martes, 31 de enero de 2017

ZENIT 31: Jesús mira a cada uno

El papa Francisco, en la homilía de la misa celebrada este martes en Santa Marta, ha asegurado que si tenemos nuestra mirada dirigida hacia Jesús con perseverancia, descubriremos con estupor que es Él quien mira con amor a cada uno de nosotros.
El autor de la carta a los Hebreos, ha indicado el Santo Padre, nos exhorta a correr en la fe “con perseverancia, teniendo fija la mirada en Jesús”. En el Evangelio es Jesús quien “nos mira y se da cuenta de nosotros”. Él está cerca de nosotros –ha señalado– está siempre en medio de la multitud.
Asimismo, ha proseguido recordando que Jesús no se rodeaba de guardias que le hacían la escolta para que la gente no le tocara. “Se quedó allí y la gente lo empujaba. Y cada vez que Jesús salía, había más gente”, ha precisado Francisco. Además, ha asegurado que Jesús “no masifica a la gente” sino que “nos mira a cada uno”.
En la homilía, el Santo Padre ha explicado que el Evangelio de Marcos cuenta dos milagros. Jesús sana a la hemorroísa, en medio de la multitud, que consigue tocar el manto. Y Jesús se da cuenta de que le han tocado. Después, resucita a la hija de Jairo, uno de los jefes de la sinagoga. Se da cuenta de que la chica tiene hambre y le dice a los padres que la den de comer. Al respecto, el Pontífice ha subrayado que “la mirada de Jesús va al grande y al pequeño”.
Así mira Jesús: “nos mira a todos, nos mira a cada uno de nosotros”. Mira “nuestros grandes problemas, nuestras grandes alegrías, y mira también a nuestras pequeñas cosas”.
Por otro lado, ha reconocido que si corremos “con perseverancia, teniendo fija la mirada en Jesús” nos sucederá como a la gente después de la resurrección de la hija de Jairo, “que se quedaron muy sorprendidos”. De este modo ha explicado que cuando miramos a Jesús y fijamos su mirada en Él, nos encontramos que “Él tiene fija su mirada sobre mí”. Y esto –ha reconocido Francisco– nos hace sentir este gran estupor.
En esta línea, el Pontífice ha exhortado a no tener miedo, como no lo tuvo la viejecita al ir a tocar el borde del manto de Jesús.

31 enero: Sencillamente LA FE

Liturgia
          Reconozco que tras una primera lectura, no me queda otra que remitir al texto, tal cual, de Heb 12, 1-4. No se me ocurre una explicación. Creo que está tan claro que el texto es la mejor explicación: quitemos lo que nos estorba y el pecado que nos ata y corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en Jesús, que inició y completa nuestra fe, que renunció al gozo inmediato y soportó la cruz sin miedo a la ignominia. Por eso ahora está sentado a la derecha del Padre.

          El evangelio vuelve a ser muy rico, con dos sucesos entremezclados: Mc. 5, 21-43. Por lo pronto, se reunió mucha gente  alrededor de Jesús…, junto al Lago. Allí viene un jefe de sinagoga a rogarle por su hija que está en las últimas, y para la que pide que Jesús, vaya e imponga las manos para que se cure. La fe de Jairo es condicionada a unas características: Que Jesús vaya y que imponga las manos sobre la enferma.
          Simultáneamente aparece entre el gentío una mujer que padece hemorragias desde hacía 12 años, a la que habían tratado muchos médicos y sólo había conseguido gastar todo su dinero en la búsqueda de una curación que no le llegó. Ahora se entremezcla con los seguidores de Jesús y se abre paso como puede para acercarse a él, con una convicción secreta: que si llega a tocar el manto, quedará curada. Bien se ve que la fe de esta mujer es muy distinta de la de Jairo. Diríamos que “menos materializada”. Ni siquiera pretende que Jesús sepa lo que ella va a hacer. Sólo ese contacto del que ella sola sabría. Y fue y logró llegar tan cerca que pudo rozar el vestido de Jesús.
          Pero no le salió tal como ella pensaba, porque Jesús supo que algo había pasado. Jesús se detiene. Ha notado que ha salido una fuerza de él. Y volviéndose a la gente, pregunta: ¿Quién me ha tocado el manto? Los discípulos consideraron una exageración aquella pregunta. ¿Cómo no iban a tocarle y empujarle si iba rodeado de gentes que se achuchaban entre sí? Pero no. No era ese “el toque” que había notado Jesús. Y seguía mirando a su alrededor como descubriendo “al culpable”. [En realidad era muy diverso interés: lo que Jesús había sabido constatar es que le habían tocado con un toque especial, ese que no es el sólo roce de la mano sino el que viene desde las entretelas el alma].
          La mujer se vino a él, toda ella asustada, casi como si hubiera cometido un fallo. Pero humildemente confesó su hecho y el por qué del mismo. Y más enterneció al corazón de Jesús, que vuelto a ella le dijo: Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud.
          No se me va del pensamiento Jairo. Para él todo esto era un retraso que podía decidir la salud o la muerte de su hija. Y en aquella preocupación, se encuentra con el recado temido: Tu hija ha muerto, ¿para qué molestar ya al Maestro?
          Jesús alcanza a escuchar el recado y se dirige a Jairo: No temas; basta que tengas fe. Y siguió Jesús caminando hacia la casa del hombre, lo que era un presagio de un fin favorable de aquella cuestión.
          La noticia se había corrido. Las plañideras hacían ya sus oficios, con alboroto, llantos y lamentos, cuando llegó Jairo con Jesús y los Doce. Jesús se permite hacer un adelanto del resultado, advirtiendo que la niña no está muerta sino dormida. Y la gente no entiende aquello y se lo toma a burla de mal gusto.
          Jesús entra en la casa, se queda solo con los padres y los apóstoles, entra en la habitación donde yacía la difunta de doce años, y le toma una mano y le dice: Contigo hablo, niña: LEVÁNTATE. Un escalofrío recorrió a aquellos padres, que no pestañeaban ante las palabras de Jesús. La niña se incorpora, se pone en pie inmediatamente y echa a andar… Los padres lloran de emoción, se abrazan a la niña, y Jesús, casi en despedida, les dice que le den de comer, en un gesto de delicadeza, en el que los mismos padres –en su emoción- no habían caído. Aquella niña necesitada ahora, lo primero, alimentarse, tras la grave enfermedad.

          Jesús sale sin aspavientos, pasa por entre las gentes que están a la puerta y que oyen de pronto hablar a la niña… No les sale el resuello del cuerpo. No dicen nada. ¿Realmente la niña dormía? Jesús se va yendo con sus Doce, que eran los primeros admirados de aquello que habían presenciado, y el gentío que esperaba. La niña estaba realmente muerta. Y fue la fuerza de Jesús la que la puso en pie. Lo comentaron entre ellos, mientras Jesús sonreía. Cuando por fin hablaron con Jesús, expresando su admiración, Jesús les dijo: LA FE, sencillamente LA FE.

lunes, 30 de enero de 2017

ZENIT 30: ¿Iglesia sin mártires?

