martes, 22 de febrero de 2011

LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO

La primera persona que -en los relatos evangélicos- vio a Jesús resucitado fue María Magdalena. La pecadora pública de antes; la que sintió el perdón que le otorgaba Jesús, y que la defendía ante el fariseo Simón, porque Magdalena "amó mucho porque se le habían perdonado sus muchos pecados". Magdalena estará ya siempre en primera fila: en el servicio del grupo de Jesús, en el Calvario junto a la Madre del ajusticiado; en el enterramiento... Y en la desesperanza por la muerte de quien le había dado la vida de persona normal.
No se quedó ella muy feliz cuando hubo que enterrar a Jesús de prisa y corriendo porque se echaba encima la hora del Gran Sábado en que ya no se podía hacer nada de trabajo. Pero el poco tiempo que le quedó antes de las 6 de la tarde fue para comprar aromas y lienzos, con la idea de ir -con otras mujeres- en la madrugada del "primer día de la semana" (nuestro domingo).
Y se encontró con el espanto de la loza del sepulcro abierta. Y sin comprobar más, en su apasionado modo de ser, no tuvo más idea que la del robo del cadáver. Y a partir de ahí su vida se constituye a pie de sepulcro, llorando, y con el equilibrio, emocional destruido. ¡Estaba destruida su fe!
Y llorando, responde su tarandilla a cualquiera que le pregunta: "Porque se han llevado al Señor y no sé dónde lo han puesto". Y le pregunta el mismo Señor: "¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?". Y es para ponderar la respuesta incoherente de aquella mujer destrozada, de corazón de volcán, cuando ha perdido la razón de su vida.
Jesús, ¡siempre Jesús!, le responde una sola palabra: ¡MARÍA! Pero pongamos ahí todos los matices, los tonos, los sentimientos... Y aquella mujer se vuelve sobre sí misma: ha escuchado la voz de Jesús, y sin mirar siquiera, se lanza a sus pies, los abraza y llora convulsivamente primero, sosegándose poco a poco después, cuando sabe ahora que Jesús no es el cadáver que ella buscaba, sino JESÚS RESUCITADO, tal como Él había anunciado tantas veces.
Y cuando se serenó, cuando ahora era su alegría la que le hacía llorar, Jesús le dejó una misión muy especial: ella, la pecadora de antes y convertida desde el amor agradecido, ella iba a ser el apóstol de la alegría para los apóstoles encerrados y entristecidos.
Cuando entró precipitadamente en el Cenáculo, donde estaban los demás, gritaba y gritaba como persona que ha perdido el juicio: Yo he visto a Jesús. JESÚS ESTÁ RESUCITADO.