miércoles, 30 de noviembre de 2016

ZENIT 30: Vivos y difuntos en comunión

El papa Francisco ha concluido esta semana la serie de catequesis sobre la misericordia, iniciada con motivo del Año Jubilar. Así, este miércoles ha reflexionado sobre “rezar a Dios por los vivos y por los muertos”. Miles de fieles le han recibido con gran entusiasmo, como cada semana, aunque esta vez debido a las bajas temperaturas, reunidos en el Aula Pablo VI en vez de en la plaza de san Pedro.
En el resumen de la catequesis que el Pontífice hace en español, ha explicado que concluimos este ciclo de catequesis reflexionando sobre dos obras de misericordia: una espiritual que pide rogar a Dios por vivos y difuntos, y otra corporal que invita a enterrar a los muertos.
Para los cristianos, ha observado Francisco, la sepultura es un acto de piedad y de fe, pues esperamos en “la resurrección de la carne”. Y durante la eucaristía “confiamos a los difuntos a la misericordia de Dios con un recuerdo sencillo pero lleno de significado”. Rezamos –ha asegurado– para que estén con Él en el paraíso y con la esperanza de que un día también nosotros nos encontremos con ellos en ese misterio de amor que, si bien no comprendemos plenamente, sabemos que es verdad porque Jesús nos lo ha prometido.
Asimismo, el Santo Padre ha reconocido que este recuerdo de rogar por los difuntos está unido también al de rogar por los vivos, “que junto con nosotros cada día enfrentan las dificultades de la vida”. El Papa ha subrayado que todos, vivos y difuntos, “estamos en comunión”. En esa comunidad “de quienes han recibido el bautismo, se han nutrido del Cuerpo de Cristo y hacen parte de la gran familia de Dios”, ha afirmado.
A continuación, Francisco ha saludado a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España y Latinoamérica. De este modo, les ha invitado a rezar unos por otros “para que las obras de misericordia corporales y espirituales se conviertan cada vez más en el estilo de nuestra vida”.
Hoy, el Santo Padre ha dirigido dos llamamientos al final de la audiencia. Uno con ocasión de la Jornada Mundial contra el SIDA que se celebra este jueves y otro por la Conferencia internacional sobre la protección del patrimonio en las zonas en conflicto que se celebra en Abu Dhabi del 2 al 3 de diciembre.
Francisco ha recordado que millones de personas conviven que la enfermedad del SIDA y solo la mitad de ellos tienen acceso a las terapias. Por eso ha invitado a rezar por ellos y por sus seres queridos y promover la solidaridad para que también “lo más pobres” se puedan beneficiar de “diagnósticos y cuidados adecuados”. De aquí su llamamiento para que “todos adopten comportamientos responsables para prevenir una ulterior difusión de esta enfermedad”.
Por otro lado, ha explicado que por iniciativa de Francia y de los Emiratos Árabes Unidos, con colaboración de la UNESCO, se celebrará en Abu Dhabi, del 2 al 3 de diciembre, una Conferencia internacional sobre protección del patrimonio en las zonas en conflicto. Un tema que “lamentablemente es actual”, ha observado el Papa. Por ello “en la convicción de que la tutela de las riquezas culturales constituye una dimensión esencial de la defensa del ser humano”, el Santo Padre ha deseado que este evento “marque una nueva etapa en el proceso de actuación de los derechos humanos”.
Después de los saludos en las distintas lenguas, el Pontífice ha dirigido, como es habitual, un saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Así, ha recordado que hoy se celebra la fiesta del apóstol Andrés, hermano de san Pedro. Es por ello que el Papa ha pedido a los jóvenes que su carrera hacia el sepulcro del Señor, les recuerde “que nuestra vida es una peregrinación hacia la Casa del Padre”. Por otro lado, a los enfermos les ha pedido que “su fuerza en el afrontar en el martirio” les sostenga cuando “el sufrimiento parece insoportable”. Y finalmente ha deseado para los recién casados que “su apasionado seguimiento al Salvador” les lleve a comprender la importancia del amor en su nueva familia.
También ha aprovechado la ocasión para dedicar unas palabras y felicitar al patriarca Bartolomé y la Iglesia de Constantinopla, que celebra hoy a su patrón.

BOLETÍN

MÁLAGA. Diciembre

30 noviembre: Miseria y misericordia

El evangelio del día
          Mt. 15, 29-37.-         En la búsqueda de “las entrañas” de una narración evangélica, en la que hay tanta riqueza, pongo dos notas de atención:
1. Jesús viene rodeado de unas muchedumbres muy especiales: lisiados, cojos, tullidos, ciegos, sordomudos y muchos otros. Los echaban a sus pies y Él los curaba. Por eso no es extraño que aquí no se hable de predicación de Jesús ni de gentes deseosas de escuchar la palabra. Están en otra necesidad previa: sus muchas y variadas carencias. Y Jesús acude a esa necesidad curándolos, primero, y dándoles de comer, después. Porque no podrán entender nada del Reino si primero no llenan sus estómagos y no ven las obras de la misericordia de Jesús sobre las propias reales miserias.
2. Jesús sintió una gran conmiseración ante ellos...: “se le conmovieron las entrañas”, es la expresión original en griego. No es simple “lástima” como ha traducido el texto oficial. Hay mucho más en el interior del Corazón de Cristo. No es la “lástima” sentimental; es el corazón que se hace trizas al ver tanta miseria y tanta necesidad.
        El pensamiento que hoy nos puede dejar el Adviento debe ir muy en línea de sentimientos hondos de nuestro corazón. ¡Tener más corazón ante las cosas! Ser más humanos para poder acercarnos a ser “más divinos.
        En esa línea, y ya con el espíritu de adviento, elevando lo material al plano mesiánico de salvación, ha ido la 1ª lectura hablándonos de un Dios que prepara vinos de solera, manjares suculentos…, que enjugará las lágrimas de los rostros y el oprobio del pueblo. Empezar por acudir a los problemas humanos (evangelio) para poder hablar de los espirituales.

