En camino
Las lecturas de hoy nos
centran en Juan Bautista: es el nacimiento del hijo de Zacarías e Isabel,
marcado de antemano por Dios con el nombre de JUAN, porque expresa la realización
de la misericordia de Dios, tantos siglos anunciada y que hoy se muestra.
Zacarías recobra el habla cuando declara que “JUAN ES SU NOMBRE” (el del niño),
lo que hace a todos los presentes descubrir que la mano de Dios está sobre ese niño.
Según Malaquías, es mensajero que prepara el camino, que pisa ya
en el “santuario” del Nuevo Testamento, y al que ya nadie puede resistir porque
su presencia y palabra es como fuego de fundidor y lejía de lavandero que purifica
todas las escorias. Es como un volver el gran profeta de Israel –Elías- para
disponer los corazones a un entendimiento y unidad para cuando llegue el Señor.
Confieso que uno de los momentos –no expresados en el
evangelio- que más me sobrecogen es el de la espera de José y María en esos
meses hasta el nacimiento del Niño. Y aparte de la ilusión de unos padres, lo
que me constriñe mi pensamiento oracional es el momento en que se plantean que
lo escrito en los libros sagrados es que tú,
Belén, no eres la más pequeña porque de ti nacerá el Salvador ¿Qué les
suponía a ellos? ¿”De ti” quiere decir, “de un descendiente” –José-, “de ti”
significa “en ti”, en Belén? Y si fuera
que debe nacer en Belén, ¿qué les toca hacer a ellos? Supuesto que Dios llevó
todo a su manera, ¿debían quedarse esperando que Dios hablara? O –supuesto que
Dios ha hablado por la Escrituras Santas, ¿les toca a ellos la iniciativa en
este momento?
Ya digo que este momento es de los que más me apasionan porque
es una situación muy difícil y una actitud ante Dios que quiere ser conforme a
los deseos de Dios…, pero Dios no se ha manifestado. Fuera de Joaquín y Ana, ¿a
quién podían consultar un misterio de aquella envergadura?
Pensaban, querían decidir, volvían a esperar… Los días se
echaban encima. A María le quedaba poco para el parto y aquel punto estaba sin
saber qué hacer.
Y una mañana oyen la trompetilla de los avisos “municipales”
y un pregonero oficial convoca a los pueblerinos para darles lectura a un
edicto por el que cada cual había de empadronarse en el lugar de su ascendencia.
Las lágrimas se escaparon de los ojos de muchos, pero las de José y María eran
distintas: eran de adoración humilde, de emoción que sale a los ojos… ¡Dios
siempre habla, aunque sea de firma tan impensable, por medios tan fuera de
ángeles y sueños!
Con sus lágrimas se retiraron mientras en la calle seguía
el tumulto, las quejas, las protestas, los puños alzados. José y María habían
encontrado la respuesta. José, hijo de David, tenía que ir a Belén… Ya estaba
el tema resuelto al modo de Dios.
Y mientras José hizo las gestiones para incorporarse a una
caravana de ahí a un par de días, María preparó lo indispensable, utensilios y
ropas… Y ahí “aparece” la borriquilla o “asna” que San Ignacio incorpora a este
momento, y que sería la que aparece luego junto al pesebre. Allí cargarían lo
que podían necesitar de primera necesidad.
Y en el día convenido, acompañados por Joaquín, salieron a
la calzada real a esperar el paso de la caravana.
San Juan de Kety, presbítero
ResponderEliminarSan Juan de Kety, presbítero, el cual, siendo sacerdote, se dedicó a la enseñanza durante muchos años en la Academia de Cracovia, después recibió el encargo pastoral de la parroquia de Olkusia, en donde, añadiendo a la recta fe un cúmulo de virtudes, se convirtió para los cooperadores y discípulos en ejemplo de piedad y caridad hacia el prójimo.
