El rey temporal
Queda colgada aún una pregunta que se hizo el ejercitante
ante Cristo crucificado: Y yo, ¿qué de hacer por Cristo?
Entramos en la “2ª SEMANA”, que va a ponernos delante a ese
Cristo en cada uno de sus pasos. San Ignacio propone una contemplación: la del “Rey
eterno cuya llamada ayuda a contemplar la
vida del Rey eterno”.
Se comienza con la oración
preparatoria ya conocida, y que viene a ser una síntesis del Principio y
Fundamento, que está presente en todos los ejercicios. Y el lugar en el que nos situamos con la imaginación es Palestina, las aldeas, villas, cortijos y ciudades por
donde Cristo predicaba. O sea: el
Cristo histórico, el real, el que pasó por el mundo…
Y una petición
que señala el fruto que tenemos que sacar de esta contemplación: que yo no sea sordo a la llamada de
Jesucristo, sino muy diligente y pronto para cumplir su voluntad.
Al modo que Jesús empleaba parábolas para hacerse entender,
Ignacio también la emplea. Como es natural Ignacio se va a situar en algo tan
de su tiempo como el sentido del honor de los caballeros que se ponen al
servicio de su rey. Y presenta a aquel rey humano que reúne a sus súbditos y
les dice: mi voluntad es conquistar todas
las tierras infieles para llevarlos a la verdad del evangelio. Quien quiera
venir conmigo comerá y beberá y vestirá como yo; ha de trabajar conmigo para
que después tenga parte en la vitoria como la tuvo en la lucha. [Una
parábola de Jesús tampoco corresponde a nuestra mentalidad, pero de ellas
entresacamos el contenido que nos quiere trasmitir Jesús. Hagamos lo mismo con
esta parábola ignaciana].
¿Qué respuesta deberán tener aquellos Caballeros que
reciben todos los honores de parte de su rey? El que no aceptara esa propuesta
de su rey, debería ser considerado un mal Caballero, un caballero sin honor.
[Es momento de preguntarse: ¿qué sentimiento me produce esa
llamada y esas respuestas? ¿Qué podría yo responder si me situara en esa
mentalidad? Porque ya es importante calibrar la capacidad de reacción y
respuesta que puede darse en mí].
La realidad es que
Jesucristo llama, Jesucristo Rey
eterno y Señor universal. Y la realidad es que llama. Todo el Evangelio es
una llamada, que podría sintetizarse así: mi
voluntad es conquistar el mundo y todos los enemigos y así entrar en la gloria
de mi Padre. Quien quiera venir conmigo ha de trabajar conmigo, para que
siguiéndome en la lucha me siga en la victoria.
Ahora sí que nos implica: ¿qué respuesta, después de aquel
encuentro con el Cristo crucificado, y aquella pregunta: y yo qué he de hacer por Cristo? Ahora es la oportunidad de
retratarse.
San Ignacio pone un esquema de respuesta: los razonables,
los que ven lo que deben hacer, lo que no cabe otra respuesta... Esos tales ofrecerán toda su persona al trabajo.
Pero la táctica de Ignacio es tomar pie del momento
emocionado del ejercitante para dar un salto mucho más allá del de “no ser
sordos”. Los que se quieran señalar en su respuesta, tiran el manto,
saltan de su cuneta, como aquel ciego del camino, y se deciden a actuar contra
su amor propio, contra sus tendencias de comodidad, frente a los deseos de
mando y placer, y rompen por medio con una oblación que va mucho más allá de “lo
razonable”. Puestos ante Jesucristo,
y como Caballeros que velan sus armas, dicen en COLOQUIO decidido: Eterno
Señor de todas las cosas: yo hago mi
oblación con tu favor y ayuda (y con la ayuda de la Virgen mi madre, y de los
santos): que yo quiero y deseo y es mi
determinación deliberada (si es para mayor servicio y alabanza tuya) imitarte en pasar injurias,
humillación, menosprecio y pobreza (la que sea), su tu Majestad santísima me
quiere elegir y recibir en tal vida y estado.
Liturgia del día
ResponderEliminarEl Éxodo (1, 8-14, 22) prepara la construcción (aun lejana) del Pueblo de Dios…, la descendencia incontable de Abrahán, Isaac y Jacob, esos Patriarcas inmensos de la historia. Jose había muerto. Pasaron los años y los nuevos faraones quedaban muy lejos de aquella historia. Y lo que ellos veían ahora era que el pueblo hebreo crecía mucho. Y temieron. Porque pensaron que esa raza extranjera podría un día ser tan numerosa que se apropiara de Egipto. Y optaron por humillar, aplastar e impedir que el pueblo se multiplicara. Aparte de las cargas de esclavos a las que los sometieron, vino la terrible ley de matar a todos los niños varones que nacieran de los hebreos.
El Evangelio (Mt 10, 34-11, 1) continúa ese capítulo tan serio del modo en que hay que vivir la vida cristiana. Y lo primero es que Jesús no ha venido a poner cualquier paz en la tierra. Porque hay una paz falsa de quienes pretenden no complicarse la vida. Entonces Jesús pone guerra. Esa guerra que es fácil descubrir en la vida diaria, aun en las mismas familias: quienes están por la vida evangélica y quienes no, y hasta la discuten y menosprecian. Y eso se da entre esposos, entre padres e hijos, entre hermanos. No hay que ir muy lejos para comprobarlo.
Jesús advierte que en la elección de un modo de vivir, primero de todo debe ser Dios. Y por tanto establece esa situación: amarme antes que a los padres, los hijos, las posesiones…, coger la cruz y seguirme. [Pongamos el caso de una vocación de consagración. Los papás se oponen; el hijo o hija ha de elegir. Y ahí hay que elegir con criterio evangélico: Quien no ama menos que a mí, a su padre o madre o hermanos, no es digno de mí. Un caso práctico].
Porque aunque solo fuera dar un vaso de agua fresca EN MI NOMBRE, no quedará sin recompensa. Queda claro que en la actitud de fe en Cristo y en el Evangelio, lo que no cabe es jugar con esa fe total en Él. Por eso el que pretende conservarse a seguro a sí mismo, no es digno de mí. Queda muy claro que en el encuentro con Jesucristo, no hay más opción que Jesucristo y al modo de Jesucristo. He ahí el por qué de esa “guerra” que Jesús ha venido a poner… Porque elegir seguir a Jesucristo exige bastante más que la devoción de un encuentro emocionado.
El Cristo real, el histórico, el que pasó por el mundo, nos pide que lo amemos y que lo sigamos con lealtad, por encima de todas las cosas, incluso por encima de los vínculos familiares: padres, hijos, hermanos...Nos pide que tomemos nuestra propia cruz y que lo acompañemos siempre, a pesar del riesgo de ir con Él, por el camino que conduce a Jerusalén, pasando por la experiencia de la muerte; colaborando con el Señor en la construcción del Reino. Es una propuesta exigente, porque supone el anonadamiento de uno mismo y amar la verdad y el bien de las personas; pero es necesario que escuchemos al Señor y que seamos muy obedientes, porque sólo Él puede darnos la verdadera felicidad.
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