Lc 1, 17-23.- Zacarías podía estar perplejo, intentando comprender y asimilar cada palabra del mensajero divino. ¿Qué le anunciaba realmente? Se clarificó Zacarías cuando “el ángel” le dijo: “ese niño Juan precederá delante del Mesías, para retornar los corazones de los hijos (=los judíos actuales) a la de sus padres (=los que vivieron fieles a la promesa de Dios), y de los rebeldes, a la prudencia de los que fueron justos, y así preparar un pueblo bien dispuesto a la llegada del Señor”.
Zacarías, en su atolondramiento, no sabía si escuchaba o soñaba; si le hablaban en realidad o en figura. Yo digo que no sabía ya ni lo que decía, y que “se coló” en pedir una prueba. ¿No le habían bastado todas las pruebas de Dios en aquella conversación? ¿No le bastaban los diversos ejemplos parecidos de la historia de la salvación? Y preguntó aturdidamente: ¿en qué conoceré yo eso? Porque soy viejo, y mi mujer también. Y el ángel se identifica como el de las gestas sublimes de Dios, Gabriel, que asiste a la derecha del trono de Dios, y le da la prueba: “permanecerás mudo hasta que se cumplan estas promesas” ¿Querías una prueba? Pues esa será la prueba
Y cuando salió fuera, con todos los fieles extrañados por la tardanza, Zacarías “dio la prueba”. Realmente –advirtieron todos- que había tenido una visión. No era menester preguntar. La “prueba” estaba patente. Y poco habría que explicar cuando Zacarías salía del Santuario con la señal en su semblante de las experiencias profundas vividas.
Los demás sacerdotes pretendieron saber… Zacarías hizo señales de que “más tarde”. Primero cumpliría su ritual al quitarse los ornamentos de lino…; tendría tiempo para reflexionar, orar y pensar. El silencio tranquilo, la serenidad que necesitaba, serían el gran medio para poner un poco su mente en orden. Zacarías se retiró. ¿Qué pensó en ese tiempo, no es fácil de imaginar? Desde el, misterio vivido, a la imprudencia de su pregunta, a la ventaja de espacio de silencio para poder entender un poco mejor a Dios y sus maravillas misteriosas.                          [Del libro: QUIÉN ES ESTE]

HOY ES SAN ANDRÉS, fiesta litúrgica que, por tanto, se monta sobre la liturgia del adviento. En su 1ª lectura acentúa el valor del mensajero de la fe, que es enviado y ha de trasmitir esa fe para que otros puedan tener noticia de ella. Son benditos los pies del mensajero que anuncia la Buena Noticia. (Rom. 10, 9-18).

En el evangelio (Mt. 4, 18-22) nos pone la llamada que Jesús le hace a Andrés, que echaba el copo en el Lago: Veníos conmigo y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. También es ese momento en que Jesús se hace mensajero de la fe, y se la hace “oír” por la palabra de la llamada. Sin esa palabra no hubiera conocido Andres los proyectos de Jesús. Con la palabra le trasmite su voluntad. Y Andrés secunda el llamamiento y se va tras él.

martes, 29 de noviembre de 2016

ZENIT 29: Temor de Dios NO ES miedo

El Papa en Sta. Marta: El temor de Dios no es miedo, es humildad
El Papa en Santa Marta (fto. Oss. Romano ©)
(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Dios revela el misterio de la salvación a los pequeños, no a los sabios y entendidos. Así lo ha recordado el papa Francisco en la homilía de la misa en la residencia Santa Marta celebrada este martes. Haciendo referencia a las lecturas del día, el Santo Padre se ha detenido sobre la virtud de los pequeños que es el temor de Dios, no miedo, sino humildad.
“La alabanza de Jesús al Padre” que narra el Evangelio de Lucas, es porque el “Señor revela a los pequeños los misterios de la Salvación, el misterio de sí mismo”.  Así, el Pontífice ha subrayado la preferencia de Dios por quien sabe entender sus misterios, no los sabios y los entendidos, sino el “corazón de los pequeños”.
Además, ha explicado que también la primera lectura que está llena “de pequeños detalles” , “va en esta línea”. El profeta Isaías habla de un “pequeño brote” que “nacerá del pequeño tronco de Jesé” y no de “un ejército” que llevará la liberación.
En esta misma línea ha hablado además de los pequeños protagonistas de la Navidad. “Después, en Navidad veremos esta pequeñez: un niño, un establo, una madre, un padre… Las cosas pequeñas”, ha observado. Corazones grandes –ha señalado– pero actitudes pequeñas.
El Santo Padre ha insistido en que el “temor del Señor no es el miedo”, es, “hacer vida el mandamiento que Dios ha dado a nuestro padre Abrahán: camina en mi presencia y sé irreprensible”. Por eso, el Papa ha precisado que esta es la humildad, el temor del Señor es la humildad.
Y solo los pequeños –ha precisado– son capaces de entender plenamente el sentido de la humildad, el sentido del temor del Señor, porque caminando delante del Señor, mirados y cuidados, sienten que el Señor les da la fuerza para ir adelante.
Es así el Papa explica cómo es la verdadera humildad: “Vivir la humildad cristiana es tener este temor del Señor, que no es miedo”. Al mismo tiempo ha añadido que “la humildad es la virtud de los pequeños, la verdadera humildad, no la humildad un poco teatral”. Por eso ha advertido que decir “yo soy humilde  estoy orgulloso de serlo”, no es verdadera humildad. La humildad del pequeño –ha precisado– es la que camina en la presencia del Señor, no habla mal de los otros, mira solamente el servicio, se siente el más pequeño.
Por otro lado, el Pontífice ha aseverado que es “muy humilde” la joven que Dios “mira” para “enviar a su Hijo” y que enseguida va donde su prima Isabel y no dice nada “de lo que había sucedido”. La humildad –ha insistido Francisco– es así, caminar en la presencia del Señor, felices, alegres porque somos“mirados por Él”, “exultantes en la alegría por ser humildes” como narra Jesús en el Evangelio del día.
Para concluir la homilía, el Pontífice ha indicado que mirando a Jesús que exulta en la alegría, porque Dios revela su misterio a los humildes, podemos pedir “para todos nosotros la gracia de la humildad, la gracia del temor de Dios, del caminar en su presencia tratando de ser irreprensibles”. Y así, con esta humildad, “podemos estar vigilantes en la oración, trabajando en la caridad fraterna y exultantes en la alegría en la alabanza”.

