viernes, 30 de septiembre de 2016

30 sept_Purificar la conciencia

Liturgia
          Estamos acabando el libro de Job, con otro amplio salto hasta el cp. 38 y 39. En su sufrimiento Job ha tratado de preguntarle a Dios por qué de aquel padecimiento que está llevando, cuando él es inocente de alguna culpa. Dios le responde con una serie de preguntas a ver si Job las sabe responder. Preguntas de hechos que caen totalmente fuera de las posibilidades humanas, a las que Job no puede responder. [Sugiero que se lean en 38. 1. 12-21, porque son de una belleza poética oriental que no cabe más]. Realmente es un pobre hombre –reconoce Job- que no tiene nada que decir a las cuestiones que le ha puesto delante Dios: Me siento pequeño, ¿qué replicaré? Me llevaré la mano a la boca; he hablado una vez y no insistiré. Job se humilla ante Dios.

          En el Evangelio (Lc. 10, 13-16) Jesús expresa su dolor ante las ciudades de Corozaín y de Betsaida, en las que ha volcado una parte importante de su estancia, palabras y hechos, y sin embargo no han respondido… Y les reta con la comparación con ciudades paganas, en las que si se hubieran desarrollado allí los milagros que en aquellas, hace tiempo que se habrían convertido, vestidos de sayal y sentados sobre ceniza. Lo mismo digamos de Cafarnaúm, el emporio judío, que tampoco ha respondido a los hechos que Jesús desarrolló en ella. Por eso Tiro y Sidón, siendo paganas, tendrán un juicio más benévolo.
          Quien a vosotros –apóstoles- escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, me rechaza a mí y rechaza a Dios.

          Tendría poco que explicar esa perícopa evangélica. ¡Pero mucho que pensar! Porque algo de esto que dice Jesús puede ser motivo de reflexión para cualquiera. ¿Cómo serían esos otros que quizás están desahuciados de la fe y aun de la cultura, si hubieran tenido las oportunidades que hemos tenido nosotros? ¿Cómo hubiera podido ser su respuesta a esos dones que nosotros hemos recibido? Y ¿cómo hemos respondido nosotros a tales dones? ¿Hemos respondido en radicalidad? ¿Nos mantenemos en una cierta posición mediocre o intermedia para ser “buenos” pero sin dar el salto? ¿De dónde salieron esos santos que –en los altares o sin altar-  fueron un dechado de fidelidad y de compromiso con su fe?
          ¿De cuántas justificaciones nos valemos para explicar nuestras fallas y encontrar “sentido” a todo, aunque más de una vez no estamos convencidos ni nosotros mismos de esas “razones” que aducimos? De hecho no se las admitiríamos a otro.
          Cuando nos llegan historias de esos países de misión, con verdaderas heroicidades y profundos compromisos con la fe de esos misionados, sentimos admiración y hasta vergüenza, porque nosotros con toda nuestra cultura religiosa y tradición cristiana y educación en la fe desde niños, no llegamos a esos grados de abnegación y sacrificio.
          Me gustaría que estas reflexiones mías, hechas en voz alta para mí mismo, nos sirvieran de estímulo para crecer. No me las tomo como dardos lanzados hacia fuera, ni siquiera contra mí mismo. Pero como motivo de reflexión honda y de estímulo para adelante sí que lo considero útil. Porque siempre puede ser una ocasión para dar un paso, aunque pequeñito, en una línea determinada. Para que seamos siquiera como Tiro y Sidón y no nos tengamos que llevar los penosos ayes de Jesucristo, que lamenta la falta de fidelidad y aceptación de su persona y su obra por parte de Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm.
          No es cuestión de hacerlo todos los días, pero de vez en cuando no es superfluo tomar entre manos un manual detenido de examen de conciencia e ir releyendo sus preguntas. Seguramente encontramos “detalles” que ya se nos pasan por alto en nuestra conciencia, y que –sin embargo- no está de más descubrirlos.
          Un autor declara que el descubrimiento de un nuevo pecado no es una desgracia, sino precisamente una acción de la gracia de Dios, que enfoca el fondo de la conciencia y le hace descubrir los rincones y las telarañas que se habían disimulado en la oscuridad.

          Es un hecho que cuando Job trató de ponerse como inocente y que no tenía una culpa, Dios le tuvo que llevar a comprender que se había creído mejor de lo que era. Y Job hubo de humillarse para ocupar su verdadero puesto ante Dios.

jueves, 29 de septiembre de 2016

29 septb.: Arcángeles y Reino de Dios

Liturgia: los santos arcángeles
          La fiesta de hoy junta a los tres santos arcángeles que tienen más protagonismo en la Sagrada Escritura: Miguel, Rafael y Gabriel. Miguel como el defensor de la gloria de Dios, que lucha contra Lucifer y lo vence. Rafael, que expresa la sanación de la enfermedad y el acompañante de viaje. Gabriel, el arcángel que Dios se reserva para los grandes anuncios.
          La 1ª lectura está tomada del Apocalipsis en ese triunfal capítulo 12 en el que Miguel y sus ángeles derrotan al dragón infernal, Satanás, y lo precipita a la tierra con sus ángeles rebeldes. Y se proclama solemnemente la victoria de Dios y de su Mesías.
          En el evangelio de San Juan (1, 47-51) se hace alusión a los ángeles de Dios en la visión del cielo y en el reconocimiento del Mesías. No hay una referencia expresa a ninguno, pero está tomado como texto significativo para esta fiesta.
          La Iglesia de hoy necesita mucho de la labor de estos santos arcángeles: de Miguel, para salir adelante en las luchas contra los enemigos que la acosan. De Rafael, en su caminar interno entre los que somos la Iglesia y necesitamos sanar de muchas cosas. De Gabriel, que nos anuncie una y otra vez a Jesucristo, Mesías y Señor.

La lectura continua (que hoy no se lee) va a grandes saltos.  Del capítulo 9 hemos pasado al 19 (21-27) donde Job pide a sus amigos que no lo mortifiquen más. Él sabe que Dios es un Dios vivo y que acabará triunfando aunque sea tras la muerte de Job. Sabe que verá a Dios con sus propios ojos, y que desfallece de ansias por ese momento.
          El problema del mal se va clarificando y al mal se le ve el fin, que se producirá por ese encuentro que Job tendrá con Dios.

          El evangelio de Lucas (10, 1-12) trae el envío que hace Jesús de 72 discípulos para que vayan delante de él a preparar el terreno en los lugares a los que luego irá Jesús. Les exhorta a pedir a Dios, dueño de la mies, que envíe obreros a su mies, porque la mies que hay que recoger es abundante, pero los segadores son pocos.
          Sabe Jesús que los envía a un mundo de lobos y que van a ser corderos víctimas, pero han de ir desprendidos de todo: sin talega, ni alforja, ni sandalias…; que vayan decididamente a cada lugar sin perderse en típicas interminables conversaciones con los que se cruzan por el camino.
          Cuando entren en un lugar, saluden con un saludo de paz, porque realmente van en son de paz: Paz a esta casa. Que si hay gente de paz allí deben quedarse, allí deben comer y beber de lo que tengan. La respuesta de ellos, los discípulos, debe ser tan confortadora como el anuncio de la proximidad del Reino de Dios. Y hacerlo curando a sus enfermos.
          ¿Y cuando no los reciban? Salid a la plaza y decid: hasta el polvo de vuestra tierra que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos. De todos modos, sabed que está cerca el Reino de Dios. Esto es lo llamativo de aquella misión: acogidos o no, hay algo muy cierto, y eso es la cercanía del Reino. O dicho en personal: que va a venir a presentarse ante vosotros el mismo Jesús. En el comienza y en él se polariza ese reinado de Dios en su pueblo.
          La palabra de Jesús a aquellos hombres y la que ellos han de sentir como suya y trasmitir a los demás, sigue siendo perfectamente actual: La mies es mucha y los obreros, pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Es un grito inmenso de la Iglesia y de los cristianos de este siglo XXI. El panorama que se dibuja en el horizonte es muy penoso. Los “obreros” de la Iglesia están muy ancianos. Mueren muchos por ley de vida. No tienen repuesto en el momento actual. Esa realidad se desangra en el clero, en la vida religiosa masculina y femenina. Y lo terrible es que se desinfla en el pueblo fiel del que salen muy pocas vocaciones. Un pueblo que se ha materializado y se ha situado en la comodidad de la vida, desde los padres que ya no comprometen su vigor en engendrar más hijos y en educarlos en la radicalidad de la fe, y en esos hijos que están muellemente criados, faltos de formación profunda en la fe, sobrados de comodidades, y carentes del sentido del sacrificio.

