HIJO DE DIOS, como puso en el primer versículo de
su Evangelio. El que verdaderamente cree es contagioso. Contagia salud, libera al enfermo, inocula
alegría, hace ver al ciego, o quita los barrotes al de “ojos presos” (como los
de Emaús”). “La boca del mudo hablará y los cojos saltarán”. Ahí es donde uno siente esa brisa fresca que
le deja vivir.
LITURGIA DEL DÍA
Finalmente
revienta la persecución con la muerte de Esteban. Todo comenzó solapado. Intereses políticos,
falsas defensas partidistas, engaños y mentiras, labor de zapa con un pueblo…,
que cuando quieren acudir, no pueden ya pararlo. Han despertado a la fiera, y
la fiera devora. Esteban murió viendo el
Cielo abierto y la gloria de Dios. Los perseguidores, rechinando. ¡La diferencia
entre la verdad y la mentira!
En
el Evangelio, va Jesús orientando la conversación hacia el desemboque final: YO SOY EL PAN DEL CIELO; el que vine a Mi no
pasará hambre, y el que cree en mí, nunca pasará sed. ¿Por qué habrá tantos sedientos en la vida)
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