19º.- APARICIÓN A SAULO 1 Cor 15, 8-11; Hechos, 9, 1-20
UNA
NOTA PREVIA
He saltado un número en esta relación de apariciones. La lectura del día me lo ha pedido, aunque
antes de este suceso debe ir la ASCENSIÓN.
Ya vendrá, si Dios quiere.
“Por último se me apareció a mí,
como a un abortivo, porque soy el menos de los apóstoles, indigno de ese nombre”.
Por tanto, en el breve elenco de apariciones que enumera Pablo en el primer
testimonio escrito cristiano, equipara la aparición
a él con la de Pedro o la de los apóstoles en el Cenáculo.
Y la tal aparición se cuenta en
el libro de los Hechos de los apóstoles. Saulo, fariseo furibundo, respirando
violencia, fanático (como é se define a sí mismo), fidelísimo a la tradición de
sus mayores, y el cumplidos nato de leyes, ha decidido acabar con los cristianos,
metiéndolos en la cárcel.
Era un mozalbete y ya fue parte
del apedreamiento de Esteban. Y como violencia a violencia llama, ahora se ha
hecho de cartas que le autorizan a dirigirse a Damasco con un destacamento y
apresar a todos los que seguían el nuevo camino (los que creían en Jesús).
Lo que él no contaba es con la mano izquierda de Dios (que diría el
Padre Cué). Avanzaba hacia Damasco para
realizar su proyecto, cuando un relámpago deslumbrador lo tiró rodando por los
suelos. Y por si le faltaba algo, ciego
también ahora. El Saulo soberbio se
encuentra e pronto dominado. Nadie le ha empujado. Él no ha tropezado. Aquel
relámpago no tenía razón natural de ser.
Y el engreído perseguidor se sabe “derrotado”. Y no pide cuentas a nadie
de los que le acompañan. Ni siquiera
pide cuentas a su Dios. Como un niño
indefenso, como un “discípulo amado” que descubrió en los acontecimientos que “ES
EL SEÑOR”, Saulo –ciego- con los ojos dirigidos hacia lo alto, pregunta: ¿quién
eres, Señor? ¡Impresionante! El fanático rendido. El soberbio que no pide
cuentas. El creyente que pregunta, con un sentido nuevo: ¿Quién eres, Señor? Porque sólo
ese ALGUIEN mayor y “Señor”, podía tirarlo a él por tierra como un trapo.
Si admirado estaba, la respuesta
le “aplasta” ls últimas posibles resistencias:
Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Saulo podría haberse rebelado: Yo no persigo a “Ese”; “Jesús no existe; murió y bien muerto está.
Yo persogo a los que siguen ese maldito camino”… Pero no: Saulo está hecho una esponja
receptiva de un misterios que nunca había pensado. Ahora resultaba que
perseguir a los cristianos era perseguir a JESÚS…, precisamente al “Ese” que
Saulo ni quería nombrar. Ahora resulta
que no se puede perseguir a “los que siguen ese camino” sin que el perseguido
personalmente sea “Jesús”.
Con esto, y con lo
que seguirá, Pablo acabará descubriendo la realidad del CUERPO MÍSTICO, que él
expondrá un día detalladamente. Cristo y
los cristianos son una sola cosa. Cristo y ese “nuevo camino”, la Iglesia de
Cristo, es una sola realidad, como un cuerpo es uno solo, con cabeza, tronco y
extremidades. Y se va a encontrar con
es, todavía más evidente, con lo que sucede a continuación.
Saulo , con la cabeza baja,
ciego, llevado ahora de la mano como un niño… (¡cómo han cambiado las cosas,
cuando esa mano izquierda de Jesús ha salido a su paso, y le ha humillado “por
las malas”!). Pero ahora interviene la “mano
derecha”, y se presenta al buen cristiano Ananías y le encomienda una misión: “Ve
a la calle Mayor y pregunta por un tal Saulo…” Nada más que oír ese nombre,
Ananías se conmueve: “Pero Señor, si es un mal hombre que viene a llevarnos
presos…” Y “la mano derecha”…, o el
propio Corazón de Cristo, le dice: “Vé; que ese hombre ha sido elegido por Mí”. En
el Cuerpo Místico, el miembro tal ha de acudir en ayuda del otro miembro, sea
el que sea, más digno o más indigno; que a los más indignos se les trata con
mayor respeto.
Ananías fue: “Saulo, hermano,
el Señor Jesús, que se te apareció en el
camino, me envía a ti para que
recobres la vista y recibas el Espíritu Santo”. “Se le apareció en el camino”. Y un cristiano de los que él venía a apresar, viene –de parte de Jesús, el
perseguido, a devolverle la vista…, a
quitarle las escamas de la soberbia, de la incredulidad, del odio… Y como volviendo a la noche del Domingo de
Resurrección, también a él le sopla el
Espíritu Santo y lo equipara a los otros apóstoles, aunque él se confesará
el último, el indigno, “el aborto” que estaba destinado al muladar pero ha sido
salvado y elevado por JESÚS, fuera del cual no hay otro Nombre que pueda
salvarnos…; ese que se hace para Pablo su
vivir…; sin querer saber ya otra cosa que a Cristo, y al Cristo humillado de la
Crucifixión; ese que ya vive en él, y Pablo ha dejado de ser,
porque su vivir es Cristo.
Todo esto es impresionante. Y si esa aparición acaba redundando que el
fariseo fanático, encerrado en sus ideas, es el que decide dar el salto
imprevisible de ir a los gentiles…, a
los “despreciables paganos” para predicarles a Cristo…, nos encontraremos
nosotros infinitamente agradecidos a aquel relámpago que tiró a Saulo…, y a ese
Pablo que surgió de su propia humillación.
Porque “gentiles y paganos” éramos nosotros, ahora injertados en el tronco que nos da vida…
LITURGIA DEL DÍA
Supuesto que está tratada en amplitud
la primera lectura, el Evangelio nos va llevando a ese misterio –que resulta escandaloso
(y ya algunos se los están preguntando), de que el camino de la salvación y la vida,
está en comer la Carne de Cristo y beber
su Sangre. Jesús parece gozar con
poner sus dichos en “la frontera”, porque en esa frontera es donde entra a
funcionar la fe.
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