          Por eso sería necesario recuperar la autenticidad de la conciencia para poder enfrentar la responsabilidad de ese pueblo, de esas familias, de esos educadores, y que sientan resonar en su interior la llamada acuciante de Jesús: “La mies es mucha…; pedid al dueño de la mies…” Y que como el profeta, respondan: Aquí estoy; envíame.

miércoles, 28 de septiembre de 2016

28 septbre.: Llamadas de Jesús

Liturgia
          Toca suplir de alguna manera lo que la lectura continua omite. Unos amigos de Job se han venido a acompañarle en su desgracia y Job, en esa amargura de su corazón por tanto sufrimiento, se confiesa inocente ante Dios y declara que Dios no tiene algo contra él.
          Los amigos le reprochan que, con ese razonamiento, está tildando a Dios de injusto porque le hace sufrir sin razón.
          Y Job (9, 1-12. 14-16) hace profesión de fe en Dios con esa riqueza de imágenes con las que confiesa la supremacía de Dios sobre todas las cosas, y que a Dios no se le pueden pedir razones: ¿quién le reclamará: qué estás haciendo?
          La verdad es que esa fe hace mucha falta hoy, cuando la gente cae con frecuencia en esas falsas cuestiones: ¿Por qué hace Dios…, por qué permite Dios…? Si Dios fuera bueno no sucederían estas cosas…, deduciendo “la bondad de Dios” de las realidades que suceden a nuestro alrededor. La bondad de Dios se intenta deducir como  conclusión de un silogismo filosófico. Es no tener idea del concepto mismo de Dios, que está fuera de toda deducción humana.
          Dios es bueno como premisa básica para hablar de Dios. Es axioma fundamental que no necesita demostración. Porque si Dios no es el totalmente BUENO, es que no estamos hablando de Dios sino de falsas concepciones humanas. Decir DIOS es decir el conjunto de todos los bienes sin mezcla de mal alguno. Y en cuanto se mezcle algo no bueno, ya no estamos hablando de Dios.
          Job no necesita demostración de la bondad de Dios. Esa se da como premisa indiscutible. Y otra cosa y por otra causa son sus padecimientos. Por eso el libro de Job acabará felizmente con el triunfo de la bondad de Dios y la superación del mal. A eso va dirigido todo el libro.

          En el evangelio de Lucas encontramos nuevamente aquellas vocaciones que se producen en el transcurso de la predicación de Jesús, unos que se ofrecen de buena fe y otros que son llamadas expresamente por Jesús. Lc 9, 57-62 es un texto interesante para comprender el seguimiento de Jesús. Uno viene hasta Jesús y generosamente se ofrece: Te seguiré a donde vayas. Jesús no le dice ni sí ni no, sino que pone por delante las exigencias que son inherentes a ese seguimiento: Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza. El seguimiento de Jesús pide desprendimiento. Una vocación no será nunca el refugio de alguien, sino la exigencia de una vida en la que Jesús va delante sin seguridades materiales.
          Me queda la pregunta en el aire: ¿siguió a Jesús?, ¿aceptó el reto?, ¿se echó atrás? Mirémonos a nosotros mismos y deduzcamos qué hubiéramos hecho. Que eso es más importante que la curiosidad de saber qué hizo aquel.
          Una vocación directa la del segundo de este tríptico. Es Jesús quien llama con su consabida palabra escueta: Sígueme. Y el individuo no se niega pero retrasa la respuesta: tiene que quedarse cuidando a su padre hasta que muera. Era la costumbre de la vida de las familias: el hijo que quedaba soltero debía ocuparse de su padre hasta la muerte. Y Jesús le responde que deje a sus hermanos ese cuidado, puesto que ellos no han sido llamados.
          La misma pregunta y la misma respuesta de la vez anterior. Aquí se trataba de sobrepasar una costumbre del pueblo cuando ha surgido una llamada personal de Jesús. ¿Qué acaba valiendo? En definitiva se trata del Reino de Dios. ¿Realmente está Dios –para aquel personaje- por encima de todas las cosas…, amando con todo el corazón, con toda el alma, con todo el ser? Es la cuestión que nos puede quedar a nosotros por responder, si nos halláramos en una situación semejante.
          Un tercero se ofrece también…, pero con condiciones previas. Legítimas si se quiere, pero poniéndolas por delante. Y ahí está el fallo. Y por eso Jesús responde con firmeza: quien pone la mano en el arado y mira atrás, no es apto para el Reino de Dios. No es que había pedido alguna cosa imposible. El fallo es que había ido a Jesús con un proyecto anterior al mismo ofrecimiento que hacía. Y eso es lo que no acepta Jesús.

          El resultado no lo sabemos. El evangelista no ha querido satisfacer nuestra curiosidad. Nos ha dado las pautas, los principios generales y fundamentales. Nos toca ahora examinarnos a nosotros mismos para ver detrás de qué postura estamos nosotros. Precisamente eso es ORAR.

