sábado, 30 de abril de 2016

30 abril: El Espíritu Santo

Liturgia
          Casi que me limito a hacer acto de presencia porque hoy no dispongo del tiempo necesario para dar más contenido. Me limito a una observación que me llama la atención. Ayer, en la carta dirigida a los fieles de Antioquía, se decía en la conclusión: Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros… El Espíritu Santo está muy presente en la Iglesia, y los apóstoles tienen conciencia clara de que las discusiones que han tenido y las decisiones a las que han llegado, no han sido mera elucubración humana. Han estado inspirados y presididos por el Espíritu Santo.
          Y tan es así que hoy (Hech 16, 1-10), por dos veces se hace una referencia al Espíritu Santo como protagonista de la misión: El Espíritu Santo les impidió anunciar la palabra en Asia… Intentan entrar en Bitinia y el Espíritu de Jesús se lo impidió. Y aquella noche Pablo tiene una visión de un macedonio que le rogaba: “Ven a Macedonia y ayúdanos”. Bien podemos decir –en la línea en que se está desenvolviendo el relato- que esa “visión” no es simplemente un sueño de Pablo sino una inspiración del Espíritu que viene a abrirles ahora esa puerta, mientras les había cerrado las otras.
          Leído todo eso con espíritu de fe nos dice cómo la acción del Espíritu de Dios está presente en la Iglesia y, en medio del misterio de lo invisible, va marcando pautas. La historia reciente de la Iglesia nos pone de manifiesto cómo ha ido habiendo unos Papas muy diferentes, cada uno desde su carisma peculiar (Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, que cada uno en su línea han sido una bendición para la Iglesia. El Espíritu Santo ha soplado en diversas direcciones, y en ellas sigue soplando e insuflando vida en la Iglesia, diríamos que “sin repetirse a sí mismo” sino trayendo una novedad en cada Pontífice de los que hemos conocido en nuestros tiempos.
         
          Jn 15, 18-21 es un aviso fuerte de Jesús: Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí primero. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia.
          No deja de picarme la primera condicional: si el mundo os odia. Porque me puedo preguntar si a mí me odia el mundo o sencillamente pasa de largo porque yo no le estorbo al mundo, porque allá en la realidad profunda, ni pincho ni corto para ese mundo. La pregunta que me surge es si el mundo en el que me desenvuelvo llega a sentirse cuestionado por mi vida y mi obra o si allá en la realidad ese “mundo” puede convivir conmigo sin que yo le sea un grito de repulsa a sus formas y estilos.

          Y dado que el siervo no es más que su amo, y al amo lo ha odiado el mundo, la pregunta que puede surgirnos es si ese mundo nos persigue o si no le estorbamos con nuestra forma de religión cómoda y tranquila. Sencillamente me cuestiono. Y no saco más consecuencias, pero quiero trasladar la pregunta a tantos que vivimos nuestra fe sin que se produzca ninguna alteración a nuestro alrededor.

viernes, 29 de abril de 2016

ZENIT 29: Cristianos caminando en la luz

Un cristiano no recorre “caminos oscuros” porque allí no está “la verdad de Dios”. Pero incluso si cayera, puede contar con el perdón y la dulzura de Dios, que lo restituye a la vida de la “luz”. Así lo ha asegurado el papa Francisco en la homilía de esta mañana en Santa Marta.
Límpios, como Dios. Y sin pecado, porque no hay error reconocido que no atraiga ternura y perdón del Padre. “Esta es la vida cristiana”, ha observado el Santo Padre al comentar el pasaje de la Carta de san Juan, esa en la que el apóstol pone a los creyentes frente a la seria responsabilidad de no tener doble vida –luz de fachada y tinieblas en el corazón– porque Dios es solamente luz.
Asimismo, ha precisado que “si decimos que no tenemos pecado, Dios sería un mentiroso”, subrayando la eterna lucha del hombre contra el pecado y por la gracia.
“¡Si tú dices que estás en comunión con el Señor, camina en la luz! ¡Pero no en la doble vida! ¡Esa no!” Esa mentira que estamos tan acostumbrados a ver y también a caer. Decir una cosa y hacer otra ¿no? Siempre la tentación… La mentira sabemos de dónde viene: en la Biblia, Jesús llama al diablo ‘padre de la mentira’, el mentiroso. Y por eso, con tanta dulzura, con tanta mansedumbre, este ‘abuelo’ dice a la Iglesia ‘adolescente’, a la Iglesia joven: ‘¡No seas mentirosa!’ Tú estás en comunión con Dios, camina a la luz. Haz obras de luz, no digas una cosa y hagas otra, no a la doble vida”.
El Santo Padre ha recordado que cuando pecamos no tenemos que desanimarnos. porque “tenemos un paráclito, una palabra, un abogado, un defensor ante el Padre: es Jesucristo, el Justo. Él nos justifica, Él nos da la gracia”.
La misericordia y la grandeza de Dios –ha precisado el Papa– es que Él sabe que “somos nada”, que solamente “de Él” viene la fuerza y por tanto “siempre nos espera”.
El Pontífice ha insistido: “caminemos en el luz, porque Dios es Luz. No ir con un pie en la luz y otro en las tinieblas. No ser mentirosos”. Por otro lado, ha recordado que todos hemos pecado y nadie puede decir: “este es un pecador, esta es una pecadora. Yo gracias a Dios, soy justo”. El único Justo –ha aseverado– es Él, que ha pagado por nosotros.

Así, el Papa ha concluido su homilía indicando que si alguien peca “Él nos espera, nos perdona, porque es misericordioso y sabe bien de qué estamos hechos y recuerda que somos polvo”. Que la alegría que nos da esta Lectura –ha exhortado– nos lleve adelante en la sencillez y en la transparencia de la vida cristiana, sobre todo cuando nos dirigimos al Señor. Con la verdad. 

29 abril: Pescadores de hombres

Liturgia
          Del “Concilio de Jerusalén” han salido unas decisiones, que son acordes con el pensamiento de Pablo y Bernabé. A la iglesia de Antioquía han de llegar esas conclusiones, pero es conveniente que no sean ellos mismos quienes lo comuniquen, porque podría parecer que vienen diciendo: “es lo que nosotros decíamos”. Por eso envían desde Jerusalén a tres miembros eminentes de la iglesia: Judas, Barsabá y Silas, (Hech. 15, 22-31) para que sean ellos los que lleven una carta de comunicación de lo que ha quedado decidido bajo la acción del Espíritu Santo. Y así –dice la carta de parte de los apóstoles- hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que las indispensables: que os abstengáis de la idolatría, de la fornicación (uniones ilegítimas) y de comer sangre ni animales estrangulados. Lo cual fue de gran alegría para aquella comunidad de fieles antioquenos.
          Es de subrayar esa afirmación que deja patente la asistencia del Espíritu Santo en las decisiones esenciales de la Iglesia cuando la Iglesia actúa magisterialmente en “concilio” y con conciencia de fijar unas conclusiones con una autoridad que no es sólo la humana sino de la asistencia de Dios para el bien de esa Iglesia y de sus fieles.
          San Juan (15, 12-17) nos deja una de las páginas más ricas en un breve párrafo. Partiendo del mandamiento esencial: que os améis unos a otros como Yo os he amado, Jesús reafirma su grado de amor en aquella afirmación: Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por el amigo. Vosotros sois mis amigos… No os llamo siervos sino amigos porque os he dado a conocer todo lo que he oído a mi Padre. Y no os llamo “siervos” porque yo os he elegido y os he destinado para que deis mucho fruto, y fruto duradero. Y todo redunda en que lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé. Para cerrarse todo el párrafo de la misma manera que empezó: esto es mando: que os améis unos a otros.