29 noviembre: Las finuras del amor

El evangelio del día
          Lc 10, 21-24.- “Te doy gracias...”
        Pretendo tocar temas prácticos, que no es “explicar el evangelio”, sino hacer pie en él para dar una pincelada.
        “Obras son amores”.  Eso es evidente. Lo primero del amor entre dos personas, es el hecho de amar y que se vean las obras de amor.  Pero quizás nos falta también EXPRESAR EL AMOR.  Quizá en esto sea más sensible la mujer.
        No basta querer a alguien; no basta estar satisfecho con lo que esa persona hace.  SE NECESITA manifestárselo: alabar lo que ha hecho, reconocerle su bondad, y hasta el simple detalle de expresar lo bien que ha preparado una cosa...; el arte que ha tenido para sacar algo adelante.
        El amor expresado se va alimentando a sí mismo; va adquiriendo valores, va dando cariño. Y el amor que se alimenta, no decae.  Hoy es frecuente escuchar: “se nos ha ido el amor”. ¿Y cómo no se va a ir si se vive la vida tan egoístamente que sólo se piensa en sí mismo? ¿Cómo no se va a pasar el amor cuando no se piensa más que en disfrutar y pasarlo bien? ¿Acaso puede darse amor sin sacrificio y sin detalles pequeños, diarios, de amor...? El cariño es planta delicada..., es como el pan que ha de amasarse todos los días.  De lo contrario “se pone duro”,  se reviene.
        Si pudierais contar cada cual vuestras historias de amor...  Por eso: TE DOY GRACIAS, SEÑOR, y eso es ya una buena experiencia de Adviento, que prepara mejor el encuentro con el Señor.

ZACARÍAS EN EL TEMPLO
San Lucas (1, 5-17) ha investigado a fondo, minuciosamente. Y por eso empieza “antes” su evangelio. Había un sacerdote, Zacarías, del turno de Abías, que vivía en las montañas de Judea. Estaba casado con una gran mujer, tan religiosamente buena como él. La pena que soportaron ambos era el no tener hijos, un baldón para el judío. Los sacerdotes servían al Templo por turnos. Y ahora le toca el turno a Zacarías. Se despide de su esposa y marcha feliz hacia el servicio de su ministerio, honra del sacerdote. Había todo un ritual sagrado de vestirse los ornamentos para oficiar, y de desvestirse. Había de oficiar el ofrecimiento del incienso, ese aroma que sube hacia el Cielo y es símbolo de la oración.
Zacarías entró en el Santuario, como tantas otras veces y se disponía a ofrecer el incienso con todo su recogimiento y emoción… Lo que no contaba él era con la inesperada visita de “un ángel”. Zacarías se quedó quieto, admirado, temeroso, casi petrificado. No podía reaccionar. Miraba, casi sin ver. El “ángel” habló como todo lo que es intervención de Dios: “No temas”. Por ahí se empieza cuando el mensaje es de Dios. “Zacarías: tu oración ha sido escuchada”. De verdad pienso que Zacarías no podía hacerse cargo de qué “oración” suya era la que hubiera escuchado Dios. A estas alturas de su vejez y la de Isabel, “aquella oración” había ya pasado de su punto de mira. ¿Qué oración suya era la que nada menos que un ángel le anunciaba como “escuchada por Dios”.
Y el ángel sale por donde menos esperaba Zacarías: “Tu mujer, ISABEL, te dará un hijo, a quien pondrás por nombre JUAN”. ¡Ahora sí que era para echarse a temblar, porque allí había varios elementos sobrenaturales, casi como dichos de paso, pero bien comprensibles a un israelita! Dos ancianos –estériles-, a quien se les anuncia un hijo…, y tal hijo que trae NOMBRE ya puesto de antemano! Aquí es donde Zacarías se encuentra ante lo sagrado…, ante el terror interno reverencial…
Más aún: Un hijo, en cuyo nacimiento, se gozarán muchos…, ¡y no digamos tú…! Un niño que será grande a los ojos de Dios, consagrado [no beberá vino ni licor]; y será lleno del Espíritu Santo…, y convertirá a muchos de los hijos de Israel al Señor su Dios… Si el ángel se llega a detener aquí, era para que Zacarías quedase ante una perplejidad muy fuerte. ¿Acaso se le anunciaba al propio Mesías? ¿Qué diferencia podía haber? Quedaba ahí el NOMBRE, que ese no encajaba con el del Mesías…
La gente esperaba fuera extrañada. ¡Algo especial ocurría allí dentro! ¡¡¡Y vaya si ocurría!!!

Yo, ahora, me quedaría metido en la piel de aquel hombre, que está en este momento como si hubiera bebido mosto, que no sabe ni lo que debe decir o lo que debe callar. Nosotros nos quedamos igual, pero orando. No como en una novela por entregas y de aventuras sino que ha entrado Dios directamente, y eso sólo se entiende DE RODILLAS, y como “gente sencilla”. El mundo, realmente, empieza a estar DEL REVÉS. [Del libro: QUIÉN ES ESTE]

lunes, 28 de noviembre de 2016

ZENIT 28: Fe, encuentro con Jesús

El papa Francisco ha explicado, en la homilía de este lunes en Santa Marta, que la fe cristiana no es “una teoría o una filosofía”, sino que es “el encuentro con Jesús”. De este modo, ha recordado que para encontrar realmente a Jesús tenemos que ponernos en camino con tres actitudes: vigilantes en la oración, trabajando en la caridad y exultantes en la alabanza.
Asimismo ha subrayado que “la gracia que queremos en Adviento” es encontrar a Jesús. Por eso ha precisado que en este periodo del año, la Liturgia nos propone numerosos encuentros de Jesús: con su Madre en el vientre, con san Juan Bautista, con los pastores, con los Magos. Todo esto nos dice que el Adviento es “un tiempo para caminar e ir al encuentro del Señor, es decir un tiempo para no estar parado”.
De ahí, la pregunta planteada por el Pontífice en su homilía: ¿cuáles son las actitudes que debo tener para encontrar al Señor? ¿Cómo debo preparar mi corazón para encontrar al Señor?
Así, ha explicado que en la oración al principio de la misa, la Liturgia nos señala tres actitudes: vigilantes en la oración, trabajando en la caridad y exultantes en la alabanza. Y cuando habla de caridad se refiere a caridad fraterna: “no sólo dar limosna” sino también “tolerar a la gente que me molesta, tolerar en casa a los niños cuando hacen ruido, o al marido o la mujer cuando están en dificultad, o a la suegra…”.
A continuación, también ha recordado que Él es “el Señor de las sorpresas”. Tampoco el Señor “está parado”. Yo –ha explicado Francisco– estoy en camino para encontrarla y Él está en camino para encontrarme, y cuando nos encontramos vemos que la gran sorpresa es que Él me está buscando, antes que yo empiece a buscarlo.
Esta es la sorpresa del encuentro con el Señor: “Él nos ha buscado antes. Él siempre está primero. Él hace su camino para encontrarnos”. Eso es –ha recordado– lo que le sucedió al centurión. “Nosotros damos un paso y Él da diez”. Así, ha asegurado que es “la abundancia de su gracia, de su amor, de su ternura que no se cansa buscarnos”. El Pontífice ha subrayado que el nuestro es el Dios de las sorpresas, el Dios que nos está buscando, no está esperando y “solamente nos pide el pequeño paso de la buena voluntad”. Nosotros “tenemos que tener las ganas de encontrarlo”. Y después “Él nos ayuda”. Al respecto, ha asegurado el Papa que muchas veces Dios “nos verá alejarnos de Él, y Él espera como el Padre del hijo pródigo”.
Por otro lado, el Santo Padre ha asegurado que siempre le ha conmovido lo que Benedicto XVI dijo en un ocasión: que la fe no es una teoría, una filosofía o una idea sino un encuentro con Jesús.
Finalmente, el Pontífice ha señalado que los doctores de la ley “sabían todo de la dogmática del tiempo, todo de la moral de aquel tiempo”. Pero –ha lamentado– no tenían fe porque su corazón se había alejado de Dios. 