martes, 27 de septiembre de 2016

ZENIT 27: En la desolación espiritual

El papa Francisco ha reflexionado sobre la “desolación espiritual” en la homilía de este martes en la misa celebrada en Santa Marta, centrándose en la figura de Job. De este modo, el Santo Padre ha subrayado la importancia del silencio y de la oración para vencer los momentos de oscuridad. Además, en la ocasión de la memoria de San Vicente de Paul, Francisco ha ofrecido la misa por las hermanas vicentinas, las Hijas de la Caridad, que prestan servicio en Santa Marta.
“Job tenía problemas: había perdido todo”. Así, el Santo Padre ha desarrollado su homilía en relación con la Primera Lectura del día, que muestra a Job despojado de todo, incluso de sus hijos. Si siente perdido pero no maldice al Señor.
Tal y como ha precisado Francisco, Job vive una “desolación espiritual” y se desahoga delante de Dios. Es el deshago de un “hijo delante del padre”. Así lo hace también el profeta Jeremías que se deshaga con el Señor, pero nunca blasfeman.
En esta línea, el Pontífice ha explicado que “la desolación espiritual es algo que sucede a todos” y lo ha definido como “un estado del alma oscuro, sin esperanza, sospechoso, sin ganas de vivir, sin ver el final del túnel, con muchas agitaciones en el corazón y también en las ideas”. La desolación espiritual –ha añadido– nos hace sentir como si nosotros tuviéramos el alma aplastada: no logra, no logra, y también quiere vivir: ¡Mejor es la muerte! El Papa ha explicado que este es el desahogo de Job: “mejor morir que vivir así”. De este modo, el consejo que da Francisco es “entender cuándo nuestro espíritu está en este estado de tristeza ampliada, que casi no hay aliento”. Entender –ha añadido– qué sucede en nuestro corazón. Y esta es la pregunta que “tenemos que hacernos”: qué hay que hacer cuando vivimos estos momentos oscuros, por una tragedia familiar, una enfermedad, algo que me desanima.
Al respecto, el Santo Padre ha observado que algunos piensan en “tomar una pastilla para dormir” y alejarse “de los hechos”, o “tomar dos, tres, cuatros vasos”. Esto –ha advertido– no ayuda.
Y así ha explicado que la liturgia de hoy “nos hace ver qué hacer con esta desolación espiritual, cuando estamos tibios, desanimados, sin esperanza”. Es necesario rezar –ha dicho el Papa– rezar fuerte, como ha dicho Job: gritar día y noche hasta que Dios tienda su oído.
“Es una oración de llamar a la puerta, pero con fuerza”, ha exclamado. También ha precisado que el libro de Job habla del silencio de los amigos. Delante de una persona que sufre, ha subrayado el Papa, “las palabras pueden hacer daño”. Lo que cuenta es estar cerca, hacer sentir la cercanía, “pero no hacer discursos”.
Al respecto, Francisco ha indicado que “cuando una persona sufre, cuando una persona está en la desolación espiritual, se debe hablar lo menos posible y se debe ayudar con el silencio, la cercanía, las caricias, su oración delante del Padre”.
Primero, “en reconocer en nosotros los momentos de desolación espiritual, cuando estamos en la oscuridad, sin esperanza, y preguntarnos por qué”. Segundo, “en rezar al Señor como hoy la liturgia con este Salmo 87 nos enseña a rezar, en el momento de la oscuridad”. Y tercero “cuando yo me acerco a una persona que sufre, sea por enfermedad, de cualquier sufrimiento, pero que está precisamente en la desolación, silencio; pero silencio con mucho amor, cercanía, caricias. Y no hacer discursos que al final no ayudan y, también hacen daño”.
Para concluir la homilía, el Santo Padre ha invitado a rezar al Señor para que no dé tres gracias: la gracia de reconocer la desolación espiritual, la gracia de rezar cuando estemos sometidos a este estado de desolación espiritual y la gracia de saber acompañar a las personas que sufren momentos feos de tristeza y de desolación espiritual.

27 septbre.: ¿De qué espíritu somos?

Liturgia
          Las cosas se le pusieron feas a Job. La lectura continua ha saltado varios capítulos y por tanto no ha recogido el momento en que el mal le viene directamente a él, no ya –como veíamos ayer- a sus obreros, rebaños, cosechas o hijos. Su propia esposa le incita para que maldiga a Dios. Pero Job le dice que ha hablado como necia. Y él, lleno de llagas supurantes y en un estercolero, quitándose las costras con una teja, no protesta contra Dios.
          Pero sí maldice el día de su nacimiento, porque hubiera sufrido menos muriendo en aquel instante (3, 1-3. 11-17. 20-23). Ahora dormiría tranquilo y descansaría en paz. Y sueña con esa muerte donde acaba el tumulto de los que sufren.
          El PROBLEMA DEL MAL se ha planteado con toda virulencia porque es padecer en propias carnes. El hombre no encuentra camino porque Dios le cerró la salida. Pero, ya veremos, él defiende a Dios, que no es culpable de sus males. Los males están ahí y le causan mucho dolor, pero Dios no es el causante del mal. Eso va quedando claro a lo largo del libro. La verdad es que lo vamos a seguir malamente porque se van saltando capítulos en los diferentes días en que se nos lee esta gran parábola que intenta resolver un problema que es insoluble. Ya para nosotros tiene una salida hermosa pensando en la vida del Cielo donde el mal no existirá y donde los males padecidos habrán sido crisoles de purificación de las muchas escorias de la vida. Y sin embargo, el problema del mal sigue siendo tan fuerte como para los tiempos en que se escribió el libro de Job, y como lo será siempre, tan duro y tan inexplicable. Pero que se salva desde la fe y el saber echarse en el regazo de Dios.

          Lc. 9, 51-56. Se iba cumpliendo el tiempo. No perdamos de vista que parta Lucas la vida de Jesús es una permanente subida de Galilea a Jerusalén, donde va a padecer. Por eso para Lucas la referencia es que “se iba cumpliendo el tiempo”. Intentan pasar por un pueblo de Samaria, porque el paso por esa región palestina era casi obligado para todos los que hacían ese trayecto. Y se encontraron con que aquellos habitantes eran más belicosos y al descubrir que Jesús y los suyos iban camino de Judea, plantan cara y no les dejan pasar.
          Santiago y Juan (ese Juan al que tenemos identificado con un modosito joven), se excitan de coraje y llegan a preguntarle a Jesús si pueden pedir que venga sobre aquellos habitantes el fuego del cielo para que los devore. Eran reminiscencias de Elías que mandó llover fuego del cielo. Los “hijos del Trueno” no se andaban con chiquitas, y no se les ocurría otro modo de salvar la situación más que así.
          No sé si Jesús se lo tomó a broma o en serio. Porque merecía tomarse a broma aquel intento de matar moscas a cañonazos. O se lo tomó en serio, y vio cómo aquellos sus discípulos seguían sin entenderlo ni de lejos, y que él no venía a acabar con nadie.
          Dice el texto que Jesús les regañó y les dijo: No sabéis de qué espíritu sois. Porque el Hijo del hombre no ha venido a perder a los hombres, sino a salvarlos. Es evidente que no habían ni rozado el espíritu de Jesús, a pesar de estar con él y de verlo actuar una y otra vez, con las manos abiertas a la misericordia.
          Yo pienso en el mundo que estamos viviendo, tan violento, donde basta que alguien hable para que salte otro en contra de lo que ha dicho el primero, y pienso que estamos creando una subcultura de la violencia, del oponerse por sistema, de no dejar espacio al vecino. Y no sólo en temas de grandes planteamientos sino también en los niveles más cercanos a nosotros…, quizás en la misma familia nuclear. Y desde luego queda evidente que no sabemos de qué espíritu somos. Y esto es extensible a todos los estamentos. Y nos debe bastar examinarnos a nosotros mismos para descubrir el grado de violencia o disgusto contenido que llevamos a presión dentro de nosotros mismos, de donde nacen las discusiones, las críticas, los malentendidos, la enorme dificultad para aunar fuerzas en la solución de los problemas.