          Hoy he orado sobre la llamada de Jesús a los primeros discípulos, en el evangelio de Lucas (cp. 5). Y en mi afán por tantear caminos el evangelio he planteado el tema de la forma más simple que pudiera haber sucedido. ¿Sabía Jesús que aquella barca a la que se sube era la barca de Andrés y Simón, aquellos primeros hombres que conoció un día junto al Jordán? [Andrés, uno de los dos discípulos del Bautista que se interesaron por el personaje Jesús; Simón el hermano de Andrés, que fue conducido hasta Jesús por su hermano]. ¿Realmente supo Jesús, que viene por la playa rodeado de gentes, que aquella barca que tiene a mano para predicar desde ella, era la de Andrés y Simón?
          Pudo ser una “casualidad” providencial que viniera  a serlo. De ello se entera cuando al acabar de hablar, se le vienen aquellos dos hombres que estaban en la playa remendando sus redes, y se dan a conocer, muy ufanos de que su barca haya servido de púlpito improvisado al predicador. Lo que ciertamente ellos no sabían era que aquella “casualidad” iba a suponer la consolidación de aquel primer encuentro. Sobre todo se le había quedado muy grabado a Simón aquel saludo de entonces cuando Jesús dio un paso tan fuerte como el de cambiarle el nombre: Tú eres Simón; tú serás Pedro. Porque eso en un judío eran palabras mayores y representaban una acción muy directa de Dios. Lo que pasa es que aquello se quedó en la promesa y luego no se habían vuelto a encontrar.
          Ahora este nuevo encuentro creaba un gusanillo en aquellos dos hombres. Jesús les comprometió a una pesca que para ellos era un intento inútil tras una noche de fracaso sin pesca alguna. Pero bajo tu palabra echaré la red…, y el resultado fue que “esa palabra” era tan eficaz que hubo pesca abundante y tuvieron que pedir ayuda a los compañeros de fatigas de la otra barca –de Santiago y Juan- para poder sacar el abundante pescado. Luego vino la labor de recogerlo, de distribuirlo en sus capachos…, y allí se enfangaron y se les pasó la idea de más compromiso. Simón había pedido que se apartara de él porque era un pecador, y de momento parece que se aparta.

          Yo imagino a Jesús que sigue playa arriba caminando mientras ellos trabajan, aunque en su corazón ya tiene decidido… Y cuando los 4 se han metido en lo suyo, y lavan las redes y se despreocupan, Jesús regresa de su “paseo” y se planta ante ellos y les hace una llamada directa: venid conmigo; en adelante lo que pescaréis son hombres. Y ellos se sienten cogidos por dentro y sin titubear, dejan redes, compañeros jornaleros y al mismo padre Zebedeo, y siguen a Jesús. Ha comenzado para ellos una nueva vida. 

jueves, 28 de abril de 2016

ZENIT 28: El Espíritu siempre nos sorprende

También hoy en la Iglesia, como en el pasado, hay resistencia a las sorpresas del Espíritu frente a las nuevas situaciones, pero Él nos ayuda a vencerlas, a ir adelante, seguros, en el camino de Jesús. Así lo ha asegurado el papa Francisco en la homilía de la misa celebrada esta mañana en Santa Marta.
Al comentar el conocido pasaje de los Hechos de los Apóstoles sobre el llamado “Concilio” de Jerusalén, el Papa ha observado que “el protagonista de la Iglesia” es el Espíritu Santo. Es Él –ha añadido– quien desde el primer momento ha dado la fuerza a los apóstoles para proclamar el Evangelio. “Es el Espíritu el que hace todo, el Espíritu lleva a la Iglesia adelante”, también “con sus problemas”, también “cuando estalla la persecución” es Él “quien da la fuerza a los creyentes para permanecer en la fe”, también en los momentos “de resistencia y de cólera de los doctores de la ley”.
De este modo, el Pontífice ha explicado que en este caso hay una doble resistencia a la acción del Espíritu: la de quien creía que “Jesús había venido solo para el pueblo elegido” y la de quien quería “imponer la ley mosaica, incluida la circuncisión a los paganas convertidos”. Al respecto, el Papa ha observado que “hubo una gran confusión en todo esto”.
Por eso, ha asegurado que “el Espíritu ponía los corazones en un nuevo camino: eran las sorpresas del Espíritu. Y los apóstoles se encontraron en situaciones que nunca hubieran creído, situaciones nuevas”. ¿Y cómo gestionar estas situaciones nuevas?, ha preguntado el Santo Padre. Al respecto ha recordado que los apóstoles, por un lado tenía la fuerza del Espíritu Santo –el protagonista– que empujaba para ir adelante, adelante, adelante… Pero el Espíritu les llevaba a ciertas novedades, ciertas cosas que no se habían hecho nunca.
Y es así como convocan una reunión en Jerusalén donde cada uno puede contar la propia experiencia, de cómo el Espíritu Santo desciende también sobre los paganos.
Tal y como ha observado el Papa, finalmente los apóstoles se pusieron de acuerdo. Pero ha querido subrayar que toda la asamblea escuchó a Bernabé y Pablo. “Escuchar, no tener miedo de escuchar. Cuando uno tiene miedo de escuchar, no tiene al Espíritu en su corazón”, ha precisado el Pontífice en la homilía.
El Santo Padre ha aseverado que este es el camino de la Iglesia “delante de las novedades, no las novedades mundanas, como son las modas de la ropa” sino “las novedades, las sorpresas del Espíritu, porque el Espíritu siempre nos sorprende”. Y esto la Iglesia lo resuelve “con la reunión, la escucha, la discusión, la oración y la decisión final”.
En esta línea, el Santo Padre ha recordado las oposiciones que hubo también en su día en el Concilio Vaticano II.  El reunirse, unirse, escucharse, discutir, rezar y decidir es “la llamada sinodalidad de la Iglesia, en la que se expresa la comunión de la Iglesia”.
El Espíritu –ha añadido– a veces nos detiene, como hizo con San Pablo, para hacernos ir por otra parte, no nos deja solos, nos da la valentía, nos da la paciencia, nos hace ir seguros en el camino de Jesús, nos ayuda a vencer las resistencias y a ser fuertes en el martirio.

Para concluir la homilía, el papa Francisco ha invitado a pedir al Señor “la gracia de entender cómo va adelante la Iglesia, de entender cómo desde el primer momento ella ha afrontado las sorpresas del Espíritu y también, pedir para cada uno de nosotros la gracia de la docilidad al Espíritu, para ir sobre el camino que el Señor Jesús quiere para cada uno de nosotros y para toda la Iglesia. 

28 abril: Concilio de Jerusalén

Liturgia
          El Concilio de Jerusalén –Hech. 15, 7-21- no fue de guante blanco por el hecho de que estaban en los primeros tiempos de la Iglesia, que todos pensamos que se vivía en una balsa de aceite. Dice el texto expresamente que hubo una fuerte discusión. No todos venían con las ideas iguales ni con el pensamiento cortado por una misma tijera. Y hubo que discutir y buscar los puntos de verdad que aunaban el pensamiento de aquella iglesia en aquellos momentos y con sus concretos problemas.
          Simón Pedro insistió en un aspecto básico y fundamental: la salvación no está reservada a los judíos; Dios se ha manifestado claramente en que también está abierta a los gentiles. Y la salvación no viene de la circuncisión, sino que por pura gracia de Dios estamos salvados. No es el cumplimiento de unos rituales lo que salva a la persona sino la gracia que nos ha alcanzado la redención de Jesucristo.
          Pablo y Bernabé exponen los signos y prodigios que Dios ha hecho entre los gentiles, de lo que ellos han sido instrumento humano, y no habían sido circuncidados.
          Santiago resume la discusión: no hay que molestar a los gentiles que se convierten. Basta con tres condiciones esenciales: que no se contaminen con la idolatría, que eviten la fornicación y que no coman sangre o animales cuya sangre ha quedado dentro de ellos (estrangulados). [La cultura del momento definía a la sangre como vehículo de la vida, y no se podía “comer la vida” de otras criaturas].
          Trasladado el tema de la diversidad a los tiempos actuales, nada debe extrañar que en la Iglesia existan muchas formas de entender un mismo tema, y que se den así discusiones y estudios que buscan hacer luz sobre tantos aspectos de la vida de la fe. Lo básico no es que todos piensen igual desde el comienzo sino que se discuta en búsqueda de la verdad más completa. El reciente Sínodo de Obispos ha sido una muestra evidente de la riqueza de pensamiento que hay en la Iglesia. Se ha discutido. Y el Papa ha querido que se discuta ampliamente en busca de un pensamiento más común y más universal. Cuando salen las conclusiones bajo la mano del Papa en la Amoris laeticia, sale una síntesis del pensamiento universal, con lo que la Iglesia puede poner en común porque en ello están todos de acuerdo. Luego vendrán las aplicaciones concretas, en las que el documento no entra de frente sino que deja dos aspectos fundamentales: la unanimidad en la doctrina; el discernimiento en la práctica. Una y otra parte bajo un postulado común: la misericordia.
          El evangelio de Jn 15, 9-11 nos trae una afirmación de Jesús que es muy consoladora: Como el Padre me ha amado a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor. Y en esto consiste el amor: en que guardéis mis mandamientos. Y es evidente que el mandamiento más propio de Jesucristo es el del amor de unos hacia otros. Tan importante que Jesús expresa su amor al Padre en guardar sus mandamientos, y así vive y expresa su amor al Padre.
          Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y así vuestra alegría llegue a plenitud: la ALEGRÍA DEL AMOR.