28 noviembre: El diálogo

El evangelio del día
          Mt. 8, 5-11.- El Evangelio de hoy expresa un diálogo. Y diálogo de dos personas de pensamiento muy distinto: JESÚS, con la fe de Israel y el Centurión, romano, que presumiblemente pensaba y sentía al modo romano. Entre los dos se dialoga construyendo.
        Y me siento impactado por la incapacidad que mostramos hoy para dialogar serenamente cuando pensamos distinto.
        El que no tiene fe, o quiere mostrar que no la tiene, se hace agresivo ante el creyente.  El creyente ve en un mundo  irreconciliable al que no vive la fe, o no la vive al modo que piensa que debe vivirla.
        El de una facción política no admite nada de lo que plantea el adversario político.
        En la vida diaria encontramos una dificultad constante para llegar a estar de acuerdo.
        Estamos haciendo “dos mundos”, y no nos encontramos por mucho que se prolonguen. Y creo que hay poca actitud de avenencia..., de que uno deje expresarse al otro..., de que cada cual esté dispuesto a escuchar y saber siquiera de que está hablando el otro.
        Y en los tiempos de tanto hablar sobre “el respeto a las ideas”, posiblemente las personas de edad se sienten acorraladas, consideradas lelas, momias de la antigüedad. Y la juventud se cree no entendida por los mayores.
        Y lo malo es que quien así juzga y tilda al otro, arranca desde la TOTAL SEGURIDAD de llevar él la razón.  Y sin embargo la razón es un mosaico de miles de piezas, que -separadas- no dicen nada, pero que juntas y en orden, muestran una figura.  Y esa figura es más verdad que la parcial de cada uno.
        Por algo Jesús dialogaba.  Adviento puede ser un cambio..., y empezar a saber dialogar. Pero TODOS, y no bajo el monólogo de algunos.

Comienza San Lucas: “Puesto que muchos han emprendido el trabajo de coordinar la narración de las cosas verificadas entre nosotros, según nos las trasmitieron los que desde el principio fueron testigos oculares…"
San Lucas no fue discípulo de Jesús. No vio con sus ojos. Pero es hombre culto, honrado, parte historiador y, mucho, hombre de fe, que ha leído muchas narraciones de aquella vida de Jesús. Unas le han interesado más. Otras, menos. Algunas, nada, salvo la curiosidad del “cuentecillo piadoso” y lleno de fantasías, de aquellos primeros cristianos que pretendían “llenar lagunas” o ver en Jesús un puro milagro sobrenatural. (Son los evangelios apócrifos (no revelados por Dios, que unas veces encierran costumbres de la época, historietas más o menos verosímiles, y muchas fantasías).
Por eso Lucas, el médico, no se limitaba a tomar de aquí y de allí. Él sabe que hay muchas cosas escritas, muchas verdades sublimes, y mucha necesidad de expurgar. Y para eso tiene a mano “testigos oculares”, contemporáneos de Jesús o muy cercanos a los -que desde el principio- habían visto y oído o recibido de primera mano. Y, además, “ministros de la palabra”. ¡Que no es decir poco!
La devoción pretende que la gran confidente de Lucas fue María, la Madre de Jesús, y por eso Lucas es el “evangelista de la infancia”. Por lo que yo puedo saber, eso queda en la “piedad” pero no en los hechos históricos probados.
Lo que sí es cierto –son cosas que se verán a lo largo de este periplo- es que “testigo ocular y plenamente fidedigno” de Lucas fue el Espíritu Santo, Por eso Lucas será el evangelista más humano, más sencillo, más asequible…, a la par que el gran evangelista del Corazón misericordioso. Para el que quiere entrar por primera vez en el Evangelio, yo siempre le llevo a San Lucas.
Él, sus datos, mi fantasía (apoyada en ciertas costumbres de Israel), va a ser nuestro acompañante en el Adviento, si Dios quiere. Por supuesto que MARÍA va a ocupar el protagonismo, como persona que vivió de lleno el adviento histórico, y fue parte esencial de él.

Con Lucas, “he resuelto yo también, después de haberlo investigado (meditado gozosamente muchísimos años) escrupulosamente desde su origen, escribírtelas por su orden, excelentísimo Teófilo [persona amante de Dios], para que reconozcas la solidez de las enseñanzas que aprendiste.


[Del libro: QUIÉN ES ESTE]