          ¿Cómo resolvió Jesús aquel caso? Tan simplemente como dar un pequeño rodeo y pasar por otra aldea. Y no había hecho falta ninguna solución drástica. Como en la vida, en la que con un  poco de buena fe es tan fácil solucionar las diferencias y salvar las distancias. Y asumir de una vez por todas que poseemos las primicias del Espíritu y que la vida sería mejor si nos dejáramos guiar por ese Espíritu por el que Dios habita en nuestro corazón humano. Digo “humano” para expresar que echemos por delante un poco de más humanidad.

lunes, 26 de septiembre de 2016

26 septbre.: El problema del mal

Liturgia
          Es evidente que el libro de Job, que hoy comenzamos (1, 6-22), por su misma estructura y desenvolvimiento no es un libro de historia que narre unos hechos que han sucedido. Es un libro didáctico que trata de abordar un tema y de resolverlo con los conocimientos que había en aquel momento. Trata de modo incipiente el PROBLEMA DEL MAL. Y para ello monta una gran parábola que es el desarrollo de todo el libro.
          Job era un hombre feliz. Así nos lo presenta la foto de entrada. En hijos y en posesiones tenía todo lo que podía desear. Era hombre temeroso de Dios (respetaba a Dios y lo reconocía como Dios). Pero surge Satán, el principio del mal, y le dice a Dios que Job no lo adora de balde, puesto que le ha dado todo lo que puede desear un hombre. Pero extiende tu mano, daña sus posesiones, y te apuesto que te maldice en tu cara.
          Dios le da permiso para actuar, siempre y cuando respete la persona: a él no lo toques.
          Y sigue toda esa ficción de desgracias que van arruinando sembrados, ganados, casas, empleados…, que no da tiempo a asimilar porque antes de que acabe una noticia viene otra peor. Finalmente hasta los hijos son matados por la casa donde comían y gozaban, que se viene abajo por un huracán.
          Y Job se levanta de su sitial, rasga su manto, se viste penitencialmente, y pronuncia su sentencia: Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó: bendito sea el nombre del Señor. A pesar de todo, Job no protestó contra Dios.
          El mal existe. En la mente de Job, Dios “le quitó” sus bienes y sus hijos. En una mentalidad como la del momento en que esto sucede, no se puede pensar que ocurra algo que no haya hecho Dios. Sin embargo detrás del mal estaba Satán, el principio del mal, que fue quien privó a Job de todo lo suyo.
          Adelantando acontecimientos para iluminación de los lectores, todo el libro está lleno de desgracias, aun personales, pero Job sigue sin maldecir a Dios. Y el libro se resuelve con una situación de felicidad semejante a la primera, de la que se había partido: hijos y posesiones.
          Es decir: no hay noción, ni lejana, de un “más allá”. El mal existe pero el mal no triunfará. El autor del libro resuelve el problema del mal con una recuperación de toda la felicidad en esta tierra. Y contra Dios no protesta porque de Dios viene el bien. Bendito sea el nombre del Señor.

          Lc 9, 46-50 narra cómo los apóstoles discutían quién era el más importante. La respuesta viene en dos momentos: uno, con la acogida de un niño, al que pone a su lado y con el niño delante enseña que el que acoge a un niño en mi nombre, me acoge a mí y acoge al Padre. Para concluir: El más pequeño de vosotros es el más importante. No es el ser más grande lo que hace más importante sino el ser más sencillo, más humilde, “más como niño”: El más pequeño de vosotros es el más importante.
          Esa es la gran lección, que se repite de muchas formas a través del evangelio. Por eso el evangelio no lo entienden “los sabios” sino los pobres y sencillos.
          En contraste con el pensamiento de Jesús, Juan viene muy ufano a contar al Señor “la proeza” que ha realizado, impidiendo a uno echar demonios en el nombre de Jesús. Y la razón era que “no es de nuestro grupo”. No es precisamente la sencillez del niño la que acaba de emplear Juan, sino los celos mal entendidos. Aquel que echaba demonios les podía hacer sombra. Y Juan muy decididamente se lo impide.
          Jesús le responde: No se lo impidáis; el que no está contra nosotros, está a favor nuestro. No está contra nosotros sino que se apoya en mi nombre para echar demonios. Por tanto no nos hace la guerra. No está en contra. Que no sea físicamente de nuestro grupo no significa nada; de hecho pertenece al grupo desde el momento que hace esa obra en nombre mío.
          Se me ocurre pensar en la sutileza de muchas actitudes que aparentan bondad pero que en definitiva están defendiendo el “grupo cerrado”…, “mi grupo”…, y por tanto el que no está en el grupo, parece que está en contra o vale menos.

          ¿No se da esto en el juicio que unos que pertenecen a una asociación, grupo, cofradía, o congregación, hacen de “los otros” que no son de su grupo? ¿No caen en celos mal controlados?

domingo, 25 de septiembre de 2016

25 septbre.: "Dios es mi ayuda"

Liturgia
          La parábola que hoy nos trae el evangelio del domingo 26 C es de una gran riqueza de matices, y en ella Jesús ha dibujado los trazos que quería trasmitirnos. Lc 16, 19-31 es “la historia” de dos hombres diametralmente diferentes. De una parte hay un rico que no tiene nombre. Es un “Don Nadie” a pesar de su vida que parece hecha simplemente para banquetear espléndidamente y vestir trajes de seda. Ni se entera de lo que ocurre en su mismo portal.
          Allí hay un pobre mendigo. Pero pobre y todo tiene un nombre: “Lázaro” (“Eliezer”, que significa: Mi Dios es ayuda). Los perros tienen con él una acción que ni siquiera advierte el rico.
          Llega el momento de la muerte, y al rico lo enterraron. Sería con más o menos pompa, pero simplemente “lo enterraron” sus servidores. No hay un “más allá” en su horizonte.
          Al pobre lo recogen los ángeles y lo conducen al seno de Abrahán. Es mucho más que “ser enterrado”. Jesús ha expresado una situación muy favorable, conocida por sus oyentes: fue llevado al seno de Abrahán. Tiene un sitio más allá de la muerte.
          Y cuando este rico, atormentado por una carencia que le devora, quiere echar mano del pobre, al que en vida había ignorado, recibe una respuesta de Abrahán: no se le dice si cumplió o no con la ley. Lo que le ponen delante es que no usó de misericordia con el pobre. Tú tuviste de todo; Lázaro no tuvo nada. Y ahora se cambian las tornas.
          Y de tal manera se cambian que si antes hubo manera de que tú descendieras de tu poltrona y ayudaras al pobre que estaba a tu puerta, ahora ya no hay medio de pasar de aquí –seno de Abrahán- a allí. Porque ese “allí” es un lugar donde ya no está Dios. De ahí el tormento que genera esa situación. “no puedan pasar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni desde allí hasta nosotros”. La muerte ha fijado posiciones.
          Pretende ahora el rico que Lázaro le haga el favor de ir a sus hermanos para avisarles de la realidad en la que él nunca supo situarse en vida. Y Abrahán le responde que la solución no es que los muertos aparezcan sino que lean y se tomen en serio las Escrituras. Que si eso no les basta, no les va a servir que un muerto resucite.
          La 1ª lectura –Amós 6, 1. 4-7- preparó el terreno a la lección que venía en el evangelio, tildando a “los que confían en el monte de Samaria…, y no os doléis de los desastres de José” (los que son religiosos pero no caritativos). Y se da la sentencia: Por eso irán al destierro.
          Jesús lo ha presentado con mucha mayor riqueza de imágenes pero el argumento es el mismo
          Finalmente la 2ª lectura (1Tim 6, 11-16) exhorta a practicar la justicia, la religión, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza. Dos campos de atención: el que toca a Dios y la mirada hacia Dios, y el que toca a la relación con los semejantes. Y en presencia de Dios y de Cristo Jesús…, te insisto en que guardes el mandamiento sin mancha ni reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. Y ya se sabe que “el mandamiento” abarca la relación con Dios y la relación con el prójimo. Y sacando el último jugo, la relación con el prójimo necesitado viene a condensar el mismo sentido de la relación con Dios, porque “quien no ama al prójimo que ve, no ama a Dios a quien no ve”.
          La Eucaristía es la gran piedra de toque que nos tiene que hacer ver en qué posición estamos. Porque ante la Eucaristía nos definimos tales como somos, desde la mirada penetrante de Jesús. En ella queda definido nuestro espíritu caritativo y misericordioso con el necesitado, o nuestro egoísmo que sólo mira por sí mismo. En ella queda clarificado si se acentúa el sentido caritativo hacia los otros, o si nos quedamos en nuestras devociones espiritualistas.

          Danos, Señor, conocimiento interior de tus deseos.