          “Permanecer en mi amor” está continuando la alegoría de la vid y los sarmientos. El sarmiento ha de permanecer EN el tronco de la vid, única manera de dar futo, porque así sigue recibiendo la savia y la vida y el vigor. Y no se puede separar de la vid, porque sin mí, no podéis nada. Expresión que siempre evoca aquella otra de San Pablo, que parecería jactanciosa: Todo lo puedo. Pero que refleja completamente la misma frase de Jesús, porque se continúa con la afirmación de que todo lo puedo por la fuerza de Jesús (“aquel que me da fuerzas”)

miércoles, 27 de abril de 2016

ZENIT 27: La catequesis del miércoles

“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy reflexionamos sobre la parábola del buen samaritano (cfr Lc 10,25-37). Un doctor de la Ley pone a prueba a Jesús con esta pregunta: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?” (v. 25). Jesús le pide que responda él mismo, y lo hace perfectamente: “Amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza y con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo” (v. 27). Por tanto Jesús concluye: “Haz esto y vivirás” (v. 28).
Entonces ese hombre plantea otra pregunta, que se hace preciosa para nosotros: “¿Quién es mi prójimo?” (v. 29), y pone como ejemplo: “¿mis parientes?, ¿mis compatriotas?, ¿los de mi religión?…”. En resumen, quiere una regla clara que le permita clasificar a los otros en “prójimo” y “no prójimo”. En esos que pueden convertirse en prójimo y los que no pueden convertirse en prójimo.
Y Jesús responde con una parábola, que muestra a un sacerdote, un levita y un samaritano. Los dos primeros son figuras relacionadas al culto del templo; el tercero es un judío cismático, considerado como un extranjero, pagano e impuro. Es decir, el samaritano. En el camino de Jerusalén a Jericó el sacerdote y el levita se encuentran con un hombre moribundo, que los bandidos le han asaltado, robado y abandonado. La Ley del Señor en situaciones similares prevé la obligación de socorrerlo, pero ambos pasaron de largo sin detenerse. Tenían prisa, no sé, el sacerdote quizá ha mirado el reloj y ha dicho ‘pero llego tarde a misa, tengo que decir misa’. El otro ha dicho ‘pero no sé si la ley me permite porque hay sangre ahí y seré impuro’. Van por otro camino y no se acercan.
Y aquí la parábola nos ofrece una primera enseñanza: no es automático que quien frecuenta la casa de Dios y conoce la misericordia sepa amar al prójimo. No es automático. Tú puedes conocer toda la Biblia, tú puedes conocer todos los libros litúrgicos, tú puedes conocer toda la teología, pero del conocer no es automático el amar. El amar tiene otro camino, el amor tiene otro camino, con inteligencia pero algo más. El sacerdote y el levita ven, pero ignoran; miran pero no proveen. Sin embargo, no existe verdadero culto si eso no se traduce en servicio al prójimo. No lo olvidemos nunca: frente al sufrimiento de tanta gente agotada por el hambre, la violencia y la injusticia, no podemos permanecer como espectadores. Ignorar el sufrimiento del hombre, ¿qué significa? ¡Significa ignorar a Dios! Si yo no me acerco a ese hombre, esa mujer, ese niño, ese anciano, esa anciana que sufre, no me acerco a Dios.
Pero vayamos al centro de la parábola: el samaritano, es decir el despreciado, ese sobre el que nadie hubiera apostado nada, y que aún así tenía también él sus compromisos y sus cosas que hacer, cuando vio al hombre herido, no pasó de largo como los otros dos, que estaban vinculados al templo, sino que “tuvo compasión”, así dice el Evangelio, tuvo compasión (v. 33). Es decir, el corazón y las entrañas se conmovieron. Esta es la diferencia. Los otros dos “vieron”, pero sus corazones se quedaron cerrados, fríos. Sin embargo el corazón del samaritano estaba en sintonía con el corazón mismo de Dios.
De hecho, la “compasión” es una característica esencial de la misericordia de Dios. Él tiene compasión de nosotros. ¿Qué quiere decir? Sufre con nosotros, Él siente nuestros sufrimientos. Compasión, sufre con. El verbo indica que las entrañas se mueven y tiemblan ante el mal del hombre. Y en los gestos y en las acciones de buen samaritano reconocemos el actuar misericordioso de Dios en toda la historia de la salvación. Es la misma compasión con la que el Señor viene al encuentro de cada uno de nosotros: Él no nos ignora, conoce nuestros dolores, sabe cuándo necesitamos ayuda y consuelo. Está cerca de nosotros y no nos abandona nunca. Cada uno de nosotros, podemos hacernos la pregunta en el corazón, ¿yo lo creo? ¿Creo que el Señor tiene compasión de mí, así como soy, pecador, con tantos problemas y tantas cosas? Pensar en eso y la respuesta es sí. Cada uno debe mirar en el corazón si tiene la fe en esta compasión de Dios. De Dios bueno que se acerca, nos sana, nos acaricia y si nosotros lo rechazamos él espera, es paciente, siempre junto a nosotros.
El samaritano se comporta con verdadera misericordia: cura las heridas de ese hombre, lo lleva a una pensión, lo cuida personalmente, paga su asistencia. Todo eso nos enseña que la compasión, el amor, no es un sentimiento vago, pero significa cuidar del otro al punto de pagar personalmente. Significa comprometerse cumpliendo todos los pasos necesarios para “acercarse” al otro hasta identificarse con él: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Este es el mandamiento del Señor.
Concluida la parábola, Jesús gira la pregunta del doctor de la Ley y le pregunta: “¿Quién de estos tres te parece que haya sido el prójimo de aquel que había caído en las manos de los bandidos?” (v. 36). Finalmente la respuesta es clara: “El que ha tenido compasión de él” (v. 27). Al inicio de la parábola para el sacerdote y el levita el prójimo era el moribundo; al finalizar el prójimo es el samaritano que ha estado cerca. Jesús cambia la perspectiva: no hay que clasificar a los otros para ver quién es el prójimo y quién no. Tú puedes convertirte en prójimo de quien esté en necesidad, y lo serás si tu corazón tiene compasión. Es decir, tienes esa capacidad de sufrir con el otro.
Esta parábola es un buen regalo para todos nosotros, ¡y también un compromiso! Jesús nos repite a cada uno de nosotros lo que dijo al doctor de la Ley: “Ve y haz tú lo mismo” (v. 37).

Estamos todos llamados a recorrer el mismo camino del buen samaritano, que es figura de Cristo: Jesús se ha inclinado ante nosotros, se ha hecho nuestro siervo, y así nos ha salvado, para que también nosotros podamos también amarnos como Él nos ha amado. De la misma forma.