La mayor fuerza de la Iglesia se ve principalmente en las pequeñas Iglesias perseguidas, más aún que en las grandes manifestaciones de fe. Lo dijo este lunes el papa Francisco en la homilía de la misa celebrada por la mañana en Casa Santa Marta, precisando que en nuestros días hay más mártires que en los primeros siglos.
Explicando la carta a los Hebreos, Francisco recuerda que “sin memoria no hay esperanza”, y que este paso insta a llamar a la memoria la historia del pueblo del Señor. Justamente en el capítulo XI, que la liturgia nos presenta en estos días, se habla de la memoria. En primer lugar, una “memoria de la docilidad”, la memoria de la docilidad de tanta gente, comenzando con Abraham, obediente, que salió de su casa sin saber a dónde iba.
En particular se habla de otras dos memorias. El recuerdo de las grandes gestas del Señor forjadas por Gedeón, Barac, Sansón, David, “muchas gente que ha hecho grandes gestas en la historia de Israel”.
Y después está un tercer grupo del cual es necesario hacer memoria, la “memoria de los mártires”, de aquellos “que han sufrido y dado su vida como Cristo”, que “fueron torturados, lapidados, muertos por la espada.” La Iglesia es, de hecho, “este pueblo de Dios”, “pecador, pero dócil”,  que hace “grandes cosas y también da testimonio de Jesús hasta el martirio”.
“Los mártires son quienes llevan adelante la Iglesia, son los que sostienen a la Iglesia, que la han sostenido y sostienen en la actualidad”.
Lamentó que “los medios de comunicación no lo digan porque no es noticia, pero muchos cristianos en el mundo de hoy son bienaventurados porque son perseguidos, insultados, encarcelados. ¡Hay tantos en la cárcel, sólo por llevar una cruz o confesar a Jesucristo!”.
“Esta es –prosiguió Francisco– la gloria de la Iglesia y nuestro apoyo y también nuestra humillación: nosotros que tenemos todo, todo parece fácil para nosotros y si nos falta algo nos quejamos… ¡Pero pensemos en estos hermanos y hermanas que hoy, en mayor número que en los primeros siglos, sufren el martirio!”.
“No puedo olvidar”, continuó el Santo Padre, “el testimonio del sacerdote y la monja en la catedral de Tirana: años y años de prisión, de trabajo forzoso, de humillación”.
Incluso hoy, la mayor fuerza de la Iglesia en la actualidad se encuentra en las “pequeñas Iglesias” perseguidas.
“Y nosotros es cierto, y también justo, estamos felices cuando vemos un gran acto eclesial, que ha sido un gran éxito, los cristianos que se han manifestado… ¡Y esto es hermoso!
¿Esta es la fuerza? Sí, es fuerza. Sin embargo, la mayor fortaleza de la Iglesia en la actualidad se encuentra en las pequeñas Iglesias, pequeñas, con poca gente, perseguidas, con sus obispos en la cárcel. Esta es nuestra gloria ahora, esta es nuestra gloria y nuestra fuerza hoy”.
“Una Iglesia sin mártires –me atrevo a decir– es una iglesia sin Jesús”, afirmó el Papa, quien invitó a rezar “por nuestros mártires que sufren tanto”, “por aquellas Iglesias que no son libres de expresarse”: “Son ellas nuestra esperanza”.
El Pontífice recordó así que en los primeros siglos de la Iglesia un antiguo escritor dijo: “La sangre de los cristianos, la sangre de los mártires es semilla de los cristianos”. Porque “ellos, con su martirio, su testimonio con su sufrimiento, incluso dando su vida, ofreciendo la vida, siembran cristianos para el futuro y en las otras Iglesias.
Ofrecemos esta misa por nuestros mártires, por los que ahora sufren, por las Iglesias que están sufriendo, que no tienen libertad. Y agradezcamos al Señor que esté presente con la fortaleza de su Espíritu en nuestros hermanos y hermanas que hoy dan testimonio de Él”.

30 enero: Un mundo poseso

Liturgia
          La 1ª lectura (Heb 11, 32-40) pone de manifiesto la supremacía del tiempo presente (la redención realizada por el sacerdote Jesús) sobre el pasado del Antiguo Testamento. Pues en él, hombres próceres de la fe, no vieron las promesas realizadas en su plenitud. Unos, que fueron triunfadores en gestas históricas, y otros que sucumbieron ante los perseguidores. Pero todos éstos, aun acreditados por su fe, no vieron realizado lo prometido. Nos lo tenía Dios reservado a nosotros. Y aquellos lograrán su triunfo definitivo a través de nosotros, que estamos ya en economía de salvación.
          El evangelio de Mt 5, 1-20, mitad suceso, mitad fabulado, nos narra la arribada de Jesús y sus apóstoles tras la tempestad sufrida en el Lago. Cuando el mar se calmó, los que dirigían la barca se dirigieron a la playa más cercana, con unas enormes ganas de pisar tierra firme. Y vinieron a caer en un lugar desconocido por ellos, en la región de los gerasenos o gadarenos. Y si mala fue la tormenta del mar, no fue menor la que se encontraron en tierra. El lugar aquel era un cementerio. Entre las tumbas vivía un endemoniado asalvajado, al que no habían podido doblegar ni con grillos ni con cadenas porque su fuerza bruta destrozaba las cadenas y abría los grilletes. Y vivía desnudo y gruñendo, amenazante, por entre aquellas tumbas.
          Jesús, el que calmó la tempestad furiosa del Lago, se dirigió a él con la misma autoridad. Vio claramente que se trataba de un poseso y le dio orden al demonio de salir de ese hombre. El demonio pretende dominar a Jesús y lo nombra en plan de desafío: ¿Qué tienes tú que ver con nosotros, Jesús, Hijo del Altísimo? ¿Viniste a perdernos? Jesús contrarresta pidiéndole al demonio que diga su nombre. Y el demonio con un alarido más que con una palabra, responde: Me llamo Legión, porque somos muchos. Y humillado así, ahora ruega: No nos hagas salir de esta región; si nos echas, mándanos ir a los cerdos. Es que había una enorme piara de cerdos (unos dos mil) hozando por el monte. Y el Señor se lo permitió.
          Cuando alguien aduce que Jesús cometió una injusticia contra los dueños de los cerdos, ignora que aquel negocio era un negocio prohibido en Israel; que los cerdos eran “animales inmundos” que ofendían la dignidad nacional, y que todo aquello era un negocio oculto, mafioso. Permitir a los espíritus entrar en los cerdos era juntar cosas iguales, porque los dos eran inmundos, Y Jesús había venido a purificar del mal.
          Lo que ocurrió fue que los cerdos endemoniados salieron en estampida hacia el acantilado y se lanzaron al mar, ahogándose todos. Mientras que el hombre aquel, queda sereno, se viste, se sienta como salido de una espantosa pesadilla y queda en su sano juicio.
          Por el contrario, los porquerizos se espantan con lo ocurrido y van a los dueños de los cerdos a comunicarles lo sucedido. Aquellos dueños mueven al pueblo a salir adonde estaba Jesús, y si bien no podían hacerlo con malos modos, porque eran conscientes de su ilegalidad, sí vienen a rogarle a Jesús que se vaya de aquel lugar. No han deparado, o no les ha interesado, el vecino que está ahora sentado y pacífico. Sólo vale su negocio destruido, y ver la manera de quitarse de encima a Jesús…
          Jesús y los Doce vuelven grupas y se van hacia la barca. El hombre liberado le pide a Jesús poder irse con él, pero Jesús considera que tiene un papel “laico” importante que realizar en el pueblo y entre sus gentes. Ya que no han querido recibir a un liberador, al menos tiene que quedar un testigo del bien. Y de hecho aquel hombre se constituye en un heraldo de la libertad que le ha dado Jesús, y lo hace no sólo en el pueblo sino en sus alrededores: lo que Jesús había hecho con él. Y provoca así la admiración de todas las personas de corazón sano, que pueden constatar que quien expulsa al demonio es más fuerte que el demonio, y que en efecto el Mesías de Dios ha visitado aquellos parajes.

          Creo que es una reflexión importante en el mundo de hoy, no ya laico sino laicicista; no sólo laico sino perseguidor de la verdad de Dios, y de cuanto huele a Dios: la Iglesia, los católicos, la enseñanza de la doctrina cristiana. Y ahí queda la importancia del LAICO APÓSTOL, el que Jesús no ha llamado a ser parte consagrada pero sí a ser parte profundamente activa frente a “los dos mil cerdos” y frente a un pueblo que pide a Jesús y a los suyos que “se ausenten” de allí. Y las razones, poco confesables, es que la presencia de Dios estorba la materialidad y abusos de un mundo que se ha asentado sobre la legión mafiosa de la economía ilegal y del pensamiento laicicista del hombre de hoy “endiosado”. ¿O más bien “poseso”?