-         Que respondamos a un NOMBRE que nos identifique en la presencia de Dios. Roguemos al Señor.

-         Que sepamos mirar al necesitado para tenderle una mano. Roguemos al Señor.

-         Que sepamos descubrir la necesidad de los más cercanos a nosotros. Roguemos al Señor.

-         Que no nos acostumbremos a ver el sufrimiento ajeno, aunque sólo nos llegue a través de la televisión. Roguemos al Señor.

Concédenos, Padre, una mirada evangélica para entender la vida con la mirada de Jesús.

          Lo pedimos por el mismo Jesucristo N. S.

sábado, 24 de septiembre de 2016

Con retraso, Boletín Septiembre

24 sptbre.: Virgen de la Merced

La Virgen de la Merced o Nuestra Señora de las Mercedes es una advocación mariana venerada por los católicos de la Bienaventurada Virgen María. Es equivalente también el nombre de Virgen de la Misericordia. Su fiesta se celebra el día 24 de septiembre.
Muy ligada a la Orden de Padres Mercedarios o de Redención de Cautivos por su labor de rescatar cristianos presos de los enemigos (que en ese momento se concentraban en los moros), quedándose los frailes como rehenes parea liberar a los prisioneros.
De ahí que la advocación de la VIRGEN DE LA MERCED haya sido adoptada como Patrona de los privados de libertad y por tanto Patrona de los presos, que hoy celebran su fiesta.
Es también Patrona de innumerables ciudades y pueblos e instituciones.
Madre de Misericordia ha de ser igualmente venerada y asumida como patrona de cada uno de nosotros, cautivos de carencias y vicios, prisioneros de muchas fuerzas que nos privan de la libertad de hijos de Dios.
En la Misa propia de la Virgen de la Merced se lee el evangelio de María al pie de la cruz, recibiendo de su Hijo el encargo de acoger al "discípulo amado". Y el discípulo recibe el encargo de acogerla a ella como Madre. Es la gran imagen de este día, como Madre de Misericordia, y la que nos debe quedar a nosotros para nuestra ayuda en las diversas prisiones que padecemos.
Y para que -siguiendo la palabra de Jesús: "estuve preso y viniste a verme"-, nos haga mirar hoy a tantas personas que viven privadas de libertad. Jesús no pregunta por qué. Simplemente dice que "lo que hiciste con ellos, conmigo lo hiciste".


24 septbre.: Lo duro que es la cruz

Liturgia
          Concluye el libro del Eclesiastés lo mismo que empezó: vaciedad de vaciedades y todo vaciedad (11, 9-12, 8). Y lo que ha tratado en este final ha sido la situación de la juventud. Le dice que disfrute y aproveche para gozar…, pero que tenga en cuenta que ha de encontrarse de cara a Dios. Con profusión e imágenes orientales ha descrito la realidad de la vida, el paso a la edad mayor, cuando llegan los días desgraciados en los que se aminoran las fuerzas y las posibilidades de disfrutar. Pero avisa que lo que se divierta cada uno, y el que la juventud se disfrute dejándose llevar del corazón, ha de ser siempre con la mirada puesta en ese momento en que se ha de encontrar con Dios.
          Ese es el argumento de este párrafo del libro de Qohelet. Mantiene un sentido religioso pero desde sus matices escépticos, que le han llevado a esa visión de la vaciedad de la vida.

          Lc 9, 44-45 viene a ser una confirmación de lo que ayer enseñaba Jesús a sus apóstoles sobre la persona del Mesías. Aunque saltando un trozo amplio del capítulo del texto evangélico, hoy viene a repetir su anuncio de pasión… Y como es evidente que los apóstoles no asimilan aquello que les anunció, hoy les acucia a que se metan bien en la cabeza que lo que ha anunciado de su muerte es una realidad: que al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres.
          Se comprende que aquellos hombres no digerían aquel anuncio, y que Jesús tenga que volver sobre ello con insistencia. Es la dificultad que encierra un cambio de mentalidad, que tiene que arrancar de cuajo una idea para sembrar y arraigar otra: el mesianismo que se han imaginado los judíos no es el verdadero; la liberación de “los enemigos” que ellos han concretado en los  romanos o los pueblos invasores, no es la liberación anunciada por Dios. Hay otra liberación mucho más honda y es la de un pueblo que ha de volverse a su Dios y abrazar la ley de su Dios.
          Ese es el Mesías que Cristo encarna. Y precisamente ha de ir contra los males que ahogan a ese pueblo. El pueblo se levantará contra Cristo y lo entregará al brazo civil para que los poderes civiles decreten su muerte. Y ese será el camino de renovación que emprenderá el Mesías de Dios.
          Es clarísimo que aquello era hacer un nudo en las mentes del pueblo y por tanto también en los apóstoles, que eran gente del pueblo. Por eso dice a continuación que ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro que no cogían el sentido. Estaban fuera de órbita y sin embargo Jesús les hablaba muy claro y muy de  frente. Quizás eso mismo les hacía más difícil mantener la conversación con Jesús en este punto, y les daba miedo preguntarle sobre el asunto.
          El sufrimiento ha sido siempre un frontón para la sensibilidad humana. Los apóstoles se encontraban ante un anuncio de sufrimiento de Jesús, a quien querían. Pero es que más allá del afecto a Jesús se encontraban con ese problema de una idea mesiánica que no podían entender. Y se juntaba todo para hacer más difícil la conversación, la pregunta, el entendimiento de todo aquello. Sabían claramente que chocaban con el pensamiento de Jesús. Y aunque Lucas no refiera el momento en que Jesús increpó a Pedro, lo conocía y sabía que había sido a causa de haber pretendido Pedro orientar por otro sitio el camino de Jesús. Jesús se mostró entonces duro. Y por eso ahora ni quieren entrar en conversación sobre el tema. Demasiado tienen con estar escuchando aquellos planteamientos mesiánicos que hace Jesús.
          Pienso que no está de más hacer nuestra propia reflexión ante la cruz real que se nos pone delante a la primera de cambio. La reacción natural que experimentamos es la del rechazo: Que no suceda tal cosa, es lo primero que se nos ocurre. Pero la cruz existe y se presenta de las formas menos imaginables…, de los modos que no habíamos previsto nunca y que más nos sacan de nuestras casillas.

          Sentimos el miedo, la aversión a esa cruz. Y sin embargo viene a ser precisamente la que nos toca arrostrar. No entenderemos el lenguaje de esa cruz…, pero es la que está ahí. Y más nos vale acogerla que rechazarla; sufriremos menos aceptándola que escupiéndola, porque la cruz acogida es redentora y, unida a la de Cristo, salva. Mientras que revelarse contra la cruz lleva dos sufrimientos encima: la cruz real que se nos ha venido encima, y el pretender eliminarla…, sin poder conseguirlo. 

