06 dic.: EL ANUNCIO

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          Fue un día inesperado. En el momento inesperado. En el lugar inesperado. Myriam se encontró de pronto envuelta en el misterio. Dios se le comunicaba y le decía, así de pronto; Dios te saluda, llena de gracia. El Señor está contigo. Bendita tú entre las mujeres. Y María se quedó paralizada. ¿De dónde venía aquella voz que percibía en el fondo de su alma? ¡Y era algo sublime! Algo que turbaba la sencillez de la recién salida de su adolescencia. Myriam miró a su alrededor. No había nadie que ella pudiera percibir. Incluso ella estaba segura que aquella palabra no le había venido de voz humana. La había sentido en su alma, en el hondón de su alma. Y discurría qué podía ser aquel saludo. La voz interior –pasada la sorpresa inicial- susurró de nuevo: No temas, María… ¡En efecto era a ella! El saludo había sido tal que por un momento pudo pensar que no era para una aldeana como ella. Pero ahora pronuncia su nombre. Y como que pone en más atención a Miriam, a la que se le comunica que: has hallado gracia ante Dios y vas a concebir en tu seno y vas a dar a luz un niño a quien darás el nombre de Jesús.

          Para decir verdad, aquello casi mareaba. No sólo se le está anunciando una maternidad –eso no sería lo más extraño- sino que el nombre -¡algo tan definitivo en las intervenciones de Dios!- va a ser JESÚS. Y para una hebrea era muy claro que se trataba del Mesías SALVADOR. Repito: era para perder el sentido. Ella, la mínima muchacha de una aldehuela sin nombre, era la que recibiría un hijo…, ¡y ese hijo en concreto!: Jesús (=Dios salva).

          Al corazón de Myriam se vino de momento la profecía de Isaías: una doncella concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre En-manuel (que significa: Dios con nosotros). Había un paralelismo total. En efecto se le estaba anunciando a ella la realización de la profecía mesiánica que Dios le hizo a Acaz.

          Pero le quedaba a la muchacha un punto en sombra, y que necesitaba aclarar para saber a qué la llamaba Dios. Ella concebirá en su seno  y dará a luz un hijo… Y tal hijo que llevará sobre sí el trono de David, su padre. En efecto su prometido José venía de la rama y estirpe de David. Pero aún no se había planteado el matrimonio. Entonces… ¿se le estaba pidiendo que ese matrimonio se efectuara ya? Porque ¿cómo puede ser eso que se le anuncia si ella no conoce varón? [Para la Biblia conocer no es una función del entendimiento, sino la íntima relación con que un esposo “conoce” a su esposa. Es, pues un “conocer” del corazón, del afecto, de la fusión de dos personas].

          María no dudaba del anuncio recibido. No oponía una dificultad. Todo lo contrario: ya estaba dispuesta a lo que hubiera que hacer…, pero necesitaba saber qué es lo que se le pedía…, qué es lo que Dios quería. De ahí su pregunta, que equivaldría a la muy llana de: ¿qué tengo que hacer? Yo ya estoy disponible, pero ¿qué tengo que hacer para que ese anuncio que se me ha hecho pueda hacerse realidad?

          Sigue, pues el misterio, y sea cual sea la respuesta que le llegue del Cielo, Myriam tiene ya decidido: escuchar la voz de Dios y ponerla en obra. Sea cual sea. Aunque la lógica le dice que José juega ahí su papel. Lo que nunca pudo ni soñar era la realidad que Dios se traía entre manos.

          No pretendo hacer novela. Quiero decir que la experiencia de ADVIENTO es algo más que lo que vivimos nosotros. Supone un total abandono y entrega en los planes de Dios. Y hay que hacer por descubrirlos hoy EN MÍ

           Como ya indiqué, el seguimiento del Adviento de María se puede hacer con mucho provecho desde mi libro: QUIÉN ES ESTE