domingo, 29 de enero de 2017

ZENIT 29: El Ángelus del Papa

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La liturgia de este domingo nos hace meditar sobre las Bienaventuranzas (cfr Mt 5,1-12a), que abren el gran discurso llamado “de la montaña”, la “carta magna” del Nuevo Testamento. Jesús manifiesta la voluntad de Dios de conducir a los hombres a la felicidad. Este mensaje estaba ya presente en la predicación de los profetas: Dios está cerca de los pobres y de los oprimidos y les libera de los que les maltratan.  Pero en esta predicación, Jesús sigue un camino particular: comienza con el término “bienaventurados”, es decir felices; prosigue con la indicación de la condición para ser tales; y concluye haciendo una promesa. El motivo de las bienaventuranzas, es decir de la felicidad, no está en la condición requerida –“pobres de espíritu”, “afligidos”, “hambrientos de justicia”, “perseguidos”…– sino en la sucesiva promesa, para acoger con fe como don de Dios. Se comienza con las condiciones de dificultad para abrirse al don de Dios y acceder al mundo nuevo, el “reino” anunciado por Jesús. No es un mecanismo automático, sino un camino de vida de seguir al Señor, por el que la realidad de miseria y aflicción es vista en una perspectiva nueva y experimentada según la conversión que se lleva a cabo. No se es bienaventurado si no se es convertido, para poder apreciar y vivir los dones de Dios.
Me detengo en la primera bienaventuranza: “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos” (v. 4). El pobre de espíritu es el que ha asumido los sentimientos y la actitud de esos pobres que en su condición no se rebelan, pero saben que son humildes, dóciles, dispuestos a la gracia de Dios. La felicidad de los pobres en espíritu tiene una doble dimensión: en lo relacionado con los bienes y en lo relacionado con Dios. Respecto a los bienes materiales esta pobreza de espíritu es sobriedad: no necesariamente renuncia, sino capacidad de gustar lo esencial, de compartir; capacidad de renovar cada día el estupor por la bondad de las cosas, sin sobrecargarse en la opacidad del consumo voraz. Más tengo, más quiero; más tengo, más quiero. Este es el consumo voraz  y esto mata el alma. El hombre y la mujer que hace esto, que tiene esta actitud, “más tengo, más quiero”, no es feliz y no llegará a la felicidad. En lo relacionado con Dios es alabanza y reconocimiento que el mundo es bendición y que en su origen está el amor creador del Padre. Pero es también apertura a Él, docilidad a su señoría, es Él el Señor, es Él el grande. No soy yo el grande porque tengo muchas cosas. Es Él el que ha querido al mundo por todos los hombres, y los has querido para que los hombres fueran felices.
El pobre en espíritu es el cristiano que no se fía de sí mismo, de las riquezas materiales, no se obstina sobre las propias opiniones, sino que escucha con respeto y se remite con gusto a las decisiones de los otros. Si en nuestras comunidades hubiera más pobres de espíritu, ¡habría menos divisiones, contrastes y polémicas! La humildad, como la caridad, es una virtud esencial para la convivencia en las comunidades cristianas. Los pobres, en este sentido evangélico, aparecen como aquellos que mantienen viva la meta del Reino de los cielos, haciendo ver que esto viene anticipado como semilla en la comunidad fraterna, que privilegia el compartir a la posesión. Esto quisiera subrayarlo: privilegiar el compartir a la posesión. Siempre tener las manos y el corazón así (el Papa hace un gesto de mano abierta), no así (gesto de puño cerrado). Cuando el corazón está así (cerrado) es un corazón pequeño, ni siquiera sabe cómo amar. Cuando el corazón está así (abierto) va sobre el camino del amor.
La Virgen María, modelo y primicia de los pobres en espíritu porque es totalmente dócil a la voluntad del Señor, nos ayude a abandonarnos en Dios, rico de misericordia, para que nos colme de sus dones, especialmente de la abundancia de su perdón.

Después del ángelus, el Santo Padre ha añadido:
Queridos hermanos y hermanas,
¡Cómo veis han llegado los invasores, están aquí! (se refiere a los niños de Acción Católica)
Se celebra hoy la Jornada mundial de los enfermos de lepra. Esta enfermedad, aun estando en retroceso, está todavía entre las más temidas y golpea a los más pobres y marginados. Es importante luchar contra esta enfermedad, pero también contra las discriminaciones que esta genera. Animo a los que están comprometidos en la asistencia y en la reinserción social de las personas golpeadas por la lepra, a quienes aseguramos nuestra oración.
Os saludo con afecto a todos vosotros, venidos de distintas parroquias de Italia y otros países, como también a las asociaciones y a los grupos. En particular, saludo a los estudiantes de Murcia y Badajoz, y jóvenes de Bilbao y los fieles de Castellón. Saludo a los peregrinos de Reggio Calabria, Castelliri, y el grupo siciliano de la Asociación Nacional de Padres. Quisiera también renovar mi cercanía a la población de Italia central que todavía sufren las consecuencias del terremoto y de las difíciles condiciones atmosféricas. Que no les falte a estos nuestros hermanos y hermanas el constante apoyo de las instituciones y la solidaridad común. Y por favor, que cualquier tipo de burocracia no les haga esperar y ulteriormente sufrir.
Me dirijo ahora a vosotros, chicos y chicas de Acción Católica, de las parroquias y de las escuelas católicas de Roma. También este año, acompañados por el cardenal vicario, habéis venido al finalizar la “Caravana de la Paz”, cuyo eslogan es Rodeados de Paz. Bonito el eslogan. Gracias por vuestra presencia y por vuestro generoso compromiso en el construir una sociedad de paz. Escuchamos el mensaje que vuestros amigos, aquí junto a mí, nos leerán.
[Lectura del mensaje]
Ahora se lanzan los globos, símbolo de paz. 
Os deseo a todos un feliz domingo. Deseo paz, humildad, compartir en vuestras familias. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
 

29 enero: La esencia del cristianismo

Liturgia
          Los antiguos habían recibido el decálogo, una serie de mandatos o prohibiciones que encerraban los aspectos fundamentales de la vida humana, en la relación con Dios y en la relación con los demás. Y en definitiva estaban marcando la honradez personal. Había que cumplir lo mandado y evitar lo prohibido. Y eran normas básicas que formulaban las relaciones esenciales que pide la convivencia humana y la relación con Dios.
          Jesucristo no pone mandatos y prohibiciones. Jesucristo traza una gran avenida por la que hay que circular en la vida. No es algo que se cumple o se deja de cumplir. Es algo que marca una marcha y que siempre queda abierto para volver a recorrerlo con una nueva profundidad. Son LAS BIENAVENTURANZAS (Mt 5, 1-12) que nunca se viven completas porque siguen mostrando un camino que hay que continuar y perfeccionar.
          Ser pobres, sencillos, humildes está mostrando una actitud fundamental. Es la actitud de quien se abandona confiadamente a Dios, y es más verdaderamente hermano de sus hermanos. Es mucho más que un mandato: es un modo ante la vida. Pues eso es lo que marca al que es discípulo de Jesús.
          Y como las palabras sueltas no expresan todo lo que significan, Jesús desdobla esa “pobreza” en formas concretas que deben ser el estilo de vida de un discípulo suyo. La pobreza dichosa es la del que es sufrido sobrellevando las contrariedades de la vida y las dificultades que entraña la convivencia, sobrepasándolas con un sentido más alto.
          Es la manera de ser del que llora ante el sufrimiento pero no se pelea con él. Llora ante la violencia de los otros y la dureza de la vida, pero no toma venganza, no responde con la violencia.
          Por el contario, vive el hambre y la sed de la bondad, de la fidelidad a unos principios y a una relación personal con Jesucristo.
          Es pobre porque tiene un corazón misericordioso, acogedor, magnánimo, compasivo, tratando de imitar y reproducir de alguna manera la misericordia de Dios que está abierta a toda persona y a toda circunstancia, siempre dispuesto al perdón.
          Y es pobre porque es limpio de corazón: no tiene repliegues en el alma donde se albergan los malos deseos, los malos pensamientos, los juicios malos sobre lo que rodea. Por el contrario hay una luminosidad en la mirada y en la visión de cosas y personas, capaz de echar todo a buena parte.
          Por eso trabajan por la paz: dentro de sí mismos, conservando un equilibrio en el alma. Y buscan también sembrar la paz hacia afuera, poniendo siempre un colchón intermedio para que no se produzca el choque entre otros.
          En una palabra: el pobre de espíritu es el que padece incomprensión y aun persecución por su fidelidad, pero él no persigue ni daña a nadie, ni ataca para defenderse. Es la reproducción del propio Jesús que fue a la muerte sin haber sido él quien dañara a nadie.
          Y por eso concluye todo este conjunto de principios de vida con una referencia a la imitación de Jesucristo. Y quienes así lo hacen, estad alegres y contentos porque vuestra recompensa será grande en el Cielo. Por eso son FELICES. Pero hay que decir también que no han de esperar al Cielo para ser felices, pues quienes viven esas bienaventuranzas, ya son felices también en la  tierra por el equilibrio substancial con que se desarrollan en su vida diaria.
          Como un anuncio de esta realidad que marca la pauta del Reino…, la pauta de la vida verdaderamente cristiana, la 1ª lectura, de Sofonías: 1,3; 3, 12-13 ha sido ya un presagio de quien busca al Señor porque busca la justicia, la moderación, y nunca recurre a la mentira o la maldad.
          La 2ª lectura (1Cor 1, 26-31) coincide esta vez con el tema general y San Pablo se dirige a sus fieles haciéndoles ver que no son gentes de la aristocracia sino gentes sencillas y pobres con la pobreza enseñada por Jesús. Porque Dios se ha elegido a lo sencillo y lo pobre para negarle el valor a esos modos humanos donde prevalece el dinero, el poder y la soberbia.
          Quiera el Señor que nuestra asamblea cristiana aquí reunida hoy pueda experimentarse asamblea de personas sin dobleces y que se empapan de las bienaventuranzas para andar su camino y vivir su vida. Y que sacan sus fuerzas no de las argucias humanas de los soberbios sino de la fuente esencial de energía que es la EUCARISTÍA en la que vivimos colgados de Jesús Hostia, el que personificó las bienaventuranzas en su propia vida.