domingo, 27 de noviembre de 2016

27 noviembre: En el Ángelus

Texto completo:
“Queridos hermanos y hermanas, buenos días. Hoy en la Iglesia inicia un nuevo año litúrgico, o sea un nuevo camino de fe del pueblo de Dios. Y como siempre iniciamos con el Adviento.
La página del evangelio (cfr Mt 24,37-44) nos introduce a uno de los temas más sugestivos del tiempo de Adviento: la visita del Señor a la humanidad. La primera visita se realizó con la Encarnación, el nacimiento de Jesús en la gruta de Belén; la segunda es en el presente: el Señor nos visita continuamente cada día, camina a nuestro lado y es una presencia de consolación; y para concluir estará la última visita, que profesamos cada vez que recitamos el Credo: “De nuevo vendrá en la gloria para juzgar a los vivos y a los muertos”. El Señor hoy nos habla de esta última visita suya, la que sucederá al final de los tiempos y nos dice dónde llegará nuestro camino.
La palabra de Dios subraya el contraste entre el desarrollarse normal de las cosas y la rutina cotidiana y la venida repentina del Señor. Dice Jesús: “Como en los días que precedieron el diluvio, comían, bebían, tomaban esposa y tomaban marido, hasta el día en el que Noe entró en el arca, y no se dieron cuenta de nada hasta que vino el diluvio y embistió a todos”. (vv. 38-39).
Siempre nos impresiona pensar a las horas que preceden a una gran calamidad: todos están tranquilos, hacen las cosas de siempre sin darse cuenta que su vida está por ser alterada.
El evangelio no quiere inculcarnos miedo, sino abrir nuestro horizonte a la dimensión ulterior, más grande, que de una parte relativiza las cosas de cada día y al mismo tiempo las vuelve preciosas, decisivas. La relación con el Dios que viene a visitarnos da a cada gesto, a cada cosa una luz diversa, un espesor, un valor simbólico.
De esta perspectiva viene también una invitación a la sobriedad, a no ser dominados por las cosas de este mundo, de las realidades materiales, sino más bien a gobernarlas.
Si por el contrario nos dejamos condicionar y dominar por ellas, no podemos percibir que hay algo mucho más importante: nuestro encuentro final con el Señor que viene por nosotros. En aquel momento, como dice el Evangelio, “dos hombres estarán en el campo: uno será llevado y el otro dejado” (v. 40). Es una invitación a la vigilancia, porque no sabiendo cuando Él vendrá, es necesario estar siempre listos para partir.
En este tiempo de Adviento estamos llamados a ensanchar los horizontes de nuestro corazón, a dejarnos sorprender por la vida que se presenta cada día con sus novedades. Para hacer esto es necesario aprender a no depender de nuestras seguridades, de nuestros esquemas consolidados, porque el Señor viene en la hora en la que no nos imaginamos. Viene para introducirnos en una dimensión más hermosa y más grande.
Nuestra Señora, Virgen del Adviento, nos ayude a no considerarnos propietarios de nuestra vida, a no hacer resistencia cuando el Señor viene para cambiarla, pero a estar listos para dejarnos visitar por Él, huésped esperado y grato, aunque desarticule nuestros planes”.
El Papa reza el ángelus y después dice:
“Queridos hermanos y hermanas,
quiero asegurar que rezo por las poblaciones de Centroamérica, especialmente las de Costa Rica y Nicaragua, golpeadas por un huracán y este último país también por un fuerte sismo. Y rezo también por las del norte de Italia, que están sufriendo debido a los aluviones.
Saludo a los peregrinos aquí presentes, que han venido de Italia y de diversos países: a las familias, los grupos parroquiales, las asociaciones. En particular saludo a los fieles que vienen de Egipto, Eslovaquia y al coro de Limburg (Alemania).
Saludo con afecto a la comunidad ecuatoriana de Roma, a las familias 

27 noviembre: La llamada del Adviento

Liturgia  Domingo 1º adviento, ciclo A
          Empiezo por la 2ª lectura (Rom 13, 11-14). Sería como una proclama que nos dispone a todo el tiempo de Adviento: Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de espabilarse, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer.
          Ha acabado un año litúrgico y abre las puertas otro. Eso es una alegría pero al mismo tiempo es una llamada al corazón. Se abre un momento para espabilarse, porque a medida que van pasando los tiempos, está más cerca la salvación que cuando empezamos… Es una verdad incuestionable.
          Y a la vez una interrogante fuerte en el alma: la noche está avanzada, el día se echa ya encima: ¡dejemos las obras de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz! Un doble movimiento que hemos de tomar en cuenta: en nuestro vivir diario hay una parte de “criatura vieja”, que es la de los defectos, las pasiones, los egoísmos…: “dejemos las obras de las tinieblas”, nos dice San Pablo. Tomemos en serio la urgencia de arrancar malas hierbas. Y hay otra parte que es la “criatura nueva”, la que se va renovando continuamente en justicia y santidad: son las “armas de la luz”. Hay que tomar claro partido, y esto nos debe llevar a un sincero examen de conciencia.
          Y a partir de ahí, conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Y Pablo lo concreta en cosas que pueden parecer poco “prácticas” para nosotros, y sin embargo no podemos desdeñar sus recomendaciones: Nada de comilonas y borracheras, nada de lujuria y desenfreno, nada de riñas y pendencias. (Traduzcamos a cosas prácticas y personales: excesos de cualquier tipo; la vista, el Internet, los partidismos).
          Vestíos del Señor Jesucristo, y que el cuidado de vuestro cuerpo no fomente los malos deseos. La lectura es de actualidad y muy útil para enfocar el adviento con una actitud nueva.
          De ahí el contenido de las otras lecturas: la del Evangelio (Mt 24, 37-44) que engarza con los evangelios de San Lucas (que hemos tenido en el final del ciclo anterior), en previsión de un encuentro futuro con el Señor, al que necesitamos llegar preparados y bien dispuestos. Porque el día menos pensado, nos toca a alguno el paso definitivo. Y eso también es objeto del adviento, puesto que la venida del Señor, a la que hemos de prepararnos, es a la auténtica y real venida que va a hacer para cada uno de nosotros en el momento final de nuestra existencia. Para ese momento, estad en vela, preparados, porque a la hora que menos penséis. Viene el Hijo del hombre.
          Todo eso es narrado por Isaías como una visión mesiánica (2, 1-5), en la que –al final de un tiempo- va a aparecer el Mesías, árbitro de las naciones y juez de los pueblos…, que nos instruirá en sus caminos para que marchemos por sus sendas. Y será un tiempo nuevo en el que las lanzas de la guerra se cambiarán en podaderas de cosechas y frutales, y de las espadas se harán arados para cultivar. Un tiempo de paz y de expectativa de la venida del Mesías.
          El Adviento así nos está abriendo a una triple dimensión: el Mesías anunciado va a llegar… Y el largo período histórico de expectativa se hará realidad con la llegada de Jesús a Belén, nacido de la Virgen María.
          Otra venida –y esa vez solemne y definitiva- al final de la vida de cada persona, en la que el encuentro con Jesús triunfante va a ser real y visible para cada alma.
          Y entre una venida de Jesús a Belén y la otra al final de la vida de cada individuo, está la llegada diaria, con la que quiere  irnos disponiendo, y nos ayuda a tener esa buena disposición en el día a día. Jesús nos visita de múltiples formas, desde lo trivial de nuestro desenvolvimiento diario a momentos más íntimos de presencia, y situaciones muy diversas que nos toca vivir.
          Presencia que debe adquirir una potencia mayor, vivida como encuentro personal e interrogante dentro de nosotros mismos, está LA EUCARISTÍA. Llegada real y exigente que debe cuestionarnos nuestra vida completa. Llegar a celebrar la Eucaristía es así, por una parte, aterrizar en las circunstancias de nuestro hoy. Y por otra parte es exigencia para que “mañana sea mejor”, que es la consecuencia a la que debe conducirnos nuestra participación en el sacramento. Un desafío que pudiéramos formular con una pregunta: ¿Empezamos este adviento con alguna novedad respecto del adviento del ciclo litúrgico que ha acabado?