viernes, 23 de septiembre de 2016

23 septbre.: El tiempo de la gracia

Liturgia
          Seguimos con el Eclesiastés (3, 1-11) y seguimos con ese estilo que le es propio y que, a bote pronto, suena a fatalista. Hoy se detiene en que en la vida hay tiempo para todo y un tiempo para cada cosa. Y hace una enumeración lenta de ese “tiempo” en forma muy repetitiva: tiempo de nacer, tiempo de morir; tiempo de plantar, tiempo de arrancar…, y así hasta 24 “tiempos” más.
          Una interpretación positiva es que cada cosa tiene su tiempo y es inútil pretender cambiar los ritmos de las cosas, querer adelantar los acontecimientos o que no lleguen cuando tienen que llegar. Sería una forma de encajarse en la realidad de la vida y no pretender buscarle 6 pies al gato, porque las cosas son como son y el tiempo de cada cosa es el que es.
          Pero simultáneamente equivaldría a cruzarse de brazos porque “ya llegará el tiempo correspondiente” y no se va a sacar nada con intentar otra cosa. Es evidente que eso ya no es cristiano, pues Dios nos ha puesto en la vida para cultivarla y para irle sacando el mayor provecho. Y eso supondrá muchas veces “forzar los ritmos” y no dejarlos ir a “su manera”. El cristiano es un ser inconformista por cuanto no puede dejar que las cosas sean como buenamente salgan sino intentando siempre sacarles el mayor provecho.
          En la ya citada -hace poco- parábola de los talentos, el que ha recibido 5 y el que ha recibido 2 han tenido que trabajarlos y no dejar simplemente a que las cosas salgan “a su manera”. El que recibió uno es el que ha pretendido que el tiempo pase “a su amor” sin él buscar el modo de que rinda ese talento. Y es considerado holgazán porque no puso el dinero en el banco…, por lo menos. Porque si hubiera procedido como el que recibió 5 o el que recibió 2, hubiera podido sacar otro talento además del recibido. Pero lo dejó todo a “su tiempo” y acabó por no hacer nada.
          Qohelet, pues –como decía ayer- puede entrar en dos interpretaciones. Y yo prefiero centrarlo en la de dar un tiempo a cada cosa, activamente, trabajándolo, y no en dejarse en la pasividad de que el tiempo sea el que resuelva.

          Lc 9, 18-22 nos trae el conocidísimo momento en el que Jesús preguntó a sus apóstoles quien dicen ellos que es él.
          Primero ha tanteado la opinión de lo que se dice por ahí: ¿quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Puede ser que quisiera Jesús saber lo que se decía…, lo que había en el sentir popular. Pero tal como se desenvuelve la escena, más bien llego a pensar que les dio cancha a sus apóstoles para que ellos se lanzaran a hablar, puesto que era muy fácil decir opiniones ajenas.
          Pero pienso que una vez roto el hielo, una vez escuchada la variedad de opiniones: unos que Juan Bautista; otros que Elías que ha vuelto a la vida; otros que alguno de los profetas antiguos…, lo que a Jesús le interesa es saber el juicio de sus propios apóstoles, porque quiere cerciorarse de qué terreno pisa.
          Por eso acaba preguntando: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Eso era lo importante. Y Simón Pedro se adelantó a todos y respondió: El Mesías de Dios. Estaba muy bien respondido. Pero ¿estaba entendido? Porque en un clima de espera del Mesías, ver las obras que hace Jesús podía identificarse fácilmente con ese mesías esperado. Pero ¿sabía Simón Pedro lo que era verdaderamente el Mesías?
          En este evangelio se limita Jesús a completar la idea para que –ya que le reconocen mesías- no estén equivocados o desviados de lo que es el Mesías de Dios. Y Jesús entonces les completó: El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y doctores de la ley, ser ejecutado y resucitar al tercer día. Ese es el verdadero cuadro del “Mesías de Dios”. Lo que ellos tenían que asimilar, aunque no que proclamar, porque ellos no lo habían digerido, y en parte porque era una realidad que el pueblo había de ir sacando en claro a través de la vida y las obras de Jesús. No se trataba de dárselo hecho a la gente. En efecto aquí “cada cosa había de tener su tiempo”, y no era conveniente adelantarse a meterlo con calzador. Tenían las gentes que irlo viendo a través de las obras mesiánicas de Jesús.

          En este sentido hemos de estar convencidos que las actitudes  evangélicas no se adquieren forzando el ritmo. Hay que buscar y orar mucho, y esperar que llegue el “tiempo de Dios”…, que venga sobre nosotros “la fuerza de lo alto”. En resumidas cuentas, hay que vivir con mucha humildad el momento en que venga a cada uno la gracia de Dios.

jueves, 22 de septiembre de 2016

22 sepbre.: El valor de la conciencia

Liturgia
          El libro del Eclesiastés (también llamado “Qohelet”) no luce precisamente por sus sentencias optimistas. Su comienzo, que es el que tenemos hoy (1, 2-11) rezuma ese pesimismo, o al menos así lo parece. Pienso que se pueden hacer dos lecturas diferentes de esa perícopa que tenemos hoy: una visión pesimista de la vida que viene a decir: no merece la pena hacer nada ni esforzarse por nada porque todo va a ocurrir como tiene que ocurrir sin que se le pueda cambiar el rumbo. Y por tanto no merece la pena intentar algo porque lo que ocurrió ayer va a ocurrir hoy y lo que ocurre hoy va a ocurrir mañana.
          No es pensamiento compatible con el pensamiento cristiano. Equivaldría aquel a aquello que rechazaba Jesús: Comamos y bebamos que mañana moriremos. ¿Para qué hacer nada si todo va a ser como sea y no podemos cambiarle el rumbo a la vida? Aquí acabaría todo el esfuerzo evangélico, toda la lucha para doblegar el yo, todo el negarse a sí mismo y el tomar la cruz…, porque ¿para qué si todo va a acabar siendo igual, se haga o no se haga?
          Es evidente que no puede seguirse ese rumbo. Y si fue la intención de Qohelet, este párrafo no encaja con la visión cristiana y, por decirlo así, este libro se ha metido de rondón en el canon en la línea bíblica que tiende a poner de manifiesto una historia de salvación cuyas bases están precisamente en toda la vida de Cristo –y la que pide a sus seguidores- en la que cada día debe mejorar al anterior y tener un sentido positivo.
          Otra interpretación de este párrafo podría coincidir con un dato evangélico: No os preocupéis por el mañana; a cada día le corresponde su propio afán. No os preocupéis sobre qué comeréis o con qué os vestiréis. Vuestro Padre sabe ya lo que necesitáis.
          Pero es claro que Jesús con eso no niega la lucha diaria sino el “afán”, la angustia por el presente o por el futuro. Por lo demás, Jesús dice que el reino lo alcanzan los esforzados; que el reino parece violencia y que sólo llegan los que se esfuerzan. Y por consiguiente que hoy tiene que ser mejor que ayer, y mañana mejor que hoy. Es, por lo demás, toda la ascética cristiana, pues la “ascesis” supone un trabajarse a sí mismo hasta doblegar a la “criatura vieja” para hacer vivir a la “criatura nueva”, que se renueva siempre en santidad y justicia.

          El evangelio es de Lucas (9, 7-9) y manifiesta los remordimientos e intranquilidades que sufre Herodes, porque al escuchar las cosas que hacía Jesús, llega a temer que Juan Bautista ha resucitado y los poderes del Cielo actúan en él. Por eso, como no tiene la conciencia tranquila, llega a decirse a sí mismo: A Juan lo decapité yo; ¿quién es ese de quien oigo semejantes cosas?
          Expresa muy claramente lo que es la conciencia, reclamando el derecho que se ha conculcado. Y cuando no se ha procedido bien, o cuando se ha procedido mal, la conciencia grita.
          ¡Y qué desgracia más grande es no hacerle caso a la conciencia que grita! Porque mientras grita la conciencia es que Dios está ahí detrás, y el reflejo del sol hace que el espejo se rebele ahí dentro de la persona. Que la conciencia nos acuse y no nos deje tranquilos cuando hemos procedido mal, es una gracia de Dios. Por eso me impacta tanto aquel momento del evangelio en que Jesús llega a decir ante los judíos: “¿Para qué seguir hablándoos?” o el otro momento que hemos visto hace unos días de Jesús que “se alejaba” definitivamente de Nazaret.

