LITURGIA DEL DÍA
Hoy es frecuente, en algunos
muchos, intentar diseccionar la Iglesia en “Iglesia de Jesucristo” e “Iglesia
institucional” (con un deje peyorativo para ésta). Pero la Iglesia tuvo que institucionalizarse ya desde sus comienzos.
No era igual una primera comunidad nacida en Pentecostés, con comunidades pequeñas,
que cuando ese grano de mostaza
crece, y vienen a anidar en sus ramas diversas
aves del cielo. Sucedió ya cuando
hubo dos procedencias de cristianos…, dos culturas… Y los apóstoles –revestidos
por la fuerza del Espíritu-, hubieron de crear “delegados” (varones apostólicos) que se encargaran
de una parcela concreta. Porque lo que
era imposible era que Doce hombres pudieran atender a todo. Y no por esa “institucionalización” perdió
nada de la esencia de la Iglesia de Jesús, sino que se hizo más asequible
llegar a todos con mejor calidad. Los apóstoles
tenían una misión esencial: orar, dedicarse a la Misión: predicar la Palabra.
Lo que supone con el tiempo la extensión de una Iglesia que habla todos los
idiomas y se encarna en todas las culturas, bien pueda comprenderse que
necesita de mucha más “institución”.
El Evangelio sale solo después de
que ayer pretendieran las gentes hacer rey a Jesús por darles de comer. Jesús se fue al interior del desierto a orar. Y los apóstoles se embarcaron sin Jesús. Ir sin Jesús es expuesto a las
tempestades. Aunque Jesús, al mismo
tiempo que ora (y precisamente porque ora), tiene un ojo puesto en sus
apóstoles, y les acude, aun yendo sobre el mar, para darles su gran palabra de
confianza: No temáis. SOY YO.
[Suena el eco de la meditación de ayer: ¡ES EL SEÑOR”! ¡Siempre ES EL SEÑOR!; no nos abandona.
12ª: EN EL LAGO: ¿ME AMAS…? (Jn 21, 15-17)
Ahora se habla ya abiertamente de
que el Jesús actúa. Y lo hace expresamente con Simón, y curiosamente llamándole
“Simón” solamente.
Jesús se lleva aparte a Simón Pedro,
y le pregunta: Simón, hijo de Juan: ¿me
amas más que éstos? ¿Por qué “más”? ¿No le bastaba preguntarle si lo amaba. El amor no tiene leyes intelectuales. Simón se sabía totalmente amado. El sabía que amaba a Jesús. Tanto lo sabía que, en la Cena se atrevió a
ponerse por delante de los otros: “Aunque todos te nieguen, yo te negaré”. El psicología, una persona puede sentirse
perdonada totalmente por la otra, porque sabe lo muy grande que es de la amor
de la otra. ¡Y bien lo había
experimentado Pedro cundo Jesús se le
apareció, y pudo él arrebujarse en el pecho del Maestro.
Pero hay una segunda parte en todo
perdón: hasta qué punto uno se ha perdonado plenamente a sí mismo. Y Pedro podría seguir teniendo en el fondo de
su sentimiento, la fanfarronada que dijo en la Cena, de la que –en realidad- no
se ha vuelto a hablar. Jesús no ha
querido saber más de aquello. Pero
¿Simón lo tiene totalmente pasado a sus espaldas?
Jesús, gran psicólogo, quiere
cauterizar esa herida, y le pregunta con intención si lo ama más… Y bien que da en la tecla, porque ahora
Simón, con una humildad sencilla, se limita a decir: Tú, Señor, sabes que te quiero.
Ya sabe Pedro que no vale presumir de “más”.
Es más: Pedro “corrige” la palabra que usaba Jesús, porque podría ser un
“amor” más espiritual, por decirlo así.
Y Pedro quiere echar el resto, y utiliza una nueva palabra que afirma a pleno pulmón que lo quiere con
intimidad de AMIGO.…, pero no solo se queda en que lo sabe Simón; la belleza de su respuesta es remitirse al saber de Jesús: “Tú sabes…” Ahí sí que no se equivoca.
Y Jesús asiente y le encarga su Iglesia:
sus “corderos”. ¡Bien sabe Él que Simón
le quiere! ¡Bien sabe Jesús, lo que Él quiere
a Simón, y que nada le ha hecho retirar su antigua promesa: Tú serás Piedra… Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Van encajando todas las piezas.
El amor disfruta cuanto más se
repite: “Te quiero” (Bien lo saben los enamorados). Y Jesús vuelve a preguntar, ya sin “más” o si
menos: Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Y Pedro se llena la boca pudiendo decir otra
vez (y otra vez corrigiendo la palabra: “Sí, Señor, Tú sabes que te quiero. Todo está muy claro. Y Jesús vuelve a repetir la entrega de su
Iglesia bajo el timón de Simón…, sobre la roca de Pedro.
¡Cosas del amor! También a Jesús le agradaba oír aquella
palabra que cambiaba, no por casualidad, su buen amigo Pedro. (O también pensó que Pedro se gozaría de
estarle repitiendo que lo quería! Y ahora Jesús va a utilizar la misma palabra
de Simón, y por tercera vez pregunta: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? No captó de
primeras Simón Pedro aquel matiz nuevo…, o el por qué de aquella tercera vez
preguntando Jesús. Y le dio tristeza,
por si es que pudiera dudarse de su amistad.
Y dando ya el salto total, respondió: Tú, Señor, sabes todas las cosas,
y TÚ SABES QUE TE QUIERO. Ya no
lo podía decir ni más alto. Ni más claro.
Ya no era él quien podía afirmar.
Ya era el propio Jesús, QUE SABE TODAS LAS COSAS, quien podía tener
plena constancia del mucho querer que le tenía Pedro, su amigo. ¡Sí, SU AMIGO CON TODO EL CORAZÓN! Y de corazón a Corazón, es muy fácil
entenderse.
Apacienta
mis corderos. Te pongo en tus manos
(que son las mías, diría Jesús), MI IGLESIA.
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