          La vida del cristiano revive cada año un ciclo litúrgico. Al comenzar un Adviento, suplicamos al Señor que nos haga responsables para acudir a esta nueva llamada.

-         Que nos demos cuenta del momento en que estamos. Roguemos al Señor.

-         Que sintamos que es nuestra hora para espabilar nuestro espíritu para acoger tu llegada. Roguemos al Señor.

-         Que vivamos con la exigencia de responder a tus llamadas. Roguemos al Señor.

-         Que demos al Adviento y a la Navidad su sentido religioso. Roguemos al Señor.

-         Que nos revistamos del estilo de Jesucristo. Roguemos al Señor.



Señor Dios nuestro: aviva en nosotros, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro tuyo, y que nuestras obras buenas nos dispongan para mejor agradarte. Por Jesucristo N. S.

sábado, 26 de noviembre de 2016

26 noviembre: VEN, SEÑOR JESÚS

Liturgia
          Cerramos hoy el año litúrgico que se comenzó en Adviento. Las lecturas marcan un momento final.
          Apoc 22, 1-7. Final del año litúrgico; final del Apocalipsis, final de la revelación. TRIUNFO DEFINITIVO.
        - Ríos de agua viva, como aquel de Ezequiel que sana y fecunda.  Agua viva de la samaritana: el E. S., agua de vida divina. Dos ríos, como en el Paraíso.
        -lucientes: Cristo es la Luz.
        - Salen del trono de Dios y del Cordero.
        - Nuevo árbol de vida. Da fruto continuo: eternidad, inmortalidad. Vuelta al Paraíso, pero ya sin fin. Por tanto, ni enfermedad, ni muerte, ni posibilidad de condenación.
        Da cosechas abundantes, una por mes. Medicinales para el mundo entero
        - Está en medio el trono del Cordero.  Si antes, “a Dios nadie lo ha visto”, ahora se ve cara a cara (el anhelo profundo de la persona)
        Recibe adoración y alabanza; sin momento final: posesión de Dios: es ese tener el nombre de Dios en la frente.
        - No hay noche (ni oscuridad, ni mentira); no hay, por tanto, necesidad de lámparas
        - LA LÁMPARA ES DIOS.
        - Será estado eterno: por los siglos sin fin.
Garantía del escritor y vidente  Juan
        Todo es cierto (no fantasía o ficción)
        lo visto va a suceder
        y pronto.
        VEN, SEÑOR JESÚS, será la última palabra del Apocalipsis, aunque no se recoja en la lectura. La recoge la antífona del SALMO.

          Lc 21, 34-36, también “final” de capítulo y del anuncio del mundo que se acaba, como se acaba Jerusalén y el templo. Advertencias finales de Jesús: Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida, la preocupación del dinero…, y se os eche encima de repente aquel día.
          Jesucristo habló muchas veces y a través de diversas parábolas sobre la necesidad de estar preparándose y vivir preparados, porque el Hijo del hombre llega cuando menos se le espera. Es lo que vuelve a advertir aquí. “No se os eche encima aquel día” sin haberos prevenido para acogerlo en paz. De hecho ocurrirá que casi nadie se lo espera, aun con la certeza de que pasaremos por ese día. Pero a la hora de la verdad “cae como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra”. Escuchamos que alguien ha muerto y siempre pensamos que eran otras circunstancias. A uno parece que nunca le va a tocar, incluso los que parecen estar más dispuestos a recibir ese instante. ¡Que  pocos lo ven venir sobre sí!
          Yo conozco a quienes a diario parecen estar para morir –así lo piensan ellos-, pero que les llega un dolor de cabeza y se sienten muy preocupados y pidiendo al médico que les cure. Verdaderamente no estamos hechos para acoger la muerte. Y eso es hermoso porque nos da impulsos de vida. Pero que no nos aturda la idea de que eso va a llegar. Lo que Jesús nos dice es que estemos siempre dispuestos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir (escapar de los miedos y terrores y aferramientos a la vida). Lo que hace falta para concluir esta vida, como concluye sin tragedia el año litúrgico, es mantenernos firmes en pie ante el Hijo del hombre.
          Eso es precisamente lo que atempera los temores y angustias ante el final de la vida: saberse en las manos amorosas de Jesucristo. Sentir en lo profundo del alma ese “Ven, Señor Jesús”, o tener dentro el consuelo de que es Dios mismo, Jesús mismo, quien en un momento nos dice: “Ven”. Porque el final de la vida es una llamada de Dios al alma para que la persona se ponga ante el Señor y le diga sencillamente: “aquí estoy”: “voy, Señor”, como respondía el Beato Francisco Gárate a cada toque del timbre de la puerta de su Portería. “Aquí estoy”, “voy, Señor”, para fundirse en un abrazo que ya no cesará jamás. El desgarro de quien abandona este mundo queda superado y compensado por la invitación amorosa de Dios que nos llama a estar con Él. Y que será ya POSESIÓN que no se pierde jamás, como ha dejado expresada la 1ª lectura.

          Démosle gracias a Dios que nos ha traído hasta aquí…, que nos ha dado poder cerrar el año que comenzamos en adviento pasado. Y recordemos con respeto y emoción a los diversos conocidos que quedaron a medio camino.