          Pidamos a Dios que tomemos las bienaventuranzas como verdaderos modos de andar nuestra vida.

-         Para que sea realidad que la Iglesia es iglesia de los pobres de espíritu, Roguemos al Señor.

-         Para que cada uno anhelemos ser sufridos,  misericordiosos y limpios de corazón, Roguemos al Señor.

-         Para que sembremos paz por donde vayamos, empezando por la paz en la familia, Roguemos al Señor.

-         Para que tengamos ansias de bondad, aun cuando nos cueste la incomprensión, Roguemos al Señor.


Que aprendamos a vivir este camino de santidad mirando a Jesús y descubriendo su manera de proceder en los diversos hechos de su vida en el evangelio.

          Por el mismo Jesucristo N.S.

sábado, 28 de enero de 2017

28 enero: ¿QUIÉN ES ESTE?

Liturgia
          El evangelio de hoy (Mc 4, 35-40) vino a ser la iluminación para dar título a mi libro: “Quién es este”. Andaba yo dando vueltas a cómo podía dar título a unos temas variados como los tiempos fuertes de la liturgia, cuando en mi oracion personal vine a caer sobre el texto en cuestión. Y vi que era el título adecuado para una variedad tan grande de la vida de Jesús. Y decidí que fuera la misma pregunta que se habían hecho los apóstoles ante un hecho que les rebasaba.
          Es que realmente es llamativo que aquellos hombres que ya han sido hechos apóstoles, y –por tanto- para convivir con Jesús, para estar con él y verlo actuar y escucharlo cada día…, que les ha dado poderes lo mismo para predicar el Reino que para echar demonios-, a estas alturas vengan a preguntarse –admirados-, QUIÉN ES ESTE.
          Jesús les había dicho la tarde anterior que se embarcaban para pasar a la otra orilla. Y dejando a la gente, llevaron a Jesús en barca, como estaba, y otras barcas lo acompañaban. [Luego, en el relato, no se hace mención alguna a las otras barcas y se ciñe a contar un hecho llamativo].
          Se levantó un fuerte temporal. Dicen los entendidos que era un hecho no raro en el Lago. Las olas rompían contra la barca, hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un cabezal. Y ya empezamos a encontrarnos con un hecho llamativo: ¿Cómo dormía cuando las olas se echaban sobre la barca, y él a popa no tenía más remedio que estar empapado? Con la barca llenándose de agua y los Doce enfrascados en achicar aquella agua que podía llegar a hundir la barca, ¿cómo dormía Jesús?
          Yo trato de identificar este suceso con la experiencia angustiosa de quienes están sufriendo una situación de peligro y recurren a Dios…, y Dios parece no hacer caso…, parece dormido. ¿Realmente duerme Dios? ¿Realmente a Dios le trae sin cuidado que aquella persona sufra?
          Estamos ante el misterio del silencio de Dios. El misterio del “sueño” de Jesús en la barca. Yo doy por supuesto que no dormía. Pero hizo como que dormía, esperando la actuación de aquellos Doce que, primero, tenían que poner sus medios humanos para solucionar el problema, y luego no les quedaba más recurso que irse a Jesús y despertarlo, pidiéndole ayuda. Lo curioso fue la manera de presentarle el problema, diciéndole: Maestro, ¿no se te da nada que nos vamos a pique? ¡Pobres criaturas! ¿Es que si ellos se hundían, no se hundiría también el propio Jesús?
          Los apóstoles no eran culpables de aquella situación. No había “castigo de Dios”. Tampoco Jesús les iba a dejar irse a pique. Jesús puso por obra lo que en otro momento enseñará de palabra: ORAR INSISTENTEMENTE, orar con todas las fuerzas, orar hasta “comprometer” a Dios.
          Y Jesús se puso en pie en aquella barca bamboleante e increpó al viento y al Lago: ¡Silencio, cállate! Y el viento cesó y vino una gran calma. Aquellos hombres quedaron deslumbrados y espantados, y se decían unos a otros: ¿Quién es este que hasta los vientos y las aguas le obedecen? Y derrengados tras el esfuerzo que habían desarrollado, no les quedó más remedio que aquel espanto y admiración y veneración hacia Jesús. Es cierto que lo habían pasado muy mal. Habían tenido que despertar a Jesús de mala manera. Pero Jesús había salido al paso. Y entonces viene la admiración.
          Pienso que es una imagen digna de tomar en cuenta porque nos podemos encontrar en situaciones duras en que Jesucristo parece dormir en medio de la tempestad. El evangelio nos dice que sale al paso. Pero que “hay que despertarlo” con una profunda fe y confianza. Fe y confianza hasta el extremo.


          En Hebreos (11, 1-2. 8-19, primera lectura de hoy) se ha insistido precisamente en el valor de la fe. Los grandes personajes del Antiguo Testamento, empezando por el mismo Abrahán, son recordados por su fe, afirma el autor. Y va desgranando una serie de patriarcas que se destacaron por su fe. Y una fe ciega, porque muchos no vieron cumplidas las promesas iniciales de Dios, pero –por  su fe- las saludaron de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra. Estaban seguros de una patria… Y cambia de pronto el discurso y dice la carta: ansiaban una patria mejor: el Cielo. Por eso Dios no tiene reparo en llamarse ‘su Dios’, porque les tenía preparada una gran ciudad. Así todo el que sufre y sabe mantenerse en la fe, puede tener la gran seguridad de que su dolor no es el final ni lo definitivo: ha de mirar siempre hacia esa otra Patria mejor. Dios tiene poder para resucitar muertos, como pensó Abrahan.