27 abril: Aparición a Santiago

Liturgia
          Es problema de todos los tiempos el intento de volver atrás, de pedir “prácticas” concretas no esenciales como muestra de una religión verdadera. Lo vemos en nuestro tiempo con el tema que algunos intentan reivindicar sobre si la comunión en la mano o en la boca, si de pie o de rodillas, haciendo de eso una campaña de “algo esencial”. En los primeros tiempos de la Iglesia, una iglesia nacida de entre los judíos, el tema en discusión es si todo sentido religioso verdadero tiene que pasar por el rito de la circuncisión decretada por Moisés. Y aunque Jesús no ha pedido tal cosa y ha creado una religión mucho más centrada en la libre respuesta de la persona a Dios, de corazón a corazón, los judaizantes pretenden ahora que para abrazar la fe en Cristo hay que entrar por la puerta de la circuncisión. (Hech. 15, 1-6). Pablo se resiste a ello, pero no quiere dejarse llevar de su pensamiento, y se viene a Jerusalén para hablarlo con los otros apóstoles. Él dice que no hay que circuncidar a los gentiles que abrazan la fe en Cristo; los judíos defienden que sí hay que circuncidarlos. Lo cual da lugar al estudio de la cuestión, en lo que se da como el primer Concilio Ecuménico de la historia de la Iglesia, en Jerusalén. En días posteriores se explana el desarrollo de ese concilio.
          El evangelio de Jn 15, 1-8 tenemos la muy conocida alegoría de la vid y los sarmientos. Jesús se compara a una vid, un tronco central del que dependen las ramas que han de dar los frutos. Esos sarmientos han de estar unidos a la vid, porque de ella reciben la savia. Cortados del tronco, ya no sirven: se secan y están destinados a la hoguera. Unidos a la vid, serán frondosos y darán fruto. Eso sí: han de ser podados para que crezcan en su debida fuerza y dirección. Jesús había asistido muchas veces a la faena de despampanar las vides para hacerlas más fecundas. Y esa poda puede parecer a primera vista dolorosa, traumática para el sarmiento, pero a la larga lo hace mucho más útil.
          Advierte Jesús algo fundamental: sin Mí, nada podéis hacer. El sarmiento unido a la vid da fruto. Separado de la vid, se seca, y lo tiran fuera y lo queman. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis lo que deseáis y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.

VIDA GLORIOSA
          Fue visto por Santiago (1Cor 15, 7). Una aparición de la que no hay rastro, y que desconoceríamos por completo si Pablo no la cita. De la que nada concreto podemos aportar y de la que toda explicación es puramente imaginativa.
          ¡Pues vamos a imaginar! Santiago había pretendido, junto a Juan, estar a la derecha o la izquierda en el reino de Jesús. Aquella petición estaba fuera de lugar, y sólo a Dios correspondía saber el “asiento” que ocuparían en su momento. Pero por lo pronto había algo mucho más a la inmediata que era si podéis beber el cáliz que yo he de beber. Y Santiago, sin entender en realidad lo que se le estaba proponiendo, entiende claramente que sea lo que sea lo que se le está proponiendo, es “con Jesús”: el cáliz que yo he de beber. Y sin dudarlo, responde que sí… Jesús asiente: lo beberéis. Y Santiago lo bebió. Y ahora, como un anticipo a ese “asiento” a la vera de Jesús, se le aparece el Maestro, ya resucitado. El cómo, el cuándo, el dónde, no se sabe. Sólo se sabe el hecho, porque nos lo ha afirmado Pablo en ese elenco fundamental de apariciones ciertas que trasmite en ese comienzo del capítulo 15.

          Para mí es el paradigma de la aparición de Jesús a cada uno de nosotros, que sólo se puede afirmar como real, pero que sólo cada uno sabe en sí mismo, cuándo, cómo, dónde, se ha encontrado con Jesús resucitado. Y pienso que todos podremos señalar para nuestros adentros cuándo fue aquel encuentro personal con Jesucristo, dónde estábamos, cómo se produjo, qué efectos hizo en nuestra alma… Cómo se presentó Jesús, bien sea en el momento gozoso de una oración, una comunión, un Retiro, unos Ejercicios…, o cuando fue aquel encuentro con el cáliz de Jesús que había que beber en un momento doloroso, en una enfermedad, en una pérdida más o menos irreparable. Si fue el encuentro gozoso y emocionado de Magdalena o fue el duro y humillante de Saulo. Pero de lo que sí nos queda clara conciencia de que fue un encuentro con el Señor, son los efectos que nos dejó en el alma. Y fue encuentro con el Resucitado. Y LO VIMOS…, bien sea palpando sus llagas en nuestras llagas dolorosas, bien sea en el abrazo emocionado a los pies de Jesús. El hecho es que una “aparición a Santiago” tuvo su modo de nueva realidad en la propia experiencia nuestra personal.

martes, 26 de abril de 2016

26 abril: Apareció a Saulo

Liturgia
          Hoy es la fiesta litúrgica de San Isidoro, un enorme personaje y pozo del saber, no sólo en las ciencias teológicas y religiosas sino en otras ramas del saber humano, por lo que fue llamado como consejero de reyes. Pero la liturgia no le asigna lecturas propias. Por ello sigo la línea de la lectura continua, con los Hech. 14, 18-27, que pone ante una nueva persecución, que esta vez es directa contra Pablo, al que apalean y dan por muerto, pero al que recogen sus compañeros y lo llevaron a la ciudad. Al día siguiente sale a atender a las comunidades cristianas, a las que les deja un mensaje –que es mensaje repetido- de que hay que pasar por mucho para entrar en el Reino de Dios. Podía decirlo por sí mismo, y porque él ha penetrado en el núcleo de la vida de Jesús. De nuevo en Antioquía atendió a las comunidades de allí y les contó lo que Dios había hecho en los gentiles, abriéndoles la puerta de la fe.
          El evangelio –Jn 14, 27-31- comienza con una afirmación muy valiosa; La paz os dejo, mi paz os doy; no como la da el mundo. La paz del mundo es “pasota”, sin compromiso, sin esfuerzo, dejándose llevar, yendo a lo fácil, a lo que apetece. La paz de Cristo exige lucha, exige “ganar la paz” desde la guerra interna que cada cual ha de hacerse. Pero que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Llega el príncipe de este mundo y no tiene poder sobre mí, pero yo no salgo a cada batalla, sino que voy al Padre porque hago lo que el Padre me manda. Aquí está un misterio radical: podría deshacer Jesús la acción del príncipe de este mundo con el solo soplo de su boca. Pero no lo hace. Nos deja en la lucha que hemos de llevar nosotros sin acobardarnos y sin temblar. Porque Yo he vencido al mundo, pero ahora os toca la lucha a vosotros. Así es la voluntad de Dios.