viernes, 25 de noviembre de 2016

ZENIT 25: Alejarse de Dios

Elegir alejarse del Señor es la condena eterna. El papa Francisco lo ha indicado este lunes en la misa matutina en la residencia Santa Marta, en estos dos últimos días del año litúrgico, cuando la Iglesia reflexiona sobre el fin del mundo y del encuentro con Jesús.
Y advirtió que con el diablo no hay que hablar nunca, porque es “mentiroso” y “estafador”, “busca nuestra ruina” y “por esto será arrojado al abismo”. En cambio debemos “abrir el corazón”, como Jesús nos pide para tener “la alegría y la salvación”.
El primero en ser juzgado, recordó Francisco señalando la lectura del Apocalipsis, es el “dragón, la serpiente antigua, que es el diablo”, y que el ángel descendido del cielo lanza al Abismo, encadenado, para que “no engañe a las naciones, porque él es un impostor”, que hace creer que si alguien come esta manzana será como un Dios”.
‘Pero, padre, ¿cómo podemos hacer para no ser engañado por el diablo?’ Jesús nos enseña: Con el diablo no se dialoga ¿Qué hizo Jesús con el diablo? Lo echaba, le preguntó el nombre pero no dialogó. Incluso en el desierto Jesús en las tres respuestas que ha dado al diablo, se defendió con “la palabra de Dios”, la “palabra de la Biblia”.
En la página del Apocalipsis aparecen, entonces, las almas de los mártires, los “humildes” que han dado testimonio de Jesucristo y no han adorado al diablo y sus seguidores, como son “el dinero, la mundanidad, la vanidad”.
El Señor juzgará a “grandes y pequeños” por sus obras, también se lee en el Apocalipsis y los condenados serán arrojados al “estaño de fuego”. El Papa señala que “la condenación eterna no es una cámara de tortura, esta es una descripción de esta segunda muerte: es una muerte. Y los que no sean recibidos en el reino de Dios es porque no se han acercado al Señor.
Son los que siempre iban por su camino, alejándose del Señor. “Este alejarse continuamente de Dios es la condenación eterna”. Alejarse para siempre del “Dios quenos da la felicidad”, del “Dios que nos ama tanto”, este es el “fuego”, reitera el Papa, este “es el camino de la condenación eterna”.
Pero la última imagen del Apocalipsis se abre a la esperanza e incluso Francisco lo hace: si “abrimos el corazón”, como Jesús nos pide y no vamos por el camino que nos aleja, vamos a tener “la alegría y la salvación”, “El cielo y la tierra nueva” de la que se habla en la primera lectura.
Dejémonos por lo tanto, invita el Papa, “acariciar” y “perdonar” por Jesús, sin orgullo, pero con esperanza, esta es la invitación final. “La esperanza que abre los corazones al encuentro con Jesús”. Esto es hermoso. Y Él nos pide que seamos humildes y digamos, ‘Señor’. Sólo esa palabra y Él hará el resto”

25 noviembre: Aprended de la higuera

Liturgia
          Apoc 20, 1-4.11  a 21, 2.       Está acabándose el libro del Apocalipsis y lo que ya hoy se dibuja es una escena de triunfo total, mucho más allá de lo que ha tenido por delante de los abusos de Roma y su caída final. En esa escena aparecen:
        - el Ángel del Cielo lleva una cadena para atar al dragón (que es la antigua serpiente, diablo o Satanás), y la llave del abismo para dejarlo allí sepultado. Sólo que aún no es definitivo. De momento es por mil años, “un poco de tiempo” (dice el texto), tras el cual reaparecerá: se señala así  el tiempo presente, hasta que llegue el triunfo final de Cristo, el definitivo.
        Ese final se expresa con unos tronos con los encargados de juzgar. Ante ellos comparecen los mártires (los “decapitados por el nombre de Jesús”, “los que no habían rendido homenaje a la bestia”). En realidad, todos los cristianos fieles: los santos. Todos estos vuelven a la vida y reinan con Cristo.
        La tercera visión es un trono blanco grande, el de Cristo. Entonces desaparecen la tierra y el firmamento. Ante el trono están todos los hombres: los poderosos, los pobres, los de todas las partes de la tierra y el mar y el abismo. Y Cristo da a cada uno según sus obras, escritas en “los libros” de la vida
        El final es la visión del Cielo, Jerusalén celestial, cielo nuevo y tierra nueva, enviada por Dios y arreglada como una novia para su esposo. 
(Ahí ha acabado la lectura; si hubiera seguido, hubiera dado una imagen muy bella: que ese trono de Dios, quiere Él plantarlo entre los hombres, estar con ellos y ser su Dios, y enjugar sus lágrimas, quitar su llanto y hacer ya nuevas todas las cosas. ¡Eso es el Cielo!).

Evangelio breve y con una parábola para explicarse Jesús: Lc 21, 29-33. ¿Cuándo van a suceder todos esos signos y situaciones desastrosas que se han narrado antes? Y Jesús dice: Fijaos en la higuera o en cualquier árbol: cuando echan sus brotes os basta verlos para saber que la primavera está cerca. Y como van tan entremezclados el tema de Jerusalén y del fin de los tiempos, Jesús concluye diciendo: antes que pase esta generación, todo eso se cumplirá. Y juntamente dice: cuando veáis que suceden las cosas que os he anunciado, sabed que está cerca el reino de Dios.
He ahí el punto esencial de todo el discurso: cuanto sucede en la historia de los tiempos, confluye en un punto: la llegada del Reino de Dios. Los judíos van a perder su templo y su ciudad, pero todo eso es un presagio de que la “nueva Jerusalén” va a abrirse al mundo entero, y “el templo” va a ser Cristo mismo y, por tanto, no circunscrito a un lugar sino que allí donde esté Cristo allí hay un Templo. Y por eso, allí donde hay un cristiano, se está haciendo presente el nuevo templo de Dios.
Podrán acabarse todas las naciones y todos los poderes de la tierra y aun el firmamento. Lo que nunca va a desaparecer son las palabras de Jesús. Y en esas palabras va toda la visión de esperanza de un nuevo cielo y una nueva tierra donde ya reina Dios. Allí ya no habrá ni sol, ni luna ni estrellas, porque SU LÁMPARA ES EL CORDERO, como dirá mañana la lectura del Apocalipsis.

Confluyen, pues, las dos lecturas en ese anuncio profético que va en las dos líneas que nos van conduciendo hacia el cierre del tiempo litúrgico. Nos ponen ante la evidencia de un final de la vida, al que hemos de acudir con la seguridad de que se hace realidad el reino de Dios en cada uno. ¿Cuándo nos toca? Miremos a la higuera y aprendamos de sus yemas anunciadoras de una primavera. Hacia ella caminamos, hacia la plenitud en nosotros del reino de Dios.