viernes, 27 de enero de 2017

ZENIT 27: Cristianismo y memoria

Dios nos libera del pecado que nos paraliza como cristianos. Así lo ha asegurado el papa Francisco en la homilía de este viernes en Santa Marta. El pecado, ha explicado, como es el de la “pusilanimidad”, el “tener miedo de todo”, que no nos hace tener memoria, esperanza, valentía y paciencia.
Tal y como ha señalado el Pontífice, la Carta a los Hebreos propuesta por la liturgia del día exhorta a vivir la vida cristiana con tres puntos de referencia: el pasado, el presente y el futuro. En primer lugar invita a hacer memoria, porque “la vida cristiana no empieza hoy: continúa hoy”. Hacer memoria –ha precisado– es recordar todo: las cosas buenas y las menos buenas, es poner mi historia delante de Dios, sin cubrirla ni esconderla. De ahí la invitación a hacer memoria “de los días del entusiasmo, de ir adelante en la fe, cuando se comenzó a vivir la fe, las pruebas sufridas…”. En esta misma línea, el Santo Padre ha asegurado que la vida cristiana no se entiende, tampoco la vida espiritual de cada día, “sin memoria”. Es más, “no solo no se entiende: no se puede vivir cristianamente sin memoria”. E invita a preguntarse, ¿pero cómo me ha salvado el Señor de estos problemas”. La memoria –ha asegurado el Papa– es una gracia: una gracia que hay que pedir. “Señor, que no me olvide de tu paso en mi vida, que no olvide los buenos momentos, también los feos; las alegría y las cruces”, ha rezado. Al mismo tiempo que ha subrayado que el cristiano es un hombre de memoria.
Por otro lado, el Pontífice ha señalado que el autor de la Carta nos hace entender que “estamos en camino esperando algo”, esperando “llegar a un punto: un encuentro, encontrar al Señor”. Y “nos exhorta a vivir por fe”. Asimismo, ha asegurado que igual que no se puede vivir una vida cristiana sin esperanza, “no se puede vivir una vida cristiana sin mirar el futuro con la esperanza del encuentro con el Señor”. A propósito, ha señalado que cuando uno es joven, piensa que tiene mucho tiempo delante, pero después la vida nos enseña que esa palabra que decimos todos: “¡Pero cómo pasa el tiempo! ¡A este le conocí de niño, ahora se casa! ¡Cómo pasa el tiempo!”. La esperanza de encontrarle –ha subrayado– es una vida en tensión, entre la memoria y la esperanza, el pasado y el futuro.
Finalmente, la Carta invita a vivir el presente, “muchas veces doloroso y triste”, con “valentía y paciencia”. Es decir, ha especificado el Papa, con franqueza, sin vergüenza y soportando las vicisitudes de la vida. Recordando que “todos somos pecadores”, ha invitado a ir adelante “con valentía y con paciencia”.

En la conclusión de la homilía, el Santo Padre ha explicado que el autor de la Carta a los Hebreos exhorta a no cumplir el pecado que hace no tener memoria, esperanza, valentía y paciencia: la pusilanimidad. Pusilánimes son –ha aseverado– los que van siempre detrás, que se cuidan demasiado a sí mismo, que tienen miedo de todo. De este modo, Francisco ha pedido que “el Señor nos haga crecer en el memoria, nos haga crecer en la esperanza, nos dé cada día valentía y paciencia y nos libere de  la pusilanimidad, tener miedo de todo…”.

27 enero: La semilla eficaz

Liturgia
          Hoy cambia el tema la carta a los Hebreos (10, 32-39) y se refiere a los padecimientos que ha tocado vivir por razón de la fe y la práctica de esa nueva religión que ha traído Jesucristo: soportasteis múltiples combates y sufrimientos…, os exponían públicamente a insultos y tormentos o vosotros os hacíais solidarios de los que los sufrían.
          No renunciéis a vuestra valentía; os hace falta constancia para cumplir la voluntad de Dios. Lo que pasa es que eso va a durar aún un tiempo, pero el que viene (Jesucristo), llegará sin retrasarse. Vivid apoyados en la fe. No os arredréis por las dificultades, sino sed personas de fe para salvar el alma. [Esto lo va a desarrollar mañana para hacer patente que la fe es la que adquiere ante Dios el mérito y los frutos de la fidelidad y la permanencia en el bien].

          El evangelio nos trae una parábola que es exclusiva de Marcos (4, 26-34): es la parábola de LA SEMILLA (no la del sembrador). Aquí se hace hincapié en la fuerza interior de la semilla, o lo que es igual, en la obra de la gracia de Dios, que actúa por sí misma…, el Reino de Dios, independiente de la acción de la persona. El hombre echa la simiente en la tierra. Luego se va a dormir y ya no puede hacer nada en esa semilla. Pero cuando se levanta de mañana, la semilla germina y va creciendo sin que él sepa cómo. Es el misterio de la gracia de Dios. El labrador no puede actuar ya sobre esa planta. Ella tiene ya la fuerza para crecer. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. La gracia actúa por ella misma. Y quien dice la gracia, dice LA PALABRA (puesto que Jesús habló también de la Palabra como la semilla que se echa en el campo). La palabra de Dios es viva y eficaz, penetrante como cuchillo de doble filo, que entra hasta la médula y los huesos. He ahí la fuerza de esa Palabra cuando es acogida tan en serio que se deja uno mover por ella y se deja interrogar y cambiar por lo que actúa en el alma esa Palabra.
          Es la palabra que ha hecho santos, que ha penetrado de tal manera en las almas que les ha transformado. “Sin que ellos sepan cómo”. Ha ido creciendo y se ha desarrollado y ha realizado la obra impredecible de la santidad.
          Claro: al mismo tiempo han sido “labradores” que han cultivado el campo…, que le han quitado las piedras y las malas hierbas, que han regado a sus tiempos, que han escardado, que los han defendido de las plagas… De tal manera que, siendo una realidad que la gracia actúa como quiere y cuando quiere, la persona ha de tener la vasija bien preparada para recibirla…, y a mayor vasija, mayor caudal de la gracia de Dios.
          Y cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega: se recogen los frutos…, se ha estado atento a las llamadas interiores de la Palabra.

          Todavía quiere Jesús insistir en ese misterio del Reino que es tan pequeño en sus orígenes como el mínimo grano o semilla de mostaza, que sin embargo –al sembrarlo- produce un arbusto frondoso en el que anidan los pájaros. El Reino no es espectacular; no llega con alharacas y llamativamente. Comienza siempre como esa semilla que se echa en tierra, o ese grano de mostaza. Luego, cuando prende en un alma, se hace un árbol que echa ramas por doquier. Los santos no pasan desapercibidos. El que ha acogido el Reino no queda en la vulgaridad.


          Y concluye este texto con una “justificación” de cómo enseñaba Jesús. Lo hacía en parábolas, acomodándose a la capacidad de entender de las gentes. Para nosotros, occidentales, las parábolas tienen que ser “explicadas” para que captemos el sentido. Para un oriental la parábola era un libro abierto que expresaba las cosas mucho más claramente que las explicaciones de los conceptos. Jesús, buen pedagogo, se acomodaba a su auditorio y así les dejaba el mensaje que les quería dejar… Luego, ellos tenían que rumiarlo para sacarle el jugo. A sus apóstoles se lo explicaba ya con mayor detalle y detenimiento para que ellos captasen los entresijos de aquellos cuentecillos, y que ellos se hicieran también maestros en el arte de instruir. De seguro que ellos también inventaron sus parábolas cuando salían de gira apostólica enviados por Jesús. Se trataba de ponerse a la altura del pueblo a la hora de explicarles el Reino de Dios.

jueves, 26 de enero de 2017

26 enero: La medida

Liturgia
          Hoy la carta a los Hebreos (10, 19-25) saca dos conclusiones porque tenemos entrada libre al santuario en virtud de la sangre de Cristo. De una parte nos exhorta a acercarnos con corazón sincero y llenos de fe –con el corazón purificado- al gran Sacerdote que está al frente de la casa de Dios.
          De la otra parte nos llama a mantenernos firmes en la esperanza porque es fiel quien hizo la promesa. Nos fiamos plenamente de Dios y de Jesucristo. Lo que pide el autor es que se permanezca asistiendo fielmente a las  asambleas, y no como algunos que han desertado.
          No sé si es traer el tema por los pelos o si aquí vendría muy bien hacer una reflexión seria sobre la cierta mayor facilidad con la que algunos dejan la Misa dominical (“la asamblea comunitaria”) como si el tema fuera más de “devoción” que de compromiso profundo cristiano de participar en el misterio salvador de Cristo. En una manera un tanto ambigua con la que se está viviendo el compromiso cristiano, es para plantearse si no se ha fomentado una “manga ancha” a la hora de vivir en serio los aspectos esenciales de la fe. Aquí la carta a los Hebreos hace referencia a la falta a las asambleas que algunos tienen por costumbre. Frente a eso, animaos tanto más cuanto más cercano veis el Día.