VIDA GLORIOSA
          JESÚS SE APARECIÓ A MÍ, COMO EL ÚLTIMO, dice Pablo. Por tanto, entre las apariciones, hay que contar la de Pablo. Una aparición muy distinta de las otras. Cae más allá de haber ascendido Jesús al Cielo. Sucede cuando ya existen comunidades cristianas y se ha establecido la lucha de los judíos contra el nuevo Camino, el que siguen los que han aceptado la nueva fe. Saulo, empedernido fariseo, activista cien por cien, y dispuesto a acabar con esta “secta”, pide cartas que le den autoridad para ir a Damasco y apresar allí a los cristianos y llevarlos a Jerusalén. Y reúne una avanzadilla de hombres para cumplir esa misión. ¡Allí le esperaba Jesús! Y no con la dulzura de María Magdalena o Simón Pedro… A un soberbio engreído no le podía servir la mano aterciopelada de Jesús. Necesitaba un impacto mucho mayor.
          Y sucedió, en efecto, que se pronto Saulo cae rodando por tierra y que, además, se queda ciego, sin ver. A la soberbia, Jesús se le aparece con la humillación. “La otra mano” de Dios. La única que podía entender el fanfarrón. ¡Y la entendió! Caído en tierra, Saulo sabe que le ha vencido alguien mayor… Y pregunta: ¿Quién eres, Señor? Y la voz le contesta. Soy Jesús, a quien tú persigues. Saulo era inteligente y se dio cuenta de que Jesús eran  aquellos cristianos a los que él perseguía. Y no discutió. Aceptó su humillación, que se prolongaba ahora con la nueva palabra de Jesús: Ve a la ciudad y allí se te dirá lo que tienes que hacer. Ni siquiera Jesús le da la solución. Ya se la darán en Damasco, adonde Saulo pretendía apresar a los fieles.
          Y en Damasco no tiene una visión nueva de Jesús. Tiene la visita de uno de sus “perseguidos”, un tal Ananías, que entra en la casa, le impone las manos y le dice: Saulo, hermano, recobra la vista. Y precisamente de la mano de Ananías, caen de sus ojos una especie de escamas y vuelve a ver. Todo se desenvuelve en ese mismo terreno de la humillación. Ni siquiera ha venido Jesús en persona. Se le aparece de muy diversa manera. Saulo ahora ve, y no sólo ve con los ojos de la cara sino con los ojos de la fe. Más adelante nos dirá él que había tenido una visión en la que fue llevado al séptimo cielo, momento en el que puede decirse que VIO A JESÚS. Pero los pasos hasta tal visión fueron muy distintos de las otras apariciones de Jesús.

          También de esta aparición hay mucho que aprender y mucho que descubrir como experiencia de aparición que nos llega a nosotros y no precisamente con las dulzuras dl domingo de resurrección. Se aparece también Jesús en la contradicción, en la humillación, en la dificultad, en la caída, en la ceguera del no ver nada y tener que ser conducido…, en no ver…, y sin embargo estar viendo. En el error, que también puede ser vehículo para VER: ¿quién eres Señor?, desde el suelo y cegado por un extraño resplandor…, u oscuridad. 

lunes, 25 de abril de 2016

25 abril: San Marcos

Liturgia
          Hoy es el día de San Marcos, evangelista y se celebra como fiesta litúrgica. Por ello prevalece sobre la “feria” de Pascua. Discípulo de Pablo y compañero de Pedro, es el autor del 2º evangelio, aunque cronológicamente es el primero de los evangelios. Es el evangelio más corto, lo que supone una autenticidad de fuente donde beber  los otros dos evangelistas, Mateo y Lucas, que forman así los tres evangelios sinópticos.
          En la liturgia del día, la 1ª lectura está tomada de la 1ª carta de San Pedro (5, 5-14), que cita –al final- el saludo de “Marcos, mi hijo”, con esa expresión cordial de un compañero fiel en la labor de Pedro. Y nos da una breve pauta de defensa frente a las insidias del mal: Sed sobrios, estad alerta, que vuestro enemigo el diablo busca a quien devorar. Resistidle firmes en la fe. Y en positivo: descargad en Dios todo vuestro agobio, porque él se interesa por vosotros: da su gracia a los humildes y resiste a los soberbios.
          El Evangelio, que nos viene muy bien en este tiempo pascual, es el final del texto de Marcos (16, 15-20): Id al mundo entero y proclamad el evangelio a toda la creación.
          Sea ésta nuestra tarea más importante, y tarea a la que apunta siempre este blog: llegar al último rincón del mundo PROCLAMANDO EL EVANGELIO. Oportuna e inoportunamente, que decía San Pablo…, si es que fuera alguna vez inoportuno proclamar la gran noticia de la salvación, el inmenso tesoro de la redención efectuada por Jesucristo.
          Ahora, ante el evangelio, caben dos posturas: creer y no creer. Y Jesús dice: El que crea y se bautice, se salvará. El que se resista a creer, quedará condenado. [Con-denado equivale a dañado; el que se resiste a creer, el que rechaza la vía de la fe, lleva en sí el daño intrínseco de haber cerrado sus puertas al beneficio de la fe, a la entrada de Dios en su vida]. Al que cree le acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben algún veneno  mortal, no les hará daño. Impondrán las manos en los enfermos y quedarán sanos.
          Me subyuga esta descripción y reconozco que siempre me deja como empinado al querer “traducirla” porque siempre queda corta cualquier explanación que se trasmita. Quien sea capaz de “leer” esos signos con unos ojos interiores, verá mucho más la riqueza que encierran, e irán mucho más lejos que lo que se puede explicar.
          Echar demonios es vivir liberados de todo mal, de toda incitación al mal… Es vivir en el ámbito mismo de Cristo, tan fajados al evangelio que no hay fuerza diabólica que pueda vencer. Ni egoísmos, ni envidias, ni falsos recelos, ni tentaciones de cualquier clase (poder, sexo, dinero), ni nada que vaya contrario al pensamiento de Jesús. Por eso habla de echar demonios en mi nombre. O sea: con esa fuerza del que está aferrado al mismo corazón de Jesucristo.
          Hablar lenguas nuevas, es precisamente todo lo anterior, puesto en positivo: es otro modo de pensar, de vivir, de sentir, de reaccionar, de desear…, que va acorde con las preferencias de Jesucristo. Es un Pentecostés que se realiza en el interior de la persona creyente, por lo que ya vive en el mundo sin ser del mundo…, vive en medio de las fieras sin que le dañen.
          De ahí ese coger serpientes en sus manos. No es que se va a exponer a buscar las serpientes para cogerlas (pues quien se mete en el peligro inútilmente, cae en él…; ¡ay, si esto se tomara en serio por todos esos sujetos que van metiéndose en páginas sucias que les hacen caer en pecado…!). Pero significa que puede ocurrir que la serpiente aparezca en el ámbito del creyente… Ese que tal cree, cogerá la serpiente  en su mano y la dominará. No inficionará el mal, sino que será el mal dominado.
          Beberán veneno mortal y no les hará daño. No es un veneno buscado sino el que se desliza subrepticiamente; el que no se quiere pero aparece. El creyente tiene en sí el antídoto para vencer ese veneno mortal. No les hará daño.

          Impondrán las manos en los enfermos y sanarán. Es todo lo anterior puesto en luminosidad. No sólo el creyente lleva en sí esa fuerza vencedora del mal, sino que tal fuerza la puede llevar hacia los demás: los enfermos del alma, los que se entremezclan temerariamente con las “serpientes” actuales y los venenos dulces que nos traen los vientos modernos. El CREYENTE trasmite una “medicina” de firmeza, de felicidad, de fortaleza, de prudencia, de justicia, de fe, de esperanza, de sentido auténtico de libertad, que contagia y sana a los que van enfermos por la vida.

