18º.- LA ASCENSIÓN Lc 24, 50-51; Hechos 1, 9-11
San
Lucas acaba su Evangelio con la Ascensión, y lo hace brevemente, casi sólo
presentando el hecho. Luego lo retoma al
principio de su segundo libro, el de los Hechos de los Apóstoles y ahí sí da más
detalles.
Sabemos que fue cerca de
Betania. Que los bendijo (muy posiblemente era la primera vez que lo haría con
el signo de la Cruz), y mientras los bendecía “se separó de ellos y fue llevado al Cielo”. Así lo dice en el
Evangelio. En los Hechos nos da un dato
más: una nube se interpone cuando ellos miraban su subida…, y allí lo perdieron
de vista.
Yo compongo la escena con mucho
más detalle. ¿Por qué no? ¿Acaso no es
un Evangelio vivo, y nosotros somos parte de Él? Cuando se ha contemplado la vida de Jesús,
tiene uno “derecho” a darle vida a las escenas, y así lo hago yo. Jesús los convocó cerca de Betania, en el
Monte de los Olivos. Hasta quedó grabada
la huella de sus pies en el suelo, en el lugar de donde partió. Pero antes de marchar, se reunieron su Madre,
sus apóstoles, muchos discípulos y mujeres que formaron parte en su vida sirviéndole y agasajándolo. Allí esperaban cuando de pronto se presentó Él.
Evidentemente aquellas personas no
se quedan a distancia, ni como ante un extraño o “dios” intocable. Se fueron hacia Él como a su Hijo, Amigo, Maestro…
Su Madre le besó y le dijo, nuevamente, con
toda su alma (mientras Ella había de quedarse con sus nuevos hijos, engendrados en la Cruz). “FIAT”.
Así empezó su periplo en esta historia de
salvación, y así lo acaba. Pedro, brillándole los ojos de gozo y cierto deje de
pesar porque se marchaba su gran Amigo: Tu,
Señor, sabes todas las cosas y sabes que Te quiero”. Cada
uno expresó algún aspecto central de su vida de seguimiento del Maestro: Tomás reventó en un profundo: “Señor mío y Dios mío”… ¿Qué podía decir
María Magdalena? Le bastó aquella sola
palabra: Rabbuní” ...
Jesús iba imponiendo las
manos. Y empezó por María Magdalena: “Has amado mucho”. A Felipe: “El Padre y Yo somos uno solo” A Natanael: “¡Un buen israelita sin doblez!”
A Tomás: “Dichos los que creen sin
ver”, y así tú serás ahora mucho más dichoso porque ya no me verás aquí, y
seguirás creyendo hasta dar tu vida por mí, como dijiste aquel día ante la ida
a Lázaro muerto… Y a Lázaro, a Marta…, y
a cada uno de sus incondicionales…, y a tantos discípulos y mujeres que estaban
allí…, con palabras que les hacían revivir momentos tan significativos de sus
vidas. Su Madre quedó para un abrazo
final indescriptible, y con coro de ángeles de fondo que cantaban: ¡Reina del Cielo, alégrate, aleluya!
Elevó
sus brazos, bendijo…, comenzó a subir…, y cuando todos se embobaban viéndolo,
se interpuso una nube misteriosa… Ya les
bastaba para saber que la mirada tiene que dirigirse siempre hacia arriba, porque sin eso, no podemos
seguir en el Calvario de la Tierra. Y
sin embargo, de la nube surgieron unos misteriosos varones vestidos de blanco,
que les hacen bajar la mirada a la tierra…, a la realidad…, al campo de batalla…,
al mundo de los hombres, porque ese Jesús que habéis visto subir, vendrá de
la misma manera que le habéis
visto irse. Cierto que ahí se está
hablando del regreso de Jesús a la Tierra al final de los tiempos. Pero aún así…
Aún así yo traduzco de una
manera práctica a quienes estamos aquí: cierto que necesitamos la mirada al
Cielo, porque sin eso no podríamos sobrellevar decorosamente la vida. Pero si con un ojo hemos de mirar las cosas de arriba, con el otro
tenemos que ver que Jesús está aquí en
cada persona y en cada acontecimiento.
Que no vale quedarse embobado en la mirada “celestial”… Que la nube
misteriosa es un “signo de Dios”, para que volvamos los ojos sobre lo que
tenemos delante, lo que hemos de hacer aquí abajo…, ¡que labor nos queda! Jesús ha subido, pero ahora tus manos y las mías
han de ser manos de Jesús que repitan
sus obras y sus bendiciones. Tus pies y los míos tienen que andar los caminos
de la tierra, porque –como Jesús- hemos de servirle de pies que caminan hacia donde hay alguien que nos necesita.
Que su Corazón
tiene que seguir poniéndose en cada corazón, y mucho más aún en los que más
carecen de amor, de atención. Que no es
sólo un “amar”, sino poner cariño, ternura, bondad, comprensión, perdón,
olvido. Que el Corazón de Cristo va
estar anidando en el nuestro, y que el día que el nuestro se enferma, estaríamos
presentando un Corazón enfermo de Jesús…,
un corazón empequeñecido que ya no sabe ensancharse… ¡No!: ese
Jesús que habéis visto irse, de la misma manera ha vuelto, y sois
cada uno –nos dirían aquellos varones de la nube- los que tenéis que hacerlo
vivo y presente en el mundo actual.
SIGUE DEBAJO LA LITURGIA DEL DÍA
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