          Por eso es muy doloroso y espeluznante comprobar a una sociedad actual que procede contra la conciencia recta cristiana (que la mayoría han recibido) y ya ni les grita la conciencia. ¡Eso sí que es desgracia y tremenda situación! Es una auténtica derrota de la personalidad, que queda chafada y desmochada hasta el punto de dejar incompleta a la persona. Quien ya no reacciona ante el mal moral –el que uno mismo vive o el que tiene a su alrededor- , es que se ha perdido en su corazón. La cosa es, pues, muy penosa. Y los que tenemos sabido la importancia de una conciencia despierta para reconocer, valorar y vivir discerniendo entre el bien y el mal, debemos pedir mucho por esa masa actual de personas que ya no tienen ese resorte indispensable de una buena personalidad.

martes, 20 de septiembre de 2016

PARA EL DÍA 21, San Mateo

Liturgia
          Celebramos la fiesta de San Mateo, apóstol y evangelista. Las lecturas se toman del “propio” (es decir: tiene lecturas propias) aunque se interrumpa la lectura continua.
          La 1ª lectura está tomada de la carta de San Pablo a los fieles de Éfeso (4, 1-7.11-13) y es una exhortación del Apóstol desde su prisión: Yo, el prisionero por Cristo, que quiere mover a sus cristianos a andar como pide la vocación a la que han sido llamados. Y les da unas pautas fundamentales: Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos; sobrellevaos mutuamente con amor, esforzaos por mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz.
          ¿En qué se basa todo eso? En que somos un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la meta de la esperanza en la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo y lo invade todo.
          Y una vez que ha puesto esos pilares substanciales, baja a la realidad de lo que es la distribución de los dones y carismas del Señor: a cada uno se le ha dado la gracia según la medida del don de Cristo. Cristo ha constituido a unos apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y doctores, para el perfeccionamiento de los fieles, en función de su ministerio, y para la edificación del cuerpo de Cristo
          A esa distribución de carismas y funciones ha dirigido la liturgia esa lectura, para personalizar en San Mateo al apóstol y al evangelista, como gracia y don concreto que ha recibido para trasmitirnos esa edificación del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. En el caso de Mateo se junta el apóstol que trasmite y continúa la obra de Jesucristo, y al evangelista que nos ha dejado por escrito el tesoro de esa obra de Jesús, todo dirigido al conocimiento del Hijo de Dios, al Hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud. Hasta ahí somos llamados: a esa plenitud del hombre “perfecto” o adulto, que enfila la vida con la responsabilidad de la respuesta al don que hemos recibido. Mateo lo hizo en aquella decisión suya absoluta que lo dejó todo para responder a la llamada de Jesús.

          El evangelio, del mismo Mateo (9, 9-13), él se nombre con su nombre propio y no con el de Leví con que lo nombran los otros evangelistas. Mateo quiere dar la cara de su realidad, que primero era de publicano (considerados como pecadores públicos), como después fue el hombre generoso que dio su SÍ a Jesús, aquel día que pasó el Maestro junto al despacho donde cobraba los impuestos a favor de Roma, y se detuvo ante él, lo miró y lo llamó.
          ¿Qué pasó por el alma de aquel publicano para dejarlo todo, irse tras de Jesús, y hasta hacer una fiesta de despedida de sus compañeros? –No cabe duda que aquella mirada de Jesús le subyugó y le cambió el corazón. Mateo ya no pudo contener su impulso interior y se levantó y siguió a Jesús.
          Muchos publicanos y pecadores acudieron al convite que había organizado Mateo. Y Jesús se sentó en medio de ellos, celebrando a Mateo, su nuevo discípulo. Y eso no lo pudieron soportar los fariseos, porque no podían pensar que un hombre probo se uniera en una comida de fraternidad con aquellos hombres señalados como parias de una sociedad de santones.
          Jesucristo salió en defensa de ellos, porque –en su manera de decir- no tienen necesidad de médico los sanos sino los enfermos. Los fariseos se consideraban “sanos” frente a la “suciedad” de los publicanos. Pues bien: son esos “sucios” enfermos los que necesitan de él…

          Pero a continuación les pone la gran lección de Dios: Andad y aprended lo que significa: misericordia quiero y no sacrificios. Y ya abiertamente: Que no he venido a llamar a los que se creen justos sino a los que son pecadores. Los que se creen justos ya tienen su paga en ellos mismos, en ese contentamiento que tienen y con considerarse los “buenos”. Por el contrario, los pecadores son los que necesitan que se les recupere y que se les muestre acogida para poder venir a su punto. Ahí donde puedan gozar de la misericordia de Dios. Que esa misericordia practicada también por los humanos, vale mucho más que las prácticas externas del ayuno y de los sacrificios de animales.

ZENIT 20: Orar al Dios de la paz

De rodillas debemos rezarle al Dios de la paz, juntos y “más allá de las divisiones de las religiones” hasta sentir “verguenza de la guerra” y sin cerrar el oído al grito del dolor de quien sufre. Con este espíritu el papa Francisco partió hacia Asís, y lo explicó este martes en la homilía de la misa matutina que celebra diariamente en la residencia Santa Marta.
“No existe un dios de la guerra”. La guerra, lo inhumano de una bomba que explota dejando muertos y heridos, cortando los caminos a la ayuda humanitaria, y que no llega a niños, ancianos, enfermos, es obra del maligno que quiere asesinar a todos”. Por esto es necesario rezar y llorar por la paz, todas las religiones unidas en la convicción de que “Dios es el Dios de la paz”.
“Hoy hombres y mujeres de todas las religiones iremos a Asís. No para hacer espectáculo, sino simplemente para rezar por la paz”. Y recordó que ha invitado “a todo el mundo” a realizar “reuniones de oración”, invitando a “católicos, cristianos, creyentes y a todos los hombres de buena voluntad, de cualquier religión, a rezar por la paz”, ya que “el mundo está en guerra y el mundo sufre”.
Nosotros “a la guerra no la vemos”, ha indicado Francisco, si bien nos asustamos cuando sucede algún acto de terrorismo, “pero esto no tiene nada que ver con lo que sucede en aquellos países, en aquellas tierras donde día y noche caen y caen las bombas”. Y “asesinan a niños, ancianos, hombres y mujeres…”.
La guerra no está lejos, asegura el Papa, “la guerra nos toca a todos” y porque “la guerra inicia en el corazón”.
“Que el Señor nos de la paz en el corazón, nos quite el deseo de avidez y de lucha. “Más allá de las religiones: todos, todos, todos, porque todos somos hijos de Dios. Y Dios es el Dios de la paz. No existe un dios de la guerra: quien hace la guerra es el maligno, es el diablo, que quiere asesinar a todos”.
Pensemos no sólo en las bombas, los muertos, los heridos; sino también en las personas que no puede obtener ayuda humanitaria para comer. Ellos no pueden obtener los medicamentos. Están hambrientos, ¡enfermos! Porque las bombas lo impiden.
Y hoy mientras rezamos sería bueno que todos se sientan avergonzados. Avergonzados de esto: que los seres humanos, nuestros hermanos, sean capaces de hacer esto. Hoy es un día de oración, de penitencia, de invitación a la paz; día para escuchar el grito de los pobres. Este grito que abre el corazón a la compasión, al amor y que nos salva del egoísmo.

