16º.- APARECIÓ A MÁS DE 500… (1ª Cor. 15, 6)
Los que se empeñan en negar la
Resurrección, niegan lógicamente ls apariciones que son personales, o al grupo
de sus incondicionales. Los tildan de “interesados” para defender un “status”,
basándose en la “patraña” de la Resurrección. [Asistimos a tiempos de furibundo
intento de anular la Resurrección, porque así saben que tocan la líne de
flotación de nuestra fe y de nuestra Iglesia].
Atribuían esa “apariciones” a sugestiones de “amigos” que, tanto las
deseaban, que se hacían la idea de haber visto a Jesús.
La aparición a más de 500 hermanos
juntos, de los cuales muchos viven todavía, rompe tal argumento, porque
500 personas no sufren simultáneamente esa alucinación. Y dado el caso –admitamos la hipótesis- de
una hipnosis colectiva (que se ha dado, a modo de espectáculo, por algún hipnotizador,
no se tarda mucho en descubrirse ese juego cuando pasado un rato, y al cabo de
muy poco tiempo, cada uno vuelve a sus cabales.
Si Jesús no se hubiera aparecido
a más de 500 hermanos juntos, y que
de ellos, muchos viven todavía,
hubiera sido muy fácil desmontar el engaño, a la vuelta de la esquina y pasados
unos días. Pero nadie salió a decir lo
contrario, ni nadie sale ahora cuando Pablo los está citando en este
momento. Por tanto, fue un hecho
incontrovertible.
Esta aparición no se dice que
fuera durante la vida gloriosa de Jesús en la Tierra, o si –como la que Pablo
pone en esa misma ocasión que se apareció a él- puede corresponder a un tiempo
después de la Ascensión de Jesús a los Cielos.
Da igual. El hecho fue que 500 personas,
juntas, vieron a Jesús. Que Jesús vivía.
Y por tanto, que había resucitado.
Que eran 500 testigos de una realidad acontecida. Y que aún viven muchos de ellos, cuando Pablo
escribe hacia el año 53.
Claro: lo que nos interesa es el
fondo. Y el fondo es una fe de CREYENTES, ellos, y nosotros. A mí me deja buen sabor pensar que de algunos que viven todavía, el túnel del
tiempo pueden incluirnos a los que estamos aquí ahora. Y que, de alguna manera, podemos sentirnos testigos
de la Resurrección, por nuestra real experiencia actual. Que también nosotros tocamos y palpamos al Verbo de la Vida.
Podemos sentir que esta aparición
sigue estando ahí como una luz que luce en medio de la vida, y que nosotros somos
portadores de tal Luz, y que debe estar sobre el candelero para que también otros
puedan seguir viéndola, y así ser iluminados por ella.
Y que, a final de cuentas, lo que
se hace más verdad es que el CREYENTE es ya esa misma luz de resucitado porque él mismo es un resucitado, una nueva criatura,
alguien que tiene que ser distinto y volar por encima de los que no tienen esta
dicha de la fe y del gozo de sentirse seguidores de un Cristo triunfador.
Que somos muy conscientes de que
este tesoro lo llevamos como en vasijas
de barro por nuestra realidad humana, lábil, quebradiza. Pero juntamente sentimos que es una realidad ya…, pero todavía no (esa formulación
original y muy expresiva que se usa), porque ya somos unos resucitados que caminamos hacia el encuentro definitivo,
el abrazo con Jesucristo,, pero que todavía
no hemos llegado al término. Ahora
bien. Él sí ha llegado, y con su obra ha garantizado nuestra llegada a ese mismo lugar al que Él ha llegado como primicia, y al que los demás iremos
llegando, cada uno en su momento,
como nos dice también San Pablo en ese decisivo capítulo 15 de su primera carta
a Los fieles de Corinto.
LITURGIA DEL DÍA
Si digo la verdad, no es hoy fácil,
porque no tiene San Isidoro –fiesta litúrgica- unas lecturas definidamente
propias, sino tomadas del formulario común de Doctores de la Iglesia. He estado hoy en 3 Misas y en cada uno se ha
leído una primera lectura diferente.
Podríamos quedarnos con esa afirmación de Jesús, de nuestra vocación a
ser sal
de la tierra y luz del mundo, porque la gran sabiduría cristiana es
Cristo, y esa “ciencia” del Evangelio es la que trasmitió San Isidoro, y la que
nos toca trasmitir.
Si siguiéramos las lecturas de
este Jueves 3º de Pascua, tendríamos la bella lectura de Felipe que –llamado por
el espíritu de Dios- se acerca a la carroza de quien lee a Isaías sin
entenderlo, y Felipe le explica, y acaba aquello en que el lector pide el
Bautismo.
O el Evangelio en el que Jesús
se declara abiertamente PAN DE VIDA, que es su carne, y que hay que comerla
para tener vida.
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