Juan de Kety, llamado también Juan Cancio, nació en la ciudad polaca de Kety (o Kanty). Sus padres eran campesinos de buena posición, que al comprender que su hijo era muy inteligente, le enviaron a estudiar en la Universidad de Cracovia. Juan hizo una brillante carrera y, después de su ordenación sacerdotal, fue nombrado profesor de la Universidad. Como llevaba una vida muy austera, sus amigos le aconsejaron que mirase por su salud a lo que él respondió, simplemente, que la austeridad no había impedido a los padres del desierto vivir largo tiempo. Se cuenta que un día, mientras comía, vio pasar frente a la puerta de su casa a un mendigo famélico. Juan se levantó al punto y regaló su comida al mendigo; cuando volvió a entrar en su casa, encontró su plato lleno. Según se dice, desde entonces se conmemoró ese suceso en la Universidad, dando todos los días de comer a un pobre; al empezar la comida, el subprefecto de la Universidad decía en voz alta: «Un pobre va a entrar», y el prefecto respondía en latín: «Va a entrar Jesucristo».
El éxito de San Juan como profesor y predicador suscitó la envidia de sus rivales, quienes acabaron por lograr que fuese enviado como párroco a Olkusz. El santo se entregó al trabajo con gran energía; sin embargo, no consiguió ganarse el cariño de sus feligreses, y la responsabilidad de su cargo le abrumaba. A pesar de todo, no cejó en la empresa y, cuando fue llamado a Cracovia, al cabo de varios años, sus fieles le querían ya tanto, que le acompañaron buena parte del camino. El santo se despidió de ellos con estas palabras: «La tristeza no agrada a Dios. Si algún bien os he hecho en estos años, cantad un himno de alegría». San Juan pasó a ocupar en la Universidad de Cracovia la cátedra de Sagrada Escritura, que conservó hasta el fin de su vida. Su reputación llegó a ser tan grande, que durante muchos años se usaba su túnica para investir a los nuevos doctores. Por otra parte, san Juan no limitó su celo a los círculos académicos, sino que visitaba con frecuencia tanto a los pobres como a los ricos.
En una ocasión, los criados de un noble, viendo la túnica desgarrada de San Juan, no quisieron abrirle la puerta, por lo que el santo volvió a su casa a cambiar de túnica. Durante la comida, uno de los invitados le vació encima un plato y san Juan comentó sonriendo: «No importa: mis vestidos merecían ya un poco de comida, puesto que a ellos debo el placer de estar aquí». Los bienes y el dinero del santo estaban a disposición de los pobres de la ciudad, quienes de vez en cuando le dejaban casi en la miseria. San Juan no se cansaba de repetir a sus discípulos: «Combatid el error; pero emplead como armas la paciencia, la bondad y el amor. La violencia os haría mal y dañaría la mejor de las causas». Cuando corrió por la ciudad la noticia de que san Juan, a quien se atribuían ya varios milagros, estaba agonizante, la pena de todos fue enorme. El santo dijo a quienes le rodeaban: «No os preocupéis por la prisión que se derrumba; pensad en el alma que va a salir de ella dentro de unos momentos». Murió la víspera del día de Navidad de 1473, a los ochenta y tres años de edad. En 1767, tuvo lugar su canonización y su fiesta se extendió a toda la Iglesia de Occidente.
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Se acaba el Adviento.
ResponderEliminar¿Qué ha dejado en mí este tiempo? ¿Qué "algo" supuso de cambio, mejora, purificación...?
José y María han esperado el momento de Dios. Y Dios ha salido al paso aunque sea de modo inimaginado. Estamos a poco más de un día del final oficial litúrgico. ¿Ha salido Dios en algún aspecto de mi vida? ¿Capté alguna "aparición" de Dios? ¿Pasó de largo esa Presencia? ¿Hoy puedo llevar en la mano el ramillete de mi ADVIENTO?
Mi Adviento podía haberlo aprovechado mejor; gracias no me han faltado; he captado la Presencia de Dios en cada instante de mi Adviento y, desde mi pobreza, he procurado ser fiel, lo que me pasa es que soy barro y, por mí misma, no tengo consistencia alguna...
ResponderEliminarPadre Manuel, desde el mismo corazón del Padre, reciba un fraternal y agradecido abrazo, en compañía de todos los Blogueros que le siguen. Mº José Bermúdez.