20 sept.: Escuchar y practicar

Liturgia
          Me limitaré a transcribir las máximas de Prov 21. 1-6. 10-13, y si me surge algún comentario. Por lo demás, los dichos que afirma el autor son los que quedan ahí para poderlos pensar y sentir.
          Al hombre le parece siempre recto su camino, pero Dios es quien pesa los corazones. Todos justificamos nuestros pensamientos o actitudes. Dios sabe lo que es verdad.
          Dios prefiere la práctica de la justicia y el derecho a que le ofrezcan sacrificios. Lo interior gana la partida a lo meramente externo.
          Pecados son la altivez de los ojos y la mente ambiciosa. La soberbia es el pecado originante de todo pecado.
          Los planes del diligente traen ganancia; los del atolondrado traen indigencia.
          Los tesoros ganados por boca embustera son humo que se disipa y lazos mortales. La mentira y la falsedad no tienen consistencia.
          Afán del malvado es buscar el mal; no mira con piedad a su prójimo.
          El sabio aprende  con la enseñanza. El inexperto aprende cuando el cínico fracasa. Puede decirse: el ignorante aprende a base de golpes.
          Quien cierra los oídos al clamor del necesitado, no será escuchado cuando grite.

          Lc 8, 19-21 es muy conocido. Vienen adonde está Jesús, con el deseo de verlo, su madre y sus parientes. Y le avisan a Jesús que están allí… Jesús responde que su madre y sus hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.
          Es una gran lección. Es muy importante la familia, pero siempre es más importante vivir el servicio que se tiene encomendado. Y Jesús era Mesías de Israel y su misión era la de enseñar y la de curar y la de mostrar a todos el reino de Dios.
          Ahora está en eso. Entonces Jesús no lo va a dejar porque su familia quiera verlo. Tiempo habrá cuando acabe su cometido. Pero ahora hay algo más importante que los lazos del afecto humano. Y concreta Jesús que lo verdaderamente importante en la vida es escuchar la palabra de Dios y ponerla por obra.
          Cuando le dieran a la familia aquella respuesta, María lo entendió perfectamente y no se dio por menos querida. Ella misma había hecho eso cuando el anuncio del ángel. Sabía ella que se complicaba la existencia ante sus propios padres y ante José, su prometido. Pero ella había escuchado la palabra de Dios, trasmitida por el ángel, y María dio el paso al frente: puso por obra aquella palabra que se le comunicaba: hágase en mí…
          Por eso mismo la respuesta de Jesús era para ella una alabanza porque la definía a ella exactamente.
          No lo recibirían igual los otros deudos porque no estaban en esa línea de comprensión de algo tan profundo. Incluso me temo que más de uno de los “aquí presentes” –los que leen este evangelio- se queden con una sensación de desabrimiento ante la respuesta de Jesús, sin entender la profundidad de lo que ha dicho. Nosotros, desde nuestros pensamientos y afectividades hubiéramos gustado más que Jesús dejara aquella catequesis para irse corriendo a abrazar a su madre. Quiere decir que seguimos estableciendo un cierto velo ante el primer mandamiento de la ley de Dios, y que no hemos asimilado que el amor a Dios sobre todas las cosas ha de ser verdaderamente SOBRE TODAS, incluido el amor de los afectos humanos.

          Por eso, un evangelio tan simple como éste, aun encierra una interrogante muy fuerte a la que debemos enfrentarnos para enderezar nuestros pensamientos y sentimientos. No nos podemos quedar en la lectura simple de un texto. Hay que buscar siempre la parte que nos atañe personalmente y hacer una valoración de nuestros sentimientos, para que vayamos adecuándonos a las líneas del evangelio, que serán siempre las directrices esenciales de nuestro vivir. Que es el vivir cristiano que necesita estar permanentemente revisado y en corrección de los polvos que se pegan a los pies a lo largo del camino. No es que podemos dar por supuesto que “estamos ya en la meta” sino que caminamos y luchamos para irnos acercando.

lunes, 19 de septiembre de 2016

ZENIT 19: Aprovecharse de la confianza

La luz de la fe debe ser custodiada y no dejar que sea ocultada. Esta es la exhortación que el Papa Francisco hizo en la homilía de la misa celebrada hoy lunes por la mañana en la Casa Santa Marta, poniendo en guardia delante de comportamientos que pueden apagar esta luz recibida como un don de Dios.
El Papa inspirándose en el Evangelio de día señaló que custodiar la luz es custodiar algo que nos ha sido dado como un don, y si nosotros somos luminosos, somos luminosos en este sentido; por haber recibido el don de la luz en el día del Bautismo”. Francisco recordó que “en los primeros siglos de la Iglesia”, y “también el algunas Iglesias orientales” todavía hoy “al Bautismo se lo llama la iluminación”.
Esta luz, advierte el Santo Padre, “no ha de ser tapada”. Porque “si uno tapa esa luz”, en efecto, “se vuelve tibio o simplemente” un “cristiano sólo de nombre”.
La luz de la fe “es una luz verdadera, la que Jesús nos da en el Bautismo”, o sea “no es una luz artificial, una luz que camufla, sino que es una luz suave, serena, que no se paga más”. Pero hay toda una serie de conductas que ponen en peligro esta luz. Y sobre todo para que esta luz no se vuelva oscura, “no hay que hacer esperar a quien está necesitado”.
“Jamás postergar: el bien… el bien no tolera el congelador: el bien es hoy, y si tú no lo haces hoy, mañana no existirá. No ocultar el bien para mañana, ‘vete y regresa, que te lo daré mañana’ oculta fuertemente la luz; y además es una injusticia…”
Otra cosa es no cubrir la luz, no tramar contra el prójimo cuando él se confiado de ti. Y peor si se trama el mal para destruirlo, para ensuciarlo, para desmerecerlo…
“Es un pequeño pedazo de mafia que todos tenemos a nuestro alcance. El que se aprovecha de la confianza del prójimo para tramar el mal, es un mafioso. ‘Pero yo no pertenezco a…’: esta es la mafia, aprovecharse de la confianza… Y esto es ocultar la luz. Uno se vuelve oscuro porque ¡toda mafia es oscura!”.
El Papa puso el acento también en la tentación de estar siempre discutiendo con alguien, el placer de discutir. “Siempre buscamos alguna cosita para pelear. Pero al final, pelear cansa: no se puede vivir. Es mejor dejar pasar, perdonar”, “fingir de no haber visto las cosas… no pelear continuamente”.
Otro consejo que da este Padre a los hijos para no tapar la luz es: ‘No envidiar al hombre violento y no irritarse por todos sus éxitos, porque el Señor tiene horror del perverso, mientras que su amistad –la del Señor– es para los justos’”.
Y muchas veces nosotros, algunos, tenemos celos, envidias de aquellos que tienen éxito, o de los que son violentos… pero repasemos un poco cómo es la historia de los violentos, de los poderosos… Es tan simple: ¡los mismos gusanos que nos comerán a nosotros, los comerán a ellos, los mismos! Al final, seremos todos iguales.
Por todo esto el consejo de Jesús es: “Sed hijos de la luz y no hijos de las tinieblas; hay que custodiar la luz que nos ha sido dada como don en el día del Bautismo”. Incluso más, “no esconderla debajo de la cama”. Y para custodiar la luz, reiteró, están estos consejos, que han de ser llevados a la práctica cada día. “No son cosas extrañas –subrayó– porque todos los días vemos que estas cosas tapan la luz”.
“Que el Espíritu Santo, que todos nosotros hemos recibido en el Bautismo, nos ayude a no caer en estos hábitos feos que tapan la luz” concluyó el Papa. E invitó a “llevar adelante la luz recibida gratuitamente, esa luz de Dios que hace tanto bien: la luz de la amistad, la luz de la benevolencia, la luz de la fe, la luz de la esperanza, la luz de la paciencia, la luz de la bondad”.