2º ejercicio: Yo soy pecador
El primer ejercicio nos puso de manifiesto que el pecado es
una realidad: 3 pecados muy concretos quedaron ahí en nuestra consideración.
Pero no podemos mirar los toros desde la barrera. El pecado
existe. Y no sólo existe sino que yo soy
pecador. Comienza siempre con la oración preparatoria, que si siempre es
importante, más aún cuando se entra en estas meditaciones, ya que es muy
necesario tener el ánimo en plena libertad interior: pase lo que pase o haya
pasado o pueda pasar, lo que se pretende es alabar, hacer reverencia y servir a
Dios…, y que todo vaya puramente ordenado a Él.
Se añade una PETICIÓN
que marca el fruto que hay que sacar de este rato de oracion. Y ahora pido dolor intenso por MIS PECADOS. Hay
quien necesita expresarlo en llanto pacífico de arrepentimiento.
Entramos, pues, dentro de uno mismo. Y para no generalizar,
yo miro –punto 1º- los lugares por
donde pasé, las personas que traté, a lo que me dediqué. Y pararse a mirar, en
actitud de oración, cómo quedó la película de mi propia vida, los pecados que
cometí. No como examen de conciencia, pero mirando toda mi realidad sin
ocultarme nada.
2º.- Supongamos
que no estuviera prohibido el odio, los celos, las venganzas, las “zancadillas”
de la vida diaria…, el desbordamiento de los instintos con la pérdida del
dominio de la personalidad…, la dureza del corazón o la falta de amor. [Y aquí tiene
cada cual que aterrizar con lo que haya visto en el punto 1º, que puede
encerrar sutiles formas de esas realidades]. Demos que nada de eso estuviera
prohibido. Sin embargo, ¡qué feo es y
cuánta malicia contiene! Y uno tiene que verse en ese espejo, y no parapetarse
en el burladero: el típico “yo no tengo pecados”, “no era mi intención”… Todo
eso no tiene más vuelta de hoja que verse uno en su propio retrato.
El punto 3º
quiere perfilar más aún ese retrato: puestos a mirar con atención, quién soy yo si me veo en medio de un grupo
amplio…, en medio de la humanidad…, en medio de los santos de Dios… Es
claro que nos creemos reyes pero que en cuanto estamos en un grupo de gente no
nos atrevemos a hablar o a hacer. ¿Qué somos cada cual en medio de una masa de
gente? Nos perdemos en la masa. No somos nadie. ¿Y en comparación con Dios, si es que podemos siquiera pensar en
ello? Mirando mi retrato completo, ¡qué
poca cosa soy!, y ¡cuánta suciedad y mal ejemplo ha salido de mí!
Y -4º punto-
todo eso que yo “no soy”…, o que soy nadie, pero que he hecho mi voluntad y he
actuado tantas veces al margen de Dios, se pone ante Dios mismo: sabio, santo, justo, fuerte… ¿En qué
quedo yo? ¿Cómo yo actúo sin contar con Él, o contra lo que dice Él?
Viene -5º punto-
una exclamación
admirada porque sigo viviendo, porque la creación de Dios me sigue
alimentando, porque ni ángeles ni hombres santos han tomado represalias contra
mí, que me rebelé contra la creación misma y contra la santidad de Dios. ESTOY
AQUÍ, estoy orando, no me ha destruido mi propio pecado.
Y ante toda esa admiración, el ejercitante desemboca en un Coloquio de misericordia: Dios está tan
por encima de mis propios pecados que me
ha dado vida hasta ahora, y no solo vida sino que sigue contando conmigo, y
sigue depositando su amor en mí. Dios no niega lo que yo soy pero me ama como
soy. Yo no niego lo que soy y he sido, pero admiradamente me acojo a la mirada
misericordiosa de Dios. Y concluyo con un propósito
de enmienda ayudado por la gracia de Dios, y rezo un Padrenuestro.
Liturgia del día
ResponderEliminarJacob se ha quedado dormido en el campo. (Gn 32, 22-32). Un misterioso personaje viene y lucha con él y se mantiene una lucha de igual a igual, y sólo se rinde Jacob cuando el “hombre” aquel le descoyunta el muslo. El tal personaje bendice a Jacob porque luchó con dioses y hombres y salió vencedor. Y le cambia el nombre de Jacob por ISRAEL. ¿Cómo es que salió vencedor? Porque luchó. Porque no se amilanó. Porque llevó su lucha hasta que no pudo más. Y al final resulta que ese “personaje” era Dios mismo, y por eso bendice y por eso puede cambiar el nombre, indicando toda una misión para adelante.
Es un ejemplo de lucha y constancia. Es un ejemplo del valor de la oración en la que la persona insiste y persevera y “lucha” por alcanzar un objetivo. Y será bendecido por esa “lucha”, aunque pueda tener que ceder en el intento cuando es la persona descoyuntada por los mismos avatares de la vida. Parece muchas veces que Dios no nos oye, y sin embargo está bendiciendo nuestra lucha y añadiendo una nueva letra en ese NOMBRE misterioso que tenemos y que se va construyendo desde las diversas realidades de la vida y de la providencia.
El Evangelio –Mt 9, 32-38- vuelve a una visión “reducida” de un suceso: Jesús ha echado un demonio de un mudo. Y los fariseos –que no tienen argumentos para negar los hechos- optan por el desprestigio, inventando que Jesús echa al demonio con poder del demonio.
En Mateo no hay discusión. Muy elocuente este evangelista lo que hace es mirar a Jesús y su obra. No se pierde en discusiones, sino que ve a Jesús yendo de un sitio a otro, por ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas y anunciando el evangelio del reino de Dios, curando enfermedades y dolencias. Y viendo tanto trabajo como queda por hacer, tantas ovejas sin pastor…, les dice a sus discípulos que oren al Señor, dueño de la mies, que envíe obreros a su mies…
Ahí queda la enseñanza concreta, la petición que hace el mismo Jesús.
Todos tenemos que defender cada día algún combate; contra nosotros mismos, contra nuestras pasiones, contra unas fuerzas malignas muy superiores a nosotos mismos, inclinados siempre al mal debido a la concupiscencia que nos arrastra."No es lucha contra la sangre-dice San Pablo-sino contra los principados, potestades y dominadores de este mundo...contra los espíritus malos de los aires". Son los ángeles rebeldes vencidos ya por Cristo, pero que no dejan de tentar al hombre hasta el fin de sus días Cada uno de nosotros tiene en su alma un poderoso ejército contra el que tenemos que luchar arduamente.Estos enemigos crueles son la soberbia., la avaricia, la sensualidad la pereza...Dice San Agustín que, de estos ataques, pocos salen ilesos.Pero tenemos la seguridad de nuestra victoria gracias a las intecesiones de nuestro Ángel Custodio, de la Virgen y de muchos hermanos anónimos que todos los días oran por nosotros. El Intercesor más importante es el Juez de estas luchas que está siempre de nuestra parte. A nosotros nos ha ungido el díade nuestro Bautismo. Nos ha ungido con el óleo de la alegría y con el Espíritu Santo; a él, al Demonio, lo ha atado con lazos irrompibles para paralizar sus embestidas. Si tenemos un tropiezo, Él nos tiende la mano, nos levanta y nos vuelve a poner en pie.
ResponderEliminarPor muchas que sean las tentaciones, Cristo es nuestra seguridad. ¡Él no nos deja! ¡Él está siempre de nuestra parte!