jueves, 24 de noviembre de 2016

ZENIT 24: La corrupción es blasfemia

El papa Francisco, en la homilía de este jueves en Santa Marta, ha asegurado que la corrupción es una forma de blasfemia, el lenguaje de Babilonia por el cual “no hay Dios” sino solo “el dios dinero, el dios bienestar, el dios explotación”. Así, el Santo Padre ha recordado que en esta última semana del Año litúrgico, la Iglesia pide reflexionar sobre el final del mundo y sobre nuestro final.
La homilía de Francisco se ha basado en la lectura del día del Apocalipsis que habla de tres voces. La primera es el grito del ángel: “ha caído Babilonia”, la gran ciudad, “la que sembraba la corrupción en los corazones de la gente” y que lleva “a todos por el camino de la corrupción”.
De este modo, ha precisado que “la corrupción es la forma de vivir en la blasfemia, la corrupción es una forma de blasfemia”. El lenguaje –ha añadido– de esta Babilonia, de esta mundanidad, es blasfemia, no hay Dios: está el dios dinero, el dios bienestar, el dios explotación. Por eso ha asegurado que esta mundanidad que seduce a los grandes de la tierra, caerá.
Asimismo ha explicado que en contraste con el grito del ángel, que era un grito de victoria por la caída de “esta civilización corrupta”, hay otra voz potente, el grito de la multitud que desde allí alaba a Dios: “Salvación, gloria y poder son de nuestro Dios”. Es la voz “poderosa de la adoración, de la adoración del pueblo de Dios que se salva y también del pueblo en camino, que todavía está en la tierra”. El pueblo de Dios, ha proseguido, pecador pero no corrupto: pecador que sabe pedir perdón, pecador que busca la salvación de Jesucristo.
Este pueblo se “alegra cuando ve el final y la alegría de la victoria se hace adoración”, ha explicado el Papa. No se puede permanecer solamente con el grito del ángel, si no hay “esta voz poderosa de la adoración de Dios”.
Pero –ha advertido– para los cristianos “no es fácil adorar”. Así, ha asegurado que “somos buenos cuando rezamos pidiendo algo” pero la oración de alabanza “no es fácil hacerla”. Por esta razón, el Pontífice ha precisado que hay que aprenderla “desde ahora” para no “aprenderla rápidamente cuando lleguemos allí”. Así, ha subrayado “la belleza de la oración de adoración, delante del Tabernáculo”. Una oración que dice solamente: “Tú eres Dios. Yo soy un pobre hijo amado delante de ti”.
Finalmente, la tercera voz es un susurro. El ángel que dice escribir: “¡Beato los invitados al banquete de las bodas del Cordero!”. La invitación del Señor no es un grito sino “una voz suave”. Al respecto ha señalado que “la voz de Dios cuando habla al corazón es así: como un hilo de silencio sonoro”. Y esta invitación a las “bodas del cordero” será el final, “nuestra salvación”, ha dicho el Papa.
Para concluir, el Santo Padre ha pedido que Dios “nos dé esta gracia de esperar esa voz, de prepararnos a escuchar esta voz: ‘ven, ven, ven siervo fiel –pecador pero fiel– ven, ven al banquete de tu Señor”. 

24 novb.: Se acerca la liberación

Liturgia
          Apoc. 18, 1-2. 21-23; 19, 1-3. 9. Juan ve un ángel poderoso y luminoso (su luz expresa el resplandor de los seres celestiales), que grita a pleno pulmón, hablando a los cristianos de Roma (=Babilonia), anunciando la caída estrepitosa de la gran ciudad, que queda convertida en desierto y lugar impuro. El mensajero, ángel vigoroso clama con voz profunda la caída de Roma, y como Jeremías (en su profecía contra Babilonia), repite en Roma, la Gran Ciudad, el gesto de arrojar una gran piedra al mar, donde se hundirá para siempre, como aquella piedra –rueda de molino- que arroja el ángel.
Y ese ángel anuncia entonces que en Roma no se oirán ya ni arpas, ni flautas, ni murmullo de molino, ni brillará lámpara ni voz de novios. No habrá signos de vida ni de alegría.
Razón de ese desastre: la corrupción moral que se ha vivido en la gran Ciudad, sortilegios y hechicerías, y haber vertido sangre de mártires.
Sigue el júbilo celestial, cantando alabanzas a Dios [Aleluyas], y el júbilo desbordado por la Gloria de Dios que ha condenado a Roma (la gran prostituta) que corrompía la tierra y había derramado tanta sangre de cristianos.
Y el ángel encarga escribir todo eso para que quede constancia, y proclame dichosos los invitados a las bodas del Cordero.

Lc 21, 20-28 recoge lo horrendo de aquella situación de Jerusalén, sitiada por ejércitos… Cabe poca explicación y en realidad no queda sino seguir la descripción que aparece en esta perícopa del evangelio, y dejarse impactar por el cúmulo de señales que Jesús puso delante de sus oyentes.  
Sabed que está cerca su destrucción. Y como consecuencia, los que estén en Judea, que huyan a los montes; los que estén en la ciudad, que se alejen. Los que estén en el campo, que no entren en la ciudad… Serán días de venganza, y habrá angustia tremenda y castigo para este pueblo.
Caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas las naciones. Jerusalén será pisoteada por los gentiles… Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y angustia en la tierra de las gentes enloquecidas por el estruendo del mar y del oleaje. [¿Tsunamis?]. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se les viene encima al mundo, pues las potencias del cielo temblarán.
De lo que no cabe duda es de la maravilla de descripción de un cataclismo físico y moral, para que nos podamos hacer idea de lo que es el momento. Todo ello está aplicado a Jerusalén pero vale perfectamente para pensar en un final de la historia. Lo cual se apunta en el desemboque de esta lectura: Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre una nube con gran poder y gloria. Es evidente que esa aparición gloriosa no tiene lugar tras la destrucción de Jerusalén, y que la segunda venida del Hijo del hombre es la que se verificará al fin de los tiempos.
Todo esto tiene, pues, un valor mucho más allá de lo histórico y comprobable por los anales de los libros que nos describen los sucesos de un tiempo determinado. Ni el evangelio es un libro de historia. Hay mucha más enjundia en todas estas narraciones y nos remiten al triunfo del Reinado de Dios por encima de las potencias humanas. Lo humano va a deshacerse como sal en el agua. Lo que va a surgir de entre las cenizas de lo terreno es el nuevo mundo… Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación. A esto iba toda la descripción.
Dentro del estilo apocalíptico del capítulo, lo que nos quiere dejar patente es el triunfo de Cristo y de Dios. Eso que viene a ser la razón de nuestra esperanza, aunque nos estemos desenvolviendo en un mundo que parece haber perdido el sentido, y que va arrasando todo lo que es orden y valor.

El evangelio es mensaje de vida y mientras se escriben cada día los periódicos como una ensartada de malicias y desgracias, el texto sagrado nos quiere hacer elevar la mirada (levantaos, alzad la cabeza) y que sintamos la seguridad del triunfo que nos trae Jesucristo: se acerca vuestra liberación. En efecto: no vamos a quedar encerrados entre los barrotes de esta cárcel que hemos creado los humanos: drogas, violaciones, terrorismo, abusos, corrupción, pobreza, vidas truncadas por el vicio, el sexo, el suicidio… De todo esto vamos a salir. Es el sexto sentido de la fe el que nos augura un mundo mejor, en el que Jesucristo avala con su promesa firme, el triunfo definitivo final.