domingo, 24 de abril de 2016

ZENIT 24: A los adolescentes

“Queridos muchachos: Qué gran responsabilidad nos confía hoy el Señor. Nos dice que la gente conocerá a los discípulos de Jesús por cómo se aman entre ellos. En otras palabras, el amor es el documento de identidad del cristiano, es el único “documento” válido para ser reconocidos como discípulos de Jesús. Es el único documento válido.
Si este documento caduca y no se renueva continuamente, dejamos de ser testigos del Maestro. Entonces les pregunto: ¿Quieren acoger la invitación de Jesús para ser sus discípulos? ¿Quieren ser sus amigos fieles? El amigo verdadero de Jesús se distingue principalmente por el amor concreto, no el amor en las nubes. El amor siempre es concreto, lo que habla de amor y no es concreto es telenovela, un romance. ¿Quieren vivir este amor que él nos entrega? ¿Quieren o no quieren? Entonces, frecuentemos su escuela, que es una escuela de vida para aprender a amar. Esto es un  trabajo de todos los días, aprender a amar.
Ante todo, amar es bello, es el camino para ser felices. Pero no es fácil, es desafiante, supone esfuerzo. Por ejemplo, pensemos cuando recibimos un regalo: esto nos hace felices, pero para preparar ese regalo las personas generosas han dedicado tiempo y dedicación y, de ese modo regalándonos algo, nos han dado también algo de ellas mismas, algo de lo que han sabido privarse.
Pensemos también al regalo que vuestros padres y animadores les han hecho, al dejarles venir a Roma para este Jubileo dedicado a vosotros. Han programado, organizado, preparado todo para vosotros, y esto les daba alegría, aun cuando hayan renunciado a un viaje para ellos. Esto es lo concreto del amor. En efecto, amar quiere decir dar, no sólo algo material, sino algo de uno mismo: el tiempo personal, la propia amistad, las propias capacidades.
Miremos al Señor, que es invencible en generosidad. Recibimos de él muchos dones, y cada día tendríamos que darle gracias. Quisiera preguntarles: ¿Dan gracias al Señor todos los días? Aun cuando nos olvidamos, él no se olvida de hacernos cada día un regalo especial. No es un regalo material para tener entre las manos y usar, sino un don más grande para la vida. Nos regala, ¿qué nos regala?, nos regala su amistad fiel, el Señor es siempre un amigo que no la retirará jamás. Aunque  lo decepciones y te alejes de Él, Jesús sigue amándote y estando contigo, creyendo en ti más de lo que tú crees en ti mismo. Y esto es muy importante.
Porque la amenaza principal, que impide crecer bien, es cuando no le importas a nadie. Es triste esto. Cuando te sientes marginado. En cambio, el Señor está siempre junto a ti y está contento de estar contigo. Como hizo con sus discípulos jóvenes, te mira a los ojos y te llama para seguirlo, para «remar mar a dentro» y «echar las redes» confiando en su palabra; es decir, poner en juego tus talentos en la vida, junto a él, sin miedo. Jesús te espera pacientemente, espera una respuesta, aguarda tu ‘sí’.
Queridos chicos y chicas, a la edad vuestra surge de una manera nueva el deseo de afeccionarse y de recibir afecto. Si van a la escuela del Señor, les enseñará a hacer más hermosos también el afecto y la ternura. Les pondrá en el corazón una intención buena, esa de amar sin poseer: amar sin poseer, de amar a las personas sin desearlas como algo propio, sino dejándolas libres. Porque el amor es libre, no existe amor si no es libre.
Esa libertad que el Señor nos deja cuando nos ama. Él está siempre cerca de nosotros. Existe siempre la tentación de contaminar el afecto con la pretensión instintiva de tomar, de poseer aquello que me gusta. Y esto es egoísmo. Y también la cultura consumista refuerza esta tendencia.
Pero cualquier cosa, cuando se exprime demasiado, se desgasta, se estropea; después uno se queda  decepcionado y con el vacío adentro. Si escuchas la voz del Señor, te revelará el secreto de la ternura: interesarse por otra persona. Quiere decir respetarla, protegerla, esperarla. Y esto es lo concreto de la ternura y del amor.
En estos años de juventud ustedes perciben también un gran deseo de libertad. Muchos les dirán que ser libres significa hacer lo que se quiera. Pero a esto es necesario saber decir no. Si tu no sabes decir no, no eres libre, libre es quien sabe decir sí y sabe decir no.
La libertad no es poder hacer siempre lo que se quiere: esto nos vuelve cerrados, distantes y nos impide ser amigos abiertos y sinceros; no es verdad que cuando estoy bien todo vaya bien. No, no es verdad.
En cambio, la libertad es el don de poder elegir el bien. Esto es libertad, es libre quien elige el bien, quien busca aquello que agrada a Dios, aun cuando sea fatigoso. No es fácil. Pero creo que ustedes no tienen miedo de las fatigas, son valientes, son valientes. Sólo con decisiones valientes y fuertes se realizan los sueños más grandes, esos por los que vale la pena dar la vida. Decisiones valientes y fuertes.
No se acontenten con la mediocridad, con “ir tirando”, estando cómodos y sentados; no confíen en quien les distrae de la verdadera riqueza, que son ustedes, cuando les digan que la vida es bonita sólo si se tienen muchas cosas; desconfíen de quien quiera hacerles creer que son valiosos cuando los hacen pasar por fuertes, como los héroes de las películas, o cuando llevan vestidos a la última moda. Vuestra felicidad no tiene precio y no se negocia; no es un “app” que se descarga en el teléfono móvil: ni siquiera la versión más reciente podrá ayudaros a ser libres y grandes en el amor. La libertad es otra cosa.
Porque el amor es el don libre de quien tiene el corazón abierto; el amor es una responsabilidad bella que dura toda la vida; es el compromiso cotidiano de quien sabe realizar grandes sueños. Pobres los jóvenes que no saben, no osan soñar. Si un joven a vuestra edad no sabe soñar ya está jubilado. No sirve.
El amor se alimenta de confianza, de respeto y de perdón. El amor no surge porque hablemos de él, sino cuando se vive; no es una poesía bonita para aprender de memoria, sino una opción de vida que se ha de poner en práctica.
¿Cómo podemos crecer en el amor? El secreto está en el Señor: Jesús se nos da a sí mismo en la Santa Misa, nos ofrece el perdón y la paz en la Confesión. Allí aprendemos a acoger su amor, hacerlo nuestro y a difundirlo en el mundo. Y cuando amar parece algo arduo, cuando es difícil decir no a lo que es falso, miren a la cruz del Señor, abrácenla y no se suelten de su mano, que les lleva hacia lo alto y levántense cuando se caen.
En la vida siempre se cae porque somos pecadores, somos débiles. Pero está la mano de Jesús que nos levanta cuando nos caemos. Jesús nos quiere de pié. Esa palabra hermosa que Jesús le decía a los paralíticos: ‘levántate’. Dios nos creó para estar de pié.
Hay una llinda canción de los alpinos cuando escalan que dice: ‘En el arte de subir lo importante no es no caer, sino no permanecer caídos”. Debemos, tener el coraje de levantarnos, de dejarnos levantar por la mano de Jesús y esta mano viene muchas veces de la mano del amigo, de los papás, de quienes nos acompañan en la vida, el mismo Jesús también está allí. Levántense, Jesús los quiere de pie, siempre de pié.
Sé que son capaces de grandes gestos de amistad y bondad. Están llamados a construir así el futuro: junto con los otros y por los otros, pero jamás contra alguien. No se construye contra, esto se llama destrucción. Harán cosas maravillosas si se preparan bien ya desde ahora, viviendo plenamente vuestra edad, tan rica de dones, y no temiendo al cansancio.

Hagan como los campeones del mundo del deporte, que logran llegar a las metas altas entrenándose todos los días con humildad y duramente. Que vuestro programa cotidiano sean las obras de misericordia. Entrénense con entusiasmo en ellas para ser campeones de vida, campeones de amor. Así serán conocidos como discípulos de Jesús. Así tendrán el documento de identificación de los cristianos y les aseguro que vuestra alegría será plena.