          Mc 4, 21-25 es una versión de Marcos a lo ya enseñado por Mateo: sois la luz del mundo; la luz se enciende para ponerla en el candelero. Mc lo hace con una pregunta en labios de Jesús: ¿Se enciende una lámpara para meterla bajo el celemín o bajo la cama? Si alguien la esconde es para volver a sacarla. Y si algo se hace a oscuras es para que salga a la luz. O de hecho sale a la luz antes o después. El que tenga oídos para oír, que oiga. Era el toque de atención que usaba Jesús cuando quería acentuar algo. Y aquí el acento está en la diafanidad y proyección que debe tener nuestra “luz”, nuestra vida, nuestras obras, nuestro trato y, especialmente, con los más necesitados.
          No es la primera vez que alguien objeta que lo que se esconde se hace así para ocultarlo y no para mostrarlo después. Pero lo que Jesús está queriendo expresar es esa realidad de que nada de la persona queda definitivamente oculto, porque la vida se encarga de dejar patente lo que hay en el corazón de cada uno.
          La persona debe saber que recoge lo que siembra, lo mismo en el nivel social que en el espiritual. De ahí que la medida que uséis, la usarán con vosotros, y con creces. El que es egoísta va a encontrarse con respuesta de egoísta. El tacaño, va a recoger tacañamente. El dadivoso va a encontrar respuestas más abiertas. El que vive sólo para sí y crea un mundo que gira alrededor de sí, se va a encontrar con el vacío, con el rechazo, con la falta de reconocimiento dondequiera que vaya, porque socialmente recoge lo que siembra. Y aun su mundo espiritual queda aplastado por ese culto al YO. Es “su medida” y es la medida que encuentra. Aunque siempre creerá que los otros fueron los malos, porque esa es su propia medida: la de repartir juicios y culpas.
          Donde no podemos meternos es en “la medida” ante Dios, porque Dios llega a los entresijos últimos del alma, y él sabe muy bien cuál es la medida que usó cada cual. Y aún así, Dios no responde en la medida humana porque su medida es divina. Y en eso nadie puede meterse a intuir. Dios es siempre MAYOR.
          Acaba Jesús diciendo algo que no nos suena a nuevo porque en otras ocasiones también lo ha dicho: al que tiene se le dará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. O “quitadle la onza al que no supo negociar con ella y dádsela al que tiene diez”, porque ese sí sabe sacar fruto de lo que le llega a las manos. Es también explicación de “la medida” que uno recoge con creces, que ha sido expresión usada por Jesucristo.

          Por eso ha dicho que “lo oculto está para que se descubra”. No hay nada que finalmente quede secreto. Y lo que no se descubre hoy, aparece mañana, y lo que no descubre uno, lo descubre otro. O resulta que tanto se acaba manifestando que lo descubren muchos y por eso se obtiene de todos y cada uno el mismo resultado. La medida que se recoge es la que uno usó, pero con colmo.

miércoles, 25 de enero de 2017

ZENIT 25: Las mujeres son más valientes

El papa Francisco, en la catequesis de la audiencia general de este miércoles, ha propuesto a una mujer como ejemplo de fe y valor. Siguiendo la serie de catequesis sobre la esperanza cristiana, el Pontífice ha reflexionado sobre la historia de Judit. Al respecto, ha manifestado una opinión: “las mujeres son más valientes que los hombres”.
Miles de fieles, venidos de todos los rincones de la tierra, le han recibido en el Aula Pablo VI con gran entusiasmo. Agitando banderas y alzando pancartas mostraban su cercanía al Santo Padre y se acercaban a ambos lados del pasillo para poder darle la mano y pedirle la bendición.
Después de la catequesis, en el resumen que el Papa hace en español, ha indicado que el personaje bíblico de Judit “nos muestra a una mujer llena de fe y de valor, capaz de orientar a los hombres y mujeres de su tiempo”, que “se enfrentaban a una situación límite y desesperada, hacia la verdadera esperanza en Dios”.
Del mismo modo, ha asegurado que ella enseña que, “ante las situaciones difíciles y dolorosas”, “el camino a seguir es el de la confianza en Dios”, y “nos invita a recorrerlo con paz, oración y obediencia”. Haciendo también –ha añadido– todo lo que esté en nuestra mano para superar estas situaciones, pero reconociendo siempre y en todo la voluntad del Señor.
El Santo Padre ha subrayado que como Ella, “tenemos que mirar más allá de las cosas del aquí y el ahora”, y “descubrir que Dios es un Padre bueno que sabe todo lo que nos hace falta mejor que nosotros mismos”.
Por otro lado, ha explicado que nosotros “podemos pedirle todo lo que necesitemos”, pero “siempre con la humildad necesaria para reconocer su voluntad y entrar en sus designios”, aunque a veces “no coincidan con los nuestros”, “pues Él es el único que con su amor puede sacar vida incluso de la muerte, conceder paz en la enfermedad, serenidad en la soledad y el consuelo en el llanto”.
A continuación, ha saludado a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Recordando que hoy celebramos la fiesta de la conversión de san Pablo y concluye la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, ha invitado a que, conscientes de que el amor de Cristo nos apremia, “no dejen nunca de rezar para que los cristianos trabajemos, con respeto fraterno y caridad activa, por llegar a la tan deseada unidad”.
Después de los saludos en las distintas lenguas, el Santo Padre ha dirigido unas palabras a los jóvenes, los enfermos y los recién casados. De este modo, ha deseado que la figura de Pablo sea para los jóvenes “modelo del discipulado misionero”. A los enfermos les ha invitado a ofrecer sus sufrimientos “por la unidad de la Iglesia de Cristo”. Y finalmente, ha exhortado a los recién casados  a inspirarse en el ejemplo del apóstol de las gentes, “reconociendo el primado a Dios y a su amor en vuestra vida familiar”.
 

25 enero: ¿Qué quieres, Señor?

Liturgia.- La conversión de S. Pablo
          Hoy se celebra como fiesta litúrgica LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO. Y la 1ª lectura nos relata el proceso de aquella conversión. Hay dos relatos de la misma: en Hechos 9, 1-22 y en Hech 22, 3-16. Voy a seguir ésta descripción que hace Pablo en primera persona: Yo soy judío, nací en Tarso pero me crié en Jerusalén y alumno de Gamaliel. Y aprendí hasta el último detalle la ley de nuestros padres. Yo perseguí a muerte el camino de Jesús y el sumo sacerdote y el senado me dieron cartas para poder llevar presos a Jerusalén a los hermanos de Damasco.
          Ha sido la presentación y confesión de Pablo para declararse judío como el primero…, pero…: Cerca ya de Damasco, de repente un relámpago me envolvió y caí por tierra y oí una voz que me decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? –Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues.
          Ahí radica la conversión. Jesús, el fundador de aquella nueva religión que Pablo quería extinguir, le ha salido al paso y al soberbio y engreído Saulo lo ha tirado por tierra. Era la única manera de doblegar aquella soberbia: encontrarse de pronto derribado por los suelos, y cegado. Y por si faltaba algo, la palabra misteriosa es: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”.
          Entonces Saulo, el soberbio perseguidor, se rinde ante aquella realidad y hace la pregunta esencial para la conversión: -¿Qué debo hacer, Señor? Ha pasado de perseguidor a “perseguido”, de soberbio fanfarrón a ponerse a disposición, porque ha descubierto a Jesús como EL MAYOR.
          Todavía Jesús le responde con una palabra que obligaba a bajar más la cabeza. Un cristiano de Damasco, a quien Saulo pretendía detener y llevar preso a Jerusalén es Ananías. Pues bien: a la pregunta del Saulo caído: “¿Qué debo hacer?”, la respuesta es ir a Ananías y que él le indique… Ni siquiera la aparición le soluciona lo que tiene que hacer. Ha de ponerse a las órdenes de uno de los perseguidos.
          La misericordia de Dios iba modelando a aquel bloque de piedra para darle la forma de un apóstol. Y Dios usó los medios necesarios para moldearlo y abajarlo de su altanería. Era el medio de ayuda y respuesta más apto para un individuo como Saulo… ¡Como el Pablo intrépido y decidido que fue después! Al bloque granítico que era el perseguidor, el buril de Dios tuvo que emplearse a fondo. Y vino a sacar un inmenso personaje que ha dado tanta gloria a Dios, y que sigue vivo y actuando al cabo de los siglos con sus formidables cartas.
          Cuando alguien pregunta indignado por qué Dios le hizo alguna cosa que le molesta, pienso que más de una vez habría que responder con el caso de Pablo. Dios tiene sus diversos modos de actuar, y aplica a cada cual el medio que puede serle más propio. Y en vez de preguntar a Dios, con indignación “por qué hizo aquello”, necesitaría preguntar algo muy distinto. Saulo preguntó: “¿Quién eres?”. Cada persona, ante la contrariedad debería preguntar: ¿Qué quieres decirme, Señor? Quizás detrás de esas contrariedades hubiera una respuesta salvadora: “Yo soy el que te está buscando”, el que te está corrigiendo, el que te está llamando… Lo que pasa es que unas veces usa Dios su mano de terciopelo, y otras tiene que usar la “mano izquierda” porque no sabríamos entender de otra manera.