24 abril: Domingo 5ºC,Pascua

Liturgia del Domingo 5ºC de Pascua
          Avanzamos en el Tiempo Pascual, con mensajes de optimismo a la vez que realistas. En la 1ª lectura (Hech 14, 21-27 Pablo y Bernabé vuelven a Antioquía, de donde les había expulsado la persecución originada por las personas religiosas que no querían que les complicasen sus prácticas, en las que se sentían acomodadas, con una parte dada a Dios y la otra a las propias conveniencias. Cuando Pablo reúne a la comunidad de cristianos les traslada su propia experiencia: que por muchas tribulaciones hay que entrar en el reino de Dios. Y por eso hay que perseverar en medio de las dificultades. Mensaje completamente real y actual, en el que debemos sentirnos implicados nosotros, sabiendo y reconociendo que vivir la vida cristiana –la vida del reino- no es un paseo cómodo o triunfal, sino en el que va a suceder alguna tribulación.
          El evangelio de Juan (13, 31-33. 34-35) está tomado del momento en que sale Judas del Cenáculo en la noche de la Cena. Jesús tiene un momento de exaltación con doble sentido. Ahora es glorificado el Hijo del hombre, expresaba en ese instante algo así como: “la suerte está echada”. Y por otra parte, lo que es el dolor de la traición queda compensado por la paz de estar haciendo lo que da gloria a Dios: “el Padre me glorificará”, que ya apunta a lo que vendrá después de la muerte: precisamente la gloria de la resurrección.
          Y con ese doble sentido se concluye este texto evangélico porque les advierte a los apóstoles que van a sufrir por un poco de tiempo (los días de la Pasión y muerte) en que no le verán, pero luego –al cabo de otro poco- le volverán a ver y sus corazones se llenarán de alegría.
          Ahora bien: para ese “poco” en que no me veréis, vivid el mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como Yo os he amado. Será la señal de que sois mis discípulos.
          Ni que decir tiene que esto ha de picarnos. Estamos en ese “poco” en que no vemos a Jesús. Nuestro examen de conciencia tiene que plantearse cuál es nuestro caudal de amor, nuestras actitudes concretas de amor, nuestras palabras, nuestros sentimientos, nuestra capacidad de amor. Porque echamos una mirada al mundo de las noticias que nos llegan a diario y lo que aparece bien claro es que hay una ausencia de amor, de comprensión, de acogida del que es distinto de uno. El mundo vive una agresividad infernal. Y que se quiera que no, nos contagiamos en nuestros niveles correspondientes. Por eso no podemos pasar por alto esta despedida de Jesús.
          Jesús estaba preparando a sus Once para ese “poco que le queda que estar con ellos”, en que no verán a Jesús porque se va al Cielo. Y sin embargo tenía que quedarse en la tierra, viviendo en el amor cristiano de aquellos hombres y de aquella iglesia que había de surgir cuando Jesús se hubiere marchado. Es ese nuevo “poco” en que lo verán de nuevo, precisamente en ese vivir el mandamiento del amor.
          La 2ª lectura nos pone delante la profecía de ese Cielo hacia el que caminamos. Es un Cielo de verdad que sobrepasa esencialmente las dichas y goces de la tierra. Será un Cielo en el que ya no hay muerte, ni dolor, ni luto ni llanto, porque es Dios quien “hace nuevas todas las cosas”.
          La tierra que ahora pisamos desaparecerá. Pero el bagaje que llevaremos hacia la otra nueva tierra y nuevo cielo es la capacidad de amor mutuo que tengamos. Y para excitar ese amor, y para hacernos vivir ya una antesala del nuevo Cielo, el mandamiento nuevo, el mandamiento del amor, COMO YO OS HE AMADO. Y para que ese mandamiento no quede en una formulación bonita, LA EUCARISTÍA, vivida mucho más allá de la devoción. Vivida como exigencia, como estímulo, como pregunta interior de Jesucristo a nosotros; ¿estamos siendo el SIGNO  de Jesús en nuestra manera de vivir el amor cristiano?


             Pidamos a Dios que nos impulse a vivir como personas renovadas desde el interior de nuestro corazón.

-          Por el Papa, y por los hermanos necesitados de nuestra oración, Roguemos al Señor.

-          Porque seamos SIGNO de Jesús, a través del amor que pongamos en otros, Roguemos al Señor.

-          Porque adelantemos el nuevo Cielo a base de dar a la Eucaristía un valor eficaz en nuestra vida, Roguemos al Señor.

Danos a sentir interiormente que no hay vida cristiana sin sacrificio, y que vivir la fe no es un paso de mera devoción espiritual.

             Por Jesucristo N.S.

sábado, 23 de abril de 2016

23 abril: A 500 hermanos

Liturgia
          Antes ya hemos escuchado la que hoy es 1ª lectura (Hech 13, 44-52). Fue el domingo pasado. Pablo y Bernabé hablan a las gentes y muchos se vienen a escuchar la Palabra. La reacción de los judíos es de envidia y responden con insultos a las palabras de Pablo. En consecuencia, Pablo –movido por una inspiración interior- les manifiesta que ya que ellos no acogen la Palabra, se dedicarán s los gentiles, a los no judíos. Correspondía a los judíos ser los primeros en recibir el mensaje de salvación, pero no quieren. Pues “Yo te haré luz de los gentiles, para que la salvación llegue hasta el extremo de la tierra”. Lo cual causa una gran alegría entre esos gentiles.
          Pero los judíos no se quedan a gusto con ello e incitan a las señoras piadosas y distinguidas para que ellas promuevan una persecución contra Pablo y Bernabé, y los expulsaron de su territorio.
          Ellos sacudieron el polvo de sus pies y salieron de allí y se fueron a Iconio, llenos de una alegría sobrenatural, únicamente explicable por la acción del Espíritu Santo.
          El evangelio (Jn 14, 7-14), como todos estos evangelios, es más para leerlo y meditarlo despacio que para ser explicado, puesto que la explicación se reduce a repetir el texto. Surge la cuestión a propósito de la petición de Felipe: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Lo que da pie al evangelista a expresar la igualdad entre el Padre y el Hijo: Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre; el Padre que permanece en mí, él mismo hace las obras. Lo que yo hablo, no lo hablo por cuenta propia. Yo estoy en el Padre y el Padre en mí.
          Y añade algo muy importante: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores. Yo voy al Padre: lo que pidáis al Padre en mi nombre, yo lo haré.

VIDA GLORIOSA
          San Pablo enumera las apariciones del Resucitado, que se deja ver de maneras muy diversas. Y una de esas apariciones es a más de 500 hermanos juntos. No hay más que ese dato. No se dice tampoco si fue en el tiempo de los “cuarenta días” de la Resurrección, o si fue en otro momento, como a Pablo, al que también dice él mismo que se apareció el Señor, y que evidentemente no fue en ese periodo de los “40 días”.

          De esos “quinientos hermanos”, unos, la mayoría, viven aún...  otros, han muerto ya... Entre tantos, ya sabemos que había historias más o menos parecidas a las que nos contaron los Evangelios. Unos, creyeron más pronto en el Señor resucitado. Otros, necesitaron “pruebas”..., como le sucedió antes a Tomás. Pero a todos les dio la gran lección: Habéis creído porque me habéis visto; dichosos los que creen sin necesidad de ver..., “los que no vieron y creyeron”.
          Ésta es nuestra aparición. Ésta es la “aparición” de nuestra dicha, los que creímos en Jesucristo aunque no lo vimos ni lo tocamos con nuestros ojos y nuestras manos, pero CREÍMOS en Él...   CREÍMOS y CREEMOS en su triunfo, fuimos y somos TESTIGOS de su Resurrección. Ésta es la aparición de nuestra EXPERIENCIA viva: porque sin verlo ni tocarlo en “la carne y sangre”, sabemos día a día que VEMOS y TOCAMOS al “Verbo de la Vida”... Y sabemos que se va haciendo posible “tocarlo” más cada día. ¡A eso estamos destinados!
          Y Jesús se nos ha manifestado... No a nuestros ojos carnales sino porque hemos creído -en medio de esos mismos acontecimientos y crisis que nos derriban-, en la palabra confortadora de Jesús...; somos uno de esos “500" que pusieron dificultades y trabas a creer..., porque muchas veces nos atrevimos a exigir pruebas para creer...: “¿por qué permites tal cosa?, ¿por qué haces esto?, “el Señor no me oye...”, “estoy ya cansado de pedir”.

          O,  también, uno de esos “500" que humillaron sus frentes en un acto profundo de amor y de aceptación, sabiendo a pie juntillas que: “Dios conduce todas las cosas para el bien de los que tanto ama”.  Y no necesitamos más pruebas... Porque sabemos que el amor de Dios no es algo que necesita demostración..., ni requiere que todo nos salga a pedir de boca.... Por el contrario nuestra fe,  -que no depende de pruebas tangibles “de carne y hueso”...-, ha sido la fe de quien arranca siempre desde la certeza incuestionable de que DIOS ES AMOR..., de que Dios se manifiesta desde las obras que únicamente puede hacer Dios, que son las obras de quien ama siempre, de quien ES BUENO (Dios es el ÚNICAMENTE BUENO”, dijo Jesús al joven rico). Y por eso, aun en medio de lo que vemos como “males”, o de lo que son los males que el pecado y el hombre provocamos, no dudamos ni por un instante de que Dios es bueno, de que Dios nos ama. Porque el día que pensáramos en un Dios que no es por todas partes bueno, no estaríamos pensando ya en Dios.

viernes, 22 de abril de 2016

ZENIT 22: Anunciar la Resurrección

Anuncio, intercesión, esperanza. Estas son las tres palabras centrales que ha indicado el papa Francisco en la homilía de este viernes en la misa de la Casa Santa Marta.
Anuncio:
El Papa ha subrayado que el cristiano “espera que el Señor vuelva”. Y exhortó a tener el coraje de anunciar como los apóstoles que dieron testimonio de la Resurrección de Jesús, incluso con la propia vida.
“Jesús está vivo es el anuncio de los apóstoles a los judíos y a los paganos de su tiempo y de este anuncio dieron testimonio con su vida y su sangre”.
“Cuando Juan y Pedro –prosiguió el Papa– fueron llevados al Sinedrio, después de la curación del cojo, los sacerdotes les prohibieron hablar del nombre de Jesús, de la Resurrección. Ellos con mucho coraje y simplicidad decían: ‘Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y escuchado’.
Y nosotros los cristianos tenemos el Espíritu Santo en nosotros, que nos hace ver y escuchar la verdad sobre Jesús, que murió por nuestros pecados y resucitó. Este es el anuncio de la vida cristiana: ¡Cristo está vivo, Cristo ha resucitado, Cristo está entre nosotros en la comunidad, nos acompaña en el camino!”.
Intercesión
Después Francisco entró en la segunda idea: la intercesión. Durante la cena del Jueves Santo, los apóstoles estaban tristes, y Jesús les dice: ‘No se turbe vuestro corazón, tengan fe. En la casa del Padre hay muchas moradas. Voy a prepararles un lugar’. Y el Papa indica que esto significa, que con su oración Jesús intercede por cada uno de nosotros.
Así como a Pedro le ha dicho una vez antes de la Pasión: ‘Pedro yo he rezado por ti’, ahora Jesús es el intercesor entre el Padre y nosotros, dijo el Papa.
Y sobre cómo Jesús reza por nosotros Francisco dijo: “Creo que Jesús haga ver las llagas al Padre, porque las llagas las ha llevado consigo después de la Resurrección, las haga ver al Padre y nos nombre a cada uno de nosotros”.
La tercera dimensión del cristiano que indicó el Santo Padre es la esperanza: “El cristiano es un hombre de esperanza, que espera que el Señor vuelva”. Toda la Iglesia “está en la espera de Jesús, Jesús volverá. Esta es la esperanza cristiana”.

El Pontífice invitó a interrogarnos: ¿Cómo es el anuncio en mi vida? ¿Cómo es mi relación con Jesús que intercede por mi? ¿Cómo es mi esperanza? ¿Creo realmente que el Señor ha resucitado? ¿Creo que reza por mi ante el Padre? ¿Y que cada vez que lo invoco Él está rezando por mi, e intercede? ¿Creo realmente que el Señor volverá, vendrá? Nos hará bien interrogarnos a nuestra fe sobre esto: ¿Creo en el anuncio? ¿Creo en la intercesión? ¿Soy un hombre o una mujer de esperanza?

MAÑANA 23  es la onomástica del Papa

22 abril: Los epílogos"

Liturgia
          Hoy celebramos los jesuitas a la VIRGEN como REINA Y MADRE DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS. De ahí que las lecturas que se van a seguir en nuestras Iglesias no continúen el ritmo habitual. Es aniversario de los votos solemnes de S. Ignacio y sus primeros compañeros ante la imagen de Santa María en la Iglesia de San Pablo Extramuros, de Roma. Ahí nació la Compañía de Jesús, y por ello se considera a María como MADRE DE LA COMPAÑÍA.
          La 1ª lectura será del Apoc 21, 1-5: He aquí la morada de Dios entre los hombres, o del libro de Judith.
          Y el evangelio es de Jn 19, 25-27: María al pie de la cruz. San Ignacio concibió una forma de vida que tenía el seguimiento de Jesús como objetivo. No podía ser de otra forma. Pero seguir a Jesús no es posible sin aceptar la cruz, sin militar bajo el estandarte de la cruz. María fue delante de todos en ese camino, y María –Madre de Jesús- es abrazada como Madre de los jesuitas. [O de Mt. 1, 18-25].

          En la liturgia general, hallamos a Pablo en Antioquía, en esa enseñanza en la sinagoga para manifestar a Jesús. (Hech. 13, 26-33).  Ayer veíamos una síntesis de la Historia de la Salvación, hasta Juan Bautista. Hoy se completa aquella intervención de Pablo, ciñéndose a la obra de Jesús, su condena a muerte por las autoridades judías, y su resurrección y apariciones durante muchos días. Lo anunciado a los antiguos, se ha realizado plenamente en nuestros tiempos, dice Pablo.
            El evangelio es corto pero muy enjundioso. Jn 14, 1-6 va teniendo varias afirmaciones que consuelan: No perdáis la calma…; creed en Dios y creed también en mí…; en la casa de mi Padre hay muchas estancias. Cuando me vaya, os prepararé sitio, porque adonde yo voy, ya sabéis el camino.
            Ni que decir tiene que los apóstoles tuvieron que replicar. Y fue Tomás quien lo hizo con una dificultad por delante: Si no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino? La respuesta de Jesús es de las más sabrosas: Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. ¿Adónde voy? –Al Padre. ¿Cuál es el camino para ir al Padre? –Yo soy el camino. Quien camina por mí, camina en la verdad y tiene vida.

VIDA GLORIOSA
          Nos queda ya solamente lo que pudiéramos llamar “epílogos” en diversos evangelistas. San Mateo con la consoladora palabra: Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. San Marcos –que indicó las señales del que cree, concluye diciendo: El Señor cooperó y confirmó sus palabras con las señales que siguieron.
          San Juan concluye dos veces. Una, al acabar el capítulo 20, y otra al cerrar su evangelio con el capítulo 21. La primera nos remacha que Jesús hizo en presencia de sus discípulos otros muchos milagros que no están recogidos en este libro. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en vosotros.
          Luego, acabado el c. 21, Juan se exalta y emociona y concluye ya en un clímax de exaltación afectiva: Este es el discípulo que atestigua estas cosas y las ha escrito y sabemos que su testimonio es verdadero. Hay otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, creo que el mismo mundo no podría contener los libros escritos.
          Y llevaba razón. Porque no hay en el mundo ningún personaje que haya sido más estudiado y de quien se hayan escrito más libros que de JESÚS. A favor o en contra, Jesús ha sido quien más interés ha suscitado en la historia de la humanidad. Unos defendiendo; otros atacando. Unos como amigos embelesados, otros como enemigos llenos de odio hacia Jesús.

          Nos toca a nosotros, los que aún vivimos, llevar el nombre de Jesús por donde vayamos. Y naturalmente el 99% de los seguidores del blog, podremos añadir un nuevo libro en el que cantemos las alabanzas de enamorados de este Jesús tan inmenso y que ha dado sentido a nuestras vidas. Los que no se sienten “escritores” lo podrán proclamar de palabra; muchos silenciosamente con sus hechos. Y en último caso, todos podemos ser trasmisores propagandistas de los libros que ya circulan. A sabiendas que no será fácil encontrar gentes tan al margen, que no les interese –desde uno u otro ángulo- la vida de Jesús, o incluso la fe admirada de los que creemos en Jesús y nos brota del alma como respiración de nuestra propia vida.