          Pero con una mano o con la otra, siempre es la mano paternal de Dios…, la mano de ese Jesús a quien tú persigues, y que sin embargo viene a crear en ti un mundo nuevo: Mt 16, 15-18: echar demonios en nombre de Jesús, hablar otro lenguaje nuevo o vivir otra realidad distinta, imponer las manos en la enfermedad y quedar sanado… O dicho de otra manera –como la llamada general de ese evangelio-, es ir al mundo entero a proclamar el evangelio…, a vivirlo, a incorporarlo en la propia vida, manifestarlo con las obras y ser testimonio vivo de esa nueva realidad que sucede cuando se ha vivido LA CONVERSIÓN, que equivale, dice un autor a: Volveos a Dios para acoger su perdón y renovar la vida interior, todo lo contrario de vivir vueltos a uno mismo. Volverse a Dios y volverse a los hermanos, saliendo de ese enfermizo egocentrismo en el que se pierde hoy el mundo occidental, que ha perdido a Dios y así marcha… ¡Y creo que Dios sale mucho más al paso de lo que lo descubrimos! Lo que pasa es que aún ciegos por su luz, no somos capaces de decir como Saulo: ¿Quién eres, Señor? Y aceptar que detrás de ese derribo y esa ceguera (y esas realidades que se están dando en el mundo y en la naturaleza), acabemos por aceptar la respuesta: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”.

martes, 24 de enero de 2017

ZENIT 24: ¿Aquí estoy?

“Aquí estoy”. Sobre estas palabras ha reflexionado el papa Francisco en la homilía de la misa celebrada en Santa Marta este martes. De este modo, ha asegurado que hacer la voluntad de Dios no significa no discutir o no enfadarse con el Señor, lo importante es ser verdaderos y no falsos.
El Santo Padre ha explicado que la historia de salvación es una historia de “aquí estoy”. Después de Adán, que se escondió porque tenía miedo del Señor, Dios comienza a llamar y a escuchar la respuesta de los hombres y mujeres que dicen: “aquí estoy. Estoy dispuesto. Estoy dispuesta”. Desde el “aquí estoy” de Abrahán, Moisés, Elías, Isaías, Jeremías, hasta llegar al gran “aquí estoy” de María y finalmente el “aquí estoy” de Jesús. Una historia de “aquí estoy” pero no automáticos, porque “el Señor dialoga con aquellos a los que invita”, ha explicado el Santo Padre.
Tal y como ha asegurado el Pontífice, el Señor “tiene mucha paciencia”. Y la vida cristiana –ha proseguido– es un constante aquí estoy para hacer la voluntad del Señor.  La liturgia de hoy invita a reflexionar sobre nuestros “aquí estoy”. ¿Voy a esconderme, como Adán, para no responder? ¿O cuando el Señor me llama, en vez de decir “aquí estoy” o “¿qué quieres de mí?”, huyo, como Jonás que no quería hacer lo que el Señor le pedía? ¿O finjo hacer la voluntad del Señor, pero solo externamente, como los doctores de la ley que Jesús condena duramente?
Y el “aquí estoy” va acompañado de un “conversación” con Él. El Pontífice ha aseverado que a Dios le gusta “discutir con nosotros”. Es más, ha asegurado que “enfadarse con el Señor”, también es oración. “A Él le gusta cuando tú te enfadas y le dices a la cara lo que siente, porque es Padre”, ha exclamado el Papa.

Para finalizar el Santo Padre ha pedido que el Espíritu Santo, “nos dé la gracia de encontrar la respuesta” a cómo es nuestro “aquí estoy” al Señor para hacer su voluntad. 

24 enero: ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?

Liturgia
          Seguimos en el argumento del sacerdocio de Jesucristo, a lo que se ha centrado la carta a los Hebreos. Hoy leemos 10, 1-10 e incide en la diferencia de aquella Ley anterior que presenta sólo un vislumbre de los bienes futuros y no la imagen auténtica de la realidad. Aquellos sacrificios habían de ser ofrecidos año tras año y no tenían la fuerza de llevar a perfección. Había que recordar cada año los pecados porque es imposible que la sangre de toros y machos cabríos quite los pecados.
          Por eso, cuando Cristo entra en el mundo, dice: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas que se ofrecen según la ley, pero me has dado un cuerpo…, y entonces yo dije: AQUÍ ESTOY, DIOS, PARA HACER TU VIOLUNTAD. Y conforme a esa voluntad, todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre. Es el sacerdocio eficaz y efectivo, porque realiza aquello para lo que ha sido instituido.

          Mc 3, 31-35 no lo considero como un episodio aparte del de 3, 20-21, que tuvimos el sábado. La familia de Jesús había pretendido sacarlo del trabajo que estaba haciendo y del que no le quedaba tiempo ni para comer. Pensaban que Jesus estaba alucinado, fuera de sus casillas, creído mesías y metido en un atolladero que quedaba fuera de la lógica de un pueblerino de Nazaret.
          No lograron su intento, pero no cejaron en él. Y ahora vuelven a la carga de pretender sacar a Jesús de su misión, y esta vez pretenden valerse de su propia madre, de María. Y cuando Jesús está enseñando se presentan con “el deseo de verle”. Y el recado que le mandan, muy estudiado, es: Ahí fuera están tu madre y tus parientes que desean verte.
          Yo tengo la convicción de que María no estaba en el modo de pensar de aquellos familiares. La habían invitado a ir a buscar a Jesús para verlo, e indiscutiblemente María tenía gusto y deseo de ver a su Hijo. Pero absolutamente al margen de las intenciones de los deudos.
          Jesús sabe muy bien el modo de ser de su madre. Y sabe también (hace poco lo ha comprobado) cuál es el pensamiento de aquellos “hermanos”. Y con una respuesta que abarca mucho más de lo que aparece a primera vista, responde: ¿Quiénes son mi madre y quienes son mis familiares? El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre. Paseó la mirada por el corro de sus oyentes y siguió hablándoles, porque esa era en ese momento la voluntad de Dios.
          Por otra parte, había definido perfectamente a su madre. Su madre había sido siempre la mujer atenta a la voluntad de Dios. Por tanto esa era su madre. Los demás parientes tenían que pensar qué motivo les traía y qué pretensión tenían. Porque él estaba haciendo en ese momento lo que tenía que hacer y no iba a dejarlo por unos lazos afectivos. Tiempo habría para todo, y –desde luego- para mantenerse en su misión sin los reclamos que podían surgir por lazos de distinto origen. Y bien sabía que su madre estaba en esa onda.

          Pienso que más de una vez tendríamos que recurrir a este momento de la vida de Jesús. Los afectos son capaces de sacarnos de nuestro centro y perdernos en aspectos afectivos, que –por esos mecanismos de autodefensa y justificación- podemos confundir con espirituales. El “contraste” que hemos de utilizar (la piedra de toque) es si “aquello” que buscamos es realmente libre de afectos o desafectos, y sólo deseado, buscado y practicado porque lo vemos como voluntad de Dios.

          Otra consideración que me surge ante este hecho evangélico es con qué facilidad podemos pretender embarcar a alguien en nuestros propios modos de pensar o de hacer. Aquellos familiares de Jesús “manipularon” (posiblemente) a María para forzar la situación y sacar sus planes adelante. No es nada raro que en una discusión familiar  pretenda una parte acogerse al “favor” de una persona espiritual para obtener un fin (en contraposición con la otra parte). Es una experiencia vivida muchas veces: “Padre: dígale a… que…” (y eso que se quiere es que el “Padre” defienda ese punto de vista). No es noble la petición, no es noble la postura.


          Por eso me dice mucho este evangelio de hoy, que parece tan simple (o que incluso “escandaliza” a algunos por la postura tomada por Jesús, aparentemente despreciativa hacia su madre). La cosa tiene mucho más meollo, y yo invito a pensarlo en el propio interior.

lunes, 23 de enero de 2017

ZENIT 21: Cristo ofrecido una vez

El papa Francisco, en la homilía de este lunes en Santa Marta, ha explicado las tres etapas del sacerdocio de Cristo. “Las grandes maravillas del sacerdocio de Cristo que se ha ofrecido sí mismo, una vez para siempre, por el perdón de los pecados, ahora intercede por nosotros delante del Padre y volverá a llevarnos a Él”. El Santo Padre también ha advertido que hay una “blasfemia imperdonable”: la que va contra del Espíritu Santo.
El Pontífice ha recordado que el sacerdocio de Cristo es la gran maravilla, la más grande maravilla que “nos hace cantar un canto nuevo al Señor”.
A continuación, ha explicado que el sacerdocio de Cristo se desarrolla en tres momentos. El primero es “la Redención”, mientras que los sacerdotes de la Antigua Alianza debían cada año ofrecer sacrificios, “Cristo se ofreció a sí mismo, una vez para siempre, para el perdón de los pecados”. Con esta maravilla, “nos ha llevado al Padre”, “ha recreado la armonía de la creación”, ha señalado.
La segunda maravilla –ha proseguido Francisco– es la que el Señor hace ahora, es decir, “rezar por nosotros”. Al respecto ha precisado que mientras que “nosotros rezamos aquí”, Él “reza por nosotros, por cada uno de nosotros”. Asimismo, el Pontífice ha señalado que muchas veces se pide a los sacerdotes que recen porque sabemos que la oración del sacerdote tiene una cierta fuerza, precisamente en el sacrificio de la misa.
Finalmente, la tercera maravilla será cuando Cristo vuelva, pero esta tercera vez no será en relación con el pecado, será para “hacer el Reino definitivo”, cuando nos lleve a todos con el Padre.
A continuación, ha reflexionado sobre la “imperdonable blasfemia”, la que va contra el Espíritu Santo. Para explicarlo, el Santo Padre ha hecho referencia a la gran unción sacerdotal de Jesús: la ha hecho el Espíritu en el seno de María y los sacerdotes en la ceremonia de ordenación, son ungidos con aceite.
También Jesús –ha señalado el Papa– como Sumo Sacerdote ha recibido esta unción.  ¿Y cuál es esta primera unción?, ha preguntado. “La carne de María con la obra del Espíritu Santo”, ha respondido el Papa. Al respecto, ha afirmado que el que blasfema sobre esto, blasfema sobre el fundamento del amor de Dios, que es la redención, la re-creación; blasfema sobre el sacerdocio de Cristo. Lo feo de la blasfemia contra el Espíritu Santo –ha añadido el Santo Padre– es no dejarse perdonar, porque reniega la unción sacerdotal de Jesús, que ha hecho el Espíritu Santo.

Para finalizar, el Pontífice ha asegurado que nos hará bien pensar durante la misa “que aquí en el altar se hace la memoria viva, porque Él estará presente allí, el primer sacerdocio de Jesús, cuando ofrece su vida por nosotros”. Está también la memoria viva del segundo sacerdocio, “porque Él rezará aquí”; pero también en esta misa “está ese tercer sacerdocio de Jesús, cuando Él vuelva y nuestra esperanza de la gloria”. Por esta razón, ha invitado a pedir la gracia al Señor que nuestro corazón no se cierre nunca a esta maravilla, a esta gran gratuidad. 

23 enero: Blasfemia contra el Espíritu Santo

Liturgia
          Tengo la impresión de que la perícopa que hoy nos toca de la carta a los Hebreos (9, 15. 24-28) no avanza algo nuevo sobre lo que ya nos tiene dicho en textos anteriores. Cristo es mediador de una alianza nueva en la que ha habido una muerte que ha redimido. Añade expresamente: de los pecados cometidos en la primera alianza. Cristo ha entrado en el Cielo de una vez para siempre, que es un Santuario definitivo y muy superior al santuario terreno donde entraban los sacerdotes todos los años para ofrecer sangre ajena. Cristo ha destruido el pecado con el sacrificio de sí mismo. Y lo mismo que el destino de los hombres es vivir y morir una vez y luego ya viene el juicio, Jesucristo también ha ofrecido una sola vez su sacrificio para quitar el pecado de todos.
          Cuando Jesucristo aparezca por segunda vez, ya no será en relación con el pecado sino para la gloria de Dios y para salvar a los que esperan su venida.

          El evangelio de Mc (3, 22-30) es muy interesante, y en él habla Jesús de un pecado especial, que no tiene perdón, que es la blasfemia contra el Espíritu Santo. Sigamos la secuencia para comprender mejor.
          Jesús ha echado un demonio. A la fuerza diabólica no hay fuerza que pueda oponerse más que la propia fuerza de Dios. Por tanto la conclusión lógica que tenían que haber sacado aquellos doctores de la ley era que Jesús actuaba de parte de Dios.
          Pero en su mala voluntad (y aquí estará la principal explicación de todo el tema) con tal de no aceptar que Jesús actúa con poder divino, acaban por decir el absurdo enorme de que Jesús echaba los demonios con el poder del demonio. Puestos a no aceptar lo evidente, recurren a lo absurdo. Y Jesús se lo trata de hacer ver, explicándoles que eso sería una guerra del demonio contra sí mismo: una guerra civil, con la que el demonio no puede subsistir porque se destruye a sí mismo, está perdido. Y entonces añade una razón convincente: Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar si primero no lo ata. De modo que si el demonio es forzudo y sin embargo lo expulso, es porque yo tengo más fuerza que él para atarlo. Y esa fuerza sólo puede ser la fuerza de Dios. Sólo puede ser que actúa con el poder de Dios.
          Y entonces les hace una consideración muy seria: todo pecado se le puede perdonar a los hombres: todos los pecados y blasfemias que digan. El poder de Dios será siempre superior a la malicia humana. Pero hay algo contra lo que Dios no puede: cuando la persona se resiste a la inspiración y acción de Dios, que mueve a penitencia y arrepentimiento. Entonces Dios no puede perdonar, y no es porque él no tenga poder para ese perdón sino porque el hombre no se reconoce pecador y no se arrepiente de su pecado y, por tanto, no pide ni busca el perdón. ¡Esa es la blasfemia contra el Espíritu Santo! No es una palabra blasfema, no es una blasfemia cualquiera: es la blasfemia de negar al mismo Espíritu Santo que quiere actuar en el corazón de la persona, pro la persona no lo deja actuar, se opone a la acción iluminadora de la gracia, y se opone, por tanto a la posibilidad del arrepentimiento. Y si la persona no se arrepiente, no se pliega a la acción de la gracia del Espíritu Santo, no podrá tener perdón.
          Echemos una mirada a la sociedad de hoy. A las personas que han excluido a Dios de su casa y de sus actuaciones. A la juventud que vive ya al margen de Dios y no sólo por superficialidad sino por negación. Miremos a los niños de hoy que crecen ya en un ambiente sin Dios, en sus hogares y en sus colegios… Alguien es responsable de ello. Y lo malo es que “lo razonan”… Y a los niños no los bautizan, a los niños no se les proporciona formación y experiencia religiosa, se les confunde con esas “primera comuniones civiles”… ¿Podremos decir que esta sociedad se está haciendo bajo la ausencia culpable de sentido religioso…, bajo la ausencia culpable de la fe y de la gracia de Dios?

          Me temo que en algún eslabón de la cadena se ha producido la blasfemia contra el Espíritu Santo. ¿Y quién y cómo se le devuelve ahora a esas criaturas el sentido de Dios? ¿Los maestros y profesores y catedráticos no tienen también su parte? Una sociedad beligerante contra todo lo religioso católico, ¿es inocente? Lo terrible de todo eso es que la blasfemia contra el Espíritu Santo no tiene perdón, porque ya se ha abierto un abismo con la posibilidad de arrepentirse y de pedir a Dios el